Por Antonio Ostornol, escritor.
Escribo de nuevo. Hace algunas horas se produjo el cambio de gabinete. En televisión se muestran imágenes de manifestaciones. Antofagasta, Valparaíso, Concepción, Santiago. Desde un estudio, tres periodistas de CNN observan impertérritos, registran y transmiten para todo el país el saqueo de una farmacia en la esquina de la Alameda con San Isidro. Pareciera una imagen normal, casi aceptable.
Hay mucha rabia, mucha violencia. ¿Cómo se controla, cómo se acepta, cómo se acoge? Pareciera haber, también, incapacidad de los policías para contener a los manifestantes.
Más temprano, escuché al director del Instituto Nacional de los Derechos Humanos. Hacía un balance de lo que habían sido los diez días de protestas y movilizaciones. Veinte muertos, denuncias de abuso por parte de la fuerza policial y militar. Casos de tortura. Y nuevamente las imágenes en televisión. Enfrentamientos entre manifestantes y carabineros. No con todos los manifestantes sino sólo con algunos. Esos que resisten y se resisten, atacan, provocan, se defienden. Visto desde la televisión, pareciera haber organización, concierto. Hay mucha rabia, mucha violencia. ¿Cómo se controla, cómo se acepta, cómo se acoge? Pareciera haber, también, incapacidad de los policías para contener a los manifestantes.
Decía tener pruebas. ¿Acaso no era la historia de Chile, de sus matanzas, de sus dictaduras?
¿Quiénes son los que enfrentan a los carabineros, que entran a los locales y arrancan el mobiliario para construir las barricadas? ¿Son los mismos que convocan a las marchas? ¿Son los que quemaron las estaciones de metro? ¿Son los que antes y ahora queman buses? Un joven, aduciendo que “eran los mismos pacos” los que saqueaban, especulaba: detrás de estos hechos, estaban las autoridades del gobierno con un plan sistemático de represión y violación de los derechos humanos. Decía tener pruebas. ¿Acaso no era la historia de Chile, de sus matanzas, de sus dictaduras? Él sospechaba que probablemente un ministro, o a lo mejor algún funcionario no identificado, quizás el estado mayor de la represión, en fin, alguien habría dado la orden de matar, con método, una cierta cantidad de personas. Y si los otros dicen que hay una guerra, que estarían los venezolanos o los cubanos detrás de los ataques al metro, que hay un enemigo poderoso (¿Será cierto, será un delirio?), tenemos la ecuación perfecta: tal para cual, dos ejércitos desconocidos que están en guerra y que no se dan cuartel. Tenemos la bomba perfecta: la violencia como propuesta, como método, como finalidad.
Tenemos la ecuación perfecta: tal para cual, dos ejércitos desconocidos que están en guerra y que no se dan cuartel. Tenemos la bomba perfecta: la violencia como propuesta, como método, como finalidad.
Y en este contexto, cientos de miles de personas han salido a la calle a protestar. ¿Con violencia o en paz, o con ambas? Un joven entrevistado que no parecía haber estado en las barricadas ni saqueando comercios, interpelado a propósito de dichos eventos, declaraba: “Salimos por años a la calle, cientos de miles, y no pasó nada; si hay que romperlo todo para que nos escuchen, no queda otra”. Y más allá de si estamos o no de acuerdo en la forma en que se despliegan las protestas, hay que admitir que el muchacho tiene algo de razón. Tengo la sensación de que hemos – ¿quiénes? Todos- dibujado un escenario social de polaridades: o se apoya irrestrictamente la movilización e, implícitamente, se avalan o se hace omisión de los actos de violencia social; o se es un fascista que reproduce exactamente las motivaciones y procedimientos de aquella derecha que alentó y sostuvo la dictadura militar durante 15 años. Y entre esos dos polos, ¿no hay nada? Sí, debiera haberlo, pero no se logra expresar. Siento que estamos atrapados en una escena dramática, casi en el sentido literario. Protagonistas y antagonistas en un conflicto que no tiene solución sino la tragedia. Y no quiero estar en ese lugar, no quiero sentirme obligado a reivindicar todos y cada uno de los momentos de la movilización ni a condenar cada una de las acciones y políticas de la derecha.
Siento que estamos atrapados en una escena dramática, casi en el sentido literario. Protagonistas y antagonistas en un conflicto que no tiene solución sino la tragedia.
Creo que la comprensión del gobierno de lo que estaba sucediendo ha sido equivocada y ha favorecido el fortalecimiento y agudización de la protesta. Su visión de interpretar lo que ocurría como un tema de orden público, sin acusar recibo y actuar frente a lo que expresaba la masividad de la protesta y su propia virulencia, fue un error enorme. Esto no significa que el gobierno se haya puesto al margen de lo constitucional al declarar el estado de excepción como dicen algunos y, ni mucho menos, que eso representara una forma de golpe de estado, dictadura o la instalación de una violación sistemática de los derechos humanos. ¿Ha habido atropellos y vulneraciones de estos derechos y dignidades básicas de las personas? Sí, y muchos de ellos graves. Ha ocurrido y desde distintas fuentes se confirma que los casos se están registrando e investigando y esperamos que se haga justicia. Pero afirmar que se ha puesto en marcha una política de estado sustentada en estas prácticas, es muy distinto. Eso ocurrió durante la dictadura: se dispusieron recursos públicos, funcionarios del estado, infraestructura secreta, cementerios clandestinos, ocultamiento de cadáveres y todas las barbaries que hemos ido conociendo con dificultad durante 40 años. Y esto fue “en forma sistemática”: todos los días, todas las horas, todos los años.
Eso ocurrió durante la dictadura: se dispusieron recursos públicos, funcionarios del estado, infraestructura secreta, cementerios clandestinos, ocultamiento de cadáveres y todas las barbaries que hemos ido conociendo con dificultad durante 40 años. Y esto fue “en forma sistemática”: todos los días, todas las horas, todos los años.
Ahora hay grupos (¿cuáles? No lo sé, pero existen) que quieren hacernos jugar en la cancha de la guerra, de la destrucción, de la intolerancia. Y desde ese lugar, no habrá salida satisfactoria. Repetiré algo que se ha dicho y reiterado durante estos días, y en lo que creo firmemente: si no se establece un proyecto que, por una parte, signifique abandonar el modelo de desarrollo que nos ha regido en las últimas décadas y que, por otra, proponga medidas de equidad social y económica, y de participación igualitaria en política, que termine con la distancia vergonzosa entre la riqueza ostentosa, soberbia y desmedida que generó el modelo, tan lejana a la condición de vida en que se encuentra la gran mayoría de los chilenos; repito, si no se hace ese cambio, no tendremos salida democrática y avanzaremos hacia la tragedia.
Desde la intolerancia, la guerra y la confrontación sin diálogo, no hay solución. No da lo mismo cómo se construya el pacto social.
Por lo mismo, debemos fortalecer una sociedad más democrática en todos los sentidos: económico, social, cultural y territorial, lo que obliga a abrir espacios de conversación suficientes y amplios, donde puedan gestarse los nuevos acuerdos. Desde la intolerancia, la guerra y la confrontación sin diálogo, no hay solución. No da lo mismo cómo se construya el pacto social. Hay que conversar con todos y para que este fructifique, es necesario aceptar la diferencia, entender que hay visiones distintas y que son legítimas, y tener la disposición a alcanzar puntos de encuentro. Si no vencemos esa barrera, la tarea será imposible y el futuro, oscuro.
3 comments
Excelente columna Antonio, que comparto en su plenitud. Precisamente hoy publico un artículo en Zonafranca.club en el intento dar sentido a lo que vivimos por éstos días. Abrazo fraterno y que la luz se imponga sobre la oscuridad.
Excelente artículo Toño. Gracias!!!
Concuerdo con tus conceptos plenamente y nos dan espacios para la reflexión.
Pienso solamente, que si bien no existe ni está en los planes del gobierno actual, no existe digo un sistema coordinado de reprensión como ocurrió durante la dictadura, si existe un mecanismo autoritario heredado de ella e incrustado en la actual constitución, que con una facilidad asombrosa permite que el ejército salga a la calle a “asegurar la paz y la honra” de los chilenos.
La sociedad chilena exige a gritos una nueva constitución que reemplace a la actual.
En medio de la crisis, ha sido llamativo e histórico impactante , el despertar creativo y brillante de todo un pueblo. Es para mi tal vez un aspecto valioso que demuestra gran madurez.
Muy buen análisis,Antonio.-