La reciente encuesta dada a conocer por la empresa Ibope, publicada el pasado día martes, a menos de dos semanas de la elección, muestra que Fernando Haddad – el candidato petista a la presidencia que reemplazó al imposibilitado Inacio Lula da Silva – sigue subiendo en las encuestas, con un 22 % de las preferencias, en tanto que Jair Bolsonaro, continúa liderando aunque estancado en un 28 %, mientras Ciro Gómez se mantiene en un 11 %, Geraldo Alckmin de la socialdemocracia marca un 8 % (un punto más que en la anterior medición) y Marina Silva baja a un 5 % de las preferencias.
El otro dato novedoso que ofrece la reciente medición de Ibope es que por primera vez Fernando Haddad aparece imponiéndose a Bolsonaro en un escenario de segunda vuelta (43 a 37 %), al igual que lo hace Ciro Gómez (48 a 35 %) y el propio Alckmin (43 a 38 %), en tanto que Marina Silva registra un empate con el ultraderechista Bolsonaro.
Es algo demostrado y asumido que las encuestas no tienen un carácter predictivo y la mayoría de las veces se equivocan, en muchos casos de manera grosera. Algo a considerar en el convulsionado escenario político y social que marca las elecciones más inciertas de Brasil, en donde un grueso porcentaje de electores y sobre todo de electoras se manifiestan indecisos.
Pero es algo demostrado y asumido que las encuestas no tienen un carácter predictivo y la mayoría de las veces se equivocan, en muchos casos de manera grosera. Algo a considerar en el convulsionado escenario político y social que marca las elecciones más inciertas de Brasil, en donde un grueso porcentaje de electores y sobre todo de electoras se manifiestan indecisos.
Muchas cosas pueden pasar en los escasos días que restan de campaña. Con todo, de mantenerse la tendencia que muestran las últimas encuestas, Fernando Haddad podría seguir subiendo, capitalizando el mayoritario apoyo que aún mantiene Lula. Desde la cárcel se las ingenia para hacer campaña a favor de su sucesor, con la expectativa no tan sólo de asegurar su paso a segunda ronda, sino, incluso, imponerse al candidato de la ultraderecha en primera vuelta.
Lo que sí se puede descartar es que la contienda presidencial se resuelva en la primera vuelta, como podría haber ocurrido en el caso que Lula hubiese estado en la boleta.
El otro dato que aportan las encuestas es que Jair Bolsonaro perdería frente a casi todos los candidatos a pasar a segunda vuelta. Lo inquietante es que casi un tercio del electorado (28 %) se manifiesta partidario de un candidato tan políticamente incorrecto, que no trepida en hacer elogios a la dictadura que gobernó ese país, afirmando que los golpes militares se justifican bajo determinadas circunstancias y que la mano dura es el único remedio para enfrentar la violencia y el crimen organizado, con un discurso xenófobo, misógino y militarista.
No es tan extraño, sin embargo, el entusiasta respaldo de una parte del llamado mundo evangélico al ex militar devenido en candidato, sosteniendo que la daga dirigida al corazón de Bolsonaro( en reciente atentado callejero) fue desviada por Dios. Eso parece corresponder a una cierta tendencia al menos a nivel regional, tal como quedara demostrado en las pasadas elecciones en Costa Rica, en donde el candidato evangélico, que registraba un modesto 3 % de las preferencias al inicio de la campaña, pasó a disputar la segunda vuelta.
Un nuevo mapa político plantea el desafío de conformar mayorías que aseguren la gobernabilidad
Las elecciones del próximo 7 de octubre no sólo permitirán despegar las incógnitas de la primera ronda presidencial, manteniendo la incertidumbre de la segunda vuelta, en donde los enemigos declarados del PT, como la socialdemocracia o el PMDB deberán enfrentar el dilema de elegir nuevamente a un militante de ese partido como Presidente de Brasil, o permitir la victoria de Bolsonaro (reeditando el dilema peruano en la elección entre Keiko Fujimori y Ollanta Humala de tener que elegir entre el SIDA o el cáncer).
La elección dibujará un nuevo mapa político, en donde es prácticamente imposible que algún sector reúna una mayoría que asegura la gobernabilidad futura del país, obligando a alianzas muy heterogéneas y de compromiso para conformar mayorías, de suyo, inestables.
La elección dibujará un nuevo mapa político, en donde es prácticamente imposible que algún sector reúna una mayoría que asegura la gobernabilidad futura del país, obligando a alianzas muy heterogéneas y de compromiso para conformar mayorías, de suyo, inestables.
La mayor incógnita se concentra en lo que suceda con el Partido Democrático Brasileño, la desacreditada tienda de Michel Temer, el único partido de oposición tolerado por los militares y que históricamente ha cumplido un rol de bisagra oscilante en el centro, integrando coaliciones de gobierno con la social democracia y el propio Partido de los Trabajadores bajo las administraciones de Lula y Dilma Rousseff.
Es difícil imaginar que el PMDB pueda integrar una futura coalición de gobierno, eventualmente presidida por Haddad, luego del rol protagónico jugado por Temer y su partido para destituir a Dilma Rousseff y asumir la presidencia. Sobre todo, como se espera, si sufre un fuerte castigo en las urnas.
Es más que evidente que la mayoría de los partidos tradicionales sufrirán idéntico castigo. Incluido el PT, que nunca fue mayoritario y tuvo que hacer alianzas de conveniencia que tanto daño han generado a la política brasileña y pueden estar en la base de la corrupción sistémica que afecta a ese país.
Eso proyecta mayor incertidumbre de cara al futuro. Es más que evidente que la mayoría de los partidos tradicionales sufrirán idéntico castigo. Incluido el PT, que nunca fue mayoritario y tuvo que hacer alianzas de conveniencia que tanto daño han generado a la política brasileña y pueden estar en la base de la corrupción sistémica que afecta a ese país.
No es demasiado evidente que el considerable respaldo que hoy consigue Bolsonaro en las encuestas pueda ser endosado a la coalición que lo respalda. Pero no es descartable y la duda es si el variopinto bloque progresista, en donde se puede anotar a Ciro Gómez, Marina Silva y algunos otros sectores, tiene condiciones para integrar una futura coalición de gobierno con una mayoría suficiente para asegurar la gobernabilidad del país.
Sobre todo en un escenario marcado por la crisis económica, el proceso en contra de la corrupción que sigue adelante y una crisis de confianza de la ciudadanía en los partidos y el propio sistema democrático.
Sin lugar a dudas la atención de la región estará concentrada en lo que suceda el próximo 7 de octubre en Brasil y la segunda vuelta presidencial, que plantearán grandes desafíos para el gobierno electo y el conjunto de los actores políticos y sociales de ese país. Inquietud que se proyecta al conjunto de la región.