Sor Juana Inés de la Cruz: una feminista con vida monacal Por Karen Punaro Majluf

por La Nueva Mirada

En medio de una sociedad machista, en pleno Siglo de Oro, había solo una forma de destacar como mujer y era dejando de lado las “obligaciones” femeninas -como casarse y ser madre- para optar por una vida monacal y “aprovechar” la libertad que el clero entregaba para estudiar, dedicarse a las humanidades y viajar.

Si hablamos de Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695), enfocarse solo en un tema puede parecer hasta egoísta, por la riqueza de su obra y temáticas que abarcó tanto en la lírica y la prosa; el autosacramental; y el teatro. Sin embargo, hay un tópico que resalta en la obra de esta religiosa que se movió en un mundo masculino y es su valentía y arrojo para resaltar el valor e inteligencia de la mujer.

La obra de Sor Juana es factible analizarla desde la perspectiva feminista a través de la deconstrucción del discurso. Un ejemplo de ello es el poema xxvi Quéjase de la suerte:

¿En perseguirme, mundo, qué interesas? / ¿En qué te ofendo, cuando sólo intento poner bellezas en mi entendimiento/ y no mi entendimiento en las bellezas?

Yo no estimo tesoros ni riquezas, / y así, siempre me causa más contento/ poner riquezas en mi entendimiento/ que no mi entendimiento en las riquezas.

Y no estimo hermosura que vencida/ es despojo civil de las edades/ ni riqueza me agrada fementida.

Teniendo por mejor en mis verdades/ consumir vanidades de la vida/ que consumir la vida en vanidades.

Oposición a lo masculino

Es necesario entender el feminismo a través de la decosntrucción del discurso y con ello comprender que lo que busca establecer es una oposición a lo masculino, al estado patriarcal. Existen dos escuelas; la francesa y la angloamericana, y ambas coinciden en que el feminismo se relaciona con objetivos políticos.

Kate Millet, escritora feminista radical, de origen judío, considerada como una de las autoras claves del movimiento contemporáneo, plantea que es importante conocer quién es el que escribe, el contexto de la producción; enfrentándose así a la nueva crítica (que excluye los componentes históricos y psicológicos del estudio de la literatura).

Otro punto de vista es el que aportan Sandra Gilbert y Susan Gubar –trabajan juntas desde 1973-, quienes establecen su teoría en base a la relectura de textos ya conocidos y plantean el cuestionamiento acerca de la idoneidad de los hombres para construir personajes femeninos. Bajo este prisma, la literatura escrita por hombres no sería verosímil, y, por lo tanto, queda en entredicho el saber literario desatándose una crisis en los estudios del área. Complementando la idea anterior, Hélène Cixous plantea en Ensayos sobre la escritura, La risa de la medusa (1975), que es preciso, necesario, que la mujer escriba y lo haga tanto de manera personal como universal. Así, la identidad del autor no depende de su biografía, sino que del propio discurso.

Ante una lectura ligera de textos femeninos pueden pasarse por alto los significados ocultos, las denuncias del sistema patriarcal, el que trasciende al paso del tiempo y se identifica desde antes que las mujeres tuvieran voz y voto en la sociedad.

Los modelos rigen las conductas

El criterio francés de análisis del discurso va estrechamente ligado a la deconstrucción y llega de la mano de Simone de Beauvoir. La filósofa, quien luchó por la igualdad de derechos de la mujer -y tal como si se tratara de una activista actual, abogó por el aborto libre-, explica en El segundo sexo (1949) que todo ser humano hembra no es necesariamente femenino. Esto se entiende porque, según plantea, la realidad es masculina y el hombre define a la mujer en relación a él, así los modelos rigen las conductas y la femineidad vendría siendo una construcción cultural que no necesariamente llega a toda mujer.

Es necesario comprender la deconstrucción como un espejo en donde lo femenino nace gracias a la existencia de lo masculino. “Hay un tipo humano absoluto que es el tipo masculino”, dice de Beauvoir y la mujer es su alteridad. Lo femenino vendría a ser secundario, una consecuencia de lo que no es masculino.

El feminismo se aproxima a la mujer y la literatura a través de la creación de un metadiscurso. Si bien la construcción estructural es un texto masculino, el postestructuralismo nos permite ver que el discurso femenino nace gracias a la existencia del masculino.

Simone de Beauvoir explica que las mujeres han estado subordinadas a los hombres desde siempre y esta situación escapa al quehacer histórico, como sí lo han sido la lucha por la igualdad de derechos afroamericanos o la búsqueda por terminar con la discriminación homosexual.

El sometimiento femenino es un hecho absoluto que trasciende al tiempo y el hombre, según de Beauvoir, no puede defender a la mujer porque no es una de ellas y por lo mismo no puede escribir como si lo fuera.

Cuando casarse no es la opción

Al conocer la biografía de Sor Juana se puede encontrar un claro lazo entre su deseo de destacar en las letras y su ingreso a la orden de San Jerónimo. Desde pequeña mostró interés por los estudios y ya a los tres años de edad sabía leer, escribir y hablaba náhualt (lengua de los indios que trabajaban en la hacienda de su abuelo). Su adolescencia la vivió en la corte, etapa en la que comenzó su producción literaria.

Tras intentar convencer a su madre para que la matriculara en la universidad bajo una identidad masculina, optó por la vida religiosa en donde se le permitió estudiar, organizar tertulias, escribir y mantener el contacto con la virreina Leonor de Carreto quien era su mecenas.

Georgina Sabat de Rivers, en su obra En busca de Sor Juana (1998) explica que “la lucha” de la religiosa fue demostrar la igualdad de la capacidad intelectual entre los dos sexos, pues para ella no se trataba de una distinción biológica, sino que de un concepto impuesto por la sociedad.

La imagen que tienen los estudiosos de Sor Juana es de una mujer valiente, gallarda, capaz de enfrentarse a una sociedad machista. Tarsicio Herrera Zapién, en su texto Los sonetos paradójicos de sor Juana (1995),destaca su capacidad creativa y explica el valor que le da ella al pensamiento mismo.

Esto queda patente en el soneto analizado, cuando Sor Juana escribe ¿En perseguirme, mundo qué interesas? / ¿En qué te ofendo, cuando sólo intento
poner bellezas en mi entendimiento/ y no mi entendimiento en las bellezas?”
. A través del uso de metáforas, en este verso la religiosa hace un paralelo entre el cultivar la belleza física y la intelectual, increpando a quienes la cuestionan y, por lo mismo, oponiéndose a la realidad de su época en donde la mujer no tenía derecho ni opción a la intelectualidad y la mayor meta a aspirar era a tener belleza o riqueza suficiente como para encontrar un buen marido y vivir a su merced.

Finaliza el poema con el siguiente verso: “Y no estimo hermosura que vencida/ es despojo civil de las edades/ ni riqueza me agrada fementida/ teniendo por mejor en mis verdades/ consumir vanidades de la vida/ que consumir la vida en vanidades”. Así Sor Juana expresa que para ella lo más importante es el conocimiento con el cual se enriquece y por ello no necesita de lujos ni vanidades.

El discurso de la religiosa es claro y evoca constantemente a la acumulación de conocimiento, oponiéndose a una sociedad machista a través de sus letras. Sor Juana puede ser analizada por su discurso, más allá de su biografía, tal como lo plantea Hélène Cixous.

En las letras de Juana Inés encontramos crítica social, un llamado a la libertad frente a las oportunidades de educación, la imagen femenina está exaltada y busca armonizar lo terrestre con lo celestial.

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