Andrea Jeftanovic y “Marejadas”. Cuando el tiempo transcurre de manera intensa.

por Tomás Vio Alliende

El cuento de la escritora chilena, que se encuentra en su libro “No aceptes caramelos de extraños” (2012), enfrenta el drama de una madre que debe apoyar a un hijo accidentado. Este hecho la hace reencontrarse con su expareja y padre del adolescente, quien la acoge y ayuda a enfrentar sus miedos.

El mar siempre ha sido siempre un recurso de energía, de poder. Las olas, el movimiento de sus aguas, la vida, el eterno ir y venir de la espuma, las olas nuevamente. Andrea Jeftanovic (1970) toma el sueño de la protagonista de su relato para iniciar “Marejadas”, un cuento en esencia triste, pero potente en significado, capaz de establecer un instante clave, un momento en que la vida cambia.

“Una gran ola me arrastraba en un sueño que fue interrumpido por una llamada telefónica a medianoche. Nadaba en un mar de escombros cuando el policía pronunció el nombre de mi hijo.”

Ese es el comienzo del cuento, el que atrapa y sentencia en dos líneas como va a seguir todo. Un accidente ha dejado grave al hijo de la protagonista. Debe ir a verlo con urgencia, juntarse con el padre del adolescente, del que está separada, en la clínica, enfrentar el juicio del médico, el pronóstico, el dolor. Deja su casa en la que se queda su actual marido cuidando a sus dos hijas pequeñas que duermen.

La clínica, la voz poco alentadora del doctor, el rostro dañado del hijo, hacen que el personaje principal vuelva atrás y acompañe a su expareja a su casa que está muy cerca del recinto hospitalario. Entonces se desatan los recuerdos, un proceso que la obliga a revivir lo que sintió con su hijo desde el vientre, la antigua relación de pareja destruida, pero que se reconstruye a partir del dolor, del recuerdo siempre presente del agua, la vida, el mar, las marejadas que entran y salen del cuerpo de la protagonista como el instante que viene y también se va. El tiempo, esa noche en especial, transcurre de manera extraña e intensa por todo el proceso del accidente, por la complicidad que se vuelve a generar con el exesposo, el vínculo que no está absolutamente roto y que siempre le recuerda al hijo de ambos. Este mar herido, este líquido acuoso que penetra en la mente de la protagonista también tiene espacios de erotismo, de reencuentro, sanación y mucho dolor. El tiempo transcurre en este cuento siempre pendiente de la sentencia, del llamado del médico, de las noticias sobre si Cristóbal, el hijo, mejora o no.

Jeftanovic narra novelas, ensayos y cuentos. Tiene una vasta obra publicada y ha sido ganadora de diversos premios. La crítica la ha destacado como una de las grandes exponentes de la narrativa chilena por su capacidad de transgredir las fronteras entre la ficción y la no ficción, además de tener una marcada influencia de literatura femenina heredada de voces como la de Virginia Woolf y de Elfriede Jelinek, por mencionar algunas. Así las cosas, “Marejadas” aparece como un cuento de pocas páginas, pero inmensamente profundo que para mí podría también haber sido el primer capítulo de una novela, donde se presenta la inquietud de la protagonista de ir más allá, de reencontrarse con su pasado cuando el presente está en absoluto conflicto, cuando está pendiente de lo que le puede suceder a su hijo. Es el mar el que con su espuma y su permanente vaivén hace que las cosas pasen, se revuelvan, aparezcan y desaparezcan en un acto de magia. Inevitablemente, los espectadores siempre esperan que el conejo se escape del sombrero del mago. Al parecer, Andrea Jeftanovic sabe muy bien donde debe esconderlo.

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