Sentimos que también nos quieres, que somos tus amigos, tu familia, y es bueno que sepas que contigo aprendimos algo que nos llena de orgullo: aprendimos a apreciar, respetar y querer a un ser diferente. Es muy fácil aceptar y querer a los que son iguales a nosotros, pero hacerlo con alguien diferente es muy difícil y tú nos ayudaste a conseguirlo.
“Historia de una gaviota y el gato que le enseñó a volar” (1996)
Muchas veces escuchó decir que con los años llega la sabiduría y él esperó, confiando en que tal sabiduría le entregara lo que más deseaba: ser capaz de guiar el rumbo de los recuerdos y no caer en las trampas que éstos tendían a menudo.
“Un viejo que leía novelas de amor” (1989)
Hace un par de meses, el 16 de abril, murió Luis Sepúlveda Calfucura, tremendo escritor y leal amigo que, en sus palabras, remarcaba con orgullo que era afortunado por haber nacido “rojo, profundamente rojo”. Desde su fallecimiento no puedo evitar el pensamiento recurrente de su visita a Chile, una década atrás, una anécdota que no puedo olvidar. Quería reencontrarse con los que él llamaba, como en la película de Emilio Pacull, Los héroes frágiles, los integrantes del GAP (Grupo de amigos personales/ encargado de la seguridad del presidente Allende) que en el tiempo crecieron, se agigantaron y por eso mismo, se hizo más evidente su preciosa fragilidad y donde todos, sin excepción, nacieron rojos, profundamente rojos y sus vidas fueron, como las del escritor, una mezcla de varias vidas, en la ficción y en la realidad, donde los mitos y las leyendas, algunas desmentidas y otras sin aclarar, de biografía y novelas, eran la realidad de cada día.
Sepúlveda desarrolló en su obra lo que algunos llaman “magia de la realidad” incorporando la magia como un componente más de la forma de ser americana en contraposición con el realismo mágico donde prima el exotismo y el tropicalismo. Así, Luis Sepúlveda desarrolló personajes que se identificaron con la naturaleza sin intentar domesticarla y que se insertaron en escenarios reales, como él, que fue miembro del Gap, participó con los elenos (de inspiración cubana) y uno más de los sobrevivientes del dispositivo.
En aquella vuelta a Chile, Luis Sepúlveda quiso juntarse con sus excompañeros del GAP y otros de aquel entorno para conversar un asado de largo aliento sobre sus devenires, fortunas y desventuras. Entre sus deseos, estaba recorrer lugares emblemáticos de su quehacer durante el gobierno de la Unidad Popular, lugares que soñaba volver a reconocer. Así llegó a la casa de Galo junto a Patán y otros compañeros. La memoria se activó en lo experimentado entre el 70 y 73, el aciago 11 de septiembre y sus vidas posteriores.
Y de aquel asado surgió la necesidad de visitar aquella emblemática casa a la orilla del río camino a Farellones, donde vivieron y entrenaron, siendo muy jóvenes, para ser escoltas del Presidente: El Cañaveral… casa con una tremenda historia y que hacía poco había sido devuelta a la familia de Miriam Contreras (la Paya). La casa y sus alrededores estaban en un estado deplorable. Al recibirla, descubrieron que las bellas piedras naturales de los pasillos y accesos habían sido pintadas de colores chabacanos y sus interiores casi destruidos. No tenían medios para repararla y los integrantes del GAP que todavía sobrevivían, se encargaron de las primeras reparaciones… durante meses… limpiando el lugar de ramas, basura y otros. Ya por el tiempo de la visita de Sepúlveda, se podía visualizar lo que había sido. Una belleza junto al río que descendía por una cañada del cerro justo al costado del edificio principal con la terraza donde el Presidente Salvador Allende se tomó esa emblemática fotografía disparando hacia los cerros, los puentecitos colgantes apenas sostenidos por cuerdas y la belleza de los cañaverales y pequeños senderos por los que tantos jóvenes habían trotado intentando mejorar su estado físico y haciendo guardia para proteger al compañero Presidente. Ahí llegamos con Luis Sepúlveda Cafulcura, como a él le gustaba remarcar para no olvidar su origen Mapuche, por la madre. Y durante una tarde entera recorrimos el lugar mientras el apasionado escritor preguntaba dónde, cómo, cuándo y qué hizo Allende en aquel lugar. Y en algún momento, de los ojos de ese hombrón, se deslizaron lágrimas que vanamente trató de ocultar mientras todos los presentes, unos mejor, otros apenas, disimulaban las lágrimas por los sueños perdidos.
No he podido olvidar aquel día ni sus palabras, poco después, en Le Monde Diplomatique donde escribió que “A veces, cuando en Santiago algunos compañeros que tuvimos el honor de ser integrantes del GAP, nos reunimos en torno a un asado, no dejo de pensar en la dura y tierna fragilidad del heroísmo, y ni siquiera tengo que cerrar los ojos para imaginar a alguno de ellos, por ejemplo “Patán”, “Galo” o “Eladio”, mientras recorren la ciudad en busca de las picadas en donde comprar la carne, el vino o los tomates, y se cruzan con cientos de personas cabizbajas que ignoran la razón por la que esos tres hombres avanzan bien erguidos, a pesar del paso de los años, y sin mirar al suelo. No saben que esos hombres son héroes, que combatieron junto a Salvador Allende por la más noble de las ideas, que eran apenas un puñado en La Moneda, que lucharon hasta agotar la munición, que en el combate demostraron ser infinitamente mejores que los traidores, y que si se entregaron fue porque Allende ordenó no dejarse matar inútilmente, y que para ellos no hubo trato de prisioneros de guerra ni ninguna convención humanitaria que les amparase”.…
“contar bien una buena historia y no cambiar la realidad, porque los libros no cambian el mundo. Lo hacen los ciudadanos”.
Y así, desde ese día escribo haciéndome eco de su frase repetida hasta el cansancio y que machaca en mis oídos, uno debe “contar bien una buena historia y no cambiar la realidad, porque los libros no cambian el mundo. Lo hacen los ciudadanos”. Y aunque esa visita no cambió mi vida, me dejó un recuerdo inolvidable de un escritor que contaba lo que vivía, poniéndole magia a sus relatos hasta borrar la línea entre la realidad y los sueños.
un escritor que contaba lo que vivía, poniéndole magia a sus relatos hasta borrar la línea entre la realidad y los sueños.