“Errare humanum est”. Sin embargo, ni los Estados ni los gobiernos se pueden dar ese lujo, puesto que la vida de la ciudadanía está involucrada. La participación de Occidente en la guerra está plagada de errores, pero haberla inducido es un crimen.
Es de sabios suponer que las buenas ideas que se tienen puede haberlas tenido otro antes. Lo mismo ocurre con los errores muy evidentes. Lo que a nuestro juicio es un claro error, conviene revisar varias veces el caso antes de emitir un veredicto.
El camino que ha conducido hasta la guerra de Ucrania parece sembrado de errores inconcebibles e imprevisiones muy difíciles de explicar. De alguna manera, el cazador novato acabó cogiendo el tigre por la cola (o el oso, en este caso) y hoy ya comenzamos a pagar las consecuencias.
El mercado de la energía
No es simple responder al por qué nos encontramos en medio de esta crisis del mercado energético que ha multiplicado el precio por ocho. La respuesta importante no es la inmediata, de la contracción de la oferta, sino cuán inevitable era este escenario.
Cualquier analista debiera suponer que, si el primer oferente de petróleo se involucra en una guerra, los precios tenderán al alza por el simple ánimo precautorio de los distintos otros agentes. Si a eso le agregamos que ese mismo oferente enfrenta un boicot a su producción, habrá una escalada de precios.

Europa se encuentra librando una guerra por mano ajena, en contra de quien le provee el 40% del combustible que consume. Frente a esto, el mercado que ya experimentaba un aumento significativo de los precios está viviendo una escalada, resultado de la incertidumbre que genera el conflicto y la intención de bloquear el comercio de Rusia.
En este contexto, la restricción de oferta no encuentra solución. Distintos actores han mostrado su desinterés o imposibilidad de compensar el déficit generado. Al interior de la OPEP, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos (EAU), han planteado que no poseen capacidad para incrementar significativamente la producción. Rusia está restando tres de los ocho millones de barriles diarios que exporta y los sauditas, junto a los EAU, han ofrecido un incremento de cuatrocientos mil barriles diarios. Otros actores de este complejo cuadro son Venezuela e Irán, países sancionados por USA y la UE. Ambos han visto la oportunidad de liberarse de las sanciones y han puesto un precio alto al intento por aumentar la oferta disponible. Hasta ahora no se ha logrado ningún acuerdo y, de hacerse, el efecto se produciría recién en el mediano plazo. Venezuela posee un petróleo pesado que requiere procesos de refinación más complejos y que no están plenamente disponibles.[1] Por su parte, Irán, necesita, para el mismo efecto, una inversión cercana a los doce mil millones de dólares, dado el retraso en que las sanciones han sumido a su industria extractiva.[2]

Europa, y en especial Alemania, se encuentra en una encrucijada que ha creado sin ayuda de nadie. Estados Unidos ha ofrecido cubrir las necesidades de ese combustible mediante una oferta de gas natural licuado (GNL). Sin embargo, hay dos inconvenientes: el primero es que llevar el GNL hasta las plantas regasificadoras de Italia y/o España requiere un aumento de la producción que no está asegurada en USA, sin contar con que necesita un despliegue logístico de miles de embarcaciones para transportar ese producto, lo que es de difícil resolución en las actuales condiciones del comercio; el segundo problema es que el GNL es un 40% más caro que el gas ruso.[3]
Europa vive una espiral inflacionaria que está provocando diversos conflictos sociales cuya tendencia es ascendente. El interrogante que cuesta responder es si acaso nadie percibió que este escenario podía producirse.
El mercado de los alimentos
Así cono los combustibles reflejan en toda su intensidad la incertidumbre que genera el conflicto, el mercado internacional de los cereales se encuentra en una situación muy similar. La producción de Rusia y Ucrania en el mercado del mar Negro concentra la mayor parte de la producción disponible de cereales y de fertilizantes. Esto es un cuarto de todos los fertilizantes que se venden en el mundo, un treinta por ciento del trigo, un quince por ciento del maíz, un tercio de la cebada y dos tercios del aceite de girasol. Rusia y Ucrania son los principales oferentes de productos que poseen un gran impacto en los distintos mercados de alimentos.
Nuevamente encontramos en este caso que las condiciones del mercado ya eran precarias antes de la guerra, golpeando especialmente la producción de fertilizantes. Esto ha llevado a que el compromiso de la producción tenga un alcance mayor al contingente o al de la próxima cosecha. En un sistema de agricultura intensiva, el tratamiento que se realiza regularmente a las tierras de cultivo permite que estas mantengan sus propiedades y el rendimiento. En ausencia de esos aditivos, la productividad de la agricultura se deteriora, afectando los rendimientos futuros.

Nuevamente aparece como interrogante el que nadie haya podido prever el impacto que una guerra entre Rusia y Ucrania podía tener en los mercados mundiales de alimentos. Cómo la espiral de precios, que necesariamente iba a ocurrir en cuanto el mercado se sintiera amenazado por los acontecimientos, podía impactar en las distintas economías. Cómo nadie midió el efecto inflacionario que tendría un desequilibrio (adicional al del petróleo) en la canasta de bienes con que se mide la inflación. Tampoco supuso que podría conducir a una escalada de protesta social, que en algunos países resultan, en general, extremadamente cruentas.
Nuevamente, no había que ser un experto para saber el efecto que provoca una restricción de oferta de la magnitud observada.
Rusia – China y los BRICs

Los expertos en geopolítica están permanentemente observando el comportamiento de la hegemonía en el mundo y cómo las relaciones de poder van cambiando los equilibrios regionales.
El año 1989 marcó un hito en los equilibrios hegemónicos cuando se produjo el colapso de la URSS y, con ella, de todo el llamado bloque de países socialistas. En Europa, en tanto principal incumbente, dada la proximidad geográfica con ese grupo de países, se levantaron voces llamando a tener una visión de largo plazo sobre el nuevo reordenamiento del poder mundial y el peligro del mundo unipolar que emergía. Sin embargo, el camino elegido fue no perder el enemigo que daba cohesión a Occidente. Cercar a Rusia y asegurar que no heredara el estatus de potencia de la antigua URSS, fue la meta. La década del noventa fue el periodo en que se maximizó esa estrategia y Rusia descendió a los infiernos de una acumulación originaria salvaje. No colapsó del todo, ciertamente. No podía, porque es el país más grande del mundo y el lugar en que se encuentran las reservas de buena parte de las materias primas estratégicas.
Lo que no contempló la estrategia elegida por Occidente es que la unipolaridad tendría una vida más bien efímera. “El fin de la Historia” fue un interregno, puesto que una década después China emergía como un desafiante en la lucha por el poder global. La evidencia de los profundos cambios que experimentaba el mundo no fue suficiente para que Occidente repensara su lugar en el planeta. Permaneció semejando esos antiguos clubes de caballeros ingleses que nunca permitieron la presencia de advenedizos sin estirpe ni mujeres en sus salones.
El siglo XXI vio cómo esos advenedizos creaban su propio club y desde allí miraban el mundo por venir. Era el club de las potencias emergentes: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. El llamado BRICS, que reunía la mayor proporción de población (40,5%) y superficie terrestre (26,7%), junto a las mayores reservas de materias primas y energía. Su consolidación no ha sido fácil, puesto que juntos y por separado, aún poseen fuertes lazos de dependencia con las viejas potencias. Sin embargo, han recibido una ayuda inesperada.
Nuevamente, ¿no hubo nadie que observara la geopolítica involucrada en el asedio a Rusia? ¿Ningún asesor -para no mencionar líderes políticos- fue capaz de prever que extremar la tensión con Rusia, como hizo la OTAN, empujaría a esa potencia regional a los brazos de China? ¿No hubo un tecnócrata, para no hablar de intelectuales orgánicos del poder global, que alertara que, de ese conflicto, independiente de su resultado, emergería un nuevo poder global?
Atlantismo de la UE
Europa se ha tardado un siglo en asumir que Gran Bretaña ha condicionado buena parte de su trayectoria y su conformación actual. Cuando el dominio imperial victoriano recién se apagaba, UK asumió el papel de representante de los intereses de USA en la región y mantuvo la prestancia de su liderazgo o, cuando menos, su capacidad de materializar los objetivos propios o de la potencia que representaba. En todo este periodo, no ha logrado reencontrar su independencia.
El fin de la Guerra de los Treinta Años y la Paz de Westfalia, apagó las disputas aparentemente religiosas, pero dio paso a la convulsa Época de la Modernidad, sin que el espíritu de Europa pudiera desplegarse. Había sido el crisol de la civilización occidental, pero el ocaso del Imperio Romano la sumió en un mar de conflictos, cuando no dinásticos, motivados por el afán de hegemonía muchas veces normando, otras de los reyes francos y cuando no, de la monarquía hispana. En todos los casos actuó como una gran y mal avenida familia en que, en uno de sus últimos grandes enfrentamientos, la guerra de Crimea concitó en concierto de todas las monarquías en contra de Rusia. Una pelea de primos se podría decir, dado el parentesco de casi todas las casas reales del continente.

La vieja Europa se ha vuelto como esas tías adineradas, pero demasiado añosas, a las que el resto de la familia manipula según sus intereses. Poseedora de un gigantesco volumen de ahorro y una gran capacidad de innovación, tiene un papel indiscutido en el desenvolvimiento económico del mundo, pero una influencia escasa. El primer ministro belga Mark Eyskens definió a Europa en 1991 como un gigante económico, un enano político y un gusano militar.[4]
El siglo XX no fue el mejor escenario, ciertamente, para intentar materializar la utopía de una Europa amplia y portadora de un sólido proyecto de futuro. La primera mitad estuvo jalonada de reestructuraciones en el núcleo hegemónico, lo que condujo a cruentos conflictos. Las cuatro décadas posteriores al último enfrentamiento militar tuvieron la impronta de la Guerra Fría que partió en dos el espacio europeo. Sin embargo, desde la última década del siglo XX, junto a la caída del Muro de Berlín, se abrió una ventana de oportunidades para impulsar una Europa autónoma, capaz de integrar colaborativamente al antiguo espacio soviético, con el fin de encontrar un lugar en el nuevo escenario geopolítico que se inauguraba con el siglo XXI. Pero ello no ocurrió. El atlantismo se consolidó como la alternativa para Europa, uniendo así su destino al lugar que USA ocupara en la distribución del poder y condenándose, de esta manera, a un lugar secundario cuando la preeminencia norteamericana comienza a declinar. No se buscó cooperar y, por esa vía, incidir en los destinos de Rusia y su espacio de influencia, sino separarlos y tratar de neutralizar al antiguo adversario, sin advertir que el fin de la Guerra Fría no podía suponer la derrota de alguno de los contendientes, sino el fin del escenario de conflicto, que sería reemplazado por nuevas coordenadas geopolíticas.
Desintegración de Ucrania

Al tenor de los hechos, el fin de la guerra en Ucrania tiene dos alternativas. La primera y más probable es que Rusia alcance sus objetivos políticos (o declare haberlos alcanzado), inicie el repliegue de las fuerzas que actualmente están al oeste del Donbass y eventualmente en el sur, en los alrededores del Óblast de Odesa. Sea porque forme parte de unos acuerdos de paz o porque se negocie en voz baja en el futuro cercano, las sanciones contra Rusia se volverán más bien nominales, asegurando así que Europa pueda seguir participando del comercio ruso de la energía y que Occidente mantenga en alto un discurso aislacionista respecto al gobierno de Vladimir Putin. Independiente de los detalles de esta alternativa, la brecha entre Rusia y Occidente se ensanchará y persistirá durante décadas, en perjuicio de Europa.
La segunda alternativa es que la guerra se estanque y el apoyo de la OTAN a Ucrania le permitan empujar al ejército ruso hacia el este y este acabe atrincherado en los Óblast de Lugansk y Doniesk. Ese escenario alargaría el enfrentamiento, volviendo a la situación inicial en que Ucrania asediaba las repúblicas populares del Donbass. Habiendo reconocido la independencia de esas repúblicas, es improbable que Rusia dé marcha atrás en el tema. Ucrania recuperaría su salida al mar Negro, pero solo para enfrentar el bloqueo ruso desde su base naval de Crimea. En este cuadro, aunque no se reconozca la pérdida de territorio por parte de Ucrania, es muy poco probable que vuelva a tener un dominio efectivo de la región del Donbass y menos aún de Crimea.
No hay una alternativa en que Rusia sea derrotada. Menos aún cuando China comienza a abandonar su neutralidad nominal para respaldar abiertamente su posición, lo que se ha verificado en la votación que expulsó a Rusia del Consejo de DD.HH. de la ONU.
La pérdida de territorio y la dificultad para utilizar plenamente la salida al mar Negro por parte de Ucrania supone, de alguna manera, la desintegración del país sea que el territorio se independice, sea anexionado por Rusia o que Ucrania no pueda ejercer un dominio efectivo sobre él. El país independiente que nació tras el colapso de la URSS dejaría de existir en ese contexto.
¿No calcularon esa probabilidad los estrategas de la OTAN al promover la incorporación de Ucrania a su pacto? ¿No era posible evaluar que la Ucrania preguerra era un plus, incluso en la estrategia de confrontación con Rusia, mucho más valiosa que la Ucrania que resultará de la guerra?
El fin de los valores seguros

¿Por qué USA es una potencia política? Esto es, un país que es capaz de imponer sus intereses frente a muchos otros. Dejando de lado a la armada norteamericana con sus quinientos mil efectivos entre activos y reservas y sus nueve fuerzas operacionales distribuidas alrededor del mundo, el poder de USA radica en su moneda, el dólar.
El dólar es la moneda más utilizada en todas las transacciones internacionales y el origen está en que USA es la economía que tenía el mayor volumen de transacciones en los mercados internacionales; por ese hecho su moneda se instaló como divisa internacional. No obstante, esto es una condición necesaria, pero no suficiente. Lo que se agregó y permitió su consolidación como divisa es la confianza, confianza en que EE.UU. no realizaría emisiones inorgánicas que deterioraran el poder adquisitivo del dólar y que respetaría los compromisos con sus deudores. En ese escenario, el dólar se convirtió en un valor seguro y una reserva en la que los países podían garantizar sus excedentes y refugiarse en épocas de incertidumbre. La fortaleza de su divisa, más que un portaviones, era el principal símbolo de su poder.
Sin embargo, esa confianza ha sufrido golpes. Quizás el primero fue la ruptura de su patrón oro en 1973, cuando en medio de la crisis del petróleo, Nixon devaluó el dólar. Con los años, el crecimiento, por momentos descontrolado, de la propia deuda norteamericana, ha ido minando la confianza de los tenedores de esa misma deuda. La pérdida de competitividad frente a las economías asiáticas y la caída de la productividad le han agregado varios pelos a la sopa. Sin embargo, la gota que rebalsa el vaso es la política expropiatoria sobre las reservas rusas. Cerca de trescientos cincuenta mil millones de dólares rusos, están en bancos norteamericanos y europeos, y USA ha promovido su congelamiento sin importar que no exista un marco normativo que avale una medida de ese tipo.
La incautación de reservas por parte del gobierno norteamericano no es nueva. Se hizo con Irán, con Venezuela y con Afganistán. Incluso en este último caso se utilizaron esos recursos para pagar indemnizaciones en juicios civiles contra el gobierno afgano.[5] Sin embargo, nunca se había intentado contra una gran potencia ni con un volumen tan grande de recursos involucrados.
No es difícil suponer que más de algún analista de servicios financieros en Wall Street, por muy bisoño que fuera, debió haber pensado que esto supondría una lenta, pero segura, fuga de fondos soberanos y reservas que distintos países mantienen en esa plaza. En la práctica, en cualquier momento la autoridad norteamericana o la UE, por sí y ante sí, pueden castigar a un gobierno que consideren díscolo, incautando sus reservas. Ciertamente la City de Londres, Frankfurt o Wall Street, son plazas financieras de alto rendimiento, pero ello poco importa si el riesgo de incumplimiento de contratos se eleva a ese punto. El capitalismo lanza por la borda seiscientos años de historia financiera y construcción de confianza. ¿Alguien lo habrá notado? Seguro que sí. Pero no importó.
El crimen

Contrario a las distintas voces (Henry Kissinger y el actual director de la CIA William Burns incluidos) que alertaron muy anticipadamente los peligros que suponía la expansión de la OTAN hacia el este, Occidente se jugó por la máxima presión contra Rusia, y eso derivó en la caída del gobierno ucraniano en 2014 y, ocho años después, en el inicio de la guerra.
¿Es posible cometer errores de juicio? Ciertamente, lo hacemos todos los días y varias veces cada día, incluso. ¿Lo pueden hacer los líderes de grandes potencias? También, y puede ocurrir que los ejércitos de analistas y asesores no sean capaces de contrapesar las presiones condicionadas ideológicamente. Lo cierto es que Occidente empujó a Ucrania por una senda imposible a una guerra que no puede ganar. ¿Por qué? La única explicación plausible es un grave error de juicio que validó dos escenarios que resultaron ser erróneos. El primero es que el abierto respaldo de la OTAN al desafío ucraniano inmovilizaría a Rusia, temerosa de que cualquier intento de recurrir a la fuerza contra su vecino, implicaría un conflicto con la Alianza Atlántica. El segundo, que, de producirse la agresión rusa, la OTAN intervendría en su defensa. Ninguno de ellos se materializó.
Occidente no arriesgará detonar una guerra a gran escala, puesto que la asimetría de poder en contra de Rusia elevaría el riesgo de que esta recurriera a las armas nucleares, hasta un punto que resultaría inaceptable. Con esa certeza, Occidente aplaude el heroísmo de los defensores ucranianos, les provee armamento ligero, porque entregar armas pesadas como aviones o sistemas de misiles, por ejemplo, conllevaría operadores europeos dado que son sistemas de defensa no compatibles con know how militar de Ucrania y eso Rusia ha declarado que lo consideraría una agresión.
En este escenario Occidente comete un crimen con el pueblo ucraniano. Lo empuja a una guerra cruenta en que necesariamente sufrirá la población civil, y se mantiene al margen lamentando la tragedia y acusando a Rusia de distintas transgresiones y justificando el no ser una ayuda efectiva. ¿Es responsable el gobierno ucraniano ante su pueblo, de las consecuencias que están sufriendo por la guerra? Ciertamente. Para un Gobierno, la ingenuidad es un pecado grave. Sin embargo, hay un inductor de la tragedia que solo observa desde fuera del campo de batalla.
Errare humanum est,
perseverare autem diabolicum.
[1] https://www.lainformacion.com/economia-negocios-y-finanzas/exministro-petroleo-chavez-imposible-elevar-produccion-crudo/2862123/
[2] https://www.worldenergytrade.com/oil-gas/produccion/iran-se-prepara-para-aumentar-la-produccion-de-petroleo-a-4-millones-de-barriles-diarios
[3] https://www.eleconomista.es/economia/noticias/11594037/01/22/El-precio-del-gas-que-llega-desde-EEUU-se-paga-un-40-mas-caro-que-el-ruso.html
[4] https://elpais.com/diario/2003/08/10/domingo/1060487556_850215.html
[5] https://www.lavanguardia.com/internacional/20220211/8051186/biden-afganistan-7000-millones-reservas-victimas-11-s-ayuda-humanitaria.html