El libro y su arquitectura, la Mistral, siempre la Mistral

por María Inés Zaldívar

Me referiré al libro Gabriela Mistral y los presidentes de Chile de Matías Tagle Domínguez, libro que me ha resultado especial, pues me ha permitido compartir el extenso diálogo entre nuestra Premio Nobel y siete presidentes de la República de Chile. Sobre la base de una arquitectura particular, el texto se abre con un documentado monólogo que contiene la semblanza de José Manuel Balmaceda, ese presidente que desde la tumba o más bien desde la historia o del mito, le provocó a la Mistral una fascinación casi adolescente; fascinación con la que construye un personaje poseedor de una “frente suavemente extensa, de las que yo llamo frentes “derramadas”, y que me gustan mucho”, afirma y que, oyendo a los más viejos que le conocieron, describe como un “varón completo”, con “una voluntad apuñada de hombre de cordillera, una sensibilidad de mujer en el trato y una ternura de viejo para con los niños”. El libro, en su otro extremo, se cierra varios decenios más tarde con el discurso de Eduardo Frei Montalva en el Senado el 22 de enero de 1957, en el homenaje del entonces senador a la poeta a raíz de su fallecimiento en Nueva York: “No era ella una de esas glorias que forma la propaganda, sino que constituía realmente una figura que trascendía los límites, no digamos de la Patria, sino del Continente”, afirma, para a continuación decir que “Conocer a Gabriela Mistral constituía una experiencia única: sencilla, pero llena de una extraña majestad, imponía por su alta figura, casi hierática, y su rostro tallado como de piedra que hacía recordar las montañas que encierran los Valles del Norte, donde nació”.

En este volumen está inscrito más de medio siglo que permite conocer la historia chilena desde una mirada diferente. Esta mirada es producto de un relato que posee un formato inesperado que es tanto diacrónico como sincrónico pues, aunque en sus capítulos la presencia de los presidentes chilenos se despliega en una línea temporal sucesiva, el texto va al mismo tiempo recogiendo al interior de ellos, convocados por la Mistral, registros de la realidad conformados por diversos tiempos y voces simultáneas que dan vida a un microcosmos más bien temático y emocional. A lo anterior se suma el hecho de que la voz del autor, junto con la disposición que respeta este orden sucesivo de los presidentes, crea una suerte de sincronía histórica, política, literaria y afectiva a través de la factura interior de cada capítulo compuesta por una entrada, un desarrollo y una conclusión que se abren en diferentes direcciones temporales y espaciales. Aquí no hay afanes totalizadores, sino un relato que busca el diálogo entre diferentes registros. 

Toda esta apreciación me lleva a pensar que, según la terminología de Mijail Bajtín cuando describe las novelas de Dostoievski, aquí estamos frente a un relato polifónico, no monológico, ese de la voz autorizada, sino frente a un corpus dialogante e híbrido que reúne y articula gran cantidad de información que va ligando aspectos históricos, literarios y políticos, los que a su vez provienen de textos con diferente formato: cartas, noticias, libros, revistas, artículos periodísticos, recados …. Estamos por tanto frente a un libro cuya principal característica es la pluralidad de voces y de conciencias independientes, inconfundibles y autónomas al interior del texto, donde la clave está en la capacidad del autor de crear una unidad, orgánica y coherente que se funda sobre el respeto de la diversidad de las voces que la componen. 

Los textos de la Mistral acerca de o bien dirigidos a los siete presidentes que conforman el cuerpo de este libro –ese cruce de superficies textuales como afirmaba Julia Kristeva– son como una rica cantera de posibilidades para conocer, investigar o incluso escribir otros textos acerca de la historia nacional. La variedad tanto en el formato como en su contenido temático entrega un material único, justamente por la hibridez de una estructura que permite diversos registros. Registros que, tomando las palabras de una carta de Arturo Alessandri Palma dirigida a la poeta luego de que este fuera incorporado a la Academia de la Lengua, le dice: “Soy admirador de sus obras tan llenas de intelecto y de sentimientos”.

         A propósito de esta polifonía, esta vez quisiera señalar a modo de ejemplo, cuatro registros que identifiqué en las diversas tonalidades de esta voz mistraliana que se manifiesta, indistintamente (o transversalmente, como se dice ahora), en la interlocución que establece con cada uno de estos presidentes. 

1.Identifico, por ejemplo, la voz de la funcionaria pública chilena que se hace un camino (a veces con rudeza) más allá de la burocracia y la precariedad estatal, como puede leerse en esta carta, sin lugar de procedencia, dirigida a Pedro Aguirre Cerda, presumiblemente en 1919: “Mi jefe puso en mi conocimiento las gestiones hechas por Usted ante el Ministerio de Instrucción en mi favor, con motivo de la vacancia del Liceo de Rancagua. Diome con ello un motivo de satisfacción, y aún puedo decirle de orgullo, muy grande. Es grato ver que una mano se tiende desde lejos hacia nosotros, pero si ella es la de un hombre de su casta, el reconocimiento y la alegría pueden volverse legítimamente soberbia”; para continuar más adelante, “A diversas personas (doña Sara del Campo, doña Dora Alcalde y doña Delia Matte) ha prometido el señor Íñiguez mi ascenso, pero no ha señalado con precisión a dónde quiere mandarme. Alguien me dice que ha pensado en mandarme a Arica. La señora Brandau, directora del Liceo de Iquique, irá a Concepción. ¿Por qué no me dan Iquique? ¿Podría usted señor Aguirre hablar en este sentido al Ministro?”. Como este hay muchos otros ejemplos dirigidos a diferentes autoridades con peticiones tanto para sí misma, como de recomendaciones para conseguir asensos y trabajos para otras personas.

2.Otra voz de la Mistral presente en el libro, especialmente en su primera etapa, es la de la jefa de hogar que mantiene a su madre como posteriormente a su hermana Emelina y a otros familiares. Le escribe a Pedro Aguirre Cerda en 1932:

Mi hermana recibe de mí, don Pedro, un arriendo de mi casita de La Serena, de doscientos pesos, una mensualidad de trescientos que nunca le he suspendido, aparte de que en los peores meses de juerga revolucionaria le mandé recursos de EE.UU. Vive explotada por cierta gente de algunas iglesias, y nada le basta. Le he rogado que se venga conmigo, porque además que necesito siempre vivir con alguien, me aliviaría enormemente mi situación económica. Estoy casi segura de que no la dejarán venirse. Doy a usted estos detalles tan íntimos, porque hay quienes creen que yo he abandonado a mi familia. Cargo con ella y con la parentela natural del lado de mi padre, y siendo sola, soy, en verdad, una docena más o menos…

3.La voz de Gabriela Mistral como consejera en materias de índole política nacional e internacional es otro recurrente y relevante registro en su diálogo con los presidentes. Dos ejemplos: en carta a Eduardo Frei Montalva el año 1945, a propósito del desaliento de los jóvenes de la Falange por la baja en la votación para sus candidatos a parlamentarios, le dice: “Vi con pena, el renglonazo de jóvenes conservadores ultra-blancos que salieron electos. Veo que hay varios que fueron de nuestras filas. Se huyeron con la chance más cierta… no se desaliente Ud. En Chile las cosas mudan en 3 o 6 meses”.

El otro ejemplo, bajo el gobierno de Ibáñez y en su visita a Chile (donde estuvo algo más de un mes y alojando en casa de Radomiro Tomic y Olaya Errázuriz), es el discurso desde los balcones de la Moneda en 1954: 

En los 16 años de ausencia de mi país, yo he estado siempre al tanto de los acontecimientos que se producían dentro de nuestra patria. No tuve noticias verdaderamente malas nunca, creo. Pero la noticia más ancha y esperada por mí ha sido saber que, por fin, hay interés vivo en que el hombre del campo pueda llegar a tener en dónde apoyar la cabeza. Se trataban muchas cosas, algunas bastante necesarias, pero ninguna de tanta trascendencia como la de ayudar al campesino a realizar sus sueños. Esto es de una justicia de un tamaño que no se puede medir”. Finalmente cierra diciendo: “Son muchos los pueblos en donde el campesino aún no tiene esperanzas, y yo quiero agradecer esta actitud y este ejemplo que nosotros estamos dando. Muchas gracias.

4.Por último, el tono amistoso, más íntimo y de complicidad, pleno de confidencias y pelambres, también conforma un registro en su discurso. Ese tono se aprecia, por ejemplo, en la fluida comunicación que mantiene con su amigo el escritor Eduardo Barrios. En la carta que le escribe desde México, en su primer comentario acerca de Arturo Alessandri Palma, le confidencia, “Alessandri dijo a Vasconcelos, veladamente, que yo no era la representante efectiva y alta de la enseñanza femenina en Chile que los de fuera creían, que él le presentaría a la efectiva, que era la señora Labarca” (con quien tendrá una permanente rivalidad). Este supuesto comentario de Alessandri a Vasconcelos seguirá siendo un escollo en la relación entre ella y el presidente, mediado por los comentarios externos de “un señor de Torreblanca” quien habría esparcido información falsa acerca de confidencias que ella le habría hecho: 

No ha habido tal confidencia ni le he dicho que no vuelva ni le he contado aquella cosa de Alessandri. Sé que es politiquero, es decir, de aquellos hombres para los cuales lo primero del mundo, lo único respetable son los presidentes, los diputados y los senadores, y me pondría en ridículo diciéndole algo que huela a crítica de su primer mandatario. Mi confianza con usted es tal que recordando el parentesco que une a su familia con el Presidente, le conté aquello”. 

También dentro de este registro cito un fragmento de una carta a México, dirigida a doña Manuela, esposa de Alfonso Reyes, a quien desde Italia (1929) le dice: “Manuela no sabe que yo no puedo mirarla en mexicana: que la miro en chilena, a causa de su cuerpo caupolicanesco como el mío, de su sequedad buena, de su franqueza honesta –que era la de la chilena vieja– y de una salud grande, de una salud moral preciosa que fue la de nuestras mujeres antes del Chile de Alessandri, y que por ahí está todavía rezagado en la provincia”. 

Por último, dando cuenta de este tono amical y familiar, la complicidad utilizada entre ella y Frei Montalva a propósito ciertos sucesos adversos con el presidente Aguirre Cerda, en su carta desde Petrópolis el 1 de junio de 1941 le refiere: “Dígame con toda veracidad lo que le parece mi articulejo sobre el Presidente. La finalidad es ayudarle modestamente a tener una opinión pública, sana y cordial, una plataforma de simpatía en vez de la marmita hirviendo del odio criollo que nos sabemos”.  

En buenas cuentas, la Mistral escribe lo que quiere decir utilizando diversas estrategias de enmascaramiento. Como la excelsa poeta que es, probablemente su discurso dice también muchas cosas que ni siquiera pasaron por su conciencia en el momento que las escribió. Con la perspectiva que da el correr de los años hoy se puede leer en su discurso esa escritura con tinta invisible que aparece después de un rato, años, incluso siglos; es así como aparecen hoy sus agudas intuiciones, sus contradicciones, sus neurosis, sus deseos inconscientes más profundos, aquellos que pasaron por la solapada autocensura del momento. Porque ella tiene la habilidad para decir, para inscribir en su escritura variados gestos, pero en este libro especialmente uno, aquel que consiste en hacer de lo público lo privado y de lo privado lo público.

Pienso entonces que el concepto de dialogismo y polifonía de Mijail Bajtín, junto al reciclaje de este elaborado por Julia Kristeva, calzan de manera muy atinada con la factura de este libro. En Gabriela Mistral y los presidentes de Chile las diversas voces que lo componen –incluyendo la de su autor que logra el difícil equilibrio de decir y callar– dialogan entre sí, con el contexto en el que surgen (ya sea con su momento histórico como con el momento de escritura de Matías Tagle, su autor) y con nosotros sus lectores insertos en este presente que nos convoca. 

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