La configuración del poder político futuro hoy resulta imprevisible. Creer que un candidato versus otro será la solución solo elude la pregunta de fondo que se plasmó en el estallido social y que agudizó la pandemia. ¿Podrán aceptar las élites que desde nuevos movimientos y grupos de ciudadanos se planteen cambios a la estructura social de alta desigualdad y castas segregadas que caracteriza a Chile?
Miente, miente que…
El slogan de los Tiempos Mejores que llevó a ganar las presidenciales 2017 a Sebastián Piñera, acabó siendo un amargo chiste demagógico -estallido social y la pandemia covid mediante-, con una decadente debacle de la política y descrédito de las élites. Particularmente, en medio de un canallesco ejercicio de las comunicaciones, donde la alteridad no solo brilla por su ausencia, sino que se revuelca en su sitio cada vez que algún dirigente político o empresarial comete un acto fallido que revela la verdadera preocupación o lugar que tiene en su inconsciente la condición de vida del resto.
Este Gobierno asentó su poder persuasivo en la campaña con la certera y maquiavélica fake news de Chilezuela. Una suerte de chavismo venezolano 2.0 chilenizado para aterrorizar a los votantes de segmentos altos y medios, de edades avanzadas y a lo que se conoce como la “familia militar”. Ese llamado al recuerdo del terror por la vieja Unión Soviética y la revolución cubana como íconos de las izquierdas de los años 60 y 70 en América Latina que querían propagar el “cáncer marxista”, recordando el lenguaje de la dictadura que derrocó al gobierno de Salvador Allende en 1973.
No exenta de pecado, la centro- izquierda concertacionista administró el Estado neoliberalizado que heredó al encabezar la transición durante dos décadas, buscando darle un tinte social en la medida de lo posible, bajo condición de desarticular la participación social opositora que caracterizó la década de los 80.
Cosismo con dislexia
Dado a los recuentos y a la acumulación de calificativos, el Presidente Piñera suele ejemplificar sus dichos con frases de pensadores célebres, trastocando letras o palabras y confundiendo personajes a veces, como figura lingüística llamada comúnmente “Piñericosas”. Nada grave, sino pintoresco y característico de su estilo retórico. No obstante, parte de sus colaboradores y de la periferia gremial de apoyo, no goza de buen criterio a la hora de usar el lenguaje, tratando de parecer cercanos a la media de los trabajadores chilenos o sectores populares.
Valga un breve recuento que parte con las movilizaciones feministas del 2018 –con marchas y tomas universitarias- y el entonces ministro de Educación, Gerardo Varela (UDI) exaltando la condición de “campeones” de sus hijos en las artes amatorias, a los que debía comprarles preservativos en forma profusa. Todo para negarse a la posibilidad de instalar dispensadores gratuitos de condones en establecimientos de enseñanza media. Por si fuera poco, antes de ser destituido de su cargo, a raíz de la petición de mayores recursos para jardines infantiles, escuelas y liceos de regiones, respondió que hicieran bingos y rifas para juntar fondos, como lo hace todo el mundo.
Otro hito comunicacional lo marcó el primer titular de Economía de la segunda administración Piñera, José Ramón Valente, quien en una entrevista en CNN Chile recomendó a los empresarios e inversionistas nacionales colocar sus recursos en el exterior porque era más rentable. Y de paso, se estimulaba a que inversionistas extranjeros ingresaran capitales al país: “porque yo creo que es sano que no pongamos todos los huevos en la misma canasta”.
Misma época en que el entonces subsecretario de Redes Asistenciales, Luis Castillo, dijo que la gente que se atiende en el sector público se levanta de madrugada para ir a los Centros Familiares de Salud a hacer vida social. En la radio Santa María de Coyhaique, afirmo que «Los pacientes siempre quieren ir temprano a un consultorio… porque no solamente van a ver al médico, sino que es un elemento social, de reunión social”.
Dos fallidos titulares del ministerio de las Culturas y las Artes, Alejandra Pérez y Mauricio Rojas, marcaron la pauta de la valía de esa repartición, donde la primera calificó de “cuestiones” las actividades de difusión regional para jóvenes: «Tengo hijos de esa edad, sé que tú le das un vale cultura para ir a ver una cuestión y la venden. Esa cuestión hay que promoverla mucho más en niños». En tanto, Rojas -su sucesor-, tildó de “mascarada” el Museo de la Memoria en un libro suyo, escrito en colaboración con el excanciller Roberto Ampuero: “… se trata de un montaje cuyo propósito, que sin duda logra, es impactar al espectador, dejarlo atónito, impedirle razonar (…) Es un uso desvergonzado y mentiroso de una tragedia nacional que a tantos nos tocó tan dura y directamente».
Para exaltar el buen ánimo de Fiestas Patrias pre – estallido social, el entonces ministro de Hacienda Felipe Larraín, alabó la nula inflación del mes anterior incentivando un gesto galante: “… destacar a los románticos que han caído las flores, el precio de las flores, así que los que quieran regalar flores en este mes, las flores han caído un 3,7%”. Declaración que se suma al titular de economía de aquella época, Juan Andrés Fontaine, que por el alza de 30 pesos en el valor del pasaje de metro dijo: “… se está rebajando fuertemente el Horario Valle, de manera que alguien que sale más temprano y toma el Metro a las 07:00 de la mañana tiene la posibilidad de una tarifa más baja. Ahí se ha abierto un espacio para quien madrugue pueda ser ayudado a través de una tarifa más baja”.
Inmediatamente después del estallido social, la Primera Dama, Cecilia Morel, filtró sin querer un audio de una conversación privada suya donde se refirió a estos hechos y crisis social como una “invasión alienígena” que sobrepasó al Gobierno y que obligará a “compartir más” los recursos y a hacer gestos de redistribución.
En medio de este proceso, cuyo símbolo fue pintar y repintar la estatua de Manuel Baquedano, donde incluso el propio Piñera se tomó una foto para la posteridad sentado con su chaqueta al hombro, vino la pandemia covid con el desacierto del anterior titular de Salud, Jaime Mañalich, quien reconoció no haber sabido con antelación el nivel de hacinamiento en las viviendas de sectores urbanos pobres, a propósito de los contagios acelerados en esos segmentos.
Ejemplos de reveladoras frases infortunadas ha habido muchos, pero esta semana, respecto de la ejecución del tercer retiro de fondos de las AFP y de las bajas pensiones de los chilenos, la presidenta del gremio, Alejandra Cox, puso la guinda de la torta. Profesional de larga estadía en Estados Unidos, donde hizo su doctorado en Economía en la Universidad de Chicago, y ligada a Libertad y Desarrollo, el Think Tank de la UDI en defensa de la ortodoxia neoliberal, adelantó a los futuros jubilados que ni piensen en jubilarse a los 65 años. Que las edades se deberán ir incrementando para acumular más fondos en las cuentas de capitalización individual y que no es malo pensar en trabajar hasta edades avanzadas, poniendo como ejemplo al poeta y Premio Nacional de Literatura, Nicanor Parra, entre otros: “Tanta gente chilena que nosotros conocimos, hablamos de un gran Nicanor Parra que trabajó hasta los 103, Michelle Bachelet, Ricardo Lagos, Humberto Maturana. Tenemos que potenciarnos como activos hasta que la salud nos permita”.
Triste, esperanzador e incierto final
Estamos comenzando un intenso pool de elecciones para renovar alcaldes y concejales; y por primera vez gobernadores y constituyentes. A fin de año, Presidente de la República, senadores y diputados. Todo el arco de representación electa mediante sufragio universal.
Un proceso de alta incertidumbre, donde capital simbólico de las élites se destruyó desde octubre 2019 y no se ha podido recomponer. Un problema de profunda obsolescencia institucional, anclada a viejas dinámicas, cuya solución no pasa por el triunfo eventual de Narváez, Rincón, Muñoz, Jadue, Boric, Jiles, Lavín, Briones, Matthei, Sichel, ni Desbordes. Tampoco por Provoste ni por caudillos de última hora.
Lo que está en jaque hoy son los mecanismos tradicionales de articulación del poder. Se vaciaron de legitimidad. Por eso, los retiros de fondos de AFP no son patrimonio de ningún dirigente político en especial, sino son signos de una ciudadanía que por décadas quedó entregada a su suerte y que hoy atemoriza. Ese es su capital político hasta ahora indómito.