CHADWICK, EL GUARDAESPALDAS

por La Nueva Mirada

Cuando un gobierno flaquea en la evaluación ciudadana, algo recurrente durante la desafortunada gestión del actual mandatario, con una sumatoria de “errores no forzados”, a los que agregó recientemente el capricho por llevar a sus hijos en la última gira presidencial, desviando la atención de los rasgos positivos que podría capitalizar, más allá de sus desatinos verbales respecto del carácter del régimen imperante en la gran potencia oriental, suelen cundir versiones antojadizas o rumores especulativos sobre eventuales cambios de gabinete.

Se tiende recurrir al axioma político que indicaría que mientras más se hable de cambios ministeriales menos factibilidades tienen. Aquello parece  evidente cuando la presión opositora descansa en una precaria conducción política, castigada también por la evaluación ciudadana, como viene ocurriendo, de manera persistente durante esta segunda gestión de Sebastián Piñera.

Así el gobierno puede resistir un cuestionamiento al incontinente mandatario sin pagar costos efectivos, aunque en su propia coalición se hagan sentir incomodidades y presiones internas a la hora de proyectarse hacia los futuros escenarios electorales.

En esa perspectiva, con la preocupación de mantener mayores equilibrios partidarios que durante su anterior gestión, Piñera ya marcó límites a consideraciones que entiende como suficientes a la opinión de las huestes oficialistas domesticadas ante el personalismo presidencial. En ese contexto tanto la incomodidad de la dirigencia de Chile Vamos por los flirteos del mandatario con sectores opositores, abruptos cambios de conducción política respecto de iniciativas oficiales que caen por su propio peso, como el bullado caso de instalación de medidores inteligentes, ó los ajustes al proyecto de reforma tributaria, no hacen más que ratificar el principio rector “donde manda capitán no manda bombero”.

Así nada más funcional que una vocería sumisa y obediente al capricho cotidiano. Poco le vale, hasta hoy, a Piñera el creciente descrédito y debilidades de la ministra Cecilia Pérez, que incomodan a sus propias huestes parlamentarias. Cambios de ministros, como las renuncias ineludibles del errático y reiterativo Gerardo Varela, reemplazado por la punzante Marcela Cubillos en Educación, ó el sorprendente golpe que tumbó al ministro de las Culturas, Mauricio Rojas, el “Breve”, escogido para reemplazar a su desafortunada antecesora, Alejandra Pérez, parecen ser excepciones que confirman la regla. Ciertamente el cambio futuro de fusibles, como podría ocurrir hipotéticamente con Santelices en Salud, continuarían siendo parte  de ajustes parciales que determina Sebastián, el que manda.

Porque cuando nos referimos a cambios de gabinete con trascendencia en la conducción política o económica de la actual administración, la vista no se pone en la mencionada vocera ó en el errático y mal lector Valente. El círculo se puede estrechar a dos indispensables: Felipe Larraín en Hacienda y el omnipresente Chadwick Piñera.

Andrés Chadwick es el hombre fuerte, destinado a cubrir los golpes que pueden dañar a su primo hermano. Ciertamente el de mayor trayectoria política, desde sus tiempos juveniles en la designada FEUC en dictadura. En esas funciones marcó huella, discretamente olvidada en los medios de comunicación. Si no se puso el ojo en los pecados empresariales del joven Sebastián, ¿por qué hacerlo con la furia juvenil del primo? De mal gusto reponer sus imágenes en palizas a estudiantes contestatarios en la pontificia casa de estudios ó en el aeropuerto, apedreando a los obispos Alvear, Ariztía y Camus, cuando regresaban de encuentro pastoral en Riobamba.

En cualquier caso fueron precedentes coherentes con el liderazgo juvenil de Chadwick en aquellos años. Como se reflejó también en su participación entre los 77 jóvenes convocados por Pinochet en Chacarillas, (en la cumbre de aquel cerro) el 9 de julio de 1977, para una liturgia “cívico- patriota”, a la que concurrieron desfilando y portando antorchas para conmemorar el segundo aniversario del Frente Juvenil de Unidad Nacional y rendir honores a los héroes de la Batalla de La Concepción, en un evento transmitido por cadena nacional de radio y televisión, donde recibieron condecoraciones oficiales de la Junta Militar.

Luego un Chadwick, algo más reflexivo, fue percibiendo como transitar en un nuevo contexto democrático, con habilidades para adaptarse, sin olvidar nunca el oficio de aplicar el garrote y la zanahoria, según las circunstancias indicaran. Aquello se puso a prueba en diferentes sucesos políticos de las últimas décadas. Últimamente en circunstancias que otros ministros no habrían resistido, como ocurrió en los episodios asociados al emblemático caso del asesinato del comunero  Camilo Catrillanca.

Atorado con las mentiras de mandos de Carabineros, se repuso de un escenario más que desfavorable para su poder, acompañando la decisión de Piñera con el drástico cambio en el mando institucional. Leal a sus convicciones intenta dar garantías a los envalentonados agricultores que exigen mano dura ante las demandas indígenas. El pasado suele jugarle malas pasadas, como los trascendidos que lo involucran en presiones indebidas para resoluciones judiciales en el contexto del bullado escándalo en Rancagua.

Su trayectoria, lealtad e incidencia en la gestión de Sebastián Piñera lo transforman en un intocable, un duro de matar en política. A diferencia del mandatario, las encuestas no le quitan el sueño. Si fuera distinto, hace rato estaría fuera del Palacio. No es el caso. El guardaespaldas le pone el cuerpo a las balas. ¿Hasta cuándo? Solo el tiempo dirá.

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