Me costó entender la guerra de las Malvinas. Yo tenía casi 10 años cuando en 1982 vi en un televisor en blanco y negro el estallido de las bombas y el vuelo de los Harriers sobre las islas. Era raro observar la contienda en una pantalla chica. Argentina y Gran Bretaña se enfrentaban en una pugna por un pedazo de tierra. En medio del ambiente bélico y como una forma de contrarrestar el espíritu triunfalista de los argentinos –después de varias semanas en que pensaban que estaban ganando el conflicto-, el escritor trasandino Rodolfo Fogwill (1941-2010) escribió, entre el 11 y el 17 de junio de 1982, la novela “Los Pichiciegos” (1983), la que terminó tres días después que finalizara el enfrentamiento.
Rodolfo Fogwill (1941-2010) escribió, entre el 11 y el 17 de junio de 1982, la novela “Los Pichiciegos” (1983), la que terminó tres días después que finalizara el enfrentamiento.
Fogwill construyó de manera ficcional un panorama cercano a la realidad que se diferenciaba bastante de la manipulación realizada por el poder de facto al imaginario colectivo argentino. Lo que la Junta Militar liderada por Leopoldo Galtieri mostraba por televisión no era real y la guerra se estaba perdiendo. La novela fue publicada en 1983, aunque estuvo circulando antes por distintos ambientes literarios.
El libro narra la historia de un grupo de 25 soldados argentinos enviados a Las Malvinas que desertan y se ocultan en un refugio subterráneo. Se hacen llamar “Los Pichiciegos” en referencia a un pequeño animal que construye hoyos en la tierra, vive en cuevas y tiene un caparazón rosado que le cubre el vello blanco de su cuerpo. Los protagonistas son hombres jóvenes que, en su afán por sobrevivir, se esconden en la llamada Pichicera. Cuando pueden, salen en búsqueda de comida e intercambian mercancías por información con los ingleses. La mirada de Fogwill es descarnada. No existe demasiada piedad al mostrar la inclemencia de un lugar lejano, inhóspito y gélido, donde no se sabe qué va a pasar o hacia donde se dirige una guerra sin sentido. Todos sospechan que son los ingleses los que están ganando, pero nadie tiene la certeza si el conflicto puede llegar a tener un verdadero final.
Para subsistir, los “pichis” crean sus propias normas y jerarquías, sueñan con volver a sus casas, alucinan con el sexo y ovejas que estallan por los aires después del estertor de una bomba. Todo en el mundo de estos soldados permanece oculto, con temor. Es el miedo el que los mueve, el que hace que realicen cosas. Tienen miedo a que los descubran, miedo a que los maten. No hay dios, no hay ley, solo existe ante ellos una guerra que los ha abandonado mal vestidos y equipados, a la merced de los enemigos y del mal tiempo.
No hay dios, no hay ley, solo existe ante ellos una guerra que los ha abandonado mal vestidos y equipados, a la merced de los enemigos y del mal tiempo.
En el texto queda bien claro que el mundo de los “pichis” está compuesto por los vivos y los dormidos. Los primeros son los que mandan, lideran, los que se atreven a salir al exterior en busca de contactos y víveres. Los segundos son los que se quedan dentro de la cueva, los que no hacen nada y rápidamente son entregados a los ingleses. Se trata de la guerra de Fogwill, un enfrentamiento que, a pesar de ser desagradable, cuenta con el sentido del humor y la ironía del autor. Esto último se ve reflejado en ciertos pasajes de la obra y en el lenguaje coloquial de personajes como El Turco, Viterbo y Pipo el Pescador, quienes, en algunos de sus diálogos, le entregan al texto una frescura suelta y llamativa.
Se trata de la guerra de Fogwill, un enfrentamiento que, a pesar de ser desagradable, cuenta con el sentido del humor y la ironía del autor.
En este tiempo de interminable pandemia, “Los Pichiciegos” muestra muy bien el fenómeno del encierro cavernoso como un signo de guarida y también de sometimiento o perdición. En el libro es el virus de la guerra el que ataca, penetra, debilita y mata. La intolerancia y la desesperación infunden el horror en los soldados, dejando que la historia avance hacia un destino que puede llegar a ser inverosímil para el lector.
Cerca de mil vidas se acabaron por un conflicto incomprensible que, a pesar del tiempo, todavía mantiene las heridas abiertas y que, a través de una novela como “Los Pichiciegos”, permanece imborrable en la memoria.
Han pasado 38 años desde que Argentina perdió la guerra de Las Malvinas con Gran Bretaña. En poco más de dos meses murieron 655 argentinos y 255 británicos. Cerca de mil vidas se acabaron por un conflicto incomprensible que, a pesar del tiempo, todavía mantiene las heridas abiertas y que, a través de una novela como “Los Pichiciegos”, permanece imborrable en la memoria.