Fue gracias a la correspondencia que mantuvo con su novia y esposa, Clara Aparicio, que el mundo conoció la faceta dulce y romántica de un autor cuya vida estuvo marcada por la tragedia.
Fue cuando recién se abría un espacio en una sociedad donde el apellido, las influencias y el dinero eran primordiales para cualquiera que quisiera dedicarse a la literatura, que Juan Rulfo cayó rendido ante la joven Clara Aparicio. Lo que él no sabía era que la muchacha, con un evidente parecido a la madre del autor, tenía solo 13 años y perteneciente a una familia acomodada.
Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno perdió a su padre a los seis años y a los 10 falleció su madre, quedando al alero de familiares para terminar en un orfanato que, como él mismo definió, se asemejaba a una correccional. A los 17 años comenzó a escribir literatura y a colaborar en la revista América. Se formó educacionalmente asistiendo de oyente a cátedras universitarias y recorriendo México, hasta forjar una férrea amistad con el escritor y actor, Juan José Arreola. Al momento de conocer a Clara aún no había publicado ningún libro, pero supo ganarse a Consuelo Reyes, quien sería su futura suegra.
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Reina Roffé plantea sobre el primer encuentro, en Juan Rulfo. Biografía no autorizada, que el joven “está exaltado. Ha visto a una niña que le gusta. Le gusta tanto que no puede dejar de mirarla y de seguirla a cierta distancia, discretamente (…). Es una niña ya desarrollada, una adolescente con formas de mujer. Alta -para la media de la época-, de abundante cabellera oscura, armónica de facciones y de boca carnal. Un ángel con algo de diablillo. La mujercita perfecta”.
Tuvo que esperar tres años para comenzar el noviazgo porque así se lo impuso Consuelo Reyes, quien convenció a Clara que aquel joven tímido y talentoso en la fotografía era el hombre ideal para convertirse en su esposo. “Supo ver que, detrás del serio rostro del pretendiente, anidaba un buen compañero y padre de los nietos que deseaba le entregara su hija. Ella acondicionó un tiempo para sopesar los latidos de una criatura que requería de espacio y horizontes para echarse a andar y recorrer la tierra”, indica Roffé.
Desde que se conocen hasta después de haberse casado, Rulfo le envió 84 cartas de amor a Clara -octubre de 1944 a diciembre de 1950- y muestran el lado más sensible de el autor, lejos de las tragedias lo que azotaron y del alcoholismo que tuvo que acarrear toda su vida.
Desde que te conozco, hay un eco en cada rama que repite tu nombre; en las ramas altas, lejanas; en las ramas que están junto a nosotros, se oye. Se oye como si despertáramos de un sueño en el alba. Se respira en las hojas, se mueve como se mueven las gotas del agua. Clara: corazón, rosa, amor… Junto a tu nombre el dolor es una cosa extraña. Es una cosa que nos mira y se va, como se va la sangre de una herida; como se va la muerte de la vida. Y la vida se llena con tu nombre: Clara, claridad esclarecida.
Yo pondría mi corazón entre tus manos sin que él se rebelara. No tendría ni así de miedo, porque sabría quién lo tomaba.Y un corazón que sabe y que presiente cuál es la mano amiga, manejada por otro corazón, no teme nada. ¿Y qué mejor amparo tendría él, que esas tus manos, Clara?
He aprendido a decir tu nombre mientras duermo. Lo he aprendido a decir entre la noche iluminada. Lo han aprendido ya el árbol y la tarde… y el viento lo ha llevado hasta los montes y lo ha puesto en las espigas de los trigales. Y lo murmura el río…
Clara:
Hoy he sembrado un hueso de durazno en tu nombre.
(Carta I, octubre 1944)
Helados y una banca
Rulfo se obsesionó con Clara, por lo cual fingió ser un empleado de la oficina de migraciones para poder entrar a casa de ella. Luego, y antes de tener el permiso de la familia, la invitaba –junto a sus amigas- a tomar helados para así poder pasar un tiempo y conocerla.
Tras un escándalo con los padres de la muchacha por las artimañas que realizó para estar cerca de ella cuando aún era una niña, el escritor logró ser aceptado y comenzaron un noviazgo que se concretó en matrimonio en 1947, luego que el se lo pidiera en un banco de una plaza de Guadalajara.
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Se casaron en el templo de El Carmen y el matrimonio tuvo que soportar, al menos por un tiempo, el ir y venir de Rulfo que su trabajo como capataz en la compañía Goodrich-Euzkadi le exigía. “Desde esa distancia empalagosa que se impone como límite geográfico, la carta es el vehículo por excelencia para que establezca una comunicación vital que pueda abolir la distancia. Rulfo sabrá que el mejor ardid para gobernar su mundo y su sentimiento de amor por Clara es entregarse fatigosamente a escribir su experiencia desde lejos, a escribir lo que lo acribilla como ser humano, a escribir en contra de una soledad que se materializa como ser y que termina siendo el único refugio para no sentirse solo. Así lo expresa Rulfo en una de sus cartas ‘Y la soledad es una cosa que se llega a querer del mismo modo como se quiere a una persona’”, plantea Carlos Ayram en su artículo “Escribir para resistir la Soledad: Nostalgia, confesión y amor en cartas a Clara de Juan Rulfo”.
Mayecita:
Ellos no pueden ver el cielo. Viven sumidos en la sombra; hecha más oscura por el humo. Viven ennegrecidos durante ocho horas por el día o por la noche, constantemente como si no existiera el sol ni nubes en el cielo para que ellos las vean, ni aire limpio para que ellos lo sientan. Siempre así e incansablemente, como si sólo hasta el día de su muerte pensarán descansar.
Te estoy platicando lo que pasa con los obreros de esta fábrica, llena de humo y de olor a hule crudo. Y quieren todavía que unos los vigile, como si fuera poca la vigilancia en los tienen unas máquinas que no conocen la paz de la respiración. Por eso creo que no resistiré mucho tiempo a ser esa especie de capataz que quieren que yo sea. Y sólo el pensamiento de trabajar así me pone triste y amargado. Y sólo el pensamiento de que tú existes me quita esa tristeza y esa fea amargura.
(Fragmento: Carta XII, febrero de 1947).
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Tuvieron cuatro hijos; Claudia Berenice (1949), Juan Francisco (1950), Juan Pablo (1955) y Juan Carlos (1964) y entre nacimientos Rulfo “dio vida” a sus más grandes obras, que lo llevarían a consagrarse como uno más de los escritores del Boom Latinoamericano y a ser admirado a nivel mundial por su “narrativa de conciencia”: el libro de cuentos “El llano en llamas” (1953), y la novela Pedro Páramo (1955).
Madre, madrecita chula:
He sabido ya lo que hiciste, la enorme travesura que hiciste. Has traído un hijo nuevo al mundo. Alguien que te cuidará cuando ya no puedas con la vida. Me cuentan que nació muy grande, y yo me imagino cómo te has de ver hermosa junto a él, abrazada a él, fuertemente, como si estuvieras abrazando con todas tus fuerzas tu esperanza.
(…) Me dio gusto, chechinita mía, que estuvieras bien —tenía mucho pendiente—; pero ahora me he llenado de gusto por ti y por él, porque Dios te ayudó y te tuvo en sus manos (…) para que las cosas caminaran por el buen camino. Ahora sé que Él te protegerá siempre, porque eres la hija preferida de Él y la muy amada y querida Clara. ¿Ya ves lo que resulta por andar comiendo cacahuates? Yo te decía que no anduvieras con los cacahuates y mira, ahora tienes ahí el resultado.
Me da no sé qué no conocer todavía a mi hijo. Hasta ahora es como si soIo fuera un cuento que me contaran para hacerme dormir tranquilo. Pero tú, pequeñita y todo, tienes tu
Criatura y él tiene una hermanita tan traviesa como su madre y tiene papá y la mamá más hermosa que haya tenido hijo alguno de mujer en esta tierra.
(…)
Mira, amor, ¿qué le podría decir yo? Esta carta debería ir sin palabras. Sólo llena de besos y del gran cariño que te tengo. Molerte a besos en el gran molino de mi corazón, que tú has hecho tuyo, y poner mi alma desdoblada como una sábana para que tú envuelvas en ella a toda tu familia.
Fíjate, ahora ya somos cuatro y antes era yo solo y muy metido en medio de la noche. Tú has traído gente a esta casa (…).
Clara Aparicio, amorcito de Dios, iré a verte pronto; ése mi consuelo. Pues no dejo de extrañarte ni un momento, ni dejo de quererte ni un momento(…).
Tu recibe un abrazo infinito de tu Juanucho y muchos, pero muchos besos de este muchacho para ti y para nuestros hijos.
Te adora con toda el alma
Juan.
(Fragmentos: Carta LXXXIII, Diciembre 1950)
Punto de quiebre
Fue en los mismos años ‘40, cuando Rulfo caía rendido de amor ante la púber Clara Aparicio, que también se dejó llevar por una mala pasión: la bebida. A uno de los pocos a quien accedió a darle una entrevista fue a Fernando Benítez, quien explica que esa década fueron para el escritor “años tristes de archivos migratorios donde los expedientes aparecían y desaparecían mediante cohechos y trampas. Rulfo comenzó a beber para escapar del mundo asfixiante y sórdido que lo oprimía. Pero su alcoholismo se fue agudizando al frecuentar de pleno, después de la publicación de su primer libro, el ambiente artístico y bohemios de la capital azteca”.
Al respecto, Sara Roffé plantea que el escritor uruguayo Juan Carlos Onetti le contó que “Rulfo se emborrachaba y lo encontraban en la calle desnudo porque la chusma pordiosera le robaba todo”.
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Es interesante remarcar que los años sombríos de Rulfo son los mismos en los que alcanza el reconocimiento como escritor, lo que se contrapone a lo que le sucede cuando deja la bebida. El escritor Federico Campbell afirma que “entre 1960 y 1965 es cuando empieza su alejamiento del alcohol, que le permitió superar el umbral oscuro en el que había estado sumido por no menos de quince años. Ocurre luego de una temporada de terapia en el sanatorio llamado La Floresta. Volvió (…) transformado y con cierto desdén por la literatura. No podemos dejar de asociar su esterilidad literaria a la desaparición del estímulo que significaba par él, el uso del alcohol para crear”.
Quienes conocieron a Rulfo afirman que su ser vivió una lucha interna entre su inminente deseo de escribir y crear y las huellas que le dejó la orfandad transformadas en autoinhibiciones. “Su elevada autoexigencia, tras un éxito tan apabullante ya desde 1949, cuando colaboraba en revistas, podría ser pretexto suficiente para no embarcarse en la difícil tarea de volver a asombrar al mundo, ya que era casi imposible superarse. De ahí que (Augusto) Monterroso definiera como ‘un gesto heroico’ el hecho de dejar de escribir”, explica Roffé.
La adicción de Rulfo agrietó el matrimonio y puso en jaque a la familia, mas permanecieron juntos hasta que el escritor falleció en 1986, con solo 68 años de edad, de cáncer de pulmón.
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Rulfo se fue sin dedicarle una novela a quien fuera su gran y único amor, Clara Aparicio; sin embargo, le dejó el legado más íntimo de toda su obra, un puñado enorme de cartas de amor que ella quiso hacer públicas para que el mundo conociera el lado emotivo y sensible de quien fuera catalogado por Gabriel García Márquez como un autor de un lenguaje hermoso y eficaz: “Para mí, los cuentos de Rulfo son tan importantes como su novela Pedro Páramo, que, lo repito, es para mí, si no la mejor, si no la más larga, si no la más importante, sí la más bella de las novelas que se han escrito jamás en lengua castellana. Yo nunca le pregunto a un escritor por qué no escribe más. Pero en el caso de Rulfo soy mucho más cuidadoso. Si yo hubiera escrito Pedro Páramo no me preocuparía ni volvería a escribir nunca en mi vida”.
2 comments
Buenísima columna.
Cuesta pensar como García Márquez o aceptar la autocensura de Rulfo. El egoísmo del lector nos lleva siempre a querer más de aquello que nos da placer. Como Sallinger nos enseña que si lo bueno es poco, es doblemente bueno.
Gracias por el texto.
Karen.
Excelente artículo, profundidad y el lado romántico de uno de los más grandes escritores de América latina.