“En el principio de la infancia, las cosas, la familia y las ciudades parecían enormes. Y bajo una fuerte emoción (algunos acontecimientos violentos o pérdidas y separaciones), uno experimenta el mundo en la medida emocional de Alicia en el País de las Maravillas. Uno tiene la impresión de ser más pequeño de lo que exigen los acontecimientos”
Anaïs Nin. Diario IV 1944-1947
Al gobierno le ha seducido la idea de comparar el momento actual con un estado de guerra, pero es una desafortunada analogía.
Al constatar que en nuestro país se llega a la saturación de la capacidad sanitaria durante la pandemia, y que esa saturación se mantendrá por un tiempo más o menos prolongado, la sensación de indefensión e inseguridad en la población se instala con mayor fuerza. Al gobierno le ha seducido la idea de comparar el momento actual con un estado de guerra, pero es una desafortunada analogía. Esto si se atiende a la mirada de la escritora Anaïs Nin durante la Segunda Guerra Mundial que, aun siendo una observadora más o menos distante, da cuenta del tremendo impacto de la barbarie de su época. Quizás lo que puede haber en común entre guerra y pandemia es la sensación de ser superados por los acontecimientos, de ir un tanto a la deriva, algo que pareciera hacerse extensivo al propio gobierno.
En solo un par de semanas la situación y discurso oficial sobre la pandemia en Chile, basado en una situación controlada, ha derivado en que el propio Presidente Piñera admitiera que “no estábamos preparados” y el Ministro de Salud, Jaime Mañalich, reconociera el 26 de mayo que “todas las fórmulas de proyección se han derrumbado como castillo de naipes”. Aproximadamente un mes antes, el Ministro Mañalich se jactaba de haber sido felicitado por “autoridades de todo el mundo hasta el cansancio” por su manejo del Covid-19. En el lapso de pocas semanas pasamos de un exitismo exacerbado a un escenario crecientemente complejo en múltiples dimensiones, considerando que la pandemia se engarza con la economía doméstica, la estabilidad laboral y otras variables.
el Ministro Mañalich se jactaba de haber sido felicitado por “autoridades de todo el mundo hasta el cansancio” por su manejo del Covid-19.
El Presidente Piñera ha llamado, después de meses de lidiar con la pandemia, a un gran acuerdo nacional y se dice abierto a recibir sugerencias para enfrentar la crisis, pero lo cierto es que no hay confianza ni demasiado espacio político. Las razones van más allá de si la oposición es más o menos dialogante. En primer lugar, la forma excluyente que usó el gobierno para abordar la pandemia, algo muy poco democrático. En segundo término, la progresiva ineficacia de las medidas adoptadas, que ahora hacen crisis, pese a las advertencias de distintos sectores políticos, gremiales y expertos. La única opción razonable era que La Moneda se hubiese comprometido desde el inicio a una convocatoria transversal para legitimar la estrategia frente al Covid-19.
la forma excluyente que usó el gobierno para abordar la pandemia, algo muy poco democrático.
El déficit político de La Moneda es más evidente si se atiende que el 11 de febrero la Organización Mundial de la Salud (OMS) anunció que el coronavirus de Wuhan pasaría a denominarse “Covid-19”, según la entidad para “facilitar su pronunciación” y evitar una connotación “estigmatizante”. El bautizo de la “criatura” era una mala señal en si misma pero se hacía más alarmante cuando el director de la OMS, Tedros Adhanom, advertía que estábamos “a tiempo de parar la pandemia”; un mensaje que visualizaba un riesgo inminente y real en este nuevo virus y la urgencia internacional de reaccionar con celeridad, cuestión que evidentemente no ocurrió.
Es cierto que alcanzar un acuerdo amplio no era tarea fácil cuando se venía de un estallido social de varios meses y en el debate político se empezaba instalar si era viable la continuidad del gobierno. Las reiteradas violaciones a los Derechos Humanos, negadas y después débilmente reconocidas por las autoridades, marcaban también una agenda que tendía a la polarización. Sin embargo, los meses de verano, caracterizados por una tregua social importante, pasaron sin que el gobierno fuese armando una base más amplia ni siquiera a nivel municipal.
Es cierto que alcanzar un acuerdo amplio no era tarea fácil cuando se venía de un estallido social de varios meses y en el debate político se empezaba instalar si era viable la continuidad del gobierno.
Al igual que en otros países, el control de la crisis ha recaído en Chile en las autoridades sanitarias y, principalmente, en el Ministro Jaime Mañalich. Es probable que desde la recuperación de la democracia no exista otro ministro más empoderado y con más facultades que el actual titular de Salud. Sin embargo, de la mano de un poderoso Mañalich pasamos de ‘referente mundial’ al fracaso de todos los modelos predictivos que sustentaban la estrategia frente a la pandemia. En los últimos días, este tránsito ha tenido una puesta en escena en las cuentas diarias adoptando un tono monástico: un salto de la soberbia a la humildad; ¿es esto creíble?
Es probable que desde la recuperación de la democracia no exista otro ministro más empoderado y con más facultades que el actual titular de Salud.
Decía el filósofo San Agustín, en sus famosas “Confesiones”: ‘superbia cesitudinem imitatur’, es decir, la soberbia imita la celsitud, lo que equivale a imitar la grandeza o la excelencia. La soberbia es pura apariencia, una mascarada y, como tal, en algún momento tenderá a develarse. Por su parte la humildad en su raíz latina, como humilitas -atis, tiene dos significados totalmente opuestos que van desde la modestia o pudor a la pequeñez o la abyección. Las dos caras antagónicas del concepto ‘humildad’ ponen en el observador la carga de creer si se está en presencia de uno u otro extremo, es un acto de fe. Aplicado a la situación actual se hace difícil para muchos actores depositar su confianza en el Ministro Mañalich cuando, más allá de su estilo controversial, sigue en la retina el episodio, al final del primer gobierno de Piñera, de haber eliminado las listas de espera Auge mediante un ardid administrativo.
La soberbia es pura apariencia, una mascarada y, como tal, en algún momento tenderá a develarse.
Es curioso precisamente que la ‘excelencia’ fuese el eslogan que adoptó este gobierno, una idea que en sí implica un acto de soberbia. Por alguna razón ignota la sociedad ha tendido a adjudicar a la derecha una suerte de supremacía técnica en muchas áreas; aunque fracasó en el primer gobierno de Piñera con el gabinete de los pendrive y el ‘mejor censo de la historia’. En el actual gobierno de excelencia se vuelven a replicar fallas pero a una escala muchísimo mayor, los errores en esta crisis se traducen en vidas, en violencia y enormes pérdidas económicas. Cualquier acuerdo político no puede ignorar que en estos meses hubo medidas muy mal implementadas por parte del Ejecutivo y las consecuencias de ellas seguirán pasando factura al menos por varios meses.
Hay cosas que no pueden retrotraerse, como el fracaso en el seguimiento de los contagios en la cortísima fase inicial de contención de la pandemia o haber perdido la posibilidad de controlar eficazmente las cuarentenas de los pacientes diagnosticados con el Covid-19. Los modelamientos para las cuarentenas dinámicas han colisionado también con la vulnerabilidad de amplios sectores poblacionales en las principales ciudades y la violencia comienza a impactar tanto a nivel doméstico como territorial. En este punto, el rol de la oposición en el devenir sanitario de la pandemia no puede hacer gran diferencia, los dados ya están lanzados aun si el gobierno se abre a repensar y concordar una nueva estrategia.
Por ahora, hace sentido un acuerdo entre oposición y gobierno más bien acotado en dar soluciones de subsistencia y contención a las familias.
Por ahora, hace sentido un acuerdo entre oposición y gobierno más bien acotado en dar soluciones de subsistencia y contención a las familias. Se trataría de un acercamiento que podría haberse gestionado antes y sin mucho anuncio, bastaba que el gobierno hubiese sido más flexible en la tramitación de las leyes enfocadas a estas materias. Aun así el cambio de disposición puede ser valorable y necesario, aunque no altere el curso de la epidemia en el corto plazo. El desafío del gobierno será mostrar la apertura que no ha tenido hasta ahora, asumirse desde la humildad, pero de la buena, no de la ficticia. Si se cumple ese milagro, ahora que ya se han caído todos los modelos predictivos, quien sabe si hasta el virus muta y termina en ‘buena persona’.
El desafío del gobierno será mostrar la apertura que no ha tenido hasta ahora, asumirse desde la humildad, pero de la buena, no de la ficticia. Si se cumple ese milagro, ahora que ya se han caído todos los modelos predictivos, quien sabe si hasta el virus muta y termina en ‘buena persona’.