La historia de amor y sexo que García Márquez dejó con prohibición de publicar.

por Karen Punaro Majluf

La vida del autor colombiano estuvo marcada por realismo y magia, y es quizá esta ambivalencia la que llevó a sus hijos a desobedecer su deseo de dejar guardada en un cajón su última novela, la que escribió sumido en el cáncer y los primeros indicios de demencia. 

Fueron dos cosas las que marcaron la muerte de José Arcado Buendía. La primera es que tuvo que permanecer amarrado a un enorme árbol durante mucho tiempo para poder controlar sus arrebatos estando ya sumido en la agobiante nebulosa de su memoria: y el legado imposible que dejó a su prole de descifrar los papeles que le dejó el gitano Melquiades, escritos en una lengua desconocida –que resultó ser sánscrito- y que narraban el final de la estirpe que lideró Macondo durante cien años. 

Resulta imposible no relacionar la vida de Gabriel García Márquez con la historia de Cien años de soledad. Es a tal punto que los críticos literarios han buscado encontrar nexos entre lo que un autor dice y lo que vive, que es posible analizar los textos de manera freudiana a través de la psicocrítica…. Cosa que con el autor colombiano no es necesario, pues el mismo se encargó de explicar en Vivir para contarla, que sus sueños, sus personajes, la trascendencia a la muerte y la premonición de lo que la vida depara lo aprendió en casa de sus abuelos, sentado durante horas en la cocina, escuchando cuentos indígenas llenos de realismo y magia.

Es por ello que, cuando comienza a escribir En agosto nos vemosenfermo de cáncer y con los primeros síntomas de una futura demencia, la duda de si finalmente la novela sería o no publicable y si la historia de Ana Magdalena Bach y sus arranques sexuales programados una vez al año deberían llegar a las masas, lo llevaron tiempo después a conversar con Carmen Balcells, su agente, a quien le dijo “este libro no sirve. Hay que destruirlo”.

Aun así, leyó el primer capítulo a sus hijos, Rodrigo y Gonzalo, quienes –en ese momento- convencidos por las palabras del padre, no encontraron el valor literario que predominaba en sus otras obras.

Solo el hoy

Sus hijos cuentan que a los 87 años el Nobel había perdido la capacidad de recordar el pasado, vivía “libre de expectativas sobre el futuro. (…) Aun así, a veces preguntaba: ¿A dónde vamos esta noche? Vayamos a un lugar divertido. Vamos a bailar. ¿Por qué? ¿Por qué no?”.

Si bien reconocía a su gran y único amor, Mercedes Barcha –a quien conoció cuando ella tenía 9 años y el 14- y la llamaba Meche, la Madre o la Madre Santa; también hubo instantes en que ella le era una extraña. Estaba sumergido en un vaivén de recordar y olvidar, llegando en instantes a ser nuevamente un niño de 8 años y encontrarse en Aracataca junto a su abuelo, el coronel Nicolás Márquez (quien inspiró el personaje del coronel Aureliano Buendía, exmilitar que, tras dejar atrás al pelotón de fusilamiento, dedicó sus días a fabricar pescaditos de oro).

Como muchos autores, no gustaba de volver a leer sus libros una vez publicados, pero estando enfermo se asombró más de una vez con sus obras: “¿De dónde carajos salió todo esto?”preguntaba. “A veces cuando cerraba un libro se sorprendía al encontrar su retrato en la contraportada, de modo que lo volvía a abrir e intentaba volverlo a leer”, cuenta Rodrigo.

Siguiendo con la línea predictiva de Cien años de soledad, Gabriel García Márquez murió un Jueves Santo (2014), al igual que Úrsula Iguarán; y como si se tratara de un presagio, tal como en la novela cuando ese día los pájaros se trastornan de calor y rompieron las ventanas de las casas para dar su último suspiro en la tibieza de un dormitorio; junto con el exhalo final del escritor un ave escogió su sillón de descanso para volar a la eternidad junto a él.

El panorama para los descendientes se presentó complejo. Contaban con un manuscrito, un sinfín de papeles sueltos con la trama de En agosto nos vemosy la petición del padre de no publicar la obraLa madre, Mercedes Barcha muere en 2020 y el asunto aún no se solucionaba. Rodrigo y Gonzalo volvieron a leer el prospecto y, tal como si se tratara de un rompecabezas, juntaron los relatos perdidos y le dieron sentido a la historia; esta vez la novela no les pareció “no-publicable”, sino que la valoraron de tal manera que decidieron ofrecerla al mundo.

El 06 de marzo dieron una conferencia en el Instituto Cervantes anunciando que En agosto nos vemossaldría a la venta poco antes de cumplirse diez años de la partida de García Márquez. Gonzalo, dando sentido a la “desobediencia” afirmó que la decisión se debió a que su padre, “en su estado debilitado, no podía apreciar plenamente los méritos de su obra final. Sin embargo, esta justificación se acerca peligrosamente a socavar la autonomía de un autor sobre sus creaciones, sentando un precedente precario de que juicios de valor personales y quizás erróneos pueden anular las directivas expresas del creador”. 

El proceso

Afirmar que la mujer no tuvo un rol protagónico en la obra de García Márquez me parece un error –aun cuando sus hijos así lo reconocen- pues los más grandes personajes del autor, que dieron hilo conductor a las tramas y liberaron los enredos que pasaban de una novela a otra, fueron “ellas”.

Si no fuera por Úrsula Iguarán, Macondo no habría nacido como esa aldea de casas de barro y cañabrava cercana a un río; no habríamos conocido la maldad si Cándida Eréndira no le hubiese quemado –sin intención- la casa a su abuela desalmada que la obligó a prostituirse hasta recuperar el último peso hecho ceniza: o el amor eterno no habría poseído un rostro si no es por Fermina Daza

Así, el relato de Ana Magdalena Bach llega precedido por mujeres de otras épocas que le cimentaron el camino para contar cómo cada 16 de agosto tomaba un trasbordador para visitar a su madre muerta enterrada en un cementerio de un pueblo derruido; acto que había realizado durante 28 años y que siempre culminaba con un encuentro sexual fortuito al caer la tarde.

“- ¿Subimos? Él dijo con una humildad ambigua: -No vivo aquí. Pero ella no esperó siquiera que terminara de decirlo. Se levantó, sacudió apenas la cabeza para dominar el alcohol, y sus ojos radiantes resplandecieron. -Yo subo primero mientras usted paga, le dijo. Segundo piso, número 203, a la derecha de la escalera. No toque, empuje nada más. (…)

Por último, lo ayudó a sacarse el calzoncillo a lo largo de las piernas, y se dio cuenta de que no era tan bien servido como su esposo, que era el único que ella conocía, pero estaba sereno y enarbolado. No le dejó ninguna iniciativa. Se acaballó sobre él hasta el alma y lo devoró para ella y sin pensar en él, hasta que ambos quedaron exhaustos en un caldo de sudor”.

Y si bien García Márquez dijo que no deseaba que la novela fuera publicada, dejó un manuscrito, el quinto, con un detalle que le dio el vamos a sus hijos: “un ‘Gran OK final’ en la parte delantera. Así, contactaron a Cristóbal Pera -quien había editado con el novelista el borrador de la obra- para que comenzara a trabajar desde esta versión fechada en julio de 2004.

La tarea no fue fácil. Pera tuvo que cotejar con versiones anteriores y analizar cada una de las notas que el escritor había dejado desperdigadas con cambios al borrador. En el New York Times afirmaron, en su publicación “Gabriel García Márquez quería destruir su última novela, del 06 de marzo pasado, que Pera se enfrentaba a versiones opuestas de una frase u oración: una mecanografiada y otra garabateada a mano en los márgenes. Intentó corregir incoherencias y contradicciones, como la edad de la protagonista —García Márquez dudaba sobre si era de mediana edad o más bien algo mayor— y la presencia, o ausencia, de bigote en uno de sus amantes. (…) Para construir la versión más coherente posible, Pera y los hermanos establecieron una regla: no añadirían ni una sola palabra que no estuviera en las notas de García Márquez o en diferentes 

  versiones”.

A diferencia de lo que se pensó, no por ser una obra póstuma y “rechazada” por el autor, la novela es una obra inconclusa; pues por el contrario la historia de Ana Magdalena cuenta con un final. Lo que sí es cierto es que la polémica no termina (y quizá nunca lo haga). Así lo deja en claro The Guardian en su reseña, al afirmar que En agosto nos vemos resume la ambivalencia que rodea este lanzamiento póstumo (…) un ‘boceto’ de la mano de un maestro, defectuoso pero invaluable por su conexión con el ilustre universo literario de Márquez”.

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