Por Luis Breull
Desde mediados de la década 90 se pensó y divulgó como el gran salto tecnológico de la TV generalista mundial. Japón, Corea, Estados Unidos e Inglaterra fueron los primeros en iniciar este proceso, no sin altibajos ni fracasos que obligaron a repensar el modelo (debatiéndose entre la gratuidad y el pago, la intervención reguladora del Estado o la autorregulación de privados, la diversificación de señales de distinta calidad de imagen o privilegiar el statu quo de operadores, pero en full alta definición).
El resto de Europa comenzó la transición a mediados de los dos mil y al iniciarse de la presente década ocurrió el apagón analógico. Todas las piezas de este puzzle se orientaron a creer y comunicar que la llegada de la Televisión Digital Terrestre -TDT o TVD, como se le conoce- sería una gran oportunidad para diversificar la oferta de contenidos, elevar los estándares de calidad y permitir el ingreso de un gran número de nuevos operadores de señales.
Una promesa incumplida que mejoró la emisión y recepción de la imagen, en detrimento de la excelencia de los contenidos, abriendo espacio a operadores oligopólicos, altamente concentrados y expandiéndose fuera de sus fronteras. Una transición que en Chile aún está a medio camino a partir de una legislación tardía y poco dúctil, en el marco de la peor crisis de gestión de recursos financieros en los canales de TV, que acumulan gigantescas pérdidas en los últimos cinco años, impotentes e incapaces de frenar la ola tecnológica derivada de internet, la banda ancha móvil, la masificación de los smartphones, más la penetración de Nétflix y otras plataformas de streaming over the top (OTT).
Una promesa incumplida que mejoró la emisión y recepción de la imagen, en detrimento de la excelencia de los contenidos, abriendo espacio a operadores oligopólicos, altamente concentrados y expandiéndose fuera de sus fronteras. Una transición que en Chile aún está a medio camino a partir de una legislación tardía y poco dúctil, en el marco de la peor crisis de gestión de recursos financieros en los canales de TV, que acumulan gigantescas pérdidas en los últimos cinco años, impotentes e incapaces de frenar la ola tecnológica derivada de internet, la banda ancha móvil, la masificación de los smartphones, más la penetración de Nétflix y otras plataformas de streaming over the top (OTT).
¿Tierra de nadie o de los mismos de siempre?
El sistema televisivo hoy se desenvuelve en un ambiente globalizado en tendencias, tecnologías, circulación de formatos y contenidos. Esto gatilla en forma clara las expectativas e intereses que las audiencias más jóvenes y adultas conectadas se crean a partir de las ofertas audiovisuales disponibles en el hogar o en sus móviles.
Dado el tamaño de la industria televisiva chilena –poco más de 6 millones de hogares-, no existe futuro ni frontera de crecimiento sustentable de su producción sin abrirse a nuevos mercados regionales o hispanoamericanos. Tampoco sin la concepción de holdings de medios que aspiran a incrementar los niveles de concentración de propiedad, ya sea mediante la compra de radios o diarios, como de alianzas internacionales. Una amenaza al pluralismo, así como una alerta a las entidades públicas reguladoras en materia económica.
No es menor preguntarse cómo se financiará la TDT en Chile, ni qué tipo de canales ingresarán a las ofertas regionales, locales o comunitarias. Mientras las señales de alcance nacional están desarrollando su estrategia de instalación de antenas digitales en las distintas regiones, hay una cincuentena de nuevos proyectos de canales a lo largo del territorio, algunas ya operativas o en marcha blanca, tanto de privados, como de corte confesional o religioso y de universidades públicas.
Si se observa la experiencia europea en esta materia, junto con pocas experiencias nuevas de real calidad, ha generado múltiples canales de corta vida, incapaces de hacer frente a los grandes operadores hegemónicos, terminando una buena parte de ellos en dar horóscopos, rezar rosarios, leer el tarot y otras prácticas futurológicas y paranormales, de corte marginal y grandes franjas programáticas horarias.
No es menor preguntarse cómo se financiará la TDT en Chile, ni qué tipo de canales ingresarán a las ofertas regionales, locales o comunitarias. Mientras las señales de alcance nacional están desarrollando su estrategia de instalación de antenas digitales en las distintas regiones, hay una cincuentena de nuevos proyectos de canales a lo largo del territorio, algunas ya operativas o en marcha blanca, tanto de privados, como de corte confesional o religioso y de universidades públicas.
La televisión digital terrestre en Chile llegó tarde y con una legislación superada por el presente. Demasiado atrasada si se piensa en las rápidas transformaciones culturales, relacionales, de interacción social, de uso de dispositivos y plataformas de consumo audiovisual y de ecosistema de medios que estamos viviendo. Esto sumado a la reconfiguración de la inversión publicitaria en medios, donde las industrias digitales crecen exponencialmente mientras los otros sectores se estancan o decrecen, como es el caso de la TV abierta.
Es por todo lo anterior que la Asociación Nacional de Canales de Televisión (ANATEL) ha hecho lobby este último quinquenio tanto para desmentir la crisis del sector como para hacer notar que no dispondrán de recursos para la generación de múltiples nuevas señales, sino las que el mercado pueda financiar y dirigidas a nichos específicos de audiencias atractivas para los avisadores.
Si se observa la experiencia europea en esta materia, junto con pocas experiencias nuevas de real calidad, ha generado múltiples canales de corta vida, incapaces de hacer frente a los grandes operadores hegemónicos, terminando una buena parte de ellos en dar horóscopos, rezar rosarios, leer el tarot y otras prácticas futurológicas y paranormales, de corte marginal y grandes franjas programáticas horarias.
Así se abre un espectro para que la Asociación Regional de Canales de Televisión (ARCATEL), el hermano pobre de este mercado, tengan la oportunidad de levantar canales que vitalicen las temáticas locales, centradas en actualidad, debates, conversación e información. Un entorno que podría resultar positivo, aunque difícil de ser solventado por la venta de publicidad regional o local, al carecer de sistemas de medición de audiencias validados por las asociaciones de avisadores y de agencias de publicidad (donde el peoplemeter de los canales de ANATEL tiene un rol determinante).
En síntesis, la transformación tecnológica –más que de calidad y diversidad de contenidos- está cristalizando en una problemática adicional que el Estado deberá incluir en su propio debate sobre las instituciones regulatorias de esta industria, que debería considerarse generadora de bienes culturales y sociales más que de un mercado de meros operadores de señales del espectro radioeléctrico.
En síntesis, la transformación tecnológica –más que de calidad y diversidad de contenidos- está cristalizando en una problemática adicional que el Estado deberá incluir en su propio debate sobre las instituciones regulatorias de esta industria, que debería considerarse generadora de bienes culturales y sociales más que de un mercado de meros operadores de señales del espectro radioeléctrico.
En el ámbito estatal y gubernamental se vive una dualidad de fuentes de autoridad entre la Subsecretaría de Telecomunicaciones (SUBTEL), encargada de visar y velar por los estándares técnicos de emisión de los operadores y el Consejo Nacional de Televisión (CNTV), quien debe supervisar los horarios y contenidos emitidos por lo canales, y el comportamiento de los actores de este ámbito, sabiendo que la TV que consumen los chilenos se da cada vez con mayor frecuencia en plataformas que están fuera de su alcance regulatorio.
Ergo, una entidad en jaque sobre su vigencia y utilidad, mientras los públicos nacionales se fragmentan, globalizan, tecnifican y se vuelven cada vez más críticos o lejanos a lo que fuera en otras décadas la poderosa industria de entretención e información preferente de los chilenos, cuyos canales hoy se homogenizan, achican y abaratan de modo bestial, y donde en vez de hacer carrera, sus profesionales hoy luchan por ser sobrevivientes.
Ergo, una entidad en jaque sobre su vigencia y utilidad, mientras los públicos nacionales se fragmentan, globalizan, tecnifican y se vuelven cada vez más críticos o lejanos a lo que fuera en otras décadas la poderosa industria de entretención e información preferente de los chilenos, cuyos canales hoy se homogenizan, achican y abaratan de modo bestial, y donde en vez de hacer carrera, sus profesionales hoy luchan por ser sobrevivientes.