Una vez más se equivocaron las encuestas que, hasta última hora, pronosticaban un triunfo de la ultraderecha en la segunda vuelta de las elecciones legislativas en Francia, aunque sin alcanzar la mayoría absoluta. Los resultados sorprendieron a los propios franceses, a la unión europea y a la opinión pública internacional, que, con buenas razones, temían que ese país se sumara a la ola conservadora que recorre el planeta. Alivio y sorpresa. El frente de izquierda obtenía la primera mayoría, eligiendo 182 parlamentarios, seguido por el centro (ensemble, la agrupación que respalda a Macron), relegando a un tercer lugar a la ultraderecha. Muchos criticaron la osada apuesta de Macron de convocar a elecciones anticipadas luego de la resonante victoria de la ultraderecha (RN) en las pasadas elecciones del parlamento europeo. Pero el resultado fue bastante mejor que el esperado. Si bien Macron perdió la mayoría, la apuesta permitió relegar al partido de Le Penn a un tercer lugar. La mala noticia es que la Asamblea Nacional quedó dividida en tercios desiguales entre la ultraderecha, el centro y la izquierda, con serias dificultades para formar nuevo gobierno.
En cualquier caso, este resultado, como el de las recientes elecciones en Gran Bretaña, con el resonante triunfo de los laboristas, reanima las esperanzas para detener la marea ultraderechista que recorre el planeta. Es una muy mala noticia para los ultraconservadores de todas las latitudes y alienta a los sectores democráticos para defender sus valores con fuerza y determinación. Y tal como se demuestra en Francia, en donde existió grandeza y desprendimiento para unirse más allá de sus diferencias, para enfrentar la amenaza de la ultraderecha deponiendo candidaturas legitimas en pro de un objetivo común, la formula es una: La unidad en la diferencia.
Estas elecciones legislativas dibujaron un nuevo mapa político en Francia. La ultraderecha ha quedado reducida a la condición de tercera fuerza, por más que una frustrada Marine Le Penn se esfuerce por presentar estos resultados como “un triunfo diferido”. Son millones los franceses y francesas que decidieron concurrir a las urnas en la segunda vuelta para impedir el triunfo de la ultraderecha. Y le entregaron la victoria a la izquierda. Una izquierda plural y diversa, con importantes diferencias en su interior. Por lo mismo la victoria llega exigida nuevamente de una gran responsabilidad y madurez para ofrecer estabilidad política, mayor cohesión social, manejo económico eficiente, asociado a un desarrollo justo, equitativo y sostenible. Y, ciertamente una política exterior comprometida con la hoy frágil paz y seguridad del planeta.
Por su parte, el centro, representado por la agrupación oficialista, se salvó de una debacle mayor y se mantiene como un bloque significativo, que enfrenta el desafió de concursar ante su electorado, facilitando la formación de un gobierno de mayorías, que asegure estabilidad y la gobernabilidad futura. Puede ser la última oportunidad para estos bloques políticos. La ultraderecha ha sido derrotada pero no está vencida y su amenaza sigue latente.
¿Despejar la niebla con un acuerdo entre la izquierda y el centro?
En su editorial, el diario Le Monde afirmaba que los resultados de esta elección proyectaban una niebla acerca del futuro político del país, con una gran incertidumbre acerca de la conformación de un nuevo gobierno y los riesgos de ingobernabilidad del país. Les corresponde a los principales bloques políticos, tanto de la izquierda como del centro despejar esa niebla y demostrar que son capaces de ofrecer a Francia un gobierno de mayoría, que asegure estabilidad política y gobernabilidad futura
Tras estos resultados, Jean Luc Melenchon, el líder de la Francia Insumisa (ultraizquierda), se apresuró en demandar el derecho a formar gobierno, reivindicando el derecho de su partido a encabezarlo, como el partido de izquierda con mayor número de parlamentarios electos (no el más votado, los socialistas alcanzaron el 13,8 % de los votos, en tanto que la Francia Insumisa obtuvo un 9.8 %) sin precisar de donde provendrían los votos necesarios para alcanzar la mayoría, afirmando que Macron debería renunciar a su cargo y amenazando con romper el Nuevo Frente Popular (generado para enfrentar a la ultraderecha en esta segunda vuelta) en el caso que sectores de esta agrupación decidiesen negociar con el centro.
Así las cosas, no es para nada sencillo articular una mayoría de 289 parlamentarios necesarios para formar gobierno. Sobre todo, en un país que no tiene tradición de gobiernos de coalición. con vetos cruzados y serias diferencias entre el centro y la izquierda y al interior de la propia izquierda. Es muy improbable, para no decir imposible, que Jean Luc Melenchon, vetado por Macron y con serias resistencias al interior del propio NFP, pueda reunir los consensos necesarios para presidir un próximo gobierno. Como es igualmente improbable que la agrupación oficialista pueda retener el poder, pese a su relativo buen desempeño en segunda vuelta (168 parlamentarios electos) que lo sitúan en el segundo lugar. Lo más plausible, en la alternativa que prospere la fórmula de un gobierno de coalición, es que se designe un candidato o candidata que pueda reunir un amplio consenso entre el centro y la izquierda (o buena parte de ella).
En el aún temprano e incierto juego de las probabilidades se menciona a la joven dirigente ecologista Martine Tondelier (38 años) como una posible candidata a presidir el próximo gobierno. El NFP adelantó que designará un candidato o candidata en los próximos días, en tanto que Emmanuel Macron ha anunciado que esperará la instalación de la nueva Asamblea Nacional para tomar decisiones, solicitando al actual primer ministro Gabriel Attal (que presentó su renuncia) que permanezca temporalmente en su cargo para asegurar la gobernabilidad del país. Algo que puede extenderse por semanas antes de alcanzar un consenso sobre un nuevo gobierno.
Las alternativas a un gobierno de coalición (que no está inscrito en la tradición política de Francia) son las de una administración de minoría o técnica, que tan sólo puede sustentarse con el consentimiento de los principales bloques políticos, sujeto a eventuales votos de censura al primer desencuentro o diferencias. No son pocos los analistas políticos que advierten acerca de los riesgos de ingobernabilidad y parálisis parlamentaria en la fragmentada nueva Asamblea Nacional. Esos riesgos tan sólo pueden ser disipados a partir de un complejo acuerdo entre el centro y la izquierda, o buena parte de ella.
Son mas que conocidas las diferencias que separan a socialistas y ecologistas con la izquierda insumisa, que preside el exsocialista Jean Luc Melenchon, al que identifican en el extremo izquierdo del arco político, tal como ubican al partido de Le Penn en el extremo derecho. El Nuevo Frente Popular, en rigor, no es propiamente una coalición política que comparta un programa de gobierno. Formado a partir de estas elecciones de segunda vuelta legislativa, con el principal propósito de frenar el avance de la ultraderecha, mantiene esas diferencias y la resistencia al liderazgo de Melenchon. Y todo pareciera augurar que, tras cumplir exitosamente cometido, no logrará sobrevivir más allá de estas elecciones.
Sin embargo, existen condiciones (o es necesario generarlas) para un gran acuerdo político y programático entre los sectores progresistas moderados del espectro político, que permitan asegurar la gobernabilidad futura y asumir, junto con las democracias europeas, un liderazgo que permita no tan solo frenar la ola populista y ultraconservadora que recorre el mundo sino también las guerras fratricidas que amenazan con una verdadera tragedia al planeta. Nada menos es lo que hoy está en juego.