El jueves 24 de marzo jugamos contra Perú. Los pasos hacia atrás de Sergio Rochet en el minuto 91 llegaron hasta límites insólitos. Todos nos quedamos en silencio, el tiempo se detuvo. Hubo que esperar al VAR para saber si la pelota finalmente había pasado o no la línea del arco. Por suerte no fue gol, Uruguay le ganó a Perú y se clasificó al mundial.
El domingo 27 de marzo votamos. La Usina de Percepción Ciudadana, única encuestadora con proyección de escrutinio, dio su proyección a las 20.30: empate técnico. Todos nos quedamos en silencio, el tiempo se detuvo. Los métodos estadísticos no permitían anunciar un ganador claro en ese momento. Hubo que esperar para saber si el Sí finalmente pasaba o no la línea del 50%.
Avanzado el escrutinio, tuvimos un resultado definitivo. El No tuvo 22.000 votos más que el Sí. Si bien esa separación es menor que los 35.000 votos observados, como al No se le suman los 28.000 votos en blanco (un invento de un parlamento que en 1989 olvidó aquello de “mi autoridad emana de vosotros y ella cesa ante vuestra presencia soberana” y puso en ley este sinsentido democrático), ya esa noche supimos que había ganado el No, y no tuvimos que esperar días de escrutinio de votos observados como en el último balotaje.
El resultado es conocido: como en 2019, nuevamente festejó la coalición liderada por el Partido Nacional. Pero esto es sólo la punta de un iceberg de resultados interesantes que se esconde bajo los datos.
El referéndum más parejo de la historia luego del balotaje más parejo de la historia
Hace dos años y medio desde estas páginas planteábamos que estábamos en la víspera del balotaje más parejo de la historia,1 lo que terminó confirmándose en las urnas.2
La semana pasada la Usina de Percepción Ciudadana proyectaba en su última encuesta un empate técnico entre el Sí y el No, y una distancia de 2% entre el Sí y el No más los votos en blanco sumados.3 Se verificó lo proyectado: una distancia de 1% entre el Sí y el No y de 2,2% entre el Sí y el No más los votos en blanco. Ante nuestros ojos tenemos el referéndum más parejo de la historia.
Como en el balotaje de 2019 –y a diferencia de los otros balotajes y referéndums– la opción ganadora en el referéndum no superó el 50% de los votos emitidos.
Hace dos décadas que Uruguay se encuentra dividido en dos mitades desde el punto de vista electoral. Nunca esas dos mitades estuvieron tan cerca en las urnas como en los últimos dos años.
La edad y el territorio guardan cierta relación con el voto en el referéndum
Como un calco de la segunda vuelta, la distribución territorial de los votos muestra que el Sí gana en Montevideo y el No en el interior. Dentro de Montevideo, el No es ganador en la zona costera y el Sí en los barrios periféricos. Dentro del interior, el No es ganador en todos los departamentos con excepción de Canelones y Paysandú; este último es el único departamento que cambia de signo (en Paysandú había ganado Luis Lacalle Pou, siendo el departamento que ganó por menor diferencia).
En cuanto a las edades, se ve un claro perfil etario: mientras que el Sí gana en los menores de 44 años, el No gana de 45 años en adelante.
Estas relaciones son ciertas, pero tienen detrás una explicación que las trasciende. Las correlaciones entre el voto y el territorio o el voto y la edad son en realidad una consecuencia de la correlación entre voto y partido político.
El voto en el balotaje guarda total relación con el voto del referéndum
En el fuerte sistema de partidos uruguayo se verifica una constante: lo que la gente vota en las instancias de democracia directa se encuentra muy relacionado con el partido político al que vota. Lo comprobamos en el plebiscito sobre la baja de la edad de imputabilidad4 y en el plebiscito de seguridad de 2019, y lo volvemos a ver en el referéndum sobre la LUC.
Como el voto es secreto, obviamente no sabemos qué votó cada persona. Lo que sí tenemos son datos agregados de votación: resultados por circuito (más de 7.000), por serie electoral (casi 750) o por departamento (19). Como los circuitos tienen bastantes cambios entre 2019 y 2022, no es conveniente usarlos, por lo que la menor desagregación “consistente” que podemos usar es la de las 750 series electorales (corresponden a las tres letras de la credencial, por ejemplo, AAA, BCB, OFC, hay 750 combinaciones diferentes).
Sobre estos datos podemos realizar regresiones ecológicas. ¿Qué son? Simplificadamente, la idea es que a partir de los resultados a nivel de series electorales se puede hacer una regresión e interpretar, bajo ciertos supuestos (el supuesto de constancia de Goodman es el más importante), las estimaciones de los parámetros como porcentajes de voto a nivel individual. Viendo qué pasa con las series electorales podemos inferir qué pasa con las personas.
¿Qué nos dice el cruce de datos entre 2019 y 2022? Las nubes de puntos son una hermosura para quienes buscamos correlaciones en ciencias sociales. Los datos se ajustan en una recta casi perfecta: mayor votación para Lacalle Pou en 2019 implica mayor votación para el No en el referéndum. Lo mismo entre votación para Daniel Martínez y votación por el Sí. La bondad de ajuste de los modelos es alta, los parámetros son significativos. No quiero aburrir poniendo salidas de modelos estadísticos y cosas así; me basta con transmitir que, haciendo una simplificación del lenguaje, 95% de las personas que votaron a Lacalle Pou en 2019 votaron No en 2022, y lo mismo entre Martínez y el Sí. Todo súper alineado.
En conclusión, el referéndum no sólo mostró dos grandes bloques casi empatados, sino que esos bloques son iguales a los del balotaje en términos de composición. La misma cantidad de gente y la misma gente.
Analizadas la paridad y la composición de los bloques, surge inmediatamente otra pregunta: si los bloques son tan parejos, ¿por qué las encuestas dan una popularidad presidencial tan alta?
El Uruguay del referéndum y el Uruguay de la popularidad del presidente
Hay dos historias sobre la actualidad política que no parecen cerrar entre sí.
Por un lado, lo que nos muestran las urnas. La coalición multicolor ganadora, en 2019 y en 2022, con los márgenes más estrechos que se hayan visto. Dos elecciones que, por cierto, tenían muy presente la figura presidencial: en 2019 era precisamente lo que se elegía; en 2022, el presidente fue la figura principal en defensa del No.
Por otro lado, lo que nos muestran las encuestas de opinión pública. Lacalle Pou sería el presidente con el mayor nivel de aprobación en su segundo año desde la restauración de la democracia.
¿Cómo se concilian estos dos Uruguay? ¿Por qué en las mediciones de popularidad la diferencia entre aprobación y desaprobación es mayor a 20% y en las urnas es de 1%? ¿Vivimos en un país en el que una abrumadora mayoría aprueba al presidente, como dicen las encuestas? ¿Vivimos en un país con dos mitades que se separan por un mínimo, como dicen las urnas?
Una opción es que las dos historias realmente coexistan, quizás porque la popularidad depende de algunas cosas (por ejemplo, la opinión sobre la gestión de la pandemia) y la votación de otras (economía, seguridad, lo que voté antes). Otra opción es que el alto apoyo al presidente no sea tal, que las encuestas sobrevaloren el apoyo a la gestión gubernamental.
Esta segunda opción se ata con un comentario que se escucha en la calle o en la feria, pero que casi no suena en el debate público: ¿existe un sesgo a la derecha de las encuestas de opinión pública? Veamos.
Las encuestas de opinión pública y las elecciones
Hacer encuestas es difícil. Le preguntas a menos de 1.000 personas lo que piensan y con eso tienes que decir qué van a hacer dos millones y pico. La semana antes de las elecciones anuncias tu pronóstico y luego esperas comiéndote las uñas para ver qué tan cerca o lejos estuviste. Mis respetos a quienes realizan esta tarea.
Busqué un rato en Google para ver si encontraba algún trabajo académico que analizara sistemáticamente la distancia entre las proyecciones de las encuestas y la realidad de las urnas. No lo encontré, así que me armé una tablita a partir de la Wikipedia. Lo que comparé fue la distancia entre el Frente Amplio y el Partido Nacional planteada por las encuestas en primera y segunda vuelta de las últimas tres elecciones, y la distancia efectivamente verificada en las urnas. Agregué también el resultado del referéndum. Tomé la última encuesta publicada de cada empresa.
Si no nos ponemos muy duros y asumimos que un “error” promedio de 3% no es tan importante, lo que encontramos en las siete instancias electorales analizadas son tres en las que las encuestadoras “le erraron” por más de 3%: octubre de 2009, octubre de 2014 y noviembre de 2019. En los tres casos el error tuvo un sesgo hacia la subestimación del Frente Amplio o la sobreestimación del Partido Nacional.
Para el caso del referéndum se habían planteado en la última semana diferencias de 6%, 4%, 3%, 1% y 0% entre el Sí y el No. La diferencia final fue de 1%.
Vale aclarar que el dato que pongo en el cuadro es siempre la última encuesta antes de la elección. El recorrido puede ser diferente, y de hecho si miramos las penúltimas encuestas antes del referéndum, encontramos diferencias más grandes entre el Sí y el No, de 10% o 12%, muy lejanas al 1% de la elección.5
Volvamos a la pregunta inicial: ¿puede ser que haya un sesgo de las encuestadoras que sobreestime la popularidad del gobierno? Es difícil saberlo porque no hay contra qué chequear, pero incluso si el error fuera como en la peor estimación en elecciones, nunca llega a ser tan grande como la distancia que hay entre popularidad y referéndum. Las encuestas han embocado y también han errado, pero nunca por 20%. Hay algo de fondo en esta diferencia que parece ser real y merece una reflexión más profunda.
La era de la paridad
Seguramente los politólogos y especialistas puedan hacer análisis más sofisticados sobre la elección que ha transcurrido, pero como economista que juega a sacar conclusiones de datos quisiera resumir en este final algunos hallazgos que nos deja esta elección.
Primero, volvemos a tener una elección muy pareja de forma consecutiva. La vuelta del Partido Nacional al gobierno se da en un contexto de paridad como nunca antes se había visto en Uruguay: dos mitades casi iguales.
Segundo, los bloques son iguales a los del balotaje no sólo en porcentaje de votos sino también en composición. Si bien la Comisión por el Sí intentó desligar el referéndum de una evaluación del gobierno, los datos muestran que esto no sucedió. La gente votó lo mismo que hace dos años, casi no hay cruces de equipo entre el balotaje y el referéndum. Lo insinuaban las encuestas y lo sugieren las regresiones ecológicas. Seguramente la complejidad de lo que se estaba poniendo en consideración –135 artículos de una ley ómnibus con temas heterogéneos– tenga que ver en la explicación de la inercia en la decisión de los votantes.
Tercero, esta historia de empate es diferente a la historia de hegemonía de aprobación del gobierno y del presidente que cuentan las encuestas de popularidad. Sería bueno entender por qué sucede esto, cuáles son las variables explicativas detrás de las diferentes mediciones. La distancia entre ambas situaciones no puede ser explicada solamente por un eventual sesgo de las encuestadoras hacia la sobrerrepresentación de esta popularidad. Hay algo más profundo de fondo.
Cuarto, la paridad del referéndum marca una perspectiva hacia las próximas elecciones diferente al que surgiría de una lectura exclusiva de las encuestas de popularidad. El ganador naturalmente festeja su victoria, pero el perdedor no se siente tan derrotado. Aprende que un clima de encuestas de alta popularidad gubernamental no es sinónimo de perder una elección. El equilibrio es fino, hay mucha paridad y, salvo que haya eventos catastróficos, es de esperar que así de empatados llegarán ambos bloques a las elecciones de 2024.