Por Antonio Ostornol, escritor.
Hay algo de irreal en todo lo que estamos viviendo. Y no se trata de que sea increíble: los contagios son reales, los enfermos son reales y los muertos, también. Las calles vacías, las conferencias vía remota, los enmascarados en todas partes son reales. Pero al situarnos en este momento, confinados voluntaria u obligatoriamente en nuestras casas desde hace semanas, o trabajando en medio de restricciones y desafiando el contagio, abasteciéndonos como en tiempos de guerra, siguiendo los partes casi militares que nos dicen cuántos contagios y muertos se suman día a día, y en cada lugar del mundo, pareciera que hay algo irreal, increíble, de película en todo lo que está pasando. Es como ser más o menos protagonistas de una de esas historias que fascinan a los grandes estudios norteamericanos, donde alguna amenaza, la peor, la nunca antes conocida, la que está en todas partes y ninguna, asoma en el horizonte y pone en riesgo la existencia del planeta (normalmente, el amenazado es solo Estados Unidos, que en su mirada egocéntrica es sinónimo de mundo). ¿Quién no recuerda alguna de esas historias? Para mí es “Alien”, la metáfora perfecta de lo que vivimos: en un mundo ultra desarrollado, con naves humanas autosuficientes que recorren el universo, aparece un ser orgánico, vivo, desconocido e inteligente. Es biología pura y destruye toda la tripulación, excepto a la heroína (que se salva por un pelo y, dicho sea de paso, permite que la saga continúe). Pero eso ocurre al final de la película y es, posiblemente, lo menos interesante. Porque primero está la ignorancia, el miedo, la desconfianza, el egoísmo. La heroína, más que al “alien” que se esconde en las entrañas viscerales de la nave, debe vencer la pequeñez humana, incubada en el miedo de sus compañeros de travesía.
Es como ser más o menos protagonistas de una de esas historias que fascinan a los grandes estudios norteamericanos, donde alguna amenaza, la peor, la nunca antes conocida, la que está en todas partes y ninguna, asoma en el horizonte y pone en riesgo la existencia del planeta
Pero eso ocurre al final de la película y es, posiblemente, lo menos interesante. Porque primero está la ignorancia, el miedo, la desconfianza, el egoísmo.
Ahí aparecen nuestras pequeñas miserias. El vivo que quiere sacarle la vuelta a la cuarentena, sin importar lo que le pase a los otros; el que le impone trabajar al otro en vez de facilitar su distanciamiento social; el que cree que demasiada ayuda puede ser perniciosa porque va contra la esencia del modelo; el que aprovecha el encierro para maltratar a su mujer, sus hijos o sus vecinos; el que sube la ventana del auto para no dar la moneda; el que sigue creyendo que es la gran oportunidad para derrocar un gobierno y aprovecha de ganar una pequeña posición de poder. En una conmovedora crónica (Rialta Magazine) sobre la pandemia en Nueva York, escrita a fines de marzo por Roberto Brodsky, el escritor chileno que vive en esa ciudad, remite a Camus y señala que “la rehumanización de un mundo que ha extraviado su norte sólo podrá sobrevenir con una catástrofe. Es lo que deja al descubierto el “virus chino”, como lo ha llamado Trump con su xenofobia habitual”.
En una conmovedora crónica (Rialta Magazine) sobre la pandemia en Nueva York, escrita a fines de marzo por Roberto Brodsky, el escritor chileno que vive en esa ciudad, remite a Camus y señala que “la rehumanización de un mundo que ha extraviado su norte sólo podrá sobrevenir con una catástrofe. Es lo que deja al descubierto el “virus chino”, como lo ha llamado Trump con su xenofobia habitual”.
La notable presentación de una Nueva York apocalíptica, vaciada de seres humanos, con un miedo silencioso atravesando a cada ciudadano, podría ser una visión pesimista acerca del desarrollo humano y sus posibilidades de evolución. Como si solo desde el dolor se aprende y se construye, así como Job debía reconstruir y afirmar su fe en la grandeza de Dios, solo a partir de los castigos que este injustamente le impone. Estaríamos de alguna forma sufriendo para ser mejores, recogiendo aquello de que “no hay mal que por bien no venga”. Más de alguien querrá ver en este tema una suerte de consecuencia natural de la “inhumanidad” intrínseca del capitalismo neoliberal, o del capitalismo a secas. Zizek decía que asistíamos a su muerte y estábamos en la antesala del advenimiento de una suerte de neo comunismo. No sabemos mucho y no está fácil lanzar hipótesis creíbles de buenas a primeras. Pero esas reflexiones son para mí, palabras mayores, cargadas de mucha pretensión. Por ahora, prefiero quedarme con el aserto modesto de un Brodsky que mira conmovido su ciudad y concluye que “cuando despertemos, el mundo será otro. Por ahora, todo es inmovilidad, espera, detención”.
Estaríamos de alguna forma sufriendo para ser mejores, recogiendo aquello de que “no hay mal que por bien no venga”.
Zizek decía que asistíamos a su muerte y estábamos en la antesala del advenimiento de una suerte de neo comunismo.
“cuando despertemos, el mundo será otro. Por ahora, todo es inmovilidad, espera, detención”.
Porque no todo es político o, al menos, político en la forma en que lo entendemos habitualmente. Las epidemias –grandes, chicas, más o menos- han acompañado la historia humana desde siempre. La instalación de nuestra especie junto a millones de otros seres vivos en el planeta, con los que interactúa habitualmente y cuyos ambientes interviene sin mayor conciencia de los efectos futuros, es parte de su naturaleza. Es la misma que le permite aprender de su trayectoria, de sus desaciertos y rever sus procesos y expectativas. Entonces sí, lo que nos ocurre hoy, esta increíble imagen apocalíptica que vivimos en los distintos confines del mundo es un gran desafío político y una gran oportunidad para pensar los grandes tiempos de la humanidad e intentar comprender esta nueva globalidad mediática y tecnológica que vivimos. Hace unos cincuenta años atrás –a lo menos- debo haber escuchado por primera vez la aseveración de que “el capitalismo había entrado en una fase terminal” y que el advenimiento de una nueva sociedad era inminente. Esta aseveración, además, tenía la fuerza que le otorgaba el hecho indesmentible de que esa nueva sociedad ya se estaba construyendo en el mundo (obviamente, encabezados por la URSS o China, según fuera el gusto de cada corriente marxista). Por lo tanto, ante tamaña evidencia, nada me permite asegurar hoy que vivimos el final del capitalismo.
Entonces sí, lo que nos ocurre hoy, esta increíble imagen apocalíptica que vivimos en los distintos confines del mundo es un gran desafío político y una gran oportunidad para pensar los grandes tiempos de la humanidad e intentar comprender esta nueva globalidad mediática y tecnológica que vivimos.
Pero sí, también. Hay aspectos de la realidad que ciertamente deben cambiar y parecieran estar más cerca de la ética que de las soluciones técnicas o políticas. Se trata de compromisos y valores sociales. Brodsky, en su crónica, al analizar el colapso de los sistemas de salud neoyorquinos, equivalente a lo ocurrido en Italia, España o Reino Unido, concluye que “Nueva York era ya el epicentro de la pandemia, pero la red de salud estaba colapsada […] de la misma forma que se hunde el país y la ciudad bajo la acción de una catástrofe que es tanto sanitaria como moral”.
Brodsky, en su crónica, al analizar el colapso de los sistemas de salud neoyorquinos, equivalente a lo ocurrido en Italia, España o Reino Unido, concluye que “Nueva York era ya el epicentro de la pandemia, pero la red de salud estaba colapsada […] de la misma forma que se hunde el país y la ciudad bajo la acción de una catástrofe que es tanto sanitaria como moral”.
O sea, la profundidad del daño que en las últimas décadas se le ha infligido a la salud pública en el mundo, cobra su precio. Y el brutal individualismo competitivo de los últimos tiempos, también. ¿Es el capitalismo en su totalidad el que está en bancarrota? No me atrevo a apostar, como lo hice hace cincuenta años, por aquello. Pero que esta forma específica sí la debemos cambiar, no me cabe la menor duda. En esta reflexión, la crónica de Roberto nos ayuda a ampliar la mirada con la perspectiva de rehumanizar la vida.
En esta reflexión, la crónica de Roberto nos ayuda a ampliar la mirada con la perspectiva de rehumanizar la vida.