Por Antonio Ostornol, escritor.
¿Habrá en la literatura chilena otro tema que no sea la dictadura? Escucho esta pregunta con frecuencia. En conferencias, mesas redondas, presentaciones de libro, nunca falta el que se levanta, pide la palabra e interpela a los panelistas de turno con un rotundo “¡Hasta cuándo con la dictadura!”. Queda la impresión, entonces, que en esto hay una suerte de majadería de los autores, como si no se les ocurriera un tema mejor. Cuando he tenido que enfrentar esta pregunta (y defenderme como gato de espaldas por la temática de mis libros), contesto más o menos siempre lo mismo: de esto hablaremos por mucho tiempo, porque no se trata de la “dictadura” propiamente tal, sino de la memoria, del dolor, del olvido y del placer en la historia. Y de esos temas, los escritores no nos escapamos nunca.
Y todos, al fin y al cabo, arrastramos ruinas y despojos. Para tener esos recuerdos no se necesita haber vivido una dictadura, basta con haber vivido.
Marcelo Leonart nació en 1970, el año en que Allende ganó la presidencia de la República y comenzó el gobierno de la Unidad Popular. Sus primeros libros aparecen en los años noventa y rápidamente nos ofrece una producción interesantísima, cuyo centro no es otro que la historia política de Chile. Entonces, ¿es su literatura una historia más de víctimas y victimarios, de cómplices activos y pasivos, de traidores manchados con sangre o con la carga de los sueños frustrados? Sí y no. He leído dos de sus novelas y en ambas los años de Pinochet, los anteriores y los posteriores, están presentes. Pero la verdad es que en esos relatos se transa mucho más. En la primera que leí, Fotos de Laura (El Mercurio / Aguilar. 2012), el regreso de Martina a Santiago pone en movimiento la máquina del recuerdo. La memoria se mueve a través de unas viejas fotos. A través de ellas se van vislumbrando, desde sus colores desvaídos, viejas historias. Y los relatos rescatados desde una memoria antigua e imprecisa, como dice Patricia Espinosa hablando de la narrativa de Leonart, son un itinerario de ruinas. Y todos, al fin y al cabo, arrastramos ruinas y despojos. Para tener esos recuerdos no se necesita haber vivido una dictadura, basta con haber vivido.
Pero nos tocó vivir en Chile, en esta época, atravesados por las memorias inciertas de un tiempo dramático. ¿Más o menos dramático que otros tiempos de la historia chilena? No lo sé, pero son los nuestros. De esa épica negra fuimos protagonistas o testigos. Y si no estuvimos ahí, fuimos el ojo marginal que registró el paso de la historia, o el oído capaz de recordar cada uno de los relatos que nuestros abuelos, madres, padres, tías y tíos contaban una y otra vez, fijando en nuestra memoria esos personajes anónimos que detuvimos en el tiempo.
En rigor, no sé si el “escritor Leonart” tiene conciencia de ello. Pero de lo que estoy seguro, es que su literatura sí lo sabe.
Marcelo Leonart parece tenerlo claro. Y creo que sabe que en esos acontecimientos remotos que ocurrieron ayer, hay una cifra, un código secreto que debe ser interrogado, una especie de libro sagrado que debe escribirse. Un libro biblia pero de nuestros días. En rigor, no sé si el “escritor Leonart” tiene conciencia de ello. Pero de lo que estoy seguro, es que su literatura sí lo sabe. Y esta noción me aparece con nitidez en la lectura de su novela El libro rojo de la historia de Chile (Tajamar Editores, 2016). Podría decirse que es un relato en cinco capítulos, o bien, que son cinco relatos en un solo libro. Pero la distinción es irrelevante, ya que se trata de cinco historias conectadas por ciertos hilos misteriosos que hablan de la Rusia zarista, de la soviética y post soviética, y de Chile.Pueden conceptualizarse, entonces, como partes de una misma narración o cinco cuentos yuxtapuestos. Hay una voz narrativa que va conectando cada una de las pequeñas historias y nosotros, los lectores, vamos construyendo una historia unitaria, en la que podemos ver el transcurso de los últimos 45 años de vida en Chile. Y también en Rusia, en la Unión Soviética y otra vez Rusia.Y yo agregaría: en el mundo entero.
Hay una voz narrativa que va conectando cada una de las pequeñas historias y nosotros, los lectores, vamos construyendo una historia unitaria, en la que podemos ver el transcurso de los últimos 45 años de vida en Chile.
Algún lector como los que nos increpan en las conferencias, con justa razón, se preguntará: ¿Otra vez? ¿Será posible? Y claro, desde el punto de vista de los hechos ocurridos, para un lector bien informado y atento no hay ninguna novedad: se habla de exiliados; de detenidos en el Estadio Nacional; de militantes que cayeron callando y otros, hablando; de militares chilenos descendientes de cosacos blancos torturando y exterminando a otros chilenos; y también se habla de Lenin, y de la Guardia Blanca, y del muro de Berlín y la Perestroika. Y sí, también de la Concertación y el brutal regreso al capitalismo neoliberal de la Rusia de Putin. O sea, aparentemente, ninguna novedad, nada que no supiéramos.
Pero desde esos hechos tan conocidos, Leonart propone un relato nunca antes contado.
Pero desde esos hechos tan conocidos, Leonart propone un relato nunca antes contado. Porque lo que hace al relato no son, necesariamente, los acontecimientos que se cuentan, sino quién y cómo lo cuenta. Y en este sentido, el narrador de esta novela, que va planeando sobre los hechos como un ave rapaz, y a los que le cae en picada, pone sus ojos (los de águila, los infalibles), en los personajes más modestos de la historia, los que no tuvieron cargos ni grandes figuraciones, los que fueron héroes anónimos, héroes de su propia épica, y los que sucumbieron a sus pequeñas historias. Una pareja de jóvenes chilenos exiliados en Moscú, un obrero de San Miguel que sale con su familia a votar por Allende, un detenido del Estadio Nacional que ve pasar el fantasma de Lenin sobrevolando las galerías, mientras el encapuchado va sentenciando a sus compañeros. Y también están los que entraron con nombre y apellido a la historia: el capitán Krassnoff, Miguel Enríquez, Yeltsin, por nombrar algunos. ¿Reales o ficticios? Todos en el limbo, transitando con distintas auras de verdad, unos validados por la constatación de los hechos y los otros, por el poder de la ficción.
¿Reales o ficticios? Todos en el limbo, transitando con distintas auras de verdad, unos validados por la constatación de los hechos y los otros, por el poder de la ficción.
Pero la historia de Chile, y este libro rojo donde se escribe (rojo revolucionario y de sangre) se va tiñendo de diversos colores y de un escepticismo que explica, posiblemente, mucho de la actual llamada crisis de confianza institucional. El narrador que mira cada momento de la historia reciente del país desde la edad en que estaba su mirada, no alcanza a entender la lógica de los acontecimientos. El relato se abre con la guerra civil y la creación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas -el comunismo en la tierra-y que termina con su disolución y una larga estela de muertes y dolores. Pérdidas de vidas y de ilusiones. Derrotas absolutas y explícitas. Y derrotas por omisión, que se construyen en la pérdida de los sueños y que nos hacen vivir en el territorio anodino y brutal de las modernas economías de mercado y de la política sin mística. Acceder a esta imagen es un mérito absoluto de la factura de este relato.
Creo que El libro rojo de la historia de Chile es una gran novela (o un excelente conjunto de relatos, da lo mismo) y la escritura de Leonart un regalo que nos ayuda a pensar y, también, a repensarnos.
Pero lo sorprendente no se queda sólo ahí. Hay dos variables que complejizan lo ya dicho. Uno, la presencia del sexo (¿en qué más puede pensar uno a los 20 años?, se pregunta el narrador), que recorre a cada uno de los personajes y les otorga el sustento de una energía vital que, ciertamente, dramatiza el relato (más allá del placer, todo es dolor, pareciera decirnos la novela); y dos, un lenguaje pleno de aciertos y descubrimientos, que mezcla el rigor informativo (hay una fuerte presencia referencial de la prensa nacional de distintos momentos de la historia de Chile y el mundo) y una cierta coloquialidad que en momentos bordea lo obsceno, pero que transforma a sus personajes en seres absolutamente verdaderos.
Creo que El libro rojo de la historia de Chile es una gran novela (o un excelente conjunto de relatos, da lo mismo) y la escritura de Leonart un regalo que nos ayuda a pensar y, también, a repensarnos.