Hoy quiero marcar unas páginas borgianas. Durante las últimas dos semanas, con mis alumnos, hemos estado analizando y conversando en torno a algunos de los clásicos cuentos de Jorge Luis Borges, este escritor argentino que atravesó el siglo XX. Nos hemos adentrado en esos mundos de realidades posibles, paralelas, simétricas, pero no tanto, laberínticas y repetitivas, como si cada día fuera la inauguración de un antiguo o probable futuro día. Mis alumnos no se están formando en literatura. Sus horizontes laborales están en el derecho, las ingenierías, el periodismo o la sicología. Sin embargo, la universidad intenta que su formación sea amplia, humanista, crítica. Leemos, entonces, desde la posibilidad de conocimientos que nos descubre la literatura. Milan Kundera decía que el conocimiento era la única ética posible de la novela y que aquella ficción que no descubría algo nuevo del ser humano, era inmoral. Por lo tanto, es pertinente preguntarnos –antes y después de la historia literaria- cómo le habla Borges a los jóvenes, que hoy lo leen y se ubican en torno a los veinte años de edad.
Leemos, entonces, desde la posibilidad de conocimientos que nos descubre la literatura. Milan Kundera decía que el conocimiento era la única ética posible de la novela y que aquella ficción que no descubría algo nuevo del ser humano, era inmoral.
Efectivamente, los cuentos de Borges son enigmáticos, fantásticos, juguetones. Pareciera que siempre está en el límite entre la genialidad y la broma.
Hicimos el ejercicio y los resultados me sorprendieron. Frente a la primera lectura de los cuentos, la reacción fue más o menos generalizada: no se entiende nada. ¿De qué se trata esa historia de un bibliotecario que muere acuchillado en el sur como si fuera un gaucho, en un lugar que no existe pero que es equivalente a otro que el personaje recuerda? O bien, ¿qué sentido tiene eso de un hombre que sueña a otro hombre y que, tal vez, es el producto de otro sueño similar? Efectivamente, los cuentos de Borges son enigmáticos, fantásticos, juguetones. Pareciera que siempre está en el límite entre la genialidad y la broma. Sin embargo, estos relatos no pasaban en vano por sus lecturas. Hacia el final, también nos pusimos en plan lúdico y buscamos libros, series, películas que tuviesen un aire borgiano. Cada estudiante debía pensar en una historia y explicarnos por qué la vinculaba a los textos leídos. Rápidamente, estas muchachas y muchachos que declaraban no entender nada, elegían películas como “El origen”, “The Truman show”, “El efecto mariposa”, “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos” o “Interstellar”. También mencionaron series de televisión como “Dark”, “Lost”, “Stranger things” o “Black mirror”. Al escucharlos explicar las relaciones que establecían entre unos y otros relatos, me quedó claro que el mundo borgiano estaba muy cerca de ellos. La realidad como una serie de capas u opciones posibles de señalar, la realidad como el constructo derivado de múltiples subjetividades y la implicancia de nuestras elecciones en el sentido de nuestras acciones. Todas estas aproximaciones, que perfectamente se podrían derivar de la lectura de Borges, las tenían a flor de piel y lograban capturarlas muchas veces de modo intuitivo o vivencial.
Al escucharlos explicar las relaciones que establecían entre unos y otros relatos, me quedó claro que el mundo borgiano estaba muy cerca de ellos.
Todas estas aproximaciones, que perfectamente se podrían derivar de la lectura de Borges, las tenían a flor de piel y lograban capturarlas muchas veces de modo intuitivo o vivencial.
Dicho de otro modo, el tipo de representación del mundo propuesto por las ficciones de Borges, una vez salvadas las dificultades propias del lenguaje escrito y literario (que los estudiantes no dominan), les resulta familiar e incluso atractivo. En cierto sentido, Borges muestra mucho de lo que es el mundo hoy y de cómo lo viven los jóvenes o, al menos, algunos jóvenes. Ellos han sido testigos privilegiados de las multiplicidades que están presentes en las escenas cotidianas de nuestro país. Escuchando a los estudiantes, me preguntaba cómo habrá sido, durante los meses de movilizaciones del año pasado, transitar desde las salas de clases a la Plaza Italia, de allí a los barrios donde se quemaban buses o rumbear hacia el oriente, donde parecía que no pasaba nada. ¿Cuántas dimensiones se cruzaban en un mismo territorio? ¿Cuánto de viejos y ancestrales ritos, como las ruinas circulares de Borges, había en las fogatas que se encendían religiosamente los viernes a partir de cierta hora de la tarde? Como si fueran mundos paralelos que se cruzan de vez en cuando, la ciudadanía pasaba por el costado de la Alameda hecha pedazos y se refugiaba en sus casas, mejores o peores, donde la vida comenzaba a transcurrir a través de la televisión. En esta línea podríamos avanzar sin límites porque en nuestra sociedad diversa y contradictoria coexisten muchas manifestaciones imposibles de catalogar. La sintaxis balbuceante que articulábamos comentaristas, políticos, académicos y periodistas para intentar explicar lo que había sucedido, refleja lo complejo e inasible de nuestros tiempos.
En cierto sentido, Borges muestra mucho de lo que es el mundo hoy y de cómo lo viven los jóvenes o, al menos, algunos jóvenes.
Creo que los jóvenes, cuando logran mirar desde cierta distancia, ven con más nitidez los pliegues de esta realidad y, en muchos casos, en vez de intentar explicarla, simplemente se entregan a ella. A los adultos nos resulta más difícil porque estamos formados en ciertos cánones de lógica a la que nos aferramos. ¿Pero acaso no es borgiano que, en medio de las movilizaciones e incluso la campaña por el apruebo, unos andaban por la calle seguros de que se acercaba el momento revolucionario soñado mientras que otros lo vivían como la tabla de salvación frente al colapso institucional? ¿En qué realidad nos movíamos? ¿La de la guerra o la de la democracia? No soy exhaustivo. Trato de recoger ciertas miradas que, además, son vivencias y emociones cuya realidad es indiscutible. Y como estas, seguro podríamos encontrar muchas más.
Creo que los jóvenes, cuando logran mirar desde cierta distancia, ven con más nitidez los pliegues de esta realidad y, en muchos casos, en vez de intentar explicarla, simplemente se entregan a ella.
La pluralidad, la naturaleza diversa de las opciones humanas, el ejercicio de las libertades y el prurito por satisfacer los impulsos más inmediatos, están presentes en la experiencia de la vida social de nuestros días. Y, quienes han nacido y crecido en este hábitat, si no lo saben, lo sienten. Mis alumnos sabían de Borges, aunque nunca lo hubiesen leído, aunque no lo entendieran, aunque les pareciera raro y viejo. Pero al mirar hacia su propio mundo, hacia lo que ellos experimentan y valoran, las distancias fueron desapareciendo. A nosotros, los más viejos, probablemente nos cuesta más lidiar con este relativismo. Nos formamos en un mundo dicotómico y nos resulta difícil apreciar y valorar la multiplicidad. En algunos casos la ceguera nos llega a tal nivel, que no nos damos cuenta de que estamos construyendo y siendo responsables de que estas ambigüedades borgianas se desplieguen a toda vela. ¿No hay algo de eso en el hecho de que el parlamento de la República esté por votar dos leyes prácticamente iguales (me refiero al segundo diez por ciento)?
Mis alumnos sabían de Borges, aunque nunca lo hubiesen leído, aunque no lo entendieran, aunque les pareciera raro y viejo.
Hoy, en Chile, estamos viviendo en un universo plenamente borgiano. En el cuento “El sur”, el narrador afirma que “a la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos”. Pareciera que estamos en un momento plenamente democrático, de máxima participación que, si lo desplazamos un poquito, podría ser también un momento plenamente autoritario, lleno de prohibiciones y exclusiones, por lado y lado. Resurgen los discursos absolutos, los que se reivindican como impolutos y dueños de subirle o bajarle el dedo a cualquiera, los llamados desde alguna realidad iluminada a desplazar a todas y todos, y universalizar su mirada. Es el riesgo de darle crédito al mundo que imaginaba Borges.