Otro vendrá que bueno me hará.

por Juan. G. Solís de Ovando

Dice la biblioteca virtual de Miguel de Cervantes del refrán español que reza: “otro vendrá que bueno me hará”. “Pueda que ciertas personas o cosas consideradas hoy malas, sean tenidas por buenas, al compararlas con otras peores”. Refrán que le viene como anillo al dedo al rechazo y los humillados miembros de la Convención Constitucional.

Porque ¡vaya lío! en el que se han metido los ganadores del rechazo. Ahora les toca hacerse cargo de resolver todo aquello que el proceso que culminó con un proyecto de texto constitucional había superado. Porque recordemos dos cosas: Que fue la derecha la que puso en la diana la constitución Guzmán-Lagos. Sí. La derecha. ¿O acaso olvidamos que cada vez que la ciudadanía quería avanzar en todo tipo de derechos y en todos los ámbitos de la convivencia y que, la derecha consideraba que afectaban a los intereses de los poderes fácticos de este país recurría o amenazaba con recurrir al Tribunal Constitucional?

La lista de leyes laborales, previsionales, y para que decir en las materias denominadas de “conciencia, junto con aquellos que afectaban a los derechos de propiedad eran impugnados pretextando su “inconstitucionalidad”, es larga. A esto se le llamó la conversión de tercera cámara al tribunal constitucional que para peor se componía de abogados cuoteados y con escaso o ningún pedigrí constitucionalista.

Así, como era lógico, para la gente la situación se hizo diáfana: “Si cada vez que queremos promulgar leyes que hagan de Chile un país más justo no se puede porque lo impide una constitución; es la constitución lo que hay que cambiar”. Obvio.

Y, en segundo lugar, cuando el gobierno de Piñera y la derecha en la noche del estallido se vieron con el agua al cuello, entregaron la constitución de Guzmán-Lagos para cerrar el dique cuando amenazaba desbordarse.

El resto es historia conocida, pero no olvidemos que la vilipendiada convención constitucional, que tenía por única misión debatir, acordar y redactar un texto constitucional lo hizo y en un tiempo récord. Probablemente pocos países puedan exhibir una hazaña semejante. Subrayemos esto. Esa era la misión de la convención. Esa era su promesa y no otra. No era, desde luego, como se pretende ahora, conseguir los grandes consensos nacionales, ni mucho menos. A los convencionales, a esos convencionales ya elegidos, con sus ideas, visiones y creencias, les correspondía llegar a acuerdos, que dicho sea de paso fueron inmensamente mayoritarios en gran parte.

Y hasta aquí todo parecía resuelto y al final del camino.

Sin embargo, se interpuso la política, el poder y el cálculo. Todo en el peor sentido de la palabra y así demonizado, aunque desconocido, el texto fue ajusticiado en las urnas el 4 de septiembre pasado.

Pero no se llevaron el cadáver. Decidieron reemplazarlo. Y ahí está el problema. No es tan fácil: Como en tantos casos después de la muerte queda la ausencia. Ausencia de un número de consensos para decidir si se sigue con el proceso refrendado en el plebiscito de entrada o nos quedamos con la constitución actual; consensos para resolver quienes, cómo, y para qué se elegirán convencionales y cuál será el punto de partida: ¿La constitución Guzmán-Lagos o el proyecto rechazado?

Es difícil en verdad recordar un espectáculo más dramático que el que exhiben parlamentarios de la extrema derecha, o ex concertacionistas, o amarillos, poniéndose de perfil como si la cosa no fuera con ellos. ¿No quedamos que había que rechazar para reformar? ¿Y donde están los hombres y mujeres de buena voluntad que pondrían sensatez y ecuanimidad a tanto desorden? ¿qué significa aquello de con quienes me siento a la mesa? ¿qué se pretende con poner bordes a las conversaciones? ¿Quiénes son los expertos? Y ¿qué expertos decidirán a los expertos?

En medio de la confusión, no faltará, un democratacristiano que dirá: Parece que tenía razón Radomiro Tomic, cuando nos advertía: “Cuando se gana con la derecha es la derecha la que gana”.

La clase política se comporta como comediantes que actúan con un guion repetido y, por eso, terminan por aburrir al público. Espectáculo patético especialmente el de aquellos que por su incontrolada pulsión a salir en los libros de historia aportaron confusión en un espacio confundido.

Y mientras tanto como cuando Bielsa dejó la selección, se multiplican las “viudas”. Y la falta de alternativas sinceras, generosas e incluyentes está poniendo la música a estos momentos nostálgicos. Y por eso, ya se empiezan a extrañar a esas mujeres y hombres sencillos como Elisa y Gaspar que entregaron al presidente Boric, con sencillez, una obra que culminaba el trabajo de un año, y sus no despreciables ocho capítulos y trescientos ochenta y siete artículos. Hecho esto, volvieron de donde venían, o sea, del Chile de ninguna parte, desconocido, entre hospitales y otros centros de trabajo. Con ellos se fueron, al mismo lugar, los miles y miles de propuestas que se hicieron llegar al edificio del ex congreso nacional provenientes de todo el país, incluidas las audiencias públicas y el apoyo desinteresado y generoso de muchos asesores y expertos que acompañaron con sus conocimientos y experiencias el proceso.

Y todo eso contra nada. Porque nunca hubo nada detrás del rechazo: ni siquiera la voluntad de cambiar los artículos más controvertidos del proyecto de la convención constituyente para avanzar.

Los políticos que ayer se escondieron para que no hubiera políticos, ahora se esconden para que no se advierta lo que la gente identifica más plenamente con los políticos: la mentira.

Pero las experiencias no mueren cuando remueven las entrañas y al igual que después que  Bielsa, dejara a la roja el fútbol nunca más volvió a ser el mismo porque el profesor argentino nos enseñó a jugar para ganar, para entretener, para conseguir resultados, y para ello movilizó ambiciones en unos deprimidos jugadores, que para su sorpresa podían, por primera vez, meter miedo a sus adversarios, también los ingenuos y variopintos constituyentes y su texto podrán resurgir antes que el gallo cante por tercera vez.

El pueblo recién comienza a despertar del engaño y la felonía. Necesitará algún tiempo todavía para tomar plena conciencia de que no estaba considerado en el último órdago de sus clases dirigentes. Pero no importa. Volverán a correr buenos tiempos. El proyecto constitucional puede ahora, sin la interferencia de los medios, y las mentiras de los líderes de opinión de los programas mañaneros, reflexionar serenamente sobre los tópicos constitucionales. Y así se abrirán las grandes conversaciones del futuro.

Porque lo único que no podemos perder es la buena costumbre de conversar, de debatir, de intervenir en el diseño de nuestra vida en nuestro país. Probablemente se multiplicarán los “círculos conversacionales” por todas partes para que los chilenos y chilenas sepamos como es el país que queremos y no volvamos a comulgar con ruedas de carreta.

Además ¿Quién dijo que el treinta y ocho por ciento de adhesiones a un texto constitucional es poco?, ¿Por qué es poco? Veamos. ¿Ese porcentaje de votación es el que adhiere a la propuesta de la convención, pero contra qué se enfrentará en el futuro? ¿Contra la constitución de Guzmán-Lagos? ¿Contra una convención de expertos elegidos por el parlamento? ¿Ese parlamento y esos políticos que según la encuesta Cadem tienen una aprobación del dos por ciento? ¿De verdad se creen que cualquier acuerdo o cocina entre los mismos de siempre va a contar con el apoyo del sesenta y dos por ciento de la población?

En realidad, tener un treinta y ocho por ciento de apoyo como punto de partida y contra erráticas, contradictorias, y tramposas alternativas constitucionales puede ser un buen comienzo, especialmente si al frente no hay capacidad movilizadora ni convicciones comunes.

Y es más que posible también que cuando los problemas arrecien, y la gente sepa bien que es lo que se está aprobando, corran de nuevo, hacia el carro de la constitución rechazada, para reformarla en algunos aspectos que llamarán fundamentales, bordes exigibles, condiciones éticas, u otros apelativos para salvar la cara.

Y al final, como suele ocurrir en estos casos, el despreciado proyecto constitucional tendrá la oportunidad de decirle al pueblo chileno, como lo hizo un mártir, con los ojos fijos, al borde de la muerte: Tú no sabes por qué me matas más yo sé por qué muero”

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