Los conservadores en Chile trataron en el pasado y tratan ahora de controlar las ollas comunes. Un diputado UDI dijo que había que catastrarlas. A algo parecido se dedicaban durante la dictadura los fundadores de su partido. Ellos fichaban a los opositores y sus organizaciones con recursos públicos y desde cargos públicos para reprimirlos.
Ahora están desesperados por lo que se les viene encima. Usan el control de la pandemia con fines propagandísticos. Usan lo que surge desde los propios necesitados; organizaciones para distribuir alimentos, comida y combustible. Sin pudor se atribuyen una forma de sobrevivir de pobladores y trabajadores como son las ollas comunes. La solidaridad popular siempre ha funcionado, ésta se organiza de acuerdo a las necesidades de cada población, barrio y comunidad. Es una forma de expresar, sin fines publicitarios, la solidaridad de una parte importante de la población que ayuda a los marginados. Mucho político conservador lleva en el ADN protagonizar su caridad, lo hacen con sus repartijas en las elecciones y ven un derecho legítimo en obtener reconocimiento por sus aportes en las catástrofes.
Usan el control de la pandemia con fines propagandísticos.
Una parte de la derecha y de la población que los respalda están esparciendo miedos e impulsando la represión. Sus fantasmas los enloquecen. Están en una crisis existencial. No dejan espacio sin difundir el miedo. Etiquetan a sus rivales sin razonamientos con la emotividad más descalificadora. El garabato es parte de esta comunicación. Usan cualquier palabra, cualquier combinación de palabras les sirve. Incluso usan los conceptos de sus rivales. Las etiquetas en internet generan un meta idioma, simplificado y jerarquizado por los algoritmos. Algunos creen que basta con leer los titulares de los periódicos. Estudiantes de todas las edades solo leen resúmenes de libros sacrificando parte de su imaginación.
Sus fantasmas los enloquecen. Están en una crisis existencial.
Los conservadores buscan ocultar en las rencillas cotidianas lo que no quieren conversar. No quieren hablar de la sociedad, no quieren hablar del sistema económico, chatos de escuchar de la desigualdad insisten en hablar del chorreo y del tamaño de la torta. Con el Big Data para vender y hacer propaganda, la política mira a los habitantes como etiquetas o consumidores de etiquetas. En G.B y U.S.A ha sido un factor importante en las elecciones presidenciales. Lo han usado electos y derrotados. En Chile el gobierno tiene variadas experiencias.
Esta pandemia no será eterna. Pero como planeta no volveremos, milagrosamente, al pasado y menos en lo económico. Los expertos más conservadores lo saben y sin embargo insisten en lo que “ya fue”, tienen el síndrome del náufrago.
Debemos interpretar bien las posibilidades existentes. Como individuos nos adaptaremos, sin necesidad de hacer un balance inútil entre cómo era y cómo es. Como especie dependemos de la convivencia con el entorno. A tropezones, con intentos sucesivos, desarrollaremos mejores vidas en nuestros países.
Vivimos por algo que nos hace interesarnos en mejorar la vida y disfrutarla. Ello es diverso para cada cual. Igual nos esforzamos y enfrentamos epidemias, guerras, y catástrofes. Cuando globalmente sorteemos mejor la pandemia podremos esforzarnos en coincidir y disminuir las desigualdades. Esas que materialmente, impiden a muchos seres humanos vivir para mejorar y disfrutar de la existencia.
Podemos limitar al mínimo las vidas inhumanas y menesterosas. Una base de coincidencia global son: el ingreso básico universal; más viviendas y barrios mejorados con la participación de sus habitantes; salud y educación pública plural social y parentalmente para garantizar una mayor diversidad de oportunidades. Este mejoramiento igualitario en las condiciones de vida podría crear en la humanidad una actitud distinta: sin la odiosidad de la codicia y sin la rabia de la injusticia.
Es un mito del conservadurismo político y del liberalismo económico aquello de que muchos prefieren vivir de lo que les dan. Vivimos sobre todo por algo que hacemos nosotros mismos y con los otros. Es vital saltar “la dorada muralla del dinero que nos separa” como dijo el prolífico escritor inglés D.H. Lawrence en la primera mitad del siglo pasado.