Este análisis comparado contempla dos obras del autor escritas en distintos períodos: Cinco horas con Mario, publicada en 1966 en pleno franquismo; y Señora de rojo sobre fondo gris, escrita tras la muerte de su esposa (Ángeles de Castro) en 1974 y publicada en 1991, y que sin embargo también relata, a través de una historia de amor, el período del dictador en el poder repitiendo la fórmula del monólogo.
La censura en época de Francisco Franco fue castrante para los escritores españoles, quienes debieron recurrir a diversas “artimañas” para, por una parte, reflejar la realidad lo más fielmente posible; y por otra, mantener viva la creación desde el país de origen.
El crítico literario Gonzalo Sobejano plantea en Direcciones de la novela española de posguerra que lo que se publicó posterior a 1939 tienen un carácter realista, entendiendo el término como “tomar esa realidad como fin de la obra de arte y no como medio para llegar a ésta: sentirla, comprenderla, interpretarla con exactitud, elevarla a la imaginación sin desintegrar ni paralizar su verdad”.
Sobre lo mismo, el poeta español Eugenio de Nora, divide en tres grupos a los novelistas según su generación:
1.- Nacidos entre 1890 y 1905, con una representación más o menos neta del realismo: Ramón Sender, Max Aub y Francisco Ayala, entre otros.
2.- Nacidos entre 1895 y 1920, donde están los realistas, los que tienen un impulso de renovación formal, los que presentan un realismo remozado y los que plantean una novela estética de prosa refinada: Manuel Delibes, (1920-2010), Carmen Laforet, entre otros.
3.– “La nueva oleada”: relato lírico y el testimonio objetivo: Ana María Matute, Luis Goytisolo e Ignacio Aldecoa, entre otros.
Sobejano dice que lo que caracteriza al grupo número dos es que “reflejando la busca de valores auténticos (…) pierde de vista el fin, a causa del efectivo dolor del camino”. Esto porque los personajes se encuentran aislados, pueden ser catalogados de oprimidos o indecisos, se ven envueltos en situaciones de tensión y al límite, y son las mismas los que los llevan a la violencia.
Respecto a la obra de Delibes, tanto en Cinco horas con Mario como en Señora de rojo sobre fondo gris, la tensión está, por un lado, en el relato presente que es el dolor ante la pérdida; y en un segundo plano narrado en paralelo en la resistencia política al régimen imperante y en la cual se ven envueltos los personajes.
Frente a un ataúd
Cinco horas con Mario, posiciona al lector de manera inmediata en lo que será el escenario de la novela y es el funeral del protagonista, a través de un obituario que entrega todas las características a saber del muerto: se trata de Mario Díez Collado, quien falleció a los 49 años, el día 24 de marzo de 1966. Además, seguidamente, se puede conocer a toda la familia, quienes terminan dando vida a la obra narrativa.
Sin embargo, Mario no es el protagonista, es el detonante, pues la historia la lleva su viuda, Carmen Sotillo, quien, a través de diálogos y principalmente monólogos da a conocer lo que fue su historia, la historia de España, y su visión sobre la sociedad y sus clases en tiempos de guerra civil. Todo entrecruzado con una narración en pasado y en tercera persona.
En la página 111, en el capítulo 1, comienza el monólogo de Carmen, quien cuando le habla a Mario lo hace como si él pudiera escucharla. “Tu viste la escenita de ayer, querido”; “Con cualquiera, Mario, fíjate bien, con cualquiera”; “¿Es que no te dabas cuenta de mi indignación cada vez que estaba gorda y me negabas?”.
Sobre esta particularidad en la narración, Alfonso Rey, en Forma y Sentido de Cinco Horas con Mario, explica que el monólogo de la protagonista “tiene un destinatario que no es Carmen, ya que esta se dirige a Mario como si realmente estuviera presente”.
Carmen habla en tono imperativo y de recriminación. Queda manifiesta su insatisfacción con Mario, pues eran totalmente opuestos: mientras ella quiso una vida de opulencia, él buscó en su actuar una forma de lograr justicia e igualdad social. Estas dos posturas, dadas a conocer en los monólogos, representan -las que podrían ser- las dos caras de España en tiempos de guerra. Rey plantea que esta forma de narrar, “por la existencia de preguntas y respuestas… debe ser considerado como un diálogo que tiene un interlocutor ficticio”.
Cinco horas con Mario logra que el lector conozca desde otra perspectiva al personaje, “pues ya no solo se identifica con el, … sino que a la vez puede observarle críticamente”, planteó Ramón Buckley en Problemas formales en la novela española contemporánea.
Llama la atención como constantemente se repiten textos en la novela. Carmen reitera “en la vida he visto un muerto así… Pero si ni siquiera ha perdido el color” y luego vuelve a enlazar con lo que fue su historia, desde que se conocieron, siendo ella una chica de clase media-alta y él un profesor con aspiraciones de igualdad social.
Los monólogos que Carmen mantiene con el cadáver de Mario abarcan sus 23 años de relación. Parten el día del funeral en 1966 y van retrocediendo, pasando por la guerra civil y la posguerra.
Esto, para Fernando Larraz, según expresó en Aspectos ideológicos en Cinco horas con Mario de Miguel Delibes, se trata de “una parábola del eterno holocausto de la España laica, liberal y progresista que representa Mario, elevado … a una categoría mesiánica”.
Solo, un estudio de pintura abandonado y un vaso en la mano
El monólogo de Nicolás es desgarrador y parte con lo que en la novela tradicional sería el final: la muerte de Ana, su esposa, durante el último año de Franco en el poder, 1975. A través de recuerdos, una narración no lineal, saltos en el tiempo y un recorrido por la historia familiar y del país, Delibes da vida a su novela más personal basada en la pérdida de su esposa: Señora de rojo sobre fondo gris.
Si bien el autor afirmó en reiteradas ocasiones que la trama y personajes son solo ficción, en una entrevista dada al diario El País en 1991, afirmó que la novela se trataba de un homenaje merecido y debido a su mujer (Ángeles de Castro), que falleció a causa de un tumor cerebral en 1974.
En esta misma entrevista reconoció que, tras morir su esposa, pensó que su capacidad creativa había desaparecido junto con ella; al igual que el protagonista de la trama, un pintor que le confiesa a su hija que se encuentra en una crisis creativa.
Delibes, a través de Nicolás, enlaza su desolación con la carencia de inspiración: “En épocas fértiles no se me ocurría pensar en períodos de aridez”; “es ahora, a cosa pasada, cuando deploro mi mezquindad. Es algo que suele suceder con los muertos: lamentar no haberles dicho a tiempo cuánto los amabas, lo necesarios que te eran. Cuando alguien imprescindible se va de tu lado, vuelves los ojos a tu interior y no encuentras más que banalidad, porque los vivos, comparados con los muertos, resultamos insoportablemente banales”.
Ana era una mujer capaz de “aligerar la pesadumbre de vivir” con su sola presencia, una mujer hermosa a quien los embarazos no habían hecho mella en su delgada figura y quien poseía la capacidad de ver la belleza donde nadie más la encontraba. La vida de ambos fue perfecta, desde que se conocieron siendo adolescentes hasta que ella comenzó con los dolores en un brazo, los que coinciden con la detención de la hija mayor de la pareja por el gobierno franquista.
El relato entremezcla lo personal con lo que vive España, en una obra escrita después de la dictadura, pero que no por ello deja de cuestionar y develar lo que aconteció durante 36 años.
Inmaculada Gómez Vera, en su texto Miguel Delibes: Señora de rojo sobre fondo gris, explica que “el peculiar tratamiento del tiempo y el espacio narrativos es quien actúa de pilastra en la organización interna. Dirigida por dos líneas narrativas, la vivida y la evocada por el narrador, la primera se arremolina en torno a unas pocas horas en las que habla con su hija Ana (…) En cuanto a la experiencia, recuerdos y reflexiones evocados por Nicolás en ese encuentro, hemos de remontarnos hasta los años sesenta, fecha en que conoce a la que después sería su esposa y centro vital”.
La historia detona cuando Ana regresa a casa tras dos años de estar presa en Carabanchel, momento en que Antonio comienza a hablar, a través de fragmentos sin orden, sobre la pesadilla que ha vivido tanto por la muerte de Ana –su esposa- como por la carencia de inspiración para pintar. “Una hora es suficiente para accionar el mecanismo que, tras un supuesto emotivo reencuentro, nos traslada en el tiempo a un lugar en el que se anudan los hilos narrativos que posteriormente irá desentrañando”, explica Gómez Vera.
El hilo conductor es solo uno, el cuadro de la señora de rojo sobre fondo gris, pintado años antes por Eduardo García Benito –quien aparece citado en la ficción- y quien fue capaz de captar a Ana en su esplendor, cosa que Nicolás jamás pudo llevar al lienzo.
Sobre quién es el protagonista de la novela, la respuesta es clara: Ana, aunque jamás aparece viva. El narrador es Nicolás, a quien desde un relato presente podemos verlo feliz, enormemente triste, enamorado, celoso, destruido, atemorizado, esperanzado y sin fe.
“Habíamos soñado con envejecer juntos. Olvídalo, me dijo, las mujeres como Ana no tienen derecho a envejecer”.