David Card y los salarios mínimos. Por Gonzalo Martner

por La Nueva Mirada

Es una buena noticia que se le haya otorgado a David Card, de la pública Universidad de California en Berkeley, el premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel, establecido en 1969. La entidad premió a Card junto a Joshua D. Angrist y Guido W. Imbens por procurar “utilizar experimentos naturales”, es decir “situaciones que surgen en la vida real que se asemejan a experimentos aleatorios”, las que son muy poco frecuentes en la vida económica y social.

David Card y Alan Krueger (ya fallecido) mostraron en la década de 1990, utilizando datos comparativos de los estados de New Jersey y Pennsylvania en Estados Unidos -los que fijan su propio salario mínimo- que su aumento en una situación comparable no provoca desempleo. El libro que reseña esta investigación se llama sugestivamente «Mito y medición» (ver https://archive.org/details/mythmeasurement00davi), la que fue pionera entre las muchas que han derribado los mitos liberales con estudios empíricos rigurosos. La medición de Card y Krueger contradijo el análisis neoclásico típico de la interacción entre precios y cantidad demandada en el “mercado de trabajo”, según el cual el aumento del salario mínimo (precio) disminuiría la demanda de trabajo de las empresas, creando desempleo.

Como sabemos, la soberbia infundada de la academia convencional es bastante frecuente. El propio David Card testimonia que se alejó por un tiempo de la investigación sobre el tema por la hostilidad de sus colegas. Pero su metodología fue replicada en diversos casos por varios autores, en estudios en los que se compara la evolución del empleo en territorios en los que se ha aumentado y no aumentado el salario mínimo en el mismo período de tiempo. Se confirmó que ese incremento aumenta los ingresos de los trabajadores más pobres (ver https://www.aeaweb.org/articles?id=10.1257/app.20170085), sin efectos mayores en otras variables económicas, empezando por el empleo.

Este resultado no es banal si se considera la creciente pérdida de la participación relativa de los salarios en la distribución funcional del ingreso en el capitalismo contemporáneo. Según Jan Eeckhout, por ejemplo, la relación entre utilidades y planilla de salarios en Pfizer subió de 41% en 1980 a 210% en 2019, mientras tanto en el caso de Apple como de Facebook ese coeficiente es actualmente superior a 300%. Estas hiper-empresas han acumulado un impresionante poder de mercado que inhibe la entrada de nuevos competidores y la difusión de la innovación, mientras les permite un creciente control de los medios de comunicación y, en diversos casos, una fuerte influencia sobre el sistema político.

David Card también estudió el efecto de la ola migratoria desde Cuba hacia Miami en 1980, mostrando que no provocó una ola de desempleo ni una baja de salarios, como el análisis convencional hubiera esperado. En estudios posteriores, refrendó la idea que la migración no provoca un mayor desempleo de los nativos de baja calificación (en https://web.archive.org/…/econ/conf/immigration/card.pdf).

Ahora el trabajo de Card es reconocido y recompensado por una entidad, el Banco Central de Suecia, que no es exactamente una ONG vanguardista. Los que postulan que debe mantenerse salarios mínimos bajos defienden intereses (contener los costos salariales es sostener altas utilidades), lo que es explicable desde su punto de vista. Pero ya no se puede aludir tan fácilmente la defensa de un eventual interés general (evitar el aumento del desempleo) para mantener remuneraciones legales mínimas bajas e impedir la negociación colectiva del salario con sindicatos fuertes. Esto ya lo había establecido Keynes -ver la reseña de economistas del FMI en https://www.imf.org/…/ft/fandd/spa/2014/09/pdf/basics.pdf- desde el punto de vista macroeconómico (los salarios bajos mantienen una demanda agregada insuficiente y un «equilibrio de subempleo»), pero los trabajos de Card y otros lo han demostrado con estudios empíricos en situaciones comparativas reales en escala microeconómica. Esto lo hizo acreedor del reconocimiento sueco y, esperamos, ayudará a disminuir la intensidad de las afirmaciones perentorias, pero no por eso menos equivocadas, de los economistas convencionales, los que suelen aludir un supuesto pensamiento económico no controversial que es simplemente inexistente.

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