En la gesta por la equidad la investigación científica destaca, cada vez más, la diversidad y comprueba que algunas desigualdades tienen sustento real y no son meras construcciones sociales.
Investigación de la investigación
En décadas recientes se ha ido ensanchando una franja específica de la investigación científica que explora y expone las carencias y omisiones por las cuales, por ejemplo, las mujeres o los negros no han estado representadas proporcionalmente en los contingentes dizque representativos de población elegidos para los estudios.
Aunque los grupos minoritarios son más propensos que sus pares blancos a vivir en barrios con mayor contaminación del aire, mala alimentación y otros factores negativos para la salud, tienen menos probabilidades de ser incluidos en los estudios de investigación biomédica para el tratamiento del asma, el cáncer y la diabetes que, a su vez, afectan desproporcionadamente a esas minorías.
Esa desigualdad no se limita a las materias del estudio, sino que se extiende al contingente investigador mismo: los obstáculos para el ingreso de mujeres y grupos minoritarios a los centros de estudio, la financiación, y las carreras resultan en que, por ejemplo, en Estados Unidos los hombres blancos predominen en la fuerza laboral científica.
Un análisis de millones de estudios científicos, publicado en enero pasado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) y que se enfocó en la relación entre científicos y la ciencia que producen encontró “una fuerte relación entre las características de los científicos y las materias de su investigación, lo cual indica que la diversidad cambia el portafolio científico con consecuencias para el avance en la carrera de individuos de minorías”.
En EE.UU. las mujeres son el 28,4 % de la fuerza laboral científica, y esa proporción varía con un máximo del 72,8 % en psicología y un mínimo del 14,5 % en ingeniería.
De las diferencias
La militancia por la igualdad de derechos de las mujeres, las minorías étnicas, las personas con algún impedimento físico o mental y aún la identidad u orientación sexual, desecha como retrógrado y reaccionario el argumento de que las desigualdades puedan tener algún sustento biológico.
Y, al mismo tiempo, el avance hacia la igualdad de derechos y oportunidades encuentra sustento biológico para algunas diferencias que van más allá de la mera anatomía genital.
Michela Traglia y su equipo en el Instituto Weill de Neurociencias en la Universidad de California (San Francisco) encontraron que, aparte de los dos que determinan el género, hay una vinculación de otros cromosomas con rasgo de salud y predisposición a enfermedades como la esquizofrenia, la diabetes Tipo 2, la anorexia, las fallas cardiacas y el trastorno por déficit de atención con hiperactividad.
“Algunos rasgos físicos que difieren entre los sexos están vinculados con ciertos polimorfismos de nucleótido único (SNP, por su sigla en inglés), en otros cromosomas aparte del Y y del X, y cada SNP representa una diferencia en cierto bloque de construcción del ácido desoxirribonucleico en un tramo particular del ADN”, según el estudio de Traglia la semana pasada en Public Librory of Science Genetics.
En estudios anteriores Traglia y sus colaboradores habían hallado que los SNPs asociados con ciertas diferencias en los rasgos físicos de los hombres y las mujeres, como la proporción entre cintura y cadera y el ritmo metabólico basal, también afectan la biología en el espectro del trastorno del autismo y otras enfermedades complejas.
Según los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC), las mujeres son casi dos veces más propensas que los hombres a sufrir depresión –incluida la de post parto que, obviamente, los hombres no conocen- y las mujeres con depresión grave tienen un riesgo mayor de pérdida de masa ósea lo cual puede conducir a fracturas y osteoporosis.
Al mismo tiempo la expectativa de vida es en Estados Unidos como en la mayor parte del mundo más breve para los hombres que para las mujeres. En 2020 la expectativa de vida para la población en general era de 77 años, pero para los hombres se abrevió en 2,1 años a 74,2 años de edad, y aunque disminuyó 1,5 años para las mujeres se ubicó en 79,9 años de edad. En otras palabras, las mujeres tienden a vivir más que los hombres.
Diferencias similares, conocidas por mucho tiempo o descubiertas recientemente, también hacen que los negros, los descendientes de asiáticos, los bisnietos de europeos blancos o los indígenas americanos sean más susceptibles a ciertas enfermedades.
La investigación también ha servido para cuestionar algunas creencias más añosas, como la de que los indígenas americanos tienen una predisposición genética que merma su tolerancia al alcohol. Un estudio del Instituto nacional de Artritis, Metabolismo y Enfermedades Digestivas comparó la tasa de metabolismo del etanol en 30 indígenas y 30 blancos y concluyó que “las tasas medias de metabolismo del alcohol fueron virtualmente idénticas en ambos grupos”.
Paradojas
La tensión entre los reclamos de igualdad y la identificación de las diferencias resulta en situaciones a veces contradictorias, a veces divertidas, a veces absurdas.
La incorporación de mujeres en las Fuerzas Armadas presenta el problema de los requisitos de capacidad física, desde la resistencia a las caminatas al levantamiento del peso de camaradas heridos o las cajas de munición. Los críticos conservadores argumentan que se ha atenuado el nivel de exigencias en la promoción “políticamente correcta” que permita el avance de las mujeres entre los uniformados.
Es decir que si las mujeres deben superar las mismas pruebas que los hombres en la instrucción militar, es necesario que se dejen a un lado las diferencias en la fuerza y configuración del cuerpo, lo cual puede considerarse injusto dado que las mujeres, en su mayoría, son más pequeñas que los hombres. Y si se adaptan las pruebas teniendo en cuenta la estatura y musculatura promedio de las mujeres, se reconoce implícitamente que no son iguales a los hombres.
A nivel académico abundan en Estados Unidos los “estudios de la mujer” que han permitido explorar y reconocer la creatividad y la participación de las mujeres en todas las etapas de la historia y en la construcción del país que hoy les ofrece más oportunidades. En la misma onda existen los “estudios latinos”, y los “estudios negros”.
Pero, al mismo tiempo, se considera reaccionaria y retrógrada la mera mención de “estudios del hombre”, o “estudios blancos”, puesto que la historia oficial ha sido por siglos la de los hombres blancos que gobiernan, hacen arte y guerras y oprimen a las mujeres, a los negros y a los latinos.
Aunque en cada barrio casi hay algún “centro para la mujer”, o gimnasios y estudios de yoga que sólo aceptan mujeres, borda en la ilegalidad que un gimnasio se anuncie como exclusivo para hombres.
En las universidades y en la empresa privada donde se aplica la “acción afirmativa” ocurre que se elige un nuevo empleado o se promueve a un puesto de más responsabilidad a alguien definido como “latino”, o “negro” o “gay” en aras de la diversidad más que de la capacidad demostrada. Por lo cual ha habido, y seguirá habiendo, hombres blancos heterosexuales que inicien, y sigan perdiendo, querellas judiciales por discriminación.