La confianza como vacuna frente al virus. Por Patricio Escobar (Barcelona, España)

por La Nueva Mirada

Hace pocos días Ester Villalonga, en el periódico ARA de Catalunya[1], desarrollaba la idea del papel que cumplen la confianza y el capital social a la hora de enfrentar la pandemia. El elemento central que refiere se relaciona con la manera en que la sociedad hace acopio de las redes, relaciones y confianzas que le permiten enfrentar escenarios adversos.

Esos recursos confluyen en lo que se denomina Capital Social y, dado la dimensión en que se encuentran, lo que acostumbramos a ver son los procesos en el tiempo a través de los cuales este se acumula y se hace más denso; la manera en que permite actuar frente a la adversidad o cómo su ausencia dificulta o impide la resiliencia de las comunidades. Sin embargo, no nos planteamos las condiciones en que puede producirse un deterioro de ese capital social disponible.

Sin embargo, no nos planteamos las condiciones en que puede producirse un deterioro de ese capital social disponible.

La sociedad de la confianza

A mediados de los años noventa, el economista francés Alain Peyrefitte publicó un detenido ensayo con un particular enfoque respecto al desarrollo de las sociedades. La Sociedad de la Confianza planteaba una dicotomía entre la optimización en el uso de los factores económicos disponibles o la singular combinación de elementos presentes en la cultura de las naciones, como principal variable explicativa del proceso de desarrollo en los países. En su trabajo, Peyrefitte entregaba especial preponderancia al segundo componente, ese factor inmaterial que es resultado de las redes sociales que se tejen al amparo de los procesos culturales. De la densidad de estos procesos surge la sociedad de la suspicacia y su opuesto, la sociedad de la confianza.

De la densidad de estos procesos surge la sociedad de la suspicacia y su opuesto, la sociedad de la confianza.

Una década antes Oliver Williamson, Premio Nobel 2009 de Economía, se acercaba a este problema al operacionalizar el concepto de Costos de Transacción. En mercados imperfectos los intercambios debían soportar costos adicionales crecientes. Entre estos costos adicionales se encuentra la vigilancia y supervisión de los contratos: que cada uno de los agentes haga lo que comprometió hacer en el momento y las condiciones establecidas para ello. ¿No hay que suponer que siempre debería ser así? Ciertamente no y, lejos de ello, el incremento de los costos de transacción perjudican gravemente la competitividad de las economías y está en inversa relación con los niveles de confianza que se hayan presentes en la sociedad. En suma, las transacciones y la suscripción de los contratos suponen gastos muy superiores cuando reina la desconfianza entre los individuos y grupos.

Gruesos compendios de leyes, normativas exhaustivas e instituciones diversas están destinados a conjurar los efectos de la suspicacia reinante y ello consume parte importante de la energía social. Basta observar el tiempo que tarda en materializarse un veredicto final en un juicio civil en materia comercial. En el caso de Chile bordea los cinco años, mientras que en España los procesos mercantiles tienen una duración promedio de dieciséis meses en condiciones normales, lo que aún es bastante si consideramos los efectos económicos de la incertidumbre resultante.

En la sociedad de la suspicacia, la vida en común es un juego de suma cero e incluso de resultado negativo. Como contrapartida, un entorno de confianza facilita las condiciones para la innovación y la optimización al fortalecer la cooperación antes que la competencia ciega.

En la sociedad de la suspicacia, la vida en común es un juego de suma cero e incluso de resultado negativo.

El desarrollo científico es el principal resultado de un entorno de confianza y, en las actuales condiciones, permite alcanzar soluciones más inmediatas. Un ejemplo fue la reconversión en Catalunya de las industrias automotrices clausuradas por la pandemia, que modificaron sus líneas de ensamblaje para producir los ventiladores mecánicos que requería con urgencia el sistema sanitario para contener la pandemia. Esto fue resultado de la colaboración público-privada y de las universidades.

El desarrollo científico es el principal resultado de un entorno de confianza y, en las actuales condiciones, permite alcanzar soluciones más inmediatas.

Incluso un sector oligopólico y altamente mercantilizado como es la industria farmacéutica se ha visto impulsado a la colaboración con otros actores y gobiernos a la hora de buscar una vacuna para el Covid-19.

El capital social

Si la confianza es un activo invaluable en la sociedad junto a otros tres factores como son el afecto, la efectividad de las normas y la eficacia de las redes establecidas en la sociedad, dan lugar a lo que se conoce como Capital Social. Este concepto nos pone frente a una expresión más compleja del segundo factor que identificaba Peyrefitte. En conjunto habla de una disposición que grupos e individuos tienen a la colaboración, sobre la base de un sentimiento preponderante de afecto antes que de aversión, la certeza de que las normas prevalecientes son esencialmente justas y se aplican universalmente, y que la existencia de los individuos descansa en redes de colaboración y apoyo con otros individuos. Los procesos de desarrollo discurren según la profundidad de este capital social.

Los procesos de desarrollo discurren según la profundidad de este capital social.

Naturalmente, las comunidades no aparecen en la Historia con una determinada dotación de capital social; este se acumula a lo largo del tiempo y de muchas generaciones. En largos periodos, las interacciones recurrentes entre individuos y grupos van formando este sustrato de las relaciones sociales. Un indicativo de la profundidad de esta acumulación se encuentra en la lengua como herramienta comunicativa, cuando intergeneracionalmente se utilizan los mismos términos o giros lingüísticos para referir cierta realidad. Cuando un quinceañero en Argentina dice que busca un laburo para conseguir mosca, un abuelo de ochenta entiende con claridad su significado. Cuando en España una persona octogenaria, caracterizando el comportamiento de alguien, afirma que se ha liado la manta a la cabeza, un joven de secundaria lo significa exactamente de la misma manera.

Alternativamente, las comunidades pueden incrementar su capital social en un periodo corto, fruto de transformaciones profundas en su estructura. Cuando en 1998 el huracán Mitch atravesó por Centroamérica dejando una estela de muerte y destrucción, la respuesta social en Honduras y Nicaragua fue radicalmente distinta. En Honduras, tras la emergencia, la población quedó paralizada observando la devastación. Pero a escasos kilómetros, en el poblado vecino tras la frontera, algunas horas después del desastre los nicaragüenses ya actuaban organizadamente y por iniciativa propia para conjurar los efectos de la catástrofe.

Podemos encontrar diversos ejemplos de acumulaciones aceleradas de capital social en la Historia -en el caso de Nicaragua tuvo que ver con el proceso revolucionario de los años setenta-, generalmente vinculadas a episodios traumáticos. Sobran ejemplos: la URSS luego de la invasión nazi, USA luego de los atentados al World Trade Center, Cuba frente a las amenazas de invasión norteamericana, etc. En todos ellos surge una fuerza social que multiplica la respuesta. De hecho, en el caso de Cuba, la respuesta frente a la pandemia ha resultado especialmente eficaz, con un total de solo cien fallecidos en dos oleadas sucesivas del virus.

Podemos encontrar diversos ejemplos de acumulaciones aceleradas de capital social en la Historia

Sin embargo, ¿se puede des acumular este capital? Existen distintos casos en que los estilos de desarrollo entran en un ciclo de crisis y agotamiento, pero en general hay una respuesta social que devela una fortaleza del entramado de la sociedad que puede, incluso, aumentar en ese contexto y que permite articular alternativas sociopolíticas. En general, la aparición de condiciones de estrés en que el capital social se exige al máximo tiene como principal efecto la multiplicación de ese activo de la sociedad. Pero, a pesar de esa condición virtuosa, ¿se puede des acumular?

Pandemia y des acumulación del capital social

La pandemia ha paralizado al mundo generando un escenario económico y social como no se había observado. La respuesta provista por la ciencia, distancia y aislamiento social, ciertamente eficaz para contener la propagación del virus, fue completamente a contrapelo de lo más esencial de la vida en común: la cercanía y el contacto físico. Para contener el avance de la enfermedad había que renunciar a eso que nos caracterizaba, en particular frente a los grupos vulnerables.

En un primer momento la respuesta social fue consistente con los requerimientos de la autoridad.

En un primer momento la respuesta social fue consistente con los requerimientos de la autoridad. Se impuso el empleo de las mascarillas. Y mientras surgía un mercado de accesorios fashion por cierto, al llevarlas puestas dejamos de reconocernos por las calles. Se redujeron al mínimo indispensable las interacciones físicas y las aplicaciones de videoconferencia celebraron su agosto. Como parte de un mix de acciones propuestas desde el punto de vista científico, la comunidad comenzó a renegar de lo que le era inherente y, en ese acto, destinado a la protección directa de los más vulnerables, los ancianos entre ellos, se fue girando a cuenta de ese capital social. Tal vez no vimos en su momento que este se alimentaba justamente de aquello a lo que debíamos renunciar: el contacto y la cercanía física; que la confianza se alimenta de la visión recurrente del otro, así como los afectos; que las redes de interacción precisan ser utilizadas para estar disponibles.

Se redujeron al mínimo indispensable las interacciones físicas y las aplicaciones de videoconferencia celebraron su agosto.

Tal vez no vimos en su momento que este se alimentaba justamente de aquello a lo que debíamos renunciar: el contacto y la cercanía física

La pandemia ha sometido a la sociedad y su capital social a un particular test de estrés. Al igual que a los bancos se les simula un escenario de deterioro general de la economía, con aumento del desempleo, impago de créditos y la devaluación de las inversiones, todo ello para observar cómo responde su solvencia; o en el caso de los deportistas, a los que se les somete a condiciones de alta exigencia física para verificar sus respuestas fisiológicas y cardiovasculares, la sociedad fue sometida a un escrutinio de este tipo. Sin embargo, la restricción no estuvo puesta en el entorno sino en lo más esencial: los factores primordiales de la sociabilidad. Siguiendo con el símil de las pruebas de estrés, un equivalente en el mundo financiero sería que, en lugar de poner el acento en el deterioro de las condiciones de entorno, este debería estar en afectar la confianza del público o, en el caso de los deportistas, más que imponerles un ritmo creciente de exigencia, sería privarles de oxígeno.

La pandemia ha sometido a la sociedad y su capital social a un particular test de estrés.

la restricción no estuvo puesta en el entorno sino en lo más esencial: los factores primordiales de la sociabilidad.

La pandemia ha impactado en el corazón de la acumulación de capital social, en la cercanía y el contacto. Como nunca en la historia reciente, esa capacidad de empatizar con los semejantes se ha visto seriamente mermada. Eso explica las regresiones que supone la segunda oleada del Covid 19 en Europa y cómo sociedades que fueron eficaces en la primera fase, hoy no lo son en absoluto. Cómo ciertos colectivos afectados por las restricciones hoy las rechazan, aduciendo el hecho de no ser en particular responsables del descontrol de los contagios, pero sin contemplar que, independientemente de tener o no razón, el descontrol ya está presente.

La pandemia ha impactado en el corazón de la acumulación de capital social, en la cercanía y el contacto.

Diversas manifestaciones de resistencia o la merma en la confianza de la comunidad con las instituciones y el gobierno son evidencia de esa drástica des acumulación de capital social. Hemos perdido la confianza y ello provoca un entorno en que se profundiza la suspicacia, escenario en el cual proliferan las más diversas formas de resistencia y oposición a las directivas del Estado, llegando incluso a la negación de la realidad que nos afecta.

En la sociedad de la suspicacia, el capital social tiende a cero. Justamente cuando es la condición indispensable para vencer esta crisis que hoy nos amenaza.

En la sociedad de la suspicacia, el capital social tiende a cero. Justamente cuando es la condición indispensable para vencer esta crisis que hoy nos amenaza.


[1] ARA, Octubre 15; 2020 https://www.ara.cat/opinio/paper-confianca-combatre-pandemia-coronavirus-covid-19-Ester-Vilallonga-Olives_0_2544945603.html

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1 comment

Patricio Escobar Pla octubre 23, 2020 - 11:09 pm

Un análisis economico-social de una visión europea y latinoamericana que nos prepara para lo que deberá ser la sociedad pos-pandemica.

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