Con los resultados de la elección de convencionales constituyentes -el terremoto político más fuerte de los últimos 70 años- asistimos a un instante país que se abre a la posibilidad de remover las bases institucionales plasmadas por los Chicago Boys, que jibarizaron el Estado y su rol para asentar un país subsidiario, de alta y creciente desigualdad, en donde se enriquecieron mediante un entramado de privatizaciones que desmantelaron, reduciendo lo público a su mínima expresión, para su propio beneficio.
Momento cero
Una serie de claves de contexto sociohistórico componen este nuevo puzzle que derriba muchos mitos sostenidos hasta el cansancio por la prensa tradicional, en su intento por negar la irrupción de una nueva ciudadanía, desafiante de las reglas y fronteras de lo posible, construyendo un nuevo capital político pese a las élites que encorsetaron la presión por cambios y reformas profundas al Estado. A saber:
- La irrupción victoriosa de dirigentes sociales y no militantes en diversas listas, en su mayoría antineoliberales por no decir independientes, casi sin ningún apoyo mediático ni económico para hacer sus campañas.
- La fortaleza generacional de una izquierda de recambio con nuevos partidos políticos anclados a algunos tradicionales, sin los traumas del golpismo setentero ni de los chantajes de la “transacción” democrática (de espalda a los movimientos sociales que se opusieron a la dictadura y que se invisibilizaron casi por dos décadas desde 1990).
- La posibilidad de una nueva política de alianzas de izquierda sin eufemismos ni sentimientos de culpa –feminista, étnica, popular-, renovada generacionalmente y en donde la primera opción a gobernar Chile se acerca a Daniel Jadue, un alcalde comunista, o a Gabriel Boric, un diputado declaradamente antineoliberal y afin a un socialismo fuerte y sin traumas heredados del Golpe de Estado.
- La reducción de la derecha a su núcleo duro cercano a un cuarto del electorado, envuelta en un dilema histórico por seguir sosteniéndose en la ortodoxia neoliberal de poderes fácticos o en el desarrollo de proyectos que busquen fortalecer un nuevo eje con el centro político liberal que abra posibilidades a nuevos gobiernos.
- La constatación que la Democracia Cristiana casi no existe, salvo caudillos municipales apartados de la dirigencia partidaria, cuya antigua base de apoyo en la Iglesia Católica hoy es renegada como un yunque que diluyó espacios de encuentro de su base social. Se enfrenta también a un dilema de vigencia o anacronismo de discurso ideológico, más sus divisiones internas de clase, representada en las viejas familias de las élites como los Frei, Walker, Aylwin, Zaldívar, versus otros vinculados con los sectores medios y las etnias, como Huenchumilla y Provoste, o los díscolos como Ascencio y Pizarro.
- La jubilación de una invisible y obsolescente exconcertación como proyecto de país autoengañoso y de un espejismo de éxito, que se contentó con darle un tinte social a la institucionalidad neoliberal sin conseguir cambiar su cara. Se murió el orden sintáctico de la política de los acuerdos de la Transición de la mano de la semántica de Eugenio Tironi y la pragmática de Enrique Correa (quien hoy intenta afirmar una eventual candidatura presidencial de Yasna Provoste para mantenerse en las redes de influencia).
- El desarrollo de cambios impensados en el tablero municipal con fuertes derrotas de figuras de derecha en su amplio espectro, donde por primera vez una militante comunista proveniente de los movimientos sociales estudiantiles será alcaldesa de Santiago –la capital de Chile., mientras Revolución Democrática triunfa en Viña del Mar y Maipú, como otros lugares emblemáticos.
Hipótesis electorales y pluralismo
El escrutinio del fin de semana pasado deja abierto un escenario de interpretaciones diversas tanto para la participación como para el despliegue de las campañas. Una lección para aprender de cara a los próximos comicios.
La abstención mayor que en el plebiscito de octubre 2020 pudo deberse a muchos factores, tales como:
- Desaliento de parte de los votantes del rechazo por percibir irremontable pasar de un 22% a un 33% de las preferencias.
- Temor al contagio de covid por parte de sectores medios altos, medios y populares, afines a partidos políticos históricos de centro izquierda y a un voto más conservador en lo generacional.
- Desafección al proceso por reportar múltiples elecciones, más la complejidad para resolver sus preferencias de votos.
- Desinterés en el proceso electoral general.
- Descrédito de la democracia como mecanismo de resolución de la representación legítima de la sociedad.
Asumiendo lo anterior, también este rediseño estructural de los grupos de representación democrática en la Convención Constituyente, el despliegue de campañas y sus logros abre un nuevo foco de discusión sobre la mediatización de los proyectos en competencia.
La configuración de los medios tradicionales se descalzó tanto en los espacios específicos abiertos a este debate como en la aceptación de los discursos más críticos que provinieron de nuevos movimientos sociales (no representados por estos mismos medios).
Hoy se puede ganar elecciones e instalar nuevos ejes de representación social sin contar con la maquinaria mediática de los grupos tradicionales, de fuerte presencia en espacios de debate televisivos o de streaming ligados a la prensa de derecha. Por ejemplo, los partidos de derecha y de la exconcertación coparon el 54% de estos cupos en programas, obteniendo solo un 40% de los representantes electos. En tanto, la Lista del Pueblo obtuvo un 17% de los constituyentes electos y su invitación a foros y debates no superó el 4%. Esto sumado a un absurdo y mínimo espacio en las franjas televisivas gratuitas.
El país tiene la oportunidad de abrirse a cambios profundos. Mucho más fuertes de lo que fueron capaces de leer los analistas políticos frecuentes de los medios, o de los que es capaz de aceptar y legitimar un insigne rector y columnista que en este proceso solo vio pulsiones juveniles y ahora lo reduce a mero voluntarismo.