La verdad os hará libres

por Juan. G. Solís de Ovando

(Contra/tesis sobre el Golpe militar y sus consecuencias)

1.- El golpe militar de Chile del 11 de septiembre del año 1973 fue eso. Un golpe militar. No un pronunciamiento como algunos pretenden. Un acto ilegal, un crimen contra el estado y la república democrática. Los crímenes pueden y de hecho tienen un motivo, una razón un móvil que explica la actuación ilegal contra un orden, pero eso no comprende su justificación. Si eso se hace, siempre habrá una degradación de la sanción social de la norma y la posibilidad firme que, en el futuro, con iguales o semejantes argumentos el crimen se repita.

El golpe de estado constituía una conducta tipificada, descrita y sancionada por las leyes chilenas. De su ilegalidad los partidos políticos en su conjunto aún no se han pronunciado. Ni siquiera existe una conversación en forma de debate político, académico, o cultural sobre el punto. Y en esto no caben ni acuerdos ni medias tintas. Lo primero que tiene que decidir un juez de lo criminal es si hubo delito o no. Si lo hubo, existieron actos criminales; si por el contrario fue un acto legal, o sea no fue antijurídico, no hay culpables de ese delito. Así de claro y así de simple.

Sin embargo, no hay pronunciamiento sobre el punto.

Esto abre preguntas: ¿No se quiere molestar a partidos y personas que participaron de ese acto ilegal y que luego de constatadas sus consecuencias se arrepintieron? Ahí queda.

Que no haya sobre esto un mínimo consenso es grave. Pero mucho más grave que no nos pongamos de acuerdo respecto de su interpretación, es que no tengamos el coraje como pueblo de enfrentar el dilema.

Chile debe, en consecuencia, realizar ese debate. Otros lo han hecho. Un ejemplo: el 11 y 12 de octubre del año 2002, y habiendo transcurrido 40 años de la crisis de los misiles se realizó un diálogo en la Habana con participación del líder cubano Fidel Castro y el exsecretario de defensa en el gobierno de John Kennedy, Robert McNamara, sobre la Crisis de Octubre, momento en que el mundo estuvo cerca de una guerra atómica.

Y, como consecuencia del diálogo el mundo no se acabó ni cuando se analizaron los hechos con testigos de cargo, como en este caso, ni cuando sucedieron.

2.- La denominada Guerra Fría no es la causa del golpe sino su contexto. Tampoco la nacionalización del cobre. De hecho, el que Salvador Allende haya sido el primer presidente elegido democráticamente actuaba como antípoda de ese período, en que los izquierdistas accedían al poder en occidente mediante revoluciones armadas -y por eso Norteamérica financiaba la guerra antisubversiva-, porque se suponía que el izquierdismo atentaba al orden democrático.

La experiencia chilena era contraintuitiva. El presidente chileno declaró y respetó el estado democrático de derecho y la participación de los partidos de izquierda y muy particularmente el Partido Comunista lo hizo con apego al orden constitucional por mucho que ideológicamente lo considerara una democracia burguesa.

Hay pruebas, como la información que el diplomático y escritor Armando Uribe le entregó al propio presidente Allende, que señalaban que, para la Norteamérica de ese momento, y particularmente para Henry Kissinger, su secretario de Estado, la preocupación fundamental de la experiencia chilena consistía en que se normalizara en el mundo occidental la elección de gobiernos de izquierda con participación de ministros comunistas en éstos.

El que en la España actual haya un gobierno progresista según propia denominación con participación de ministros comunistas y no haya pasado nada, y menos en la política norteamericana habla, por sí mismo, de lo que significa que la Guerra Fría haya terminado.

3.- Una cosa es conspirar para que se produzca un golpe de estado -hecho de por si repudiable y perseguible penalmente-, y otra muy diferente es coordinarse con agencias de seguridad y/o militares de un país extranjero, para provocar levantamientos militares en su patria. Eso se llama alta traición aquí y en la quebrada del ají.

Con los documentos desclasificados de la CIA existen pruebas de sobra que acreditan que hubo personas y entidades chilenas que operaron un contubernio contra el sistema democrático institucional de Chile, entre ellas el señor Agustín Edwards Eastman, propietario del Mercurio y la Segunda, entre otros diarios, que según la información de fuentes norteamericanas recibió financiamiento de la CIA y se reunió con el presidente Nixon, para complotar contra el gobierno de su patria, Chile.

Hasta ahora, los civiles autores del delito de alta traición se han ido todos, de rositas.

4.- El golpe de estado, como es lógico en este tipo de crímenes, tuvo una multiplicidad de causales, pero hay algunas que son las que denominamos causas eficientes por cuanto son precondición para que se produzcan resultados. El concepto viene de Santo Tomás de Aquino en sus célebres cinco pruebas de la existencia de Dios contenidos en la Suma Teológica: Puesto que, si se quita la causa, desaparece el efecto, si en el orden de las causas eficientes no existiera la primera, no se daría tampoco ni la última ni la intermedia.

En pocas palabras si estas causas no estuviesen presentes el golpe no se habría producido. Y empecemos por despejar las que no son eficientes: la popularidad del gobierno y el presidente. La historia muestra que, con representaciones menores del 15% los gobiernos no han sido derrocados. En Chile, en los tres últimos gobiernos ha sido de 40% de aprobación de la presidenta Bachelet en el segundo mandato; 20% de aprobación al segundo mandato del presidente Piñera, y el presidente Boric, en la actualidad, y faltándole la mitad de su período tiene un 28% de promedio entre diferentes análisis demoscópicos, todos menores que la popularidad de Allende -que medida en apoyo electoral-, en las elecciones de marzo de 1973 sus partidos de gobierno alcanzaron el apoyo del 43% de los votos.

Lo que sí resulta ser causa eficiente es la decisión política de la oposición al gobierno del presidente Allende de derribarlo ante la imposibilidad de que prosperara realizarlo por destitución política. Los votos no estaban. Las cuentas no salían.

El derrocamiento del gobierno se puso a la orden del día cuando constataron que el presidente estaba cumpliendo con su programa de cambios. En tres años había acabado con el latifundio en Chile y nacionalizado el cobre. Y, aunque el programa de la Unidad Popular no era propiamente revolucionario sí era de izquierda y las consecuencias sobre los poderes afectados eran evidentes.

El golpe de estado en Chile solo fue posible cuando se produjo una hegemonía golpista en la oposición política. Para ello hubo que conseguir y se consiguió el concurso de los partidos del centro político que en las últimas elecciones habían obtenido el 33% de los votos.

Esa decisión que resultara a la postre fatal para ellos y para el país fue posible por la capacidad de los golpistas de conseguir la hegemonía ideológica antimarxista: Chile será una dictadura comunista; Se acabará la democracia; Habrá un golpe de estado de guerrilleros apoyados por Cuba; habrá adoctrinamiento marxista en los colegios; etc, etc.

Las Fuerzas Armadas, a su vez, fueron contaminadas con la ideología de impronta norteamericana en el contexto de la Guerra Fría, denominada de la Seguridad Nacional, que justificaba una labor de vigía de enemigos internos fácilmente identificables con el comunismo.

Entonces, y decidido el golpe se pusieron en camino la movilización de diversos factores que eficientemente combinados crearon un ambiente propicio a la aceptación del crimen. Primero fue la oposición armada con participación de civiles y militares en servicio activo que realizaron acciones de sabotaje, inteligencia, secuestro y asesinatos políticos organizados a través de grupos fascistas chilenos como Patria y Libertad, pero apoyados por la CIA. En menos de un año, consiguieron el paroxismo social del pueblo chileno (las palabras no son mías sino del dirigente histórico de la Democracia Cristiana Bernardo Leighton en una conferencia en Madrid).

Además, se movilizó el descontento provocado por la crisis económica que según propia confesión de los norteamericanos implicados se resume en la frase de su presidente Richard Nixon: hay que hacer gritar a la economía chilena.Parte de esa movilización se hizo en conjunto con asociaciones gremiales también financiadas por la CIA, mediante la organización de paros como el de octubre que fracasó, pero obligaba a Allende a articular continuos cambios de gabinete, incluyendo en ellos, al final, a las Fuerzas Armadas.

Es obvio que, en la gestión de gobierno, como en todos los gobiernos se cometieron errores, algunos más graves que otros, pero no hubo casos de corrupción que pusieran en peligro la credibilidad de las instituciones ni actos de gobierno que vulneraran gravemente el estado de derecho, como sí se hizo más tarde.

En una palabra y como lo dice Paulo Freire en su libro póstumo: es cierto que Allende cometió errores; pero mucho más cierto es que fue derrocado por sus aciertos y no por sus errores.

5.– No es cierto que Allende atacara el tejido institucional chileno. Lo respetó y mucho. Pero los golpistas las corrompieron ideológicamente cuando para asegurar el éxito del golpe de estado las sacaron del propósito para lo cual el legislador las creó: La cámara de diputados declaró la ilegalidad del gobierno de un modo ilegal y esto fue no un antecedente del golpe sino parte de su realización. Tampoco las declaraciones de ministros de la corte suprema y la deliberación permanente, sostenida y prolongada de las Fuerzas Armadas en connivencia con políticos golpistas, o la actuación descarada y dolosa de influyentes y poderosos medios de la prensa, radios y televisión.

6.- Chile, tan dado a construir mitos y crear ídolos, puso como héroes del golpe a dos personas de segundo orden, Augusto Pinochet Ugarte y Jaime Guzmán Errazuriz para erigirlos en líderes de un golpe divinizado por sus agradecidos beneficiarios: los latifundistas y los grandes poderes financieros e industriales.

El primero, Pinochet, es el ejemplo de cómo traicionar en el momento oportuno da sus frutos a corto plazo y del segundo, Guzmán, no se le conoce libro alguno por lo que hubo que inventar sobre la marcha su autoría de la constitución impuesta en dictadura.

7.- Respecto del golpe de estado la derecha civilizada y democrática brilla por su ausencia. Al punto que hasta hoy no son capaces de romper la autocensura y llamar dictadura a la dictadura. Algo que, en España, resultaría inconcebible.

8.- La famosa transición chilena no fue tal. Fue, en realidad una transacción impuesta por los que detentaban el poder, o sea los militares, una vez derrotados en el plebiscito.

Por eso, los gobiernos de la concertación escondieron su programa de cambios sin tocar ISAPRES; AFP, ni el modelo de relaciones laborales.

Los ministros de hacienda estaban de más. Con buenos jefes de presupuesto bastaba. El resto era aplicar las recomendaciones del consenso de Washington. De allí el que fuéramos considerados alumnos ejemplares.

9.- Las fuerzas armadas y particularmente el ejército no han parado de cometer delitos desde que dieron el golpe. Mintieron sobre el destino de los cuerpos de los asesinatos, y no solo eso, removieron los restos y se deshicieron de ellos en las postrimerías de la dictadura. En ese período secuestraron, asesinaron, y arrojaron al mar los cuerpos de cinco militantes comunistas. Después siguieron mintiendo, llegando al ridículo de decir que no conocían la jerarquías de mando en el Estadio de Chile cuando fue asesinado Víctor Jara y, como si fuera poco, destruyeron los archivos en que constaban las evidencias. En el gobierno del presidente Aylwin secuestraron y asesinaron en Uruguay al químico Antonio Berríos Sagredo, junto a militares de ese país. Los robos quedan aparte.

10. Si el golpe era ilegal, ilegítimo e inmoral era legítimo oponerse a él, con todos los medios, incluidas las armas. Que esto fuera más o menos conveniente es otra cosa.

Me consta que varios dirigentes políticos celebraron el intento de magnicidio del 7 de septiembre de 1986. Incluso un obispo dijo que esa acción era comparable al intento de magnicidio de Hitler.

Que el Partido Comunista intentara eliminar al causante del asesinato de muchos de sus militantes está por eso, plenamente justificado. Que ahora, se señale con el dedo, al desaparecido dirigente comunista que se pronunció en ese sentido, constituye unas hipocresía inenarrable.

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