¡Imaginación! ¿Quién podría cantar tu poderío?
¿Y quién describiría la velocidad de tu carrera?
Elevándonos a través del aire para encontrar la radiante morada,
El empíreo palacio del tronante Dios,
Sobre tus alas aventajamos al viento,
Y dejamos atrás el rodante universo.
De estrella a estrella el ojo mental vaga,
Mide los cielos y recorre las regiones superiores;
Allí en un panorama abarcamos el magnífico todo,
O con nuevos mundos asombramos el alma infinita. Imaginación, poema de Phyllis Wheatley, primera poeta afroamericana publicada)
Durante el 2021 desfilaron por esta columna un número importante de mujeres que han destacado en la vida por su peculiar audacia, su inteligencia y también su irreverencia y, por añadidura, algunas parejas que vivieron amores de película, de aquellos que nos hacen soñar, pero que en la realidad están jalonados por períodos de exultante felicidad y simas depresivas o violentas. Terminé el año hablando de una mujer extraordinaria, una amante excepcional e incansable, muy poco conocida por nosotros: Anne Lister, que dejó la vara alta para esta primera semana del 2022 donde aún no terminan los saludos y parabienes y esa especie de luna de miel en la que nos embarcamos cada inicio de año y que se ha acrecentado en estos días por la maravillosa espera de la asunción del nuevo gobierno y las expectativas que nos mantienen esperanzados en el futuro. De tanto meditar en los propósitos del nuevo ciclo, recorrí historias y me enamoré de la idea de escribir sobre dos mujeres, en apariencia comunes y corrientes, oriundas de los dos extremos del continente americano que, en forma casi simultánea, decidieron estudiar medicina y convertirse, cada una en una realidad única, en pioneras del continente: Suzanne Laflesche Picotte, primera mujer indígena (era Omaha) y Eloísa Díaz, chilena, primera latinoamericana en obtener el título de médico.
Durante el siglo XIX, muchos años después de la colonización del continente americano, pocas comunidades indígenas quedaban en los territorios de Estados Unidos y sobrevivían (y esa es la palabra exacta para sus condiciones de vida) en las reservas. Suzanne Laflesche nació en la reserva india Omaha, en Nebraska, en la segunda mitad del siglo XIX (1865) para morir en los albores del siglo XX habiendo conseguido grandes logros en el mejoramiento de las condiciones de vida de los indígenas y abriendo camino en la integración de la mujer a la vida profesional. Su madre Waoo-Winchatcha (o Mary Gale) era mestiza francesa/omaha y su padre, Iron Eye (Joseph Laflesche) también mestizo pero que, a pesar de ello, fue el último jefe Omaha. La menor de cuatro niñas y medio hermana de un destacado antropólogo, Francis Laflesche. Los Omaha habían ido siendo diezmados, pero todavía durante gran parte del siglo XIX comerciaron con las compañías peleteras europeas. Pero acabaron abandonando sus tierras a cambio de una reserva en Oklahoma y la nacionalidad estadounidense.
Muy joven, Suzanne se dio cuenta de las carencias sanitarias y educacionales de su pueblo y tomó la firme decisión de remediarlas. Para ello tuvo que romper con los estereotipos de género y raza. Realizó sus primeros estudios en la escuela de la reserva que era administrada por los cuáqueros y, al terminar, partió a estudiar en el Institut Hampton, en Virginia, desde donde regresó para trabajar como maestra durante un tiempo. Hay que tener en cuenta que en esos tiempos a las mujeres solo se les impartían los conocimientos necesarios para administrar el hogar y se esperaba que una vez terminado el instituto volvieran a sus casas para dedicarse a ser esposas y madres. A Suzanne le dolía la realidad que veía en la reserva y se preparó para ingresar a uno de los pocos lugares que admitía mujeres: el Colegio Médico de la Mujer (Women’s Medical College) de Pensilvania. Los estudios eran costosos y ni ella ni su familia tenían los medios para costearlos por lo que consiguió la ayuda de la Connecticut Indian Association, miembro de la Women’s National Indian Association, para financiarlos. Se licenció en 1889 con la nota más alta, lo que le permitió obtener un puesto de doctora del gobierno con el que regresó a la reserva a trabajar como profesora y médico.
“We who are educated have to be pioneers of Indian civilization. The white people have reached a high standard of civilization, but how many years has it taken them? We are only beginning; so do not try to put us down, but help us to climb higher. Give us a chance.” “Quienes somos educados tenemos que ser pioneros de la civilización india. La gente blanca ha alcanzado un alto nivel de civilización, pero ¿cuántos años les ha llevado? Solo estamos comenzando; así que no trates de humillarnos, sino ayúdanos a subir más alto. Danos una oportunidad.» Suzanne Laflesche.
Suzanne se casó con Henry Picotte, indio de la tribu Sioux y tuvo dos hijos. Aunque todos esperaban que se retirara de su trabajo, ella siguió laborando e intensificó sus actividades dedicando tiempo a la enseñanza de reglas de higiene y salud junto con visitas a los enfermos en sus hogares. La tuberculosis y el alcoholismo hacían estragos en la reserva. Incluso su marido había caído en las garras del alcohol y terminó muriendo víctima de ambas enfermedades.
Como si no fuera suficiente, cuando ella enviudó se encontró con muchos problemas para heredar las tierras de su marido y se percató que era una situación común para muchos indios americanos que perdían sus derechos. Así, se empeñó en asesorar a los miembros de la reserva y viajar a Washington para negociar con la Office of Indian Affairs un mejoramiento de la situación indígena logrando la legalización de muchos terrenos.
Suzanne Laflesche dejó un gran legado y es importante destacar que fue una de las cofundadoras de la Thurston County Medical Society y miembro del comité de la Nebraska Federation of Women’s Clubs. Un hospital lleva su nombre, el de la mujer que abrió fronteras y que trabajó incansablemente toda su vida por los demás hasta su muerte a causa de un cáncer de huesos.
Eloísa Díaz
“Por otra parte, siento al reconcentrarme íntimamente que no he perdido instruyéndome, ¡ que no he rebajado mi dignidad de mujer, ni torcido el carácter de mi sexo! ¡No! La instrucción, como muchos pretenden, no es la perdición de la mujer: es su salvación”. Eloísa Díaz
En el otro extremo de las Américas, nació Eloísa Díaz Insunza también en la segunda mitad del siglo XIX, con pocos años de diferencia con Suzanne. Sus primeros estudios los realizó en un pequeño colegio privado, pero las humanidades las cursó en el colegio fundado y dirigido por Isabel Le Brun y en el Instituto Nacional. Al egresar ingresó a la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile, gracias a un decreto (el decreto Amunátegui que señalaba que “las mujeres deben ser admitidas a rendir exámenes para obtener títulos profesionales, con tal que se sometan, para ello, a las mismas disposiciones a que están sujetos los hombres”). Esto permitió, por primera vez, el ingreso de mujeres a dicho centro de estudios superiores. Pero los prejuicios sociales imperantes eran inmensos y Eloísa tuvo que asistir a clases acompañada de su madre (algo que no se les exigía a los hombres) y, por supuesto, luchar mucho para ganarse el respeto de compañeros y profesores que creían que estas pioneras en la academia debían seguir carreras “femeninas”.
Eloísa Díaz, fue la primera mujer chilena que se graduó como médico, y durante sus estudios fue premiada en varias oportunidades, llegando a ser la mejor alumna en clínica médica y en obstetricia. Sus esfuerzos fueron coronados cuando, luego de escribir su tesis de grado, Breves observaciones sobre la aparición de la pubertad en la mujer chilena y las predisposiciones patológicas del sexo, se licenció en medicina en diciembre de 1886 y obtuvo su título profesional el 3 de enero de 1887, siendo la primera chilena y la primera latinoamericana en obtenerlo.
“Al pretender obtener el título de médico-cirujano, he pensado maduramente acerca de la grave carga que echaba sobre mis débiles fuerzas de mujer; rudo es el trabajo, lata la ciencia, difícil la misión… pero ¿es superior a la energía, a las dotes de observación y a la inteligencia de las de nuestro sexo? No lo sé, pero siento aquí en lo interior de mi ser que no me arrepiento hoy en el comienzo de la juventud, de la jornada que emprendí cuando aún era niña tierna y que me prometo seguir en medio de los afanes y vicisitudes de la vida (…) fragmento introducción de la Tesis de grado de Eloísa Díaz
Cuando Eloísa Díaz rindió la prueba para ingresar a la universidad tenía tan solo 15 años y este hecho causó conmoción en el país, tanto, que en la prensa se publicó la siguiente nota:
“El Claustro Universitario presentaba anoche una animación que no es frecuente en ese angosto recinto de la ciencia. Por primera vez en Chile, figuraba entre las aspirantes al Bachillerato en Humanidades, una estudiante del sexo femenino y tanto la novedad del hecho como la curiosidad despertada entre los alumnos de la Sección Universitaria habían logrado atraer a una numerosa concurrencia a la sala de exámenes”. (Citado en fragmento de artículo de Cecilia Sepúlveda, Médico Cirujano, Especialista en Medicina Interna e Inmunología de la U. de Chile).
Desarrolló una carrera brillante e impulsó innumerables iniciativas como la creación del servicio médico dental en las escuelas, policlínicas para personas de escasos recursos, colonias escolares gratuitas y jardines infantiles.
Participó en gran cantidad de congresos tanto en Chile como en el extranjero. En el ámbito intelectual, participó en numerosos congresos, entre los que cabe destacar el Congreso Científico Internacional de Medicina e Higiene de Buenos Aires donde fue elegida secretaria de una de las agrupaciones y brilló como relatora del tema “el niño débil normal y organizaciones médico/escolares” Por esta intervención, sumada a toda su participación, el Congreso la nominó “Mujer ilustre de América”.
A su regreso obtuvo el nombramiento como directora del Servicio Médico Escolar de Chile donde impulsó el desayuno escolar obligatorio, la vacunación masiva (tema tan relevante en los días de hoy) y desarrolló una permanente lucha contra el alcoholismo que azotaba, sobre todo, a los sectores más vulnerables de la sociedad chilena.
Como si lo anterior no bastara, integró varias instituciones científicas como la Liga Nacional de Higiene Social, la Sociedad Científica de Chile, la Sociedad Médica, el Consejo de Nutrición Primaria, el Consejo Nacional de la Mujer y la Cruz Roja entre otras que sería largo y tedioso enumerar.
“Vedado estaba para la mujer chilena franquear el umbral sagrado del augusto templo de la ciencia. La ley se oponía a ello cerrándole el paso que conducía a las aulas oficiales en las diversas gradaciones de la enseñanza secundaria y superior. La preocupación social que alguien con epíteto duro, pero indudablemente justo tildaría de añejo, se lo prohibía amenazándola con el duro ceño de su solemne encono y hasta con el cruel dictado de la reprobación condenatoria…”. Palabras de Díaz al recibir su título.
Cuando Eloísa logró la hazaña de titularse de médico y en los primeros años de su labor profesional, Chile tenía una población de 1.625.058 mujeres a nivel nacional. De ellas, solo 361.012 trabajaban en forma remunerada y, entre estas, había solo 3 abogadas, 7 médicas, 10 dentistas y 10 farmacéuticas… el resto lo componían profesoras, matronas y servicio doméstico (datos extraídos del Censo de 1907).
Un siglo ha transcurrido y si bien la situación de las mujeres hoy es sustancialmente mejor, perdura un largo sendero por transitar para lograr que tengan una equivalencia, especialmente en las carreras ligadas a las ciencias donde los profesionales siguen siendo mayoritariamente masculinos.
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Asombrosas vidas de esfuerzo y lucha contra los prejuicios. Gracias Cristina.