El “desarrollo” basado en el crecimiento del PIB y el descontrolado cambio tecnológico ha llevado a efectos adversos en el bienestar y en el riesgo climático lo que ha incentivado la búsqueda del “otro desarrollo”; basado en el bienestar pluridimensional y un crecimiento que sea inclusivo, pero además compatible con la comunidad y, especialmente, con la naturaleza.
La preocupación del ¿para qué el crecimiento? y el ¿para quién el crecimiento? ha marcado la trayectoria de la ciencia económica. El análisis de los determinantes del crecimiento económico se remonta al pensamiento clásico y, como dijo Kuznets, es tan antiguo como la ciencia económica que la obra de Adam Smith (1775) podía haberse titulado “El crecimiento económico de las naciones”, siendo el primero en utilizar el concepto del producto per cápita a diferencia de la producción agregada. Los clásicos investigaron los determinantes de las “causas del adelantamiento” en plena primera revolución industrial, que están presentes en los actuales enfoques del desarrollo y en los modelos de crecimiento, tales como: la división del trabajo o especialización, la productividad del trabajo, la acumulación del capital y, otras variables explicativas; como: la población y los recursos naturales y su dotación finita, los conocimientos, el fomento a la industria y a las artes, la ampliación de los mercados y la legislación. Stuart Mill (1848) será el primero en formalizar la función de producción estándar en economía, con los tres “requisitos de producción”: el trabajo, el capital y la Naturaleza.
Sin embargo, los clásicos se preocupaban por el ¿hacia dónde va el crecimiento? Para Smith, el estado estacionario, debido a la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, se tendería al largo plazo a un estado de “plenitud de la riqueza compatible con la naturaleza”, mientraspara Ricardo el estado estacionario era una tendencia “felizmente detenida” por mejoras de la tecnología. En cambio, Stuart Mill, por una parte, identificó las “circunstancias contra restantes” a la baja de la tasa de ganancia; como la tecnología, la ampliación de mercados y la exportación de capital y, por otra parte, más bien tenía una visión optimista del estado estacionario como objetivo final, puesto que no implica una situación estacionaria del adelanto humano y habrían más posibilidades para “perfeccionar el arte de vivir”, donde la acumulación del capital solo sirva para reposición y el trabajador disponga de su tiempo. Creía que si la tierra ha de perder toda esa parte que tiene de agradable gracias al crecimiento ilimitado, para el bien de la posteridad, la humanidad debería contentarse con el estado estacionario. Su enfoque será rescatado más de un siglo después por la economía ecológica.
En cambio, para Marx (1867) el fin del capitalismo no iba a ser el estado estacionario, sino que el máximo desarrollo de las fuerzas productivas, la tecnología, iba a conducir al socialismo, que representaría la liberación del trabajador y donde el trabajo sería un fin y no un medio para sobrevivir.
El punto de inflexión de la teoría del crecimiento se dio con los neoclásicos, con natura non salta de Marshall (1890), curiosamente en plena segunda revolución industrial, al postular que el progreso se realiza con cambios graduales y que el estado estacionario iba a llegar a ser “una ficción de largo plazo”. El Bienestar se centraba en el consumidor y la suma de sus preferencias individuales nos daría un bienestar social o total.
A diferencia, Keynes (1936) en la Teoría General se centró en el corto plazo y en el papel de la inversión como determinante del nivel de empleo y crecimiento del producto. Sin embargo, contrariando la anécdota de que en el “largo plazo” todos estaríamos muertos, consideró que además de la acumulación del capital, incidirían el control de la población, la productividad del trabajo, la ciencia y la innovación técnica como determinantes del crecimiento en el largo plazo para alcanzar la “buena vida”, donde además de lo material incluía a las artes y esperaba una jornada de 3 días y 15 horas.
La proyección del análisis keynesiano fue a través de los modelos económicos dinámicos, como el de Harrod (1939)- Domar (1946), con énfasis en el ahorro y en la acumulación del stock de capital como determinantes del producto y de su trayectoria de crecimiento en el largo plazo.
La primera generación de economistas del desarrollo se centró en los obstáculos al crecimiento, se olvidó del estado estacionario y buscó el gran impulso (big push) o el despegue (take off) del crecimiento vía inversiones, ya que el mercado por sí solo no lo hacía, así la teoría del crecimiento era en realidad una teoría de la inversión. La CEPAL y la Teoría de la Dependencia ya desde los cincuenta se concentraron en identificar los obstáculos estructurales y relacionaron el problema del crecimiento con la apropiación del progreso técnico, la extracción de excedentes del sistema centro-periferia, denominado capitalismo periférico.
El modelo de Solow (1956) en los 50s cambió “radicalmente la investigación sobre la forma en que crecen las economías”. Para eludir al estado estacionario, apareció en el llamado residuo de Solow la tecnología como variable exógena y como factor determinante del crecimiento que no puede explicarse por la acumulación de capital o el crecimiento de la fuerza laboral.
La segunda generación de economistas del desarrollo, surgió ante la crisis de la primera generación y la falta de modelación matemática, como dijo Krugman, reconvirtiendo la tecnología en variable endógena con Romer (1990) y los avances posteriores incorporaron el capital humano, el conocimiento, la investigación y el desarrollo (R&D). Por tanto, el crecimiento del producto puede ser indefinido, ya que los retornos marginales de la inversión de capital humano no necesariamente se reducen a medida que la economía se desarrolla.
Dos premisas se derivaron: la primera, la justificación del monopolio para gozar en forma exclusiva los derechos de la invención y las patentes, dando lugar a la Big Tech, las 5 grandes. La segunda, el crecimiento sería ilimitado puesto que “Si la economía no sufre sequia de ideas, a largo plazo la tasa de crecimiento no tiene por qué dejar de ser positiva”, ignorando la Tierra y con la tecnología como variable mágica, desapareció la sombra del estado estacionario. La tendencia en los últimos años fue hacia los “modelos abiertos”, a los que se pueden incorporar las variables que se quiera o se desea a priori que sean los determinantes del crecimiento como: instituciones, liberalización comercial y financiera, inversión extranjera y corrupción.
En contraste, la nueva narrativa del otro desarrollo, iniciada por Boulding (1966) planteó que la sociedad debería comenzar a considerar el PIB como un costo que debe minimizarse en lugar de un beneficio que debe maximizarse. Postula que el crecimiento continuo no es posible en un planeta con recursos finitos. No significa que el crecimiento cero deba ser un objetivo de política, sino que la dependencia y la defensa del crecimiento económico no deben ser un obstáculo ni excusa para la mejora del bienestar, del pleno empleo, la eliminación de la pobreza y protección del medio ambiente.
Así, fue en el norte con el surgimiento del otro desarrollo, con el decrecimiento, la economía ecológica de los comunes y los cuidados, que volvió el ser humano a ser el centro junto con la Naturaleza en un espacio finito que se deterior cada vez más. La economía ecológica nació en el Norte planteando que el crecimiento debe terminar no así el desarrollo, entendido como la capacidad de la humanidad para vivir dentro de los límites ambientales de manera de usar los recursos renovables en un ritmo que no debe exceder su tasa de renovación, los recursos agotables en un ritmo no superior al de su substitución por recursos renovables y sólo generar residuos en la cantidad que el ecosistema sea capaz de asimilar o reciclar.
Será en su influencia en el Sur donde se fusiona con las cosmovisiones originarias y se formalice con el Buen Vivir, en la Constitución del Ecuador o el Vivir Bien, en la de Bolivia, y el Buen Vivir en la Propuesta de Constitución de Chile, que se proponga no solo la satisfacción de las necesidades materiales sino también las inmateriales, espirituales, subjetivas, con el requisito previo de armonía con la comunidad y la naturaleza.
En mi libro reciente: “Más allá del PIB: el otro desarrollo”, la preocupación central es que el crecimiento continuo no es posible en un planeta con recursos finitos que, bajo la lógica del capitalismo salvaje, conduce al agotamiento de los recursos y la hiper producción de desechos. El “otro desarrollo” simplemente significa la revalorización del trabajo, la vida en comunidad y respeto de la Naturaleza. Tal vez la cercanía del riesgo de catástrofe climática nos haga buscar el camino hacia el “otro desarrollo”. Así, en el nuevo proceso de nueva constitución que vive Chile, debería rescatarse los capítulos relativos a la Naturaleza, que fue el gran aporte del proceso fallido precedente, en caso contrario se tendría que seguir sembrando y recogiendo escombros con el adverso Cambio Climático que vivimos.