España y Chile tienen historias paralelas, como si los quinientos años hubiesen instalado una simetría trágica. Por eso, leer a los autores y autoras españolas que han ficcionalizado su historia del siglo XX, debiera ser imprescindible para entender nuestra experiencia política. Es lo que me pasó con la última novela de la española Almudena Grandes. Vale la pena leerla.
Termino de leer La madre de Frankenstein (Tusquets, 2020), la quinta novela de la robusta obra literaria “Episodios de una guerra interminable”, que está escribiendo la española Almudena Grandes (digo “está”, porque todavía falta un último libro que aborda, según declara la autora, el año 64 español, cuando ese país inicia su apertura al mundo). A través de las primeras cuatro novelas (Inés y la alegría, El lector de Julio Verne, Las tres bodas de Manolita y Los pacientes del doctor García), se va desplegando el mundo de la posguerra española, mirado desde la derrota. Si bien todos los relatos tienen un claro y definido marco histórico y Almudena Grandes ha realizado un notable trabajo de investigación, los ejes narrativos no pasan por el rigor de la historia, sino que se construyen a través de verdaderos mosaicos de personajes, cuya potencia radica en la verosimilitud de los mismos. La mirada de Grandes se focaliza en las pequeñas aventuras personales inscritas en medio de vastas catástrofes sociales. Los sentidos más profundos se esconden en una trama de silencios y secretos (familiares, religiosos, políticos, profesionales, amorosos) que atraviesan la cotidianeidad de los personajes. Es un mundo de héroes que no se lo creen o no lo saben, porque sus actos de valor nacen de la experiencia diaria, esa común y corriente donde confluyen la cultura tradicional, la vieja familia española, la religión católica maridada con el fascismo franquista, las ideologías que dominaron el siglo XX europeo y mundial. La guerra interminable es aquella que fracturó la sociedad española en los años treinta, que construyó bandos irreconciliables marcados por la sangre derramada en lado y lado (aunque, hay que reconocerlo, los que perdieron pagaron un costo mucho mayor en muertos y en décadas de persecución, cárcel, tortura y fusilamientos). Quizás una de las gracias más notables de estos textos es que las ideologías y creencias están en el relato como parte de la naturalidad de los personajes. Por lo mismo, el lector primero conoce a personas (sus luces y sombras, sus encantos y sus horrores, sus sueños y sus fracasos) y luego comienza a descubrir claves de época y contextos políticos.
Para los lectores chilenos interesados en la política como manifestación esencial de lo humano, y que por lo tanto siguen nuestras propias contingencias e historias, este trabajo podría ser iluminador, ya que la historia política de la España del siglo XX tiene correlatos marcados con la nuestra. Allá triunfó el Frente Popular algunos años antes que en Chile la UP; ambos gobiernos, conformados por amplias coaliciones de centroizquierda, fueron espoleados por los extremos: anarquistas, en un caso, ultraizquierdistas, en otro; ambas experiencias jugaron en el tablero de la guerra fría, lo que implicó que las potencias de la época incidieron de modo definitivo en su desarrollo; en ambos casos, la experiencia popular fue reprimida por brutales golpes de estado, uno de los cuales, el español, derivó en un guerra civil de tres años que, según se dice, habría provocado un millón de muertos, y ambas experiencias fueron seguidas de largas dictaduras de cuarenta y diecisiete años, que terminaron con transiciones a la democracia institucional, basadas en grandes acuerdos políticos. Seguro que podríamos seguir sumando similitudes. Por lo mismo, escuchar las voces que hablan de esas experiencias desde la literatura es una oportunidad inexcusable para reflexionar sobre nuestro propio acontecer. Ya lo he dicho en otras ocasiones en estas mismas páginas: la literatura habla desde un vértice que no siempre aprecian los cientistas políticos, historiadores, sociólogos, activistas o militantes, por mencionar algunas de las posibilidades más típicas para hablar de política; a la literatura le interesa el lenguaje oculto y marginal, esa esfera de la realidad que el sistema –independiente si está en el poder o contra él- no ve o no le interesa ver. Y por ello, Almudena Grandes elige personajes comunes y corrientes, diversos en todos los sentidos, singulares -en cuanto su propia épica personal- y colectivos -en cuanto representación de determinadas sensibilidades.
Revisar esta historia, cuando nosotros en Chile vivimos tiempos políticos críticos, me parece que podría ser un gran aporte. La saga de esta guerra interminable nos habla de que no son triviales las formas de lucha y que, si hacemos de la violencia el camino a la conquista del poder, los resultados estarán marcados por esa violencia, ya sea que se gane o se pierda. Si la respuesta a la muerte es la muerte, la espiral no termina. Y al final, las personas están ahí, tienen que seguir. Los guerreros triunfarán o serán derrotados, pero todos los otros perderán también. Los cuarenta años de dictadura franquista, con su maridaje espurio entre corporativismo fascista y catolicismo integrista, lo sufrió la sociedad española en pleno. Es cierto que hubo algunos grupos asociados al poder que tenían una posición de privilegio. Pero esos tampoco se escapaban del rigor de una sociedad dominada por el miedo. Podrían haber sido, ellos o sus cercanos, víctimas de la venganza de los derrotados o, también, de sus propios camaradas. Las dictaduras, que suelen suceder a estas crisis sociales, con facilidad se fagocitan. ¿Cuántos grandes héroes libertadores, de lo que sea y de dónde sean, hemos visto caer en desgracia y terminar desapareciendo de los registros oficiales, en juicios amañados, en destierros interminables, en asesinatos viles? La historia está llena de estos casos. La historia antigua y la reciente. La de la derecha y las izquierdas. La del mundo y la nuestra.
En La madre de Frankenstein se exploran los años cincuenta en España. Es el tiempo en que la dictadura se ha consolidado y la esperanza se ha terminado. Todavía viven el encierro como país, al margen de un siglo veinte que se moderniza y se democratiza a pasos agigantados. La España de Franco les ha congelado la vida a sus habitantes (es inevitable comparar esta situación con la experiencia cotidiana en Cuba, vista por Padura, por ejemplo), se han silenciado las voces diversas y el discurso oficial es el único que tiene estatus público, hay que hablar en voz baja y cuidándose de los oídos no conocidos (inevitable recordar nuestra propia dictadura). La resistencia a la dictadura, entonces, es un acto esencial y privado. Casi nunca tiene relación con ciertas grandes ideas, sino que se afinca en el profundo deseo de ser digno y feliz, que cada persona tiene. Allí radica su fuerza. Allí radica nuestro aprendizaje, la esperanza.