Andrés Allamand juega en la cuerda floja. Aspira a recuperar un liderazgo perdido, encabezando, ahora, a la derecha más dura de Chile Vamos. Para ello no ha trepidado en resucitar los añejos fantasmas previos al golpe de Estado de hace más de 46 años, sosteniendo que el país vivirá situaciones, a lo menos, “de la misma gravedad de lo que vivimos el año 1972 y 1973”, que terminaron en una dictadura militar que duró 17 años. Lo hace sabiendo que ambas situaciones no son homologables o comparables. Mucho menos su desenlace.
Acusa a la izquierda de no cumplir el pacto por la paz y una nueva constitución, que fuerzas políticas de gobierno y oposición suscribieron el pasado 15 de noviembre, imputándole no detener la violencia e incluso, justificarla e incentivarla con acusaciones constitucionales en contra de exministros, intendentes y el propio Presidente de la República.
Allamand anuncia que cambió de parecer, alineando a ocho de los nueves senadores y 21 diputados de su partido tras la opción de rechazo a una nueva constitución.
Sostiene que hoy día no existen condiciones para desarrollar el proceso constituyente y cuestiona los términos mismos del acuerdo, en especial lo referido a la página en blanco en donde se redactaría una nueva constitución. Allamand anuncia que cambió de parecer, alineando a ocho de los nueves senadores y 21 diputados de su partido tras la opción de rechazo a una nueva constitución.
No duda en centrar sus dardos en contra del nuevo equipo político, en particular el ministro Blumel, la vocera Karla Rubilar y el nuevo titular de hacienda, Ignacio Briones (Rubilar es independientes y los dos ministro militantes de Evopolis ), afirmando que no han estado a la altura de los desafíos que hoy enfrenta el gobierno, “les falta madurez y manejo político”, mantienen una postura demasiado contemporizado y dialogante con la oposición y no han sido capaces de asegurar el orden público.
Sus críticas alcanzan a la actual directiva de Renovación Nacional y su presidente Mario Desbordes, que han mantenido una postura abierta al diálogo y la búsqueda de acuerdos con la oposición.
Sus críticas alcanzan a la actual directiva de Renovación Nacional y su presidente Mario Desbordes, que han mantenido una postura abierta al diálogo y la búsqueda de acuerdos con la oposición.
La misma que no tan sólo ha defendido el acuerdo suscrito con la oposición en su espíritu y contenidos, sino que insiste en avanzar a una sustantiva agenda social que asuma las demandas ciudadanas.
Allamand no comparte esta postura. Su apuesta es reconstruir la histórica alianza con la UDI sobre la base del ideario de la vieja derecha. La que propició el golpe de Estado, se constituyó como su sustento civil, se proclamó heredera del régimen militar y apoyó el Sí el 1988.
Su apuesta es reconstruir la histórica alianza con la UDI sobre la base del ideario de la vieja derecha. La que propició el golpe de Estado, se constituyó como su sustento civil, se proclamó heredera del régimen militar y apoyó el Sí el 1988.
El senador de RN es reconocido por sus abruptos giros en el discurso político durante las últimas décadas. Así hoy se reconoce entre quienes defendieron los enclaves autoritarios, asentados en “amarres” de alto costo para la recuperación democrática, como la prolongación de senadores designados. Con más de alguna liviana contradicción con sus propias posturas en estas décadas, se autoproclama artífice de treinta años de crecimiento y desarrollo de un sistema que tan sólo requiere de ajustes menores. Ahora se autodefine con liderazgo para rechazar el cambio constitucional, con mano dura para detener el estallido ciudadano de los últimos meses, parar la violencia y reponer el orden.
Con más de alguna liviana contradicción con sus propias posturas en estas décadas, se autoproclama artífice de treinta años de crecimiento y desarrollo de un sistema que tan sólo requiere de ajustes menores. Ahora se autodefine con liderazgo para rechazar el cambio constitucional, con mano dura para detener el estallido ciudadano de los últimos meses, parar la violencia y reponer el orden.
Las dos almas en la derecha y su pugna al interior del gobierno
Lamentablemente para las pretensiones de Allamand, que siempre ha aspirado a suceder a Sebastián Piñera en la presidencia (tal como habría sido pactado), hoy la derecha es más diversa y plural que en el pasado. El propio Joaquín Lavín, la figura política mejor posicionada en las encuestas, que pasara de ser uno de los más férreos defensores del régimen militar a su actual condición de un pragmático y eficiente alcalde de Las Condes, muestra claros signos de evolución, como lo revelan sus recientes entrevistas en el cuerpo de reportajes del diario El Mercurio y en CNN en días pasados, sosteniendo que el neoliberalismo está agotado, al igual que el tan defendido “Estado subsidiario”, propiciando “derribar los muros” que separan al país y demandando mayores sacrificios, especialmente de los sectores de mayores ingresos para reunificar a Chile. Lavín se pronuncia por el fin de las desigualdades horizontales (salud, vivienda, educación), la descentralización del gasto (incrementando la participación comunal), abrir las elites, reformular el modelo económico y las capacidades del Estado.
Lavín se pronuncia por el fin de las desigualdades horizontales (salud, vivienda, educación), la descentralización del gasto (incrementando la participación comunal), abrir las elites, reformular el modelo económico y las capacidades del Estado.
En verdad, resulta todo un acierto periodístico que el diario El Mercurio haya publicado ambas entrevistas en una misma edición. Allí quedan retratadas, con nitidez, dos almas en la derecha. Esa derecha conservadora que Allamand busca re articular y encarnar, y una nueva derecha en proceso de renovación, con amplios espacios para el diálogo y los acuerdos.
Con todo, en los cálculos de Allamand, esa derecha en proceso de renovación es aún minoritaria, tal como lo reconocieran el propio Lavín, en relación a la UDI, y también Mario Desbordes, al sostener que la actual directiva de RN no representa más de un 40 % de su militancia. Mientras Evopoli, más allá de las apariencias continúa como una promesa de renovación aún sin concretar.
Con todo, en los cálculos de Allamand, esa derecha en proceso de renovación es aún minoritaria, tal como lo reconocieran el propio Lavín, en relación a la UDI, y también Mario Desbordes, al sostener que la actual directiva de RN no representa más de un 40 % de su militancia. Mientras Evopoli, más allá de las apariencias continúa como una promesa de renovación aún sin concretar.
Lo interesante es analizar cómo esta disputa se materializa en el gobierno. Sin lugar a dudas el último ajuste ministerial, en medio del estallido social trasladó el eje político del gobierno hacia posturas más abiertas y dialogantes como la que representan el ministro Blumel, Ignacio Briones o Karla Rubilar, desplazando a los sectores más duros, representados por Andrés Chadwick, Felipe Larraín o Cecilia Pérez.
El obstáculo, más allá de su experiencia política, es que no cuentan con el respaldo de los sectores mayoritarios de la derecha, que cuestionan, con Allamand, la falta de decisión para aplicar mano dura y asegurar el orden público, junto a un supuesto “entreguismo” o concesiones excesivas a la oposición.
Piñera, en su abrupta e incómoda «cuesta abajo en la rodada», se resiste a perder el protagonismo a que lo condenan las encuestas y entra a tallar con irrupciones que incrementan las interrogantes sobre su lucidez, como ocurre con la invitación a su desaforado primo y mano derecha en las sombras, Andrés Chadwick, para conducir la campaña del No, añadiendo un nuevo escollo a las pretensiones de liderazgo de Allamand.
El sensible tema del orden público
La violencia se ha desbordado. Qué duda cabe. Más allá de que sea la respuesta a la violencia institucional o una larga historia de abusos y desigualdades que aún marcan nuestro desarrollo. Se pueden entender las razones, pero nada permite defender los destrozos, saqueos, incendios de casetas de peajes, destrucción de propiedad pública y privada, el reiterado ataque a comisarías de carabineros, como respuesta a la brutalidad policial, ni el sabotaje a la realización de la PSU, más allá del retraso poco justificable a reformas urgentes a ese sistema de evaluación escolar.
La violencia se ha desbordado. Qué duda cabe. Más allá de que sea la respuesta a la violencia institucional o una larga historia de abusos y desigualdades que aún marcan nuestro desarrollo.
Y desde luego es más que cuestionable que estos hechos, que afectan la vida cotidiana del país y perjudican, principalmente, a los sectores más vulnerables, contribuyan a impulsar los cambios que el país necesita y los ciudadanos demandan. Por el contrario, se constituyen en el pretexto de la derecha dura para oponerse a los cambios,
Esa violencia carece de racionalidad política, como no sea la destrucción del orden establecido. No se identifica con las demandas sociales y políticas de la ciudadanía y, salvo excepciones puntuales (como el sabotaje a la PSU) no responde a diseños o directrices de partidos políticos u organización social reconocible.
Más se aproxima a un reventón social, con una violencia espontánea (organizada como reacción a la represión, en casos como la Primera Línea), irracional, protagonizada por sectores que se sienten excluidos y marginados por el sistema y que hoy rechazan todo vínculo con la política institucional, como lo reconociera la dirigencia de la ACE. Jóvenes que han recibido una educación de mala calidad y que no pueden aspirar a un gran futuro, salvo muy contadas excepciones.
Más se aproxima a un reventón social, con una violencia espontánea (organizada como reacción a la represión, en casos como la Primera Línea), irracional, protagonizada por sectores que se sienten excluidos y marginados por el sistema y que hoy rechazan todo vínculo con la política institucional, como lo reconociera la dirigencia de la ACE. Jóvenes que han recibido una educación de mala calidad y que no pueden aspirar a un gran futuro, salvo muy contadas excepciones.
No es la PSU la que los margina o los excluye, independientemente de la urgencia de modificarla. Es su condición de origen. La cuna en que nacieron, la condición de sus padres, el lugar donde viven, la educación que recibieron.
Son mayoritariamente, jóvenes justamente enrabiados y resentidos con el sistema político y un modelo económico que los excluye, los que protagonizan aquella violencia cuestionada como irracional y ciega.
Muchos de ellos abandonaron la educación formal y no tienen trabajo. Nacieron y se desarrollaron en un ambiente marcado por la violencia y la desesperanza. Algunos sufrieron los horrores del SENAME. Otros se afiliaron a las barras bravas o fueron reclutados como “soldados” por el narco tráfico o el crimen organizado. Son mayoritariamente, jóvenes justamente enrabiados y resentidos con el sistema político y un modelo económico que los excluye, los que protagonizan aquella violencia cuestionada como irracional y ciega.
Ese es el caldo de cultivo de la violencia desbordada que sirve como pretexto a los que resisten grandes cambios institucionales.
Ese es el caldo de cultivo de la violencia desbordada que sirve como pretexto a los que resisten grandes cambios institucionales. Son los sectores rezagados y olvidados del acelerado proceso de crecimiento del país en los últimos treinta años. Y nadie sabe muy bien como reparar esta deuda histórica que mantiene el país no tan sólo con estos jóvenes sino también con sus familias, con la tasa de pobreza que aún subsiste, con pensiones miserables que condenan a la miseria a la tercera edad. Con ciudades fuertemente segregadas, con salud y educación de mala calidad. Con las enormes desigualdades y reiterados abusos hacia los sectores más vulnerables.
Está muy bien condenar la violencia y demandar que las autoridades aseguren el orden público, con medios y uso proporcional y legítimo de la fuerza. Pero el problema central es que no se trata principalmente un tema de orden público sino social y también político. Y no es posible enfrentarla y resolverla a través de la represión, como ha quedado en evidencia en estos meses. Y menos con graves y generalizadas violaciones a los derechos humanos.
Está muy bien condenar la violencia y demandar que las autoridades aseguren el orden público, con medios y uso proporcional y legítimo de la fuerza. Pero el problema central es que no se trata principalmente un tema de orden público sino social y también político. Y no es posible enfrentarla y resolverla a través de la represión, como ha quedado en evidencia en estos meses. Y menos con graves y generalizadas violaciones a los derechos humanos.
Ni toda la dotación policial, dotada de los más sofisticados medios, puede contener turbas que destruyen estaciones de metro, saquean negocios, destruyen monumentos nacionales, queman casetas de peaje o irrumpen en sedes estudiantiles.
El camino para enfrentar la violencia, que apenas es un síntoma de la crisis social que experimenta el país, es político e institucional. A través de un dialogo franco, abierto y real, con una clara y explícita voluntad de enfrentar y resolver las justas demandas ciudadanas que han quedado de manifiesto en este extendido período de movilizaciones sociales.
El camino para enfrentar la violencia, que apenas es un síntoma de la crisis social que experimenta el país, es político e institucional. A través de un dialogo franco, abierto y real, con una clara y explícita voluntad de enfrentar y resolver las justas demandas ciudadanas que han quedado de manifiesto en este extendido período de movilizaciones sociales.
Es preciso asumir que pese a los innegables éxitos y avances que ha tenido el país en estos últimos treinta años, arrastramos más que pesados déficits, carencias e insuficiencias miserables. Chile es señalado como un país con los mejores estándares de calidad de vida y el mayor ingreso per cápita de la región, pero con una pésima distribución de la riqueza que genera enormes desigualdades e inequidades.
En el contexto descrito, la opción de rechazo a una nueva constitución es enormemente riesgosa para el país. Y ello no puede ser leído como un chantaje o amenaza sino como una simple constatación.
De la misma manera que no asumir que el modelo neoliberal está agotado y que se requieren de profundas reformas políticas, económicas y sociales, para atender las legítimas demandas ciudadanas expresadas en las movilizaciones sociales.
En el contexto descrito, la opción de rechazo a una nueva constitución es enormemente riesgosa para el país. Y ello no puede ser leído como un chantaje o amenaza sino como una simple constatación.
Un sector, por ahora minoritario de la derecha, parece compartir estas premisas, abriendo un espacio para el diálogo y los acuerdos que el país necesita.
El sector más reaccionario, que el senador Andrés Allamand pretende rearticular y liderar, hace parte de los obstáculos y trabas estructurales que es necesario superar por el interés superior del país.
El sector más reaccionario, que el senador Andrés Allamand pretende rearticular y liderar, hace parte de los obstáculos y trabas estructurales que es necesario superar por el interés superior del país. Si Chile logra proyectar todo lo positivo en materias de desarrollo económico, estabilidad política y cohesión social, asumiendo la urgencia y trascendencia de reformas de fondo a su actual institucionalidad y modelo de desarrollo, probablemente tenga un futuro más que promisorio.
Por ahora vivimos una crisis como la descrita y que requiere ser asumida, cuando lo que tiene que morir aún no muere y lo que tiene que nacer aún no nace, y mucho depende de lo que los actores sociales y políticos hagan o dejen de hacer para enfrentarla.
En caso contrario el país enfrentaría un escenario borrascoso, marcado por la violencia y la polarización. Por ahora vivimos una crisis como la descrita y que requiere ser asumida, cuando lo que tiene que morir aún no muere y lo que tiene que nacer aún no nace, y mucho depende de lo que los actores sociales y políticos hagan o dejen de hacer para enfrentarla.
El tiempo apremia. Se acerca el receso veraniego y marzo aparece cargado de amenazas y tensiones.