Páginas Marcadas de Antonio Ostornol. Milanés, la muerte y la vida.

por Antonio Ostornol

Hace unas cuantas horas ha muerto Pablo Milanés. No lo hizo como “del rayo”, según dijera Serrat, en palabras de Miguel Hernández, al hablar de la muerte de Ramón Sijé, a quien el poeta tanto quería. Al contrario, la muerte de Milanés fue un camino largo, seguramente penoso como suele calificarse a las enfermedades “oncológicas”. Fue un tiempo suficiente para mirar la muerte y ponderar la vida, ambas experiencias que acompañaron a Milanés desde siempre y que fructificaron en algunas de las canciones más hermosas de nuestra lengua, nuestra cultura y, por si exagero, al menos de nuestra generación de latinoamericanos que crecimos con la revolución cubana, sus luces y sus sombras.

A fines de 1996, quizás una tarde en que visitaba a mi padre que experimentaba con intensidad su retorno a Chile después de quince años de exilio, comentamos la muerte del actor italiano Marcello Mastroianni. Mi padre estaba triste. Le pregunté por qué le afectaba tanto. Y él me contestó algo así como “es mi generación que empieza a morir”. Esa frase me ha rondado durante las décadas que siguieron con creciente presencia. Marcello Mastroianni era apenas 4 años mayor que mi padre, había sido cercano al Partido Comunista italiano, su sombra circulaba por las calles de Roma en calidad de mito cuando mi padre le seguía la pista durante el tiempo que vivió en la ciudad. El gran actor italiano –como lo sería la figura de Yves Montand en Francia, otro de los íconos de mi padre- era la figura emblemática de una generación que creció con la ilusión de que el sueño del comunismo se haría realidad plena en el siglo XX. Si mi padre hubiese sido actor, le habría gustado ser como Mastroianni.

Como Mastroianni, Pablo Milanés ha acompañado el crecimiento de mi generación. Desde nuestra mirada adolescente y revolucionaria de los sesenta, su música se instaló como un referente. Una de las primeras canciones que recuerdo fue “La vida no vale nada”. Aquellos versos expresaban una poética que sintonizaba plenamente con los sueños de esos tiempos: “La vida no vale nada/ Si no es para perecer/ Porque otros puedan tener/
Lo que uno disfruta y ama.
” Eran los tiempos del arte “comprometido y revolucionario”, donde el artista se ponía al servicio del pueblo y su gran proyecto histórico. Eran los tiempos de la Unidad Popular y el descubrimiento de la Nueva Trova cubana, cuando todavía el encantamiento con la isla dominaba a la izquierda chilena. Son los tiempos de canciones donde se afirma que “creo en ti, / como creo en dios, / que eres tú, / que soy yo, / en ti, revolución.

En esos años, sin embargo, para mí eran las canciones de Silvio Rodríguez –el otro escudero de la revolución- las que más sentido me hicieron. Sonaban más directas, más políticas, más “madre patria, madre revolución”. En Milanés había un tono tal vez un poco más distante, más complejo, incluso más poético. Desde cierta perspectiva, se podría decir que la mirada de Milanés estaba más arraigada en el sueño de una revolución libertaria, y no tanto en la forma leninista en que la revolución cubana se fue ejerciendo. En un artículo del diario El País, de España, Manuel Vincent recoge una cita muy reveladora de la percepción que Milanés tenía del proceso revolucionario: “Soy un abanderado de la revolución, no del Gobierno. Si la revolución se traba, se vuelve ortodoxa, reaccionaria, contraria a las ideas que la originaron, y uno tiene que luchar”. Pablo Milanés, en sentido estricto, fue más rupturista y menos conservador que muchos de sus congéneres. Fue capaz de tomar una posición que se rebelaba contra el establishment revolucionario, y abogar por la libertad del arte. De esta sensibilidad, valiente y visionaria, surgen canciones fundamentales. Vincent las identifica con exactitud: “Luego vinieron las canciones más dolorosas de su repertorio, entre ellas, Días de gloria (“Vivo con fantasmas / Que alimentan sueños y falsas promesas / Que no me devuelven / Los días de gloria que tuve una vez”); Éxodo (“¿Dónde están los amigos que tuve ayer? ¿Qué les pasó? ¿Qué sucedió? ¿A dónde fueron? Qué triste estoy”) o La libertad (“A qué seguir respirando / Si no estás tú, libertad”)”.

Sin duda las experiencias personales, miradas desde fuera de la ortodoxia gubernamental, le permitieron al artista cubano desplegar su mirada crítica. Clave debe haber resultado su castigo a trabajos forzados en la Unidad Militar de Ayuda a la Producción (UMAP), lugar al que se relegaba a quienes no cumplían los parámetros del llamado “hombre nuevo”, como, por ejemplo, homosexuales o artistas. Pero desde mi personal peripecia, mucho antes de notar el carácter subversivo de sus canciones políticas (en los años setenta, su instalación en Chile pasó por el verdadero himno a la resistencia y la esperanza que fueron sus inolvidables y conmovedores versos antifascistas: “yo pisaré las calles nuevamente / De lo que fue Santiago ensangrentada / Y en una hermosa plaza liberada / Me detendré a llorar por los ausentes.”), mi más profunda conexión con su música vino a través de sus canciones menos contingentes y más universales. Las debo haber escuchado en los años ochenta, que fueron turbulentos en tantos sentidos. Cuando en la canción “Años”, Pablo Milanés afirma que “el tiempo pasa / Nos vamos poniendo viejos / Y el amor / No lo reflejo como ayer”, comienza a trascender la mirada coyuntural de uno u otro proyecto o apreciación política, y se ubica en la esfera de lo más profundo y permanente de la experiencia humana: el tiempo. Hay toda una línea de composiciones que indagan en la experiencia del desencanto de los amores absolutos, puros, totales. De esos amores iniciales, cuando nos enamoramos por primera vez. Su canción “El tiempo, el implacable, el que pasó” es un verdadero manifiesto que nos advierte el riesgo existencial de vivir en la ilusión de que las cosas serán iguales para siempre: “Aferrase a las cosas detenidas / Es ausentarse un poco de la vida. / La vida que es tan corta al parecer / Cuando se han hecho cosas sin querer”. Pura sabiduría poética y amorosa. ¿Cuántos amores habrán fracasado y fracasarán por no permitirse mirar y amar su evolución en el tiempo? Y así como de pronto podemos tomar conciencia de que “la vida pasó sin darnos cuenta”, resulta difícil no ver en estos versos un correlato del inmovilismo revolucionario en Cuba.

La gracia de Milanés está en su compleja mirada de la realidad. Los reduccionismos no van con él, ni en el amor ni en la revolución. Carlos Manuel Álvarez, en un artículo publicado en El País hace un año atrás, a propósito de las últimas actuaciones del músico en Estados Unidos, señala que “Nadie que haya dicho que preferimos hundirnos en el mar, antes que traicionar la gloria que se ha vivido, puede presentarse hoy en Miami, y nadie que haya emitido opiniones severas sobre el régimen cubano puede presentarse en el teatro Karl Marx de La Habana. Solo él”. Y así no más es. Su música se universaliza, es anterior y será posterior a cualquier tipo de contingencia: seguirá viva en los sentimientos más perdurables que nos acompañan como seres humanos que, en lo fundamental, parecemos destinados a amar y ser amados, tantas veces como sea necesario.

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2 comments

Oscar Ulloa Ch. noviembre 26, 2022 - 4:44 pm

Gracias Antonio, tus palabras reflejan el pensamiento de muchos de nuestra generación, al igual que pensaba tu padre, con la muerte de aquellos que nos acompañaron vamos sintiendo que se van nuestros referentes, nuestros amigos, nuestros compañeros y los sentimientos de nuestra juventud.

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Rosario febrero 21, 2023 - 4:48 am

ANTONIO , gracias por este tremendo aporte q haces a estos personajes q como bien dices tu nos acompañaron por tantos años , inyectandonos fuerza, idealismo, amor , sueños y tantas cosas q vivirán en nuestro más profundo interior y tu vas sacando esas capas de la cebolla para volver a mirarnos … besos ..

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