Elogio al miedo o las formas más espurias de la política

por Antonio Ostornol

¿Habrá en los liderazgos políticos nacionales una especie de tendencia irreflexiva, incontenible y morbosa hacia la autodestrucción?  Quisiera creer que es una fantasía que me invento cada vez que debo escuchar a algún dirigente hablar sobre la realidad y hacer declaraciones sobre cualquier cosa desde la más completa irresponsabilidad. El ejemplo paradigmático, creo, fue votar los retiros de las AFP´s. A veces pienso que muchos de ellos parecen dominados por el miedo a la intrascendencia mediática y, entonces, están dispuestos a amedrentar a los ciudadanos actuando como agoreros de las tragedias y debacles imaginables e inimaginables, sin medir si estas son reales o ficticias y, ni mucho menos, si las soluciones salvadoras que plantean tienen algún asidero en la realidad. El nuevo ícono de esta histeria del miedo es la alarma por la seguridad de los ciudadanos, amenazada por el crimen desbordado. Y todas las vestiduras que se rasgan para enfrentarla caminan sobre una trampa mortal: de verdad, no hay soluciones de corto plazo y el tema se agita porque la política chilena aprendió que esta vociferación trae réditos electorales. Triste. Porque, por un lado, nos dicen que enfrentar el crimen organizado es lo más importante y, por otro, las acciones propuestas son del todo irrelevantes. Y eso, la derecha lo sabe y la experiencia lo demuestra.

Cuando recién se estaban calentando los motores para la elección que por primera vez le dio el triunfo a Sebastián Piñera, un viejo amigo de la escuela de Economía de la U. de Chile, mientras celebrábamos el cumpleaños de otro veterano de aquellas guerras, me anticipó que este sería el ganador. Con sorpresa e incredulidad en lo que estaba oyendo, le retruqué con un montón de argumentos (no los recuerdo, por cierto) que demostraban lo equivocado que estaba. Entonces, con agudeza y cierta distancia un poco cínica, cerró la conversación con algo así como un “acuérdate de mí” y, a lo Clinton, me aseguró que el verdadero tema “es la seguridad, imbécil”. (El imbécil no lo dijo, pero a la luz de la historia sonó así). Piñera ganó, y no una, sino dos veces. Y en ninguna de ellas resolvió de verdad el tema de la seguridad. Su campaña había sido a lo más un inside publicitario.

Me tomó tiempo masticar el efecto electoral demoledor de esos eslóganes como “ponerle un candado a la puerta giratoria” o “tolerancia cero a la delincuencia”. En mi cabeza sesentera y setentera, no existía el tema de la delincuencia. A lo más, era un subproducto de las brutales desigualdades de clase en que vivíamos. Trato de recordar los programas de gobierno desde la UP hasta la Concertación, y el tema de la delincuencia aparecía muy lateralmente. Sí me acuerdo de algunas referencias a la desigualdad frente a la justicia, el clasismo de los jueces, el viejo cuento de los 5 años de cárcel por robarse una gallina versus alguna pena ridícula por un crimen de cuello y corbata. Pero en todas esas políticas no parecía estar considerado el tema de la seguridad de las personas para habitar su territorio. Sí sabíamos de la inseguridad económica, de la precariedad del trabajo, del azote de la inflación.  Pero no sabíamos del miedo al asalto, al balazo, a la encerrona, al secuestro, etc. Es verdad que pasaba menos, que las armas que usaban los delincuentes eran de menor envergadura, que pocas veces nos enterábamos en tiempo real de lo que sucedía. En fin, el tema se vivía de otra forma y no nos tomábamos el trabajo de verlo con mayor profundidad y elaborar mejores respuestas. Con ingenuidad creímos que sería suficiente con mejorar las condiciones de vida y se reduciría de modo estructural el fenómeno delictivo.

Delincuencia ha habido siempre, lo que pasa es que ha evolucionado de la mano de fenómenos bastante más complejos como la globalización del crimen a partir de la expansión de los mercados de las drogas, las armas o la trata de personas. Cuando era niño o joven, el miedo era a que te “cogotearan”; hoy, el miedo es a que un ajuste de cuentas entre narcotraficantes que disputan un punto de venta ocurra cuando tú, o alguno de los tuyos, esté en el momento y lugar equivocados, y termine con una bala en el cuerpo. Me acuerdo de algunos delincuentes míticos de aquellos años y, a la luz de lo que vemos hoy, parecen niños de pecho. Como el Loco Pepe, que en sus momentos de gloria se escapó de la cárcel disfrazado de mujer y que el arma más potente que tuvo con suerte habrá sido un revólver del 32, o el enano degollador que claramente tenía un desequilibrio mayor. En esos tiempos no se veía la presencia las grandes mafias.

 

Eso era un fenómeno de Italia o Estados Unidos. Ahora la realidad es otra. Sin ser especialistas en el tema, y a la luz de hechos tan dramáticos como los ocurridos recientemente en Ecuador, o algunos años atrás en Colombia o México, es evidente que este asunto no se soluciona simplemente con aumento de penas, salida de militares a la calle o tribunales menos garantistas, aunque algunas de estas medidas pudiesen ser parte de una solución. 

Cuando algunos liderazgos políticos -básicamente de derecha, aunque no exclusivos-, proclaman que se necesita mano dura y decisión política para enfrentar esta crisis, generan un discurso engañoso que pretende hacer creer a la ciudadanía que este tema no se ha resuelto por indecisión o impericia del gobierno. Esto es una falacia. Aunque no tengo como demostrarlo, más parece una estrategia político electoral que una preocupación real por la seguridad y el combate al crimen organizado. ¿Por qué digo esto? Veamos: ¿cuál fue el gran argumento de la campaña del rechazo, de la elección de consejeros posterior y de la franja del apruebo? La seguridad. Una constitución para la seguridad. ¿Y qué tenía de específicamente para la seguridad? Casi nada. Sin embargo, la estrategia le permitía a la derecha tener una mayoría o un virtual empate para impedir transformaciones claves para el país, como en el tema de las pensiones o la reforma tributaria. Y de esta forma la preocupación por desarrollar coordinaciones policiales más eficientes, la sustentación de políticas de financiamiento para la modernización y equipamiento de última generación de Carabineros y la PDI, el establecimiento de una institucionalidad de inteligencia más eficaz, la recuperación de territorios empoderando en ellos a la comunidad, la actualización de las leyes para perseguir las fuentes de financiamiento del crimen, pasan a segundo plano. A pesar de que durante este gobierno y, en mi opinión, gracias a la lucidez y liderazgo del Ministerio del Interior (Tohá – Monsalve), se ha implementado una sólida política para combatir el crimen organizado a largo plazo, sin vender humo y con seriedad, incluso a contrapelo de parte de la propia coalición de gobierno, la oposición sigue persiguiendo políticas efectistas que puedan rendirle beneficios electorales.

La complejidad del fenómeno delincuencial contemporáneo nos exige profundizar en el tema con seriedad. Es lo que ha hecho el gobierno. Sin parafernalia y sin dogmas ideológicos de ningún tipo. Pero si el sistema político sigue enfrascado en las estrategias de corto plazo, pensando solo en la elección que viene, lo único que está generando es un proceso de autodestrucción. Lo que es muy evidente en el tema de la seguridad, donde la disputa política tiende a una inacción desesperante para los ciudadanos- ocurre también en otros ámbitos. ¿De verdad la inercia de la política es tan fuerte que no pueden sustraerse del debate en el área chica y a las patadas y los combos? Hay un desafío pendiente: debemos mejorar la actividad política. Más racionalidad, más evidencias desde el conocimiento, más preocupación por encontrar cohesión social y acuerdos, y menos por promover el conflicto y la diferenciación. 

Cada vez que escribo esto me suena muy ingenuo. Le doy una vuelta a mis argumentos y, aunque me parecen tan válidos, concluyo que llegará a oídos sordos, al menos, a los oídos sordos de quienes pueden incidir. Pero qué va: a lo mejor es mi nueva utopía.

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