Las cifras de contagiados y muertos por el coronavirus dadas a conocer por los gobiernos apenas constituyen meras aproximaciones. En el mejor de los casos. En otros representan burdas e irresponsables manipulaciones de las autoridades, en desesperados esfuerzos por ocultar la cruda realidad, mantener las actividades económicas y retornar lo más pronto posible a la normalidad. Aunque sea una “nueva normalidad”, en que los ciudadanos deberán convivir con la amenaza latente del virus. Sin lugar a dudas muchos morirán, pero la vida es dura y sigue su curso.
¿Cuántos infectados sintomáticos y asintomáticos registran China, Europa o Estados Unidos? ¿Cuantos en África o en América latina? ¿Es posible que Corea del Norte no registre ningún caso de corona virus y Venezuela poco más de 400 casos y tan sólo 10 muertos? ¿Cuántos muertos y contagiados registra Haití?
Lo único cierto es que la pandemia se extiende a ritmos diversos en los cinco continentes y está aún lejos de alcanzar su peak. Con cerca de un millón cuatrocientos mil infectados ochenta mii muertos registrados oficialmente, Estados Unidos mantiene hasta ahora el récord de personas enfermas y de fallecidos. Ello podría variar en las próximas semanas por la velocidad de los contagios en algunos países de África y América latina.
Lo único cierto es que la pandemia se extiende a ritmos diversos en los cinco continentes y está aún lejos de alcanzar su peak.
Lo enunciado torna punto menos que imposible contrastar situaciones que simplemente no son comparables. Más aún cuando la pandemia avanza a ritmos diversos en distintos países y la cantidad de test por millón de habitantes es diferente. O analizar las diversas estrategias implementadas por los diferentes gobiernos para enfrentar la pandemia que azota al planeta.
Lo enunciado torna punto menos que imposible contrastar situaciones que simplemente no son comparables.
Es más que evidente que aquellos países que tempranamente asumieron la gravedad de la amenaza sanitaria y reaccionaron rápidamente para tomar medidas de prevención, llamaron al aislamiento social y reforzaron los servicios de salud, han tenido mejores resultados que aquellos que inicialmente tendieron a restar dramatismo a la amenaza y demoraron las medidas de prevención y que hoy se ven duramente golpeados por la epidemia, como sería el caso de Brasil o México, que lideran las cifras oficiales de muertes y contagios en la región.
Es más que evidente que aquellos países que tempranamente asumieron la gravedad de la amenaza sanitaria y reaccionaron rápidamente para tomar medidas de prevención, llamaron al aislamiento social y reforzaron los servicios de salud, han tenido mejores resultados
Lo real es que el planeta, incluida nuestra región, hoy enfrenta una triple amenaza -sanitaria, económica y social- que generará mucho dolor, miseria y pobreza en todo el mundo y con mayor razón en los llamados países en vías de desarrollo o simplemente pobres y con mayores grados de desigualdad.
Lo real es que el planeta, incluida nuestra región, hoy enfrenta una triple amenaza -sanitaria, económica y social- que generará mucho dolor, miseria y pobreza en todo el mundo y con mayor razón en los llamados países en vías de desarrollo o simplemente pobres y con mayores grados de desigualdad.
Brasil es un caso paradigmático. No tan sólo por sus extremas desigualdades sino también por un mandatario que, hasta el día de hoy, cuando ya lidera la cifra de contagiados y muertos, niega la gravedad de la crisis insistiendo en retornar a una normalidad que simplemente no existe.
Bien pudiera ser que el controvertido Bolsonaro le tema más al riesgo de caos social que a la propia epidemia, como afirmara un personero de su gobierno, pero es una apuesta carente de toda ética o moral. La primera responsabilidad de un gobernante es la de proteger la vida y la salud de la población, además de brindarle una adecuada protección social durante la emergencia.
Ciertamente no resulta fácil conciliar ambas prioridades con la necesidad innegable de mantener la actividad productiva y económica, el funcionamiento de las instituciones y del país, pero ello no puede alcanzarse sacrificando deliberadamente vidas humanas, como ha admitido Jair Bolsonaro al insistir en una nueva normalidad “algunos van a morir (¿). Que le vamos a hacer” ha afirmado,
Perú es el segundo país en la región con la mayor cifra oficial de contagiados (67.307 contagiados al 11 de mayo). Prácticamente el triple de Chile y más del doble que Ecuador (con estadísticas no verificadas). Y casi dos mil fallecidos.
Y nadie puede acusar al mandatario peruano de lenidad o vacilación a la hora de decretar severas medidas preventivas buscando aplanar la curva de contagios. De hecho, una amplia mayoría de peruanos, como lo muestran las encuestas, valoran y apoyan sus esfuerzos por enfrentar la pandemia.
Pero son más que evidentes las precariedades de los servicios de salud en ese país. Como las condiciones de pobreza y miseria en que viven amplios sectores de su población.
Pero son más que evidentes las precariedades de los servicios de salud en ese país. Como las condiciones de pobreza y miseria en que viven amplios sectores de su población.
Algo parecido, e incluso más grave, es lo que sucede en Ecuador, con prácticamente cerca de 30 mil infectados y más de 2.127 muertos según las cifras oficiales (las estimaciones hablan de cifras bastante superiores).
Las imágenes de muertos no retirados de sus hogares o en las calles, cementerios y hospitales colapsados, hablan por sí mismas.
El caso de Chile no deja de ser curioso. Es el país con el mayor ingreso per cápita de la región, con los mejores indicadores sociales y más bajas índices de pobreza y extrema pobreza, con un sistema de salud autodescrito por el ministro de Salud como uno de los mejores del planeta, pese a lo cual registra la creciente cuarta cifra más alta de contagios en la región (más de 30,000 contagiados) y una baja tasa de mortalidad (cerca de 340 casos, 16 pmh), cifra muy parecida a la de Argentina, con un 20 % de personas contagiadas y 7 pmh.
La cifra de contagiados se ha incrementado notoriamente en los últimos días en nuestro país, superando los dos mil el miércoles 13, poniendo a dura prueba la capacidad de los servicios sanitarios para responder a la emergencia tal como sucede en los países que ostentan la mayor cifra de contagiados.
¿Una nueva normalidad?
Es más que evidente que la situación de emergencia no es sostenible en el mediano o largo plazo y más temprano que tarde los países deberán intentar volver a una normalidad. Ciertamente una “nueva normalidad”, en donde la humanidad aprenda a convivir con la amenaza latente de contagios.
Aunque deba hacerlo en forma gradual, tomando las debidas medidas de prevención y estando dispuestas a retomar medidas más drásticas en la eventualidad, como han prevenido diversos expertos y autoridades de la OMS, que el mundo deba enfrentar una segunda o tercera ola de contagios.
China, que según todos los estudios fue donde se inició la epidemia, aparentemente ha logrado controlar la enfermedad y paulatinamente retoma los esfuerzos por volver a la normalidad, aunque ya se registran nuevos contagios.
Europa, que ha enfrentado una alta cifra de muertes y contagios, como es el caso de España, Reino Unido e Italia, lentamente ve descender la curva de contagios y fallecimientos y gradual y parcialmente intenta retomar sus actividades, coincidiendo con la llegada de la primavera, sin descartar el riesgo de nuevos casos.
No es necesariamente el caso de EE.UU, que aún mantiene el record de contagiados y fallecidos, pese a lo cual Trump libra una enconada disputa con algunos de los gobernadores para levantar prematuramente medidas preventivas y retomar las actividades económicas.
Pero aún más injustificados son lo apresurados esfuerzos de varios países latinoamericanos por retomar la normalidad, asumiendo a destiempo el ejemplo de países desarrollados, cuando la curva de contagios sigue creciendo y está aún lejos de su peak.
Pero aún más injustificados son lo apresurados esfuerzos de varios países latinoamericanos por retomar la normalidad, asumiendo a destiempo el ejemplo de países desarrollados, cuando la curva de contagios sigue creciendo y está aún lejos de su peak.
Los riesgos de una pandemia social
Es igualmente evidente que la mayoría de los países de la región,- en donde un porcentaje muy importante de su población vive al día, con empleos informales o de manera independiente, sin contratos de trabajo o previsión social – además del impacto económico que genera la crisis enfrentan el riesgo de un verdadero caos social, producto de la extrema necesidad y carencias que enfrentan estos sectores en la imposibilidad de desarrollar sus precarias actividades y con un escaso o nulo auxilio estatal.
Son millones los puestos de trabajo perdidos a causa de la emergencia sanitaria, Cientos de miles de trabajadores independientes o informales se han visto impedidos de mantener sus actividades y hoy deben buscar estrategias de sobrevivencia para enfrentar el día a día.
La ayuda estatal siempre será insuficiente para entregar una adecuada y masiva protección social durante la emergencia. Sea porque los países no disponen de los recursos y enfrentan enormes dificultades para obtenerlos, o simplemente porque los gobiernos no lo asumen como una prioridad tan relevante como la sanitaria,
“Prefiero morirme de corona virus antes que de hambre”, “si no trabajo no como”, son expresiones más que recurrentes a lo largo de la región.
Los riesgos de un caos social son evidentes. Tan importante como fortalecer los servicios sanitarios, resulta implementar activas e inéditas políticas de protección social. Garantizar una renta universal para el 60 u 80 % de la población por el tiempo de dure la emergencia aparece como una necesidad imperiosa. Una renta digna para garantizar la sobrevivencia de la población, involucrando la solidaridad de los sectores de mayores ingresos.
La crisis económica
Ciertamente la recesión de la economía mundial golpeará con particular fuerza a las economías emergentes y a nuestra propia región, que ya venía sufriendo fuertes contracciones con menores tasas de crecimiento tras el ciclo de altos precios de sus materias primas.
Las exportaciones de materias primas tendrán menor demanda y perderán parte de su valor (se estima un 15 % en promedio).
La caída del precio de petróleo impactara con fuerza a países productores como Venezuela y Ecuador.
La caída del precio de petróleo impactara con fuerza a países productores como Venezuela y Ecuador.
La crisis impactará con fuerza el turismo, que para varios países de la región representa un sector muy significativo. La contracción del consumo interno afectará a las pequeñas, medianas y grandes empresas. La pérdida de empleos los empleos al sector informal, pero también formal.
Nuevos desafíos para la región
Se supone que Chile, a diferencia de otros países en la región, tiene mayores fortalezas para resistir el embate (aún el país mantiene fondos soberanos, su deuda externa es relativamente baja y mantiene su capacidad de mayor endeudamiento) y diversos organismos financieros internacionales proyectan, bajo determinados e inciertos supuestos, una capacidad de recuperación más rápida que el resto.
Pero ello depende de varios factores. En buena medida externos, asociados a la velocidad de recuperación de la economía mundial. Aunque esencialmente a la capacidad del país para enfrentar la crisis sanitaria y entregar adecuadas políticas de protección social durante la emergencia, con la amenaza latente de rebrotes del estallido social y sus consecuencias que ya viviera el país a partir del 18 de octubre, que diversos actores advierten asumir y considerar respuestas, como una condición indispensable para la recuperación económica,
Otros países en la región enfrentan situaciones aún más complejas. Como es el caso de Venezuela, que vive una larga crisis política, económica y social, que la pandemia tan sólo puede contribuir a agravar.
Es el caso de Cuba, que ha debido enfrentar una suerte de segundo “período especial” luego que el gobierno de Donald Trump decidiera revertir el proceso de descongelamiento iniciado por Barack Obama, endureciendo las medidas de bloqueo y sanciones económicas. A ello se suman las dificultades que viven aliados tan relevantes como Venezuela.
Es el caso de Nicaragua, que arrastra una crisis aguda bajo la conducción arbitraria, errática y represiva de Daniel Ortega
Argentina, que arrastra una gravosa deuda externa y que hoy se encuentra al borde del default.
Y el mencionado Brasil. Con un mandatario con muy escasas credenciales democráticas, que no tan sólo duda en arriesgar la salud y la vida de su población con imprudentes políticas de “normalización” sino también debilitando instituciones democráticas.
La Alta Comisionada para los Derechos Humanos de Naciones Unidas, la ex presidenta Michel Bachelet ha alertado en contra de los riesgos de que diversos gobiernos se aprovechen de la situación de emergencia para debilitar las instituciones democráticas y el respeto a los derechos humanos de sus ciudadanos, como ha ocurrido no tan sólo en el Salvador, en donde el controvertido mandatario Nayib Bukele amenaza al Congreso y autoriza a las fuerzas policiales para eliminar a los integrantes de las Maras o pandillas que se enfrenten al gobierno.
Michel Bachelet ha alertado en contra de los riesgos de que diversos gobiernos se aprovechen de la situación de emergencia para debilitar las instituciones democráticas y el respeto a los derechos humanos
Así los desafíos parecen múltiples para la democracia en la región. El primero y más relevante es la defensa de la vida y la salud de la población, con una adecuada protección social durante la emergencia. Pero también asumir grandes transformaciones para defender y profundizar la democracia y construir un nuevo orden social, más justo y equitativo.
Aquella no es tan sólo tarea de los gobernantes o del sistema político. Es una tarea del conjunto de la sociedad en nuestra región