El 7 de abril de este año, la Asamblea General de las Naciones Unidas tomó la extraordinaria medida de suspender a Rusia de su membresía del Consejo de Derechos Humanos. Es la segunda vez que la Asamblea General adopta una medida similar. La primera medida de este tipo la tomó en 2011 en contra de Libia. En ambos casos la causa es similar: informes y pruebas fidedignas recibidas sobre violaciones graves y sistemáticas de los derechos humanos por parte de los gobiernos de Rusia recientemente y de Libia en 2011.
Adoptada a menos de dos meses de iniciada la guerra de invasión de Rusia en contra de Ucrania, es la segunda resolución de la Asamblea General en torno a la guerra iniciada por Rusia en contra de Ucrania y contó con 93 votos a favor, 24 en contra y 35 abstenciones. La primera se adoptó el 2 de marzo de este año para condenar la invasión rusa y exigir el término del conflicto y contó con 141 a favor, 5 en contra y 35 abstenciones.
En favor de la suspensión de Rusia como miembro del Consejo de Derechos Humanos votaron la mayoría de los países latinoamericanos, incluido Chile. Pero hubo tres votos en contra, los de Bolivia, Cuba y Nicaragua y tres abstenciones, las de Brasil, México y El Salvador. Otras votaciones destacables fueron las de China, que votó en contra, y las abstenciones de potencias como India, Pakistán, Turquía y Sudáfrica.
Singular es el caso de Venezuela, que no votó por no estar al día en sus obligaciones financieras con la ONU, pero que pocos días después ha hecho noticia suscribiendo un acuerdo con Chevron, una de las empresas petroleras gigantes de los Estados Unidos, habilitándola para extraer petróleo venezolano y exportarlo desde Venezuela a razón de un millón de barriles diarios. Como por arte de magia, la ofensiva político-mediática -organizada por el gobierno y los círculos conservadores de Estados Unidos, de América Latina y de Europa en contra del régimen venezolano de Maduro y su “peligroso ejemplo autoritario”- ha enmudecido. Y seguramente seguirá muda si el negocio de Chevron se consolida. Solo el Presidente de México Manuel López Obrador se ha atrevido a exhibir este hecho como una inconsecuencia evidente de la propaganda procedente de los Estados Unidos. También en las elecciones presidenciales mexicanas de hace tres años, como en las chilenas de 2018, estuvo presente el fantasma de Maduro levantado por la derecha. Solo que en México no tuvo el éxito electoral que, desafortunadamente, tuvo en Chile.
El experto chileno en Relaciones Internacionales Jorge Heine, ex embajador y actual profesor de la Universidad de Boston, sostiene en una columna publicada en La Tercera el 11 de abril que la votación de los principales países del sur del mundo en la segunda resolución en contra de Rusia de la Asamblea General obedece a su convicción de que nuevas condenas de ese clase no harán sino agudizar la crisis económica mundial y que “más gente va a morir de hambre en sus países como resultado de las sanciones, que en Ucrania por la guerra” ( Jorge Heine, La Tercera, 11 de abril 2022). En su columna titulada “Guerra de Ucrania y clivaje norte-sur”, el académico chileno sitúa el clivaje mundial actual, expresado en esta votación de la Asamblea General en la diferenciación geoeconómica norte-sur y no en el eje diferenciador entre democracia y autoritarismo, que es la tesis que se intenta imponer desde Occidente.
El recurso a la historia contemporánea acude en auxilio del análisis del dilema mencionado. Esa guerra multidimensional que fue la Guerra Fría y que tuvo el mérito de excluir durante su vigencia una nueva guerra mundial finalizó abrupta y repentinamente de una manera extraña e históricamente inédita: sin un solo disparo de proyectiles nucleares o no nucleares, misiles de cualquier clase, bombardeos aéreos o navales, invasiones de países vecinos ni utilización de armas cortas de cualquier calibre. A ese positivo recuento debemos agregar, sin embargo, un aspecto negativo del que hoy recién estamos cayendo en cuenta: no hubo acuerdos claros y definidos de posguerra. No hubo una Yalta ni nada parecido.
La Unión Soviética se esfumó al igual que el llamado mundo socialista, a pesar de ser una potencia con armamento nuclear. Desapareció también pacíficamente el Pacto de Varsovia. Pero su contraparte durante la Guerra Fría ya caduca no caducó, sino que ha ido reforzando sus filas: la OTAN. Y como Rusia como país no desapareció ni dejó de ser una potencia nuclear, ha regresado a la escena política mundial con una reivindicación geopolítica comúnmente esgrimida por las grandes potencias en la historia: contar con fronteras seguras a cualquier costo y por cualquier medio. Y esa es la explicación, no la justificación, de la guerra en Ucrania.
A esta guerra iniciada por la Rusia de Putin en contra de Ucrania, un país independiente y soberano perteneciente al sistema de Naciones Unidas, deben aplicarse en forma irrestricta todas las sanciones contempladas en estos casos en el Derecho Internacional. Eventuales violaciones al Derecho internacional Humanitario y a las normas contempladas en las Convenciones sobre la guerra están ya siendo investigadas por la Corte Penal Internacional y los organismos de derechos humanos de la ONU. Sus acciones están siendo debidamente apoyadas por los gobiernos de los países latinoamericanos y ello es loable.
Las variadas, no reguladas y al parecer interminables sanciones económicas aplicadas en contra de Rusia, así como la verdadera intoxicación mediática global en su contra producida desde los centros de poder de Estados Unidos y Europa deberían ser objeto de análisis más cuidadosos en América Latina. Y no solo por el efecto perjudicial de dichas sanciones en la economía mundial, en la regional y en la de cada país latinoamericano, sino por la injustificable reaparición de lo que tal vez sea el aspecto más nocivo de la vieja Guerra Fría: la guerra ideológica. Y ello, aunque no exista el mundo socialista, Rusia sea un país capitalista con un gobierno de derecha que no esboza apoyo alguno a las fuerzas de izquierda occidentales, ni China- el país contra el cual va realmente dirigida la guerra ideológica- se haya convertido en un país que amenace el modo de vida occidental ni pretenda su dominio ideológico.