La economía chilena a la deriva

por La Nueva Mirada

Por Álvaro Díaz
Economista

Cuando Piñera asumió la presidencia, su diagnóstico apuntó a que la reforma tributaria era el principal responsable del bajo crecimiento durante el cuatrienio 2014-2017. Sin embargo, recibió una economía que estaba creciendo a un respetable 4,7% anual, comparando el IMACEC del primer trimestre del 2018 respecto al primer trimestre del 2017. Ello fue un regalo para Piñera, quien esperaba mantener ese crecimiento, superando el 5% anual hacia el final de su mandato.

Ello fue un regalo para Piñera, quien esperaba mantener ese crecimiento, superando el 5% anual hacia el final de su mandato.

Pero los errores de diagnóstico, el mal diseño de políticas públicas y la incapacidad de llegar a acuerdos con la oposición, quien es mayoritaria en el congreso, impactó negativamente en la economía de durante su primer año de mandato. En efecto, el crecimiento fue sólo de 1,9%, el mismo que tuvo en promedio el gobierno pasado. Además, se redujo la tasa de crecimiento del PIB proyectada para el 2019. Las expectativas son muy importantes en una economía como la chilena y estas no son buenas. Las inversiones no se materializan al ritmo que se esperaba, las exportaciones del primer cuatrimestre del 2019 son 5,4% inferiores a las del primer cuatrimestre del 2018. A lo anterior se agrega que el débil consumo impacta en las utilidades del retail y en las compras de viviendas, al tiempo que las expectativas de los consumidores han disminuido.

 Las inversiones no se materializan al ritmo que se esperaba, las exportaciones del primer cuatrimestre del 2019 son 5,4% inferiores a las del primer cuatrimestre del 2018. A lo anterior se agrega que el débil consumo impacta en las utilidades del retail y en las compras de viviendas, al tiempo que las expectativas de los consumidores han disminuido.

El optimismo que tenía Piñera se enfrenta a la triste realidad de una economía cuyo crecimiento potencial es bajo porque enfrenta tres grandes problemas estructurales.

El primero es la creciente financierización de la economía chilena.

El primero es la creciente financierización de la economía chilena. Este es un proceso que comenzó durante la dictadura, pero que mantuvo su tendencia después de 1990. Para entender lo que ello significa, consideremos un indicador de financierización: el porcentaje del PIB que representa la suma del patrimonio bursátil, más pasivos financieros, más bonos corporativos y más bonos del sector público. Los datos muestran que este indicador aumentó desde el 106% del PIB en 1990 al 216% del PIB en el 2018. A ello debe agregarse la libre movilidad de capitales desde o hacia el extranjero. El indicador utilizado es el stock de activos y pasivos en dólares como porcentaje del PIB. Los datos muestran que este indicador aumentó desde 136% en 1990 hasta 270% en el 2018.

Los efectos de la financierización han impactado profundamente en la economía chilena. Chile ya no sólo enfrenta ciclos de los precios de las materias, sino ciclos de liquidez internacional, donde los capitales “golondrina” juegan un importante papel. Cuando las economías desarrolladas se expanden, sus capitales se movilizan a países emergentes como Chile y aprecian el tipo de cambio, lo que impacta negativamente en las exportaciones. Cuando se contraen, huyen del riesgo y se refugian en el mercado de capitales de EEUU y otros países, lo que deprecia nuestra moneda nacional. Esto explica en gran parte la importante volatilidad del tipo de cambio, que impacta negativamente en la dinámica exportadora y por tanto en las inversiones productivas.

Esto explica en gran parte la importante volatilidad del tipo de cambio, que impacta negativamente en la dinámica exportadora y por tanto en las inversiones productivas.

Ello explica la pérdida de protagonismo de empresas y grupos económicos nacionales en las inversiones productivas en Chile. En contraste con los años noventa, la inversión directa extranjera ha ganado creciente importancia respecto a la inversión de capitalistas nacionales, muchos de los cuales han preferido invertir en el extranjero, sea mediante inversiones directas en países de América Latina, sea tomando posiciones en los mercados de capitales de estos y otros países. Actualmente todas las grandes y medianas empresas chilenas pueden optar entre invertir productivamente o en el mercado de capitales, vale decir pueden decidir si serán emprendedores o rentistas financieros.

Actualmente todas las grandes y medianas empresas chilenas pueden optar entre invertir productivamente o en el mercado de capitales, vale decir pueden decidir si serán emprendedores o rentistas financieros.

Para contrarrestar los efectos negativos de la financierización no sólo se requiere de una potente política macroeconómica, sino también de políticas activas para financiar inversiones productivas. Este rol lo puede jugar un banco estatal o público de inversiones para grandes proyectos de inversión, como ocurre en Alemania u otros países. Ello puede ser complementado con el Fondo de Infraestructura que fue aprobado por el parlamento en el 2018. Adicionalmente, todo lo anterior puede potenciarse con el rol del Banco Estado como entidad que otorga créditos y/o garantías de inversiones para la pyme, así como la CORFO que debe especializarse en programas estratégicos con alto contenido tecnológico. Sin embargo, nada de ello está en la agenda de Piñera, porque optó por un enfoque neoliberal ortodoxo que se está rezagando cada vez más respecto a lo que se hace en países desarrollados.

 Para contrarrestar los efectos negativos de la financierización no sólo se requiere de una potente política macroeconómica, sino también de políticas activas para financiar inversiones productivas.

El segundo problema estructural, es que la mayor parte de los sectores exportadores de recursos naturales enfrentan rendimientos decrecientes, con excepción del sector frutícola. Esto se debe a tres factores. Por un lado, la minería, la pesca, la producción acuícola y forestal confrontan un escenario de deterioro de la calidad de los recursos naturales que se refleja, por ejemplo, en la caída de la ley del cobre, el colapso de las capturas pesqueras, el estancamiento de la producción acuícola, así como en los rendimientos decrecientes de la producción forestal. Por otro lado, se ha reducido la capacidad de la naturaleza para otorgar servicios ambientales (que no tienen precio), tanto para la recomposición de los ecosistemas (p. ej. H20), como para la absorción de emisiones (p. ej. CO2, Ozono, MP) así como para albergar residuos industriales líquidos y sólidos (RILES). Lo anterior está estrechamente vinculado con la resistencia de la sociedad civil a aceptar externalidades negativas de inversiones irresponsables con la naturaleza y con la salud de las personas. Por ello la creciente conflictividad ambiental que, por debilidades institucionales, eleva los costos y tiempos de maduración de las inversiones en la minería, el sector forestal, la producción acuícola y la pesca.

Sin embargo, nada de ello está en la agenda de Piñera, porque optó por un enfoque neoliberal ortodoxo que se está rezagando cada vez más respecto a lo que se hace en países desarrollados.

Los únicos sectores que han logrado superar los problemas antes mencionados, son los sectores frutícola y vitivinícola. Ello se debe a que han invertido en investigación y desarrollo (I+D) y han sido muy proactivos en la búsqueda de alianzas con el sector público para expandir y elevar la productividad del sector hortofrutícola. Cabe destacar que estos sectores son los únicos donde la relación I+D/PIB sectorial es similar a la que exhibe el promedio de la OCDE.

El segundo problema estructural, es que la mayor parte de los sectores exportadores de recursos naturales enfrentan rendimientos decrecientes, con excepción del sector frutícola.

El abordaje de Piñera es atrasado. Pretende volver a la década de los ochenta, donde todo era más fácil. Pero ya no se puede hacer volver el reloj de la historia, no se puede abordar el futuro mirando un pasado al cual ya no se puede retornar. Los cambios son irreversibles y se debe abordar con decisión los desafíos de futuro. En este sentido, sólo una estrategia decidida de ciencia, tecnología e innovación puede ayudar a estos sectores a superar los rendimientos crecientes de forma sostenible y ecológicamente responsable.

Lo anterior está estrechamente vinculado con la resistencia de la sociedad civil a aceptar externalidades negativas de inversiones irresponsables con la naturaleza y con la salud de las personas. Por ello la creciente conflictividad ambiental que, por debilidades institucionales, eleva los costos y tiempos de maduración de las inversiones en la minería, el sector forestal, la producción acuícola y la pesca.

Piñera todavía no entiende lo grave que Chile sea, literalmente, un país subdesarrollado en ciencias e innovación. Chile sólo invierte 0,38% del PIB en I+D, lo que está muy atrasado respecto a la media de la OCDE del 2019, sino que está atrasado respecto a lo que invertían Australia, Canadá, Nueva Zelandia y Dinamarca cuando tenían el PIB per cápita de Chile hoy. En efecto, a fines de los años sesenta estos países invertían sobre el 1,2% del PIB en I+D.

Piñera todavía no entiende lo grave que Chile sea, literalmente, un país subdesarrollado en ciencias e innovación. Chile sólo invierte 0,38% del PIB en I+D, lo que está muy atrasado respecto a la media de la OCDE del 2019, sino que está atrasado respecto a lo que invertían Australia, Canadá, Nueva Zelandia y Dinamarca cuando tenían el PIB per cápita de Chile hoy. En efecto, a fines de los años sesenta estos países invertían sobre el 1,2% del PIB en I+D.

El tercer problema estructural, es la elevada desigualdad social en Chile donde el factor más decisivo es la extrema concentración del ingreso y la riqueza en el 1% más rico (180 mil de 18 millones de personas). Disminuir la desigualdad significa expandir el consumo de hogares de bienes y serviciosque representa el 65% del PIB, lo que ciertamente expandiría la demanda efectiva y alentaría el crecimiento.

Para ello se requiere tres tipos de políticas públicas. Por un lado, una política fiscal, tanto de gasto público como de recaudación tributaria, que reduzca la desigualdad después de gastos de impuestos. Así ocurre en Inglaterra o en otros países desarrollados y en ese sentido apuntó la reforma tributaria del 2015. Por otro lado, una política que expanda el régimen de bienestar fortaleciendo la cobertura universal y consolidando su carácter público o no-mercantil (lo que no es lo mismo que estatal). A lo anterior, se agrega una política laboral que fortalezca el trabajo decente y fomento la negociación entre trabajadores y empresarios como camino para encontrar una senda de crecimiento que favorezca a todos.

El tercer problema estructural, es la elevada desigualdad social en Chile donde el factor más decisivo es la extrema concentración del ingreso y la riqueza en el 1% más rico (180 mil de 18 millones de personas).

Sin embargo, los proyectos de ley presentados por el gobierno de Piñera apuntan en una dirección contraria. En materia tributaria, pretenden reducir impuestos de forma regresiva, beneficiando a las grandes empresas. En materia laboral, impulsan un proyecto orientado a profundizar la flexibilización del trabajo. En materia previsional, impulsan una reforma que afectaría a los sectores de menores ingresos. Y en materia de salud, su proyecto es fortalecer las ISAPRES y debilitar a FONASA, al tiempo que profundización la privatización de la salud.

El gobierno de Piñera parece creer que para repetir el alto crecimiento en los años noventa, se debe volver al modelo que prevalecía entonces. Pero el mundo y Chile han cambiado. El crecimiento de los noventa es irrepetible y las políticas públicas de aquellos tiempos ya no son las que se requieren para la próxima década.

El gobierno de Piñera parece creer que para repetir el alto crecimiento en los años noventa, se debe volver al modelo que prevalecía entonces. Pero el mundo y Chile han cambiado. El crecimiento de los noventa es irrepetible y las políticas públicas de aquellos tiempos ya no son las que se requieren para la próxima década. No será mirando hacia el pasado que se construirá el futuro. La experiencia histórica debe ser considerada, con sus virtudes y errores. Pero se requiere visión de futuro y políticas públicas adecuadas para los nuevos tiempos. Y Piñera no las tiene. Está a la deriva.

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