Y, sin embargo, el mundo se mueve

por Juan. G. Solís de Ovando

Aunque es cierto que no corren buenos tiempos en el mundo para el respeto a los Derechos Humanos y ni al elemental Derecho Humanitario, no es menos cierto que estamos presenciando una reacción mundial contra el genocidio del pueblo palestino, perpetrado bajo órdenes del criminal primer ministro israelita Benjamín   Netanyahu.

Me preguntaba, como imagino lo hacen cada vez más millones de personas en nuestro planeta, cómo era posible que en el llamado mundo civilizado asistiéramos sin reaccionar eficazmente al genocidio en primera plana como nos los muestra   la televisión todos los días. Hasta que vino la reacción y como en otras ocasiones de la mano de los siempre rebeldes estudiantes. En este caso la reacción de la juventud estadounidense.

Todo empezó cuando el pasado 17 de abril la presidenta de la Universidad de Columbia Minouche Shafik, en una intervención ante el parlamento de Estados Unidos, se comprometió a combatir el antisemitismo en ese prestigiado centro de estudios. Lo hizo consciente de que su puesto pendía de un hilo; el hilo del apoyo del lobby israelita en Washington. En esa reconocida universidad, pues entre otros méritos tiene el de que allí se han graduado 8 expresidentes norteamericanos, Barak Obama entre ellos, el valor simbólico de lo acontecido parecía aún mayor: recordemos que en la década de los setenta se inició allí el histórico movimiento de la juventud estadounidense que se opuso exitosamente a la guerra de Vietnam.

Los rebeldes estudiantes que iniciaron una acampada en los jardines del campus universitario desafiaban con su acto, en las universidades de elite, a los poderes fácticos del país del norte, que apoyan a Israel en su guerra de exterminio. Pero no solo constituyó un desafío a las políticas del estado judío, y aquí hay algo muy importante: es el combate cultural al uso maniqueo del término antisemitismo. Esto es lo que explica el lema ¡No en nuestro nombre! de jóvenes judíos, palestinos y de todas las razas que luchan codo a codo contra el genocidio en Gaza.

Desde una reflexión algo más profunda puede vislumbrarse que la incidencia de los movimientos sociales suele trascender, contra lo que los sociólogos de ocasión pretenden, a las estrechas explicaciones de sus respectivas coyunturas. Basta con ver que los jóvenes que hoy acampan por palestinos son los mismos que recientemente fueron parte del BLM (las vidas de negros importan) movimiento antirracista, iniciado como reacción a la liberación del policía asesino de un afronorteamericano en el momento de su detención.

El movimiento sobre todo constituyó un claro desafío al gobierno demócrata del presidente Biden cuyo apoyo al genocidio de palestinos opera como soporte, político, militar y financiero. Y también un desafío a más que poderosos y sesgados medios de comunicación.

Como si fuera la repetición de un guion de una teleserie de Netflix en su tercera temporada, la reacción de las autoridades fue ordenar el desalojo universitario. Paralelamente el presidente Joe Biden, negándose a discutir siquiera los argumentos de los estudiantes, restó toda legitimidad al movimiento y sus aspiraciones de que el gobierno estadounidense cambiara su posición frente al conflicto. Los reclamos de los estudiantes se resumían en exigir que esas universidades dejasen de invertir partidas presupuestarias en instituciones sociales, culturales o sociales ligadas al estado israelí. Estas posiciones universitarias también tienen historia: recordemos que el movimiento BDSBoicot, Desinversiones y Sanciones, en inglés Boycott, divestment and Sanctions hoy pro-palestina, tiene su origen en el boicot a todos los apoyos políticos, económicos, y culturales que en su día se hicieron contra la Sudáfrica del apartheid.

Y como en la metáfora del revolucionario chino, que decía que una sola chispa puede incendiar la pradera, Shafik solicitó la actuación de la policía de la ciudad de Nueva York, encabezada por el alcalde demócrata Eric Adams, ordenando la evacuación, por la fuerza, de los estudiantes de Columbia, lo que desató inmediatamente la tormenta estudiantil: cuando los videos y redes sociales mostraron la represión en Columbia y a los estudiantes resistiendo pacíficamente, la desobediencia se extendió masivamente a múltiples centros universitarios. Así ocurrió en la Universidad de Texas, en la ciudad de Austin, y en uno de los estados más reaccionarios de Estados Unidos. En Atlanta, en la universidad de Emory los estudiantes tomaban el correo para convertirlo en su cuartel general. Asimismo, en Boston, donde había por lo menos tres campamentos: Emerson College, y el célebre Massachussets Institute of Technology, MIT, así como el de Tufst University. En Nueva York el movimiento se fue reproduciendo por simpatía física y en solidaridad con la Universidad de Columbia brotando como callampas en el campo, las tiendas de campaña estudiantiles en la New York University y la Universidad de la ciudad de Nueva York, una de las más grandes universidades públicas de Norteamérica.  

Cuando en Columbia, los universitarios recuperaron su campamento, estos ya se habían reproducido en PrincetonYale, Universidad de Los Angeles, y las prestigiosas Berkeley y Harvard. En todas ellas se mezclaban las consignas Por una Palestina libre, la desinversión en Israel, junto con otras demandas ya transversales del movimiento universitario estadounidense.

En casi dos semanas se habían instalado campamentos en más de cuarenta universidades, desafiando la represión violenta de la policía que los atacó con gas pimienta, balas de goma, porras y arrestando a cientos de estudiantes. Paradojalmente, todo esto ocurría en los mismos días que se conmemoraba la represión brutal de la policía en el año 1968 cuando los estudiantes iniciaron sus primeras protestas contra la guerra de Vietnam.

Los estudiantes resistieron a pesar no solo de la represión violenta de la policía, sino de los ataques de sionistas ultras que organizados en grupos de ataque los agredieron violentamente con un nutrido arsenal de ladrillos, fuegos artificiales, piedras y otros medios, que dejaron a una universitaria gravemente herida en el hospital de Los Angeles.

Escribo estas líneas cuando los campamentos universitarios de apoyo al pueblo palestino se han tomado ya gran parte de Europa: Alemania, Francia, España, Suiza, Reino Unido, Irlanda, Italia, Portugal, muestran acampadas en muchas universidades, aunque a diferencia de Estados Unidos, de momento, no se ha recurrido a represiones policiales violentas. En Ámsterdam (Holanda) los estudiantes colocaron barricadas en las calles que la policía levantó con una retroexcavadora.

Los estudiantes han conseguido movilizar los estados de ánimo, las ideas, y las preocupaciones de los pueblos en la necesidad de apoyar a los palestinos. Otra vez parecemos escuchar al socialista y expresidente de Francia Francois Mitterrand cuando dijo: es cierto que, a veces, los jóvenes no tienen la razón, pero la sociedad que los desprecia, está siempre equivocada.

El mundo se mueve y no solo en el plano de los movimientos sociales. También en el de los estados e incluso en las Naciones Unidas. Entre los primeros destacan los esfuerzos del presidente español Pedro Sánchez, que junto a sus homólogos Jonas Store, de Noruega y Simón Harris de Irlanda, han impulsado el reconocimiento del Estado Palestino en el seno de la Unión Europea invitando al concierto internacional a sumarse a la iniciativa. También los presidentes de Colombia, Gustavo Petro que anunció la ruptura de relaciones diplomáticas con Israel y el presidente de Bolivia Luis Arce que anteriormente había tomado la misma decisión en repudio y condena a la agresiva y desproporcionada ofensiva de Israel en la franja de Gaza, según sus palabras. A ellos se agrega el pequeño estado de Belice, que también ha roto relaciones con el estado judío.

El presidente de TurquíaRecep Tayyip Erdogan, país que recordemos fue el primero (1949) de mayoría musulmana en reconocer la soberanía de Israel, ha suspendido todas las transacciones de importación y exportación con ese país en protesta por la invasión de Gaza Cisjordania y ha puesto como condición para la normalización de las relaciones con el estado judío que el gobierno de Netanyahu permita un flujo ininterrumpido y suficiente de ayuda humanitaria en Gaza.

La historia se escribe en paradojas y aquí hay varias. La primera de ellas es, sin duda, que en el país que tuvo como origen una resolución de las Naciones Unidas es donde más se han incumplido las resoluciones del máximo organismo internacional.

El informe de la Relatora Especial sobre la situación de los Derechos Humanos en los territorios palestinos ocupados desde 1967, Francesca Albanese, en un documento denominado Anatomía de un Genocidio, afirma tener pruebas sólidas sobre la intención de Israel para acabar con la población de Gazaa través de la distorsión del derecho humanitario internacional al asimilar, por ejemplo, a la totalidad de la población civil con Hamás o su aliada  y tratar, por consiguiente, los asesinatos cometidos por Israelcomo muertes colaterales.  

En este informe Francesca Albanese considera que Israel ha vulnerado al menos tres actos de la Convención para la prevención y castigo contra crímenes de Genocidio por sus acciones en Gaza, tras distorsionar el derecho humanitario: primero, matar a miembros de un grupo determinado; segundo, causar daños físicos y mentales a los miembros de un grupo y tercero, deliberadamente interceder en las condiciones de vida para generar destrucción física, total o parcial del lugar donde se encuentra el grupo. Asumiendo la paradoja de Israel, considerado un país que sobrevivió al genocidio y ahora lo esté cometiendo, la abogada concluye en su informe que: El genocidio de Israel contra los palestinos de Gaza es una fase de escalada de un largo proceso colonial de supresión. Durante más de siete décadas este proceso ha asfixiado al pueblo palestino como grupo -demográfica, cultural, económica y políticamente-, tratando de desplazarlo y de expropiar y controlar su tierra y sus recursos. La Nakba en curso debe detenerse y remediarse de una vez por todas. Es un imperativo que se debe a las víctimas de esta tragedia altamente evitable y a las futuras generaciones de esa tierra.

El resultado de todo esto se manifestó más decisiva y elocuentemente en el debate de la Asamblea General de las Naciones Unidas el pasado 10 de mayo, que aprobó contundentemente otorgar nuevos derechos y privilegios a Palestina y pidió al Consejo de Seguridad que reconsidere favorablemente su solicitud de convertirse en el miembro número 194 de las Naciones Unidas

Esta última frase encendió todas las alarmas de Israel y sus aliados que vieron de cerca la posible entrada del Estado Palestino en la ONU. 

Israel, sobreactuando su oposición a la histórica resolución, expuso a su embajador despedazando la Declaración de la ONU en rechazó a la aprobación resuelta con una abrumadora mayoría de 143 miembros a favor, 9 en contra y 25 abstenciones. Y, no obstante que Estados Unidos anunciaba su veto a la resolución, dejaba abiertas las puertas para un debate y negociación sobre el punto, según se desprende de las palabras del embajador norteamericano Wood: «Hemos dejado muy claro desde el principio que hay un proceso para obtener la integración plena en las Naciones Unidas, y este esfuerzo de algunos de los países árabes y palestinos es para tratar de evitarlo». La resolución que tiene como principal efecto que un Estado de Palestina reúne los requisitos para ser miembro se produce cuando existe conciencia mundial sobre la crisis humanitaria que enfrentan los palestinos en Gaza cuyo dramático resultado es el exterminio de más de 35.000 personas en la llamada franja, y por eso, ha provocado la indignación y solidaridad de la mayoría de los países miembros de este alto organismo internacional.

Como señaló el embajador palestino Riyad Mansour: Un voto afirmativo es un voto a favor de la existencia palestina, no es contra ningún Estadosino contra los intentos de privarnos de nuestro Estado. Por eso el gobierno israelí se opone tanto. Porque se oponen totalmente a nuestra independencia y a la solución de los dos Estados. Es una inversión en la paz y, por tanto, da poder a las fuerzas de la paz, algo que ya parece inexorable.

Y he aquí, entonces, la última de las paradojas de esta funesta historia: todo pareciera indicar que los ataques y masacres de palestinos por parte de Israel van a conseguir el efecto más indeseado de sus perpetradores, es decir generar el consenso internacional necesario para la creación de un Estado de Palestina reconocido como miembro activo de las Naciones Unidas, en un plano de igualdad con todas las demás naciones, entre ellas, Israel y Estados Unidos. Ese sería el legado -además de los miles de muertos y la devastación del territorio palestino- de Netanyahu.

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