La semana pasada debe haber sido una de las más movidas en la política reciente. Con la denuncia de corrupción del exalcalde de Vitacura, Raúl Torrealba y el quiebre forzado del dirigente de la ex Lista del Pueblo Rodrigo Rojas Vade, quien admitió no padecer una enfermedad terminal y que todo era mentira. Este último caso tiene antecedentes y consecuencias particulares que ameritan mayor atención.
Es muy cierto que en Chile no somos directos en decir las cosas, al menos en ambientes en que no estamos del todo cómodos y con gente que no conocemos bien. Es parte de la cultura y en eso la herencia española prácticamente está ausente. En los años setenta una de mis primeras impresiones en España fue durante una visita al coliseo romano de Tarragona. En aquellas ruinas dos mujeres jóvenes se gritaban de un extremo a otro: “…en tus muertos, hija de puta. Ven aquí que te doy dos ostias”. La otra replicaba en el mismo tono, pero la cosa no terminó a golpes como cabría esperar en el otrora escenario de gladiadores y mártires cristianos, sino en un ilustrativo intercambio de insultos y gestos ofensivos. Este contrapunto entre nuestras raíces españolas y la excesiva prudencia del chileno medio ha quedado bien reflejado en sendos artículos de dos constituyentes: Patricia Politzer en The Clinic y Patricio Fernández en El Mostrador. Ambas opiniones más bien tibias a raíz del fraude de Rodrigo Rojas Vade, uno de los líderes de Pueblo Constituyente, fracción escindida de la Lista del Pueblo.
No es del caso juzgar las motivaciones de los aludidos para no censurar con mayor rigor las acciones de Rodrigo Rojas como un imaginario enfermo de leucemia que luchaba en la primera línea por los derechos sociales y, más específicamente, por el derecho a la salud. El sujeto en cuestión construyó un personaje que participaba en los grupos de choque de las movilizaciones con un supuesto catéter a pecho descubierto para las quimios, apósitos varios, cejas y cabeza desprovistas de toda cabellera y otros elementos que mostraban un personaje en condición terminal, pero con un espíritu inquebrantable. Todo un constructo que desafiaba a la muerte, a la injusticia, al egoísmo. Me sacrifico por ustedes parecía decir su sola presencia en las calles, en la Plaza “Dignidad”.
En las tribulaciones de Hamlet, el personaje de William Shakespeare se pregunta si es mejor sufrir las flechas de la injusta fortuna o alzarse armado contra los obstáculos “y darles fin con atrevida resistencia”. En el imaginario de la izquierda más radical este tipo de disyuntiva animó el enfrentamiento permanente de la primera línea y la disputa del control territorial en el eje que une la Alameda con Providencia. En eso Rojas Vader era un referente aclamado y abrazado por los “capucha”, pero toda esta construcción termina ya no en Hamlet sino en una suerte de novela picaresca, llena de trampas, engaños y personajes turbios. El héroe devenido en antihéroe, justificándose en una homosexualidad supuestamente no reconocida, pese a que han salido declaraciones de su pareja, y en una aparente enfermedad que declara tener un “fuerte estigma social”. Eso insinúa que pudiera ser VIH, pero a estas alturas cualquier suposición es irrelevante.
Todo esto que parece sorpresivo no lo es tanto. Ya resultaba muy extraño que, en el acto de constitución de la Convención, Rodrigo Rojas llegara tarde junto con un grupo que enfrentó a carabineros y, según la periodista que intentó entrevistarlo, “completamente empapado”. Un supuesto enfermo de leucemia que llega todo mojado y se queda así por muchas horas en una fría tarde de invierno…sospechoso ¿no? Quizás lo anómalo de esto es que un medio de prensa tradicional, en este caso La Tercera, se atreviese a apretar al personaje hasta confesar la mentira. Es claro que ha operado mucho de autocensura en los medios de prensa, aparentemente sobrepasados por las redes sociales, pero es un buen ejemplo hacer la pega periodística en lugar de seguir pegados en una especie de “buenismo” incauto.
En descargo de los medios de prensa existen fraudes que han durado décadas, como el descubierto en 2020 en Argentina, donde un sujeto que se hacía pasar por veterano de las Malvinas y estuvo nada menos que 38 años dando entrevistas y conferencias sin haber pasado ni siquiera por el Servicio Militar. También están las de tiro corto, como la mujer que recorrió algunos pueblos de España en el año 2000 consiguiendo dinero como “hija ilegítima” del entonces rey Juan Carlos, cuya proverbial afición a la caza de todo tipo, ya sea en África o las calles de Madrid parecía avalar la historia. La señorita en poco tiempo había logrado recaudar más de 23 millones de pesetas lo que sancionaba la estafa, toda vez que hubo daño económico. Quizás en el caso de Rodrigo Rojas puedan acreditarse ilícitos considerando que organizó rifas para obtener fondos para sus inventadas “quimioterapias”, pero no sería extraño que el tema se transforme en un conflicto ético y no judicial.
La renuncia a una de las vicepresidencias de la Constituyente por parte de Rojas era un mínimo esperable. La comisión de ética probablemente fijará sanciones económicas pero no hay facultades para destituir a un constituyente ni posibilidad que éste renuncie. A pesar de que la mesa directiva denunció ante la fiscalía que la declaración de patrimonio e intereses de Rodrigo Rojas Vade no es “fidedigna”, se trata de un recurso débil si no hay alteración u omisión de montos en dicha declaración y no una simple inconsistencia como es un préstamo que el declarante asocia a una supuesta quimioterapia.
En el escenario descrito, si Rojas participa de las votaciones y mantiene cierto liderazgo en el actual Pueblo Constituyente la situación puede hacerse insostenible para la instancia en su conjunto. Por otro lado, si continúa en el cargo sin asistir y recibiendo sueldo será algo intolerable para la opinión pública general. Todo tiene costos debido a una cadena de mentiras que arrastra no solo a un sector, sino a todos los que están en la función constituyente. Tampoco es claro que en el futuro reglamento puedan incluirse normas referentes a una eventual destitución, en especial porque son cargos de elección popular, y menos que se pudiese aplicar una sanción mayor en forma retroactiva.
Lo anterior solo deja abiertas una remota decisión judicial (sujeta a tiempos que probablemente exceden el plazo de la Constituyente) o que pudiese abrirse un espacio para la renuncia del constituyente en cuestión. Esto último pasa además por un sentido ético y ciertas condiciones personales que parecieran ausentes en este caso. La ira de Hamlet con su tío no solo tenía que ver con el crimen contra su padre, sino porque el usurpador vivía “sin remordimientos de su culpa”. Podría pensarse que Rojas debiera hacerse un lado por “dignidad”, pero curiosamente eso mismo que exhibía a modo de tatuaje y consigna, no le impidió pasar por encima de la dignidad de aquellos tocados por un cáncer grave y sus familias. Como decían en otros tiempos: es que hay gente que no tiene perdón de Dios, por no recurrir al nutrido rosario que intercambiaban esas dos jóvenes españolas en otros tiempos.