No recuerdo con exactitud la edad que tendría, aunque seguro que no pasaba de los veinte. Junto a mis estudios desarrollaba una actividad independiente relacionada con la reparación y mantención de máquinas de oficina. Estaba de pie frente al funcionario encargado de la apertura de cuentas corrientes en un banco con oficinas en calle San Antonio. Rodeado de pilas de documentos sobre su escritorio, revisaba afanado una planilla en la cual iba registrando tiquets al costado de largas filas de números. Necesitaba con urgencia una cuenta corriente para poder gestionar de mejor manera mi incipiente actividad, pero a pesar de haber saludado al entrar a la oficina, no obtuve respuesta en los siguientes segundos. El funcionario no despegaba la vista de la gigantesca hoja de papel que sostenía en sus manos y que escrutaba con tanto afán.
Es bien sabido que la profundización del sistema financiero, entrega una contribución significativa al crecimiento de las transacciones y la actividad en general en la economía. Desde que las comunidades pudieron abandonar el trueque, que exigía condiciones más bien restrictivas para que se desarrollaran los intercambios, en tanto los dos participantes debían contar simultáneamente con un producto excedente que les resultaba mutuamente deseable. Superada esa condición se podía avanzar a establecer un acuerdo sobre las equivalencias que permitieran materializar la transacción. Si al sujeto A le sobraba pescado y al sujeto B le sobraba sal, se cumplía la primera condición del trueque. La segunda era que A y B desearan el sobrante del otro en el mismo momento. Superada esta segunda condición, se podía iniciar el proceso de determinación de las equivalencias. ¿Por cuánta sal se puede cambiar un pescado de modo que ambos poseedores se sientan simultáneamente satisfechos con el intercambio?
Ciertamente la creación del dinero permitió superar este engorroso medio para maximizar el bienestar. El comercio se incrementó exponencialmente cuando nuestros sujetos A y B, podían ahora cambiar sus excedentes por dinero y con él, acceder a cualquier otro bien disponible en cualquier otro momento.
El desarrollo de las sociedades estaba y continúa estando, íntimamente vinculado al comercio. Con él, no solo se incrementaba el bienestar al poder acceder a bienes que no se producían, sino que, principalmente, permitía establecer contacto y comunicación con diversos otros individuos y grupos, portadores de una cultura distinta.
Hace más de diez mil años la civilización comenzó a florecer cerca de la confluencia de los ríos Tigris y Euphrates. En las fértiles tierras de Mesopotamia, regadas con las estacionales crecidas de ambos ríos, tuvieron lugar las principales innovaciones técnicas que permitieron el establecimiento permanente de las comunidades, su progresiva sedentarización y la consolidación de la vida urbana. Sin embargo, Mesopotamia no solo era una tierra fértil que vio surgir la domesticación de animales, la astrología y el zodiaco, el concepto del tiempo y sus medidas, la rueda, las matemáticas y la odontología, entre otras muchas innovaciones que ampliaban el conocimiento y el bienestar social. Mesopotamia era el punto de encuentro de distintas rutas de comercio, entre las cuales destaca la antigua Ruta de la Seda. Der norte a sur y de este a oeste se desplazaban las caravanas de mercaderes que transportaban bienes y cultura, distribuyendo sus beneficios por todo el orbe conocido.
Miles de años después, el comercio se encontraba constreñido en los estrechos márgenes que definía el fragmentario mundo feudal. El colapso del mundo antiguo no solo se llevó por delante al Imperio Romano, el impacto más devastador fue la progresiva irrelevancia en que cayó la ley, que se sostenía justamente en el poder material del imperio. La ley, como marco general de convivencia, se diluía entre los intereses contrapuestos de los señores feudales.
Si la aparición del dinero supuso un salto cualitativo para el comercio del mundo antiguo, el surgimiento de la banca primitiva miles de años después constituyó un nuevo cambio de calidad.[1] En medio de este mundo feudal, los intercambios debían vencer innumerables barreras y demarcaciones fronterizas que ciertamente dificultaban el flujo de bienes entre ciudades y regiones. Sin embargo, ello no era el único problema. En un entorno en que se encontraba ausente la figura de un Estado-Nación y la noción de la ley como norma que regula las relaciones humanas, en la práctica, era inexistente. Para los comerciantes era caro y dificultoso realizar operaciones fuera de sus mercados naturales. Los productores de paños de la costa del Mediterráneo en Catalunya, enfrentaban grandes riesgos al tener que viajar hasta el reino de Aragón o más al oeste a Castilla o el reino de León, para obtener la lana necesaria para elaborar sus paños. Los pocos cientos de kilómetros que los separaban de sus proveedores eran un territorio pleno de peligros para quien tuviera que viajar cargando una bolsa de dinero. Ni hablar de tener que desplazarse hasta otros puertos del Mediterráneo u otros destinos más lejanos. No obstante, esas actividades se realizaban, pero había que incurrir en altos costos relacionados con la protección de la vida y los bienes de los mercaderes. El resultado era un encarecimiento significativo de los costos y los precios finales, con la consiguiente reducción de la demanda y la elevación del precio de los bienes importados y las materias primas.
La innovación que supuso la “carta de crédito” significó liberar a los mercaderes de la necesidad de portar ingentes sumas de dinero para adquirir mercancías o retornar a casa con dinero luego de venderlas. La carta de crédito era un reconocimiento escrito que un cambista -judío por lo general- entregaba acreditando haber recibido cierta cantidad de dinero y que podía poner a disposición en otro lugar distinto en cierta fecha, contra la presentación de dicho documento. El portador de la carta de crédito la entregaba al cambista de otra ciudad y este le hacía entrega del importe. Así el comerciante podía comprar las mercancías que requería sin riesgo. Alternativamente, el comerciante que había vendido las suyas, realizaba la misma operación en vez de regresar a su ciudad cargado de oro.
¿Por qué el cambista en el destino confiaba en que ese documento que le presentaban se transformaría en dinero? Solo por la confianza que le inspiraba el emisor de la carta de crédito, que en general pertenecía a la misma comunidad religiosa.
Naturalmente en algún momento el dinero metálico había que transportarlo de un lugar a otro para saldar los valores nominales de las cartas a pesar que muchas de ellas se cancelaban entre sí. Los cambistas, devenidos paulatinamente en banqueros, podían hacerlo porque su actividad contabilizaba entre sus costos la seguridad y ese costo se trasladaba a los clientes en la forma de intereses y comisiones. El tejedor de paños no tenía entre sus actividades necesarias para el giro de su negocio, el contratar soldados y si lo hacía era a una escala menor y más onerosa.
La historia de la banca nos muestra distintos momentos en su desarrollo, entre los que destaca el momento en que los cambistas comenzaron a recibir depósitos de quienes buscaban la protección de su patrimonio y muy cerca, cuando descubrieron que independiente de la frecuencia en que llegaban los depósitos y luego eran retirados por sus propietarios, resultaba muy improbable que el saldo de liquidez fuera cero. Con esto se abría el camino a realizar préstamos y obtener un nuevo beneficio por ese tipo de operaciones. La historia de las corridas bancarias mostraría más tarde, que “muy improbable» no es igual a imposible.
No se puede concebir el largo proceso de formación de los mercados y el desarrollo del comercio, sin el rol central de la banca. Su progresivo desarrollo ha transformado a los bancos en un actor irremplazable del proceso económico, al canalizar recursos desde agentes que poseen superávit, hacia aquellos que los requieren. Conformando junto a otras instituciones similares, los modernos mercados de capital que sostienen la inversión.
Empresas y personas se benefician de dinero que está disponible para financiar la inversión de unos y el consumo de otros. Los primeros no podrían financiar el crecimiento solo contando con el ahorro de los beneficios obtenidos y los segundos no podrían disfrutar de bienes durables (inmuebles, por ejemplo), solo contando con el ahorro que pueden realizar. Ambos acceden a esos recursos que necesitan y su costo lo pueden distribuir en plazos largos que lo hacen aceptable como carga. El costo adicional que supone es compensado con el bienestar que produce el incremento de los beneficios fruto de la inversión o el disfrute presente de un bien durable.
Ciertamente, el disfrute de estos beneficios exige una condición previa, que es el acceso efectivo a los servicios financieros. Situación que todavía es muy parcial en el mundo. Existen regiones en que existen barreras culturales que limitan la expansión de los sistemas financieros. En el caso de la India, por ejemplo, las personas acostumbran a transformar sus excedentes en oro en la forma de joyería y accesorios. Esto supone dejar fuera de la circulación financiera parte importante del ahorro nacional.
Para el Banco Mundial, resulta prioritario promover la inclusión financiera como un componente imprescindible de la inclusión social. “La inclusión financiera significa, para personas físicas y empresas, tener acceso a productos financieros útiles y asequibles que satisfagan sus necesidades —transacciones, pagos, ahorros, crédito y seguro— prestados de manera responsable y sostenible”.[2]
Lo anterior, junto a la expectativa de los bancos de incrementar su mercado, ha motivado un esfuerzo por profundizar la bancarización de las sociedades. En Europa, existe una Directiva de la Comisión Europea que exige a los países miembros la inclusión financiera de sus ciudadanos. “La Directiva 2014/92/UE del Parlamento Europeo y del Consejo, de 23 de julio de 2014, sobre la comparabilidad de las comisiones conexas a las cuentas de pago, el traslado de cuentas de pago y el acceso a cuentas de pago básicas, establece el derecho de acceso general de toda persona a una cuenta de pago básica y establece que los Estados miembros puedan requerir a las entidades de crédito que apliquen condiciones más ventajosas para los consumidores vulnerables, como medidas de promoción de la inclusión social dentro del mercado de productos financieros de la Unión Europea”.[3]
La Cuenta de Pago Básica permite contar con una tarjeta de débito para realizar transacciones y la posibilidad de cargar gastos permanentes a esa cuenta. Según la Directiva señalada, los países miembros deben asegurar que las personas en situación de vulnerabilidad deben poder acceder a este tipo de cuenta a costo cero.
Nuestra conocida Cuenta RUT de Banco Estado, posee ese tipo de cobertura en tanto basta con tener el documento de identidad chileno para poder obtenerla; sin embargo, sus costos están más cerca de las cuentas corrientes convencionales, que de una política de inclusión financiera.
Una bancarización profunda pasa, naturalmente, por una amplia cobertura de las cuentas corrientes en sus diferentes modalidades. Pero ello es insuficiente. El sistema económico debe estar lubricado para facilitar las transacciones y eso requiere una nueva cultura empresarial y comercial. Sus dos principales características principales son:
- Pagos cargados a la cuenta. Todos o la mayoría de los gastos permanentes se encuentran adscritos a una cuenta bancaria desde donde se ejecutan los pagos. Esto supone como condición una entrada y salida ágil del sistema. Las personas al adquirir un compromiso de pago periódico entregan en el mismo momento sus datos bancarios y el vendedor es quien realiza la función de cobro. Frente a la eventualidad de desistir del servicio que se está pagando, el comprador solo debe informar a la empresa oferente su decisión de interrumpir el acuerdo de compra de servicios. Las empresas aseguran a sus clientes la libertad de entrada y salida del contrato, sin letra chica, lo que entrega seguridad a los clientes a la hora de suscribir contratos y entregar sus datos bancarios.
- Pago electrónico. El pago electrónico es una realidad extendida. El costo que supone para el oferente de un bien o servicio, el contar con pago electrónico, es tal que permite extender esa modalidad a los distintos bienes y servicios que se ofrecen en el mercado. Se puede comprar el diario en un quiosco, pagar un pasaje de autobús o el importe de un café, usando una tarjeta de débito o una app de Smartphone. Sin que haya alguna restricción respecto a un monto mínimo de transacción.
Entre los beneficios para el sistema económico de esta bancarización profunda, se encuentra la recaudación tributaria. Al establecer un monto máximo para las transacciones en dinero efectivo, buena parte de las actividades económicas son conocidas y transparentes para el recaudador, reduciendo de ese modo la evasión tributaria.
Actualmente en Chile la Cuenta RUT permite incorporar a un amplio contingente de personas al sistema de pagos electrónicos, al que antes les estaba vedado el ingreso por no contar con una tarjeta de débito, derivado de sus escasos recursos. Sin embargo, enfrentan varias dificultades para materializar ese objetivo:
- Costos de operación. Actualmente la Cuenta RUT cobra comisiones por las transacciones realizadas que no difieren significativamente de las cobradas por los bancos comerciales a sus clientes. Esto significa que las personas enfrentan un desincentivo para usar el sistema, que crece en la medida que cuentan con menos recursos.
- Barreras de salida. A todos nos consta que contratar un servicio no supone complejidad alguna y prácticamente en la totalidad de los casos, se puede realizar remotamente y sin mayores problemas. Pero al momento de desistir del contrato, aparecen todas las restricciones, dificultades y obstáculos que impiden materializar en el momento deseado la decisión. Habitualmente supone el pago de una o más mensualidades adicionales, que se explican habitualmente en las letras pequeñas de interminables contratos. Incluso se da el caso de tener que realizar el trámite de cierre de manera presencial, en oficinas especialmente alejadas del centro de la ciudad, de difícil acceso o en horarios inadecuados. En todos los casos supone una sensación de abuso para el cliente, que desincentiva futuros contratos de ese tipo.
- Altos costos para el comercio. Habitualmente en el mundo se cobran tasas ad valorem, denominadas merchant discount para las transacciones en tarjetas de crédito y para las de débito se usan comisiones fijas. Sin embargo, en Chile todas las transacciones están sujetas al cobro de una tasa ad valorem.
El cuadro siguiente muestra la regulación de cobros máximos que se pueden aplicar al uso de medios electrónicos. En el caso de España, la definición de cobros máximos lo determina el Banco de España. En Chile esta función recae en el Comité para la Fijación de Límites a las Tasas de Intercambio.
Comparación de costos para el uso de medios electrónicos de pago
Fuentes: https://www.bde.es/bde/es/areas/supervision/informacion-publ/tasas-de-descuen/Tasas_de_interc_9fb1a1fec58d051.html y https://www.latercera.com/pulso-pm/noticia/comite-fija-tasas-de-intercambio-transitorias-con-cobros-distintos-para-tarjetas-de-credito-debito-y-prepago/KGKTTVBASJGBBC5KMGLSKAB7KA/
¿Alguien puede dar una explicación al hecho de que operar en Chile con medios electrónicos es varias veces más caro que hacerlo en otro país?
Chile necesita una banca que contribuya al desarrollo. Lamentablemente ese objetivo se ha asociado tradicionalmente a proveer financiamiento a las empresas de menor tamaño, omitiendo que el funcionamiento global de la economía precisa una mayor inclusión financiera. Por justicia social y por la eficiencia del sistema.
Al no obtener respuesta ni atención del funcionario, repetí en un tono ligeramente más alto, “Buenos días. Quiero abrir una cuenta corriente”. Con algo de hastío, enfocó su mirada en mí por encima de los lentes para la presbicia y que afirmaba en la punta de la nariz -lo sé porque son los que yo uso ahora- y tras observarme de pies a cabeza, contestó conciso mientras volvía a su planilla: “En este banco, no”.
La Directiva 2014/92/UE del Parlamento Europeo y del Consejo, de 23 de julio de 2014, sobre la comparabilidad de las comisiones conexas a las cuentas de pago, el traslado de cuentas de pago y el acceso a cuentas de pago básicas, establece el derecho de acceso general de toda persona a una cuenta de pago básica y establece que los Estados miembros puedan requerir a las entidades de crédito que apliquen condiciones más ventajosas para los consumidores vulnerables, como medidas de promoción de la inclusión social dentro del mercado de productos financieros de la Unión Europea. Dicha Directiva delimita el conjunto de servicios incluidos en la cuenta de pago básica, quedando a criterio de los Estados miembros la determinación concreta de las comisiones asociadas a la misma. (https://www.boe.es/diario_boe/txt.php?id=BOE-A-2019-4906 )
La inclusión financiera significa, para personas físicas y empresas, tener acceso a productos financieros útiles y asequibles que satisfagan sus necesidades —transacciones, pagos, ahorros, crédito y seguro— prestados de manera responsable y sostenible.
( https://www.bancomundial.org/es/topic/financialinclusion/overview#1 )
[1] http://www.economia.unam.mx/secss/docs/tesisfe/GuerraMC/cap1.pdf
[2] https://www.bancomundial.org/es/topic/financialinclusion/overview#1
[3] https://www.boe.es/diario_boe/txt.php?id=BOE-A-2019-4906