Por Antonio Ostornol, escritor.
Alguien podría pensar que se nos vino la noche encima, bajo la forma de un virus remoto y oriental. Como escribió mi amigo Joan Alcázar, que ya lleva varios días enclaustrado en su casa de Valencia (España), “se nos ha abierto una inmensa ventana a lo desconocido, lo impensable, lo inesperado”. Algo hay de irreal en lo que empezamos a vivir cotidianamente. Se rompen las rutinas, las certezas quedan en suspenso, fluctuamos entre la esperanza y la desazón. Los noticiarios de televisión, con su redundancia habitual, pirquinean informaciones que van entregando una y otra vez hasta confundir del todo a los espectadores. Las voces alarmadas y traspasadas de angustia de los reporteros comunican la certidumbre de que estamos al borde del colapso total: construyen el miedo.
Las voces alarmadas y traspasadas de angustia de los reporteros comunican la certidumbre de que estamos al borde del colapso total: construyen el miedo.
Pero el miedo a qué. Sin duda a lo desconocido. Y en esto hay una pequeña trampa, ya que en el fondo lo que se rompe es la idea de que tenemos el mundo bajo control, que lo podemos conocer y dominar, y más aún, podemos proyectar el futuro con cierta seguridad. Hoy el terror asume cara de virus. Ayer fueron las movilizaciones, y antes la delincuencia, las catástrofes naturales y, mucho más atrás, en la prehistoria cercana, las revoluciones o la irrupción de los pobres en nuestro vecindario, o los inmigrantes de cualquier tipo. Y la verdad es que lo desconocido existe, lo incontrolable está ahí, a la vuelta de la esquina. La literatura es categórica al respecto.
Y la verdad es que lo desconocido existe, lo incontrolable está ahí, a la vuelta de la esquina. La literatura es categórica al respecto.
Frente a este devenir, no hay súper héroes como en los comics que puedan ayudarnos. Hay comunidades humanas que se miran como iguales y aceptan el desafío de salir adelante. En estos días hemos visto lo bello y lo horrible de nuestra naturaleza. Ayer fui al CESFAM de mi barrio a vacunarme contra la influenza. Los y las funcionarias nos recibían a la entrada. Y a pesar de la presión que les poníamos, nos atendían con amabilidad y calma. Ordenaban, explicaban el procedimiento, repartían los números. Esas mujeres y esos hombres, que probablemente deben estar entre las personas más expuestas al virus, se ponían en la situación de los ciudadanos, entendían el miedo que los dominaba e intentaban acogerlos. En cuarenta y cinco minutos salí con mi vacuna (además, me salió vale otro porque también me vacunaron contra el neumococo, obligatorio para los adultos mayores, asunto del que que me enteré en ese momento). Tuve la convicción de que en ese CESFAM se la estaban jugando por todos nosotros.
Esta es la parte fea, esa donde el sentido del interés puramente individual prima sobre lo colectivo (el escritor Diego Muñoz Valenzuela escribió acerca de la herencia de la cultura neoliberal).
Pero también hemos sabido del que quiso viajar a pesar de estar en riesgo, o de los que siguieron asistiendo a un gimnasio exponiéndose y exponiendo a otros a los contagios. Posiblemente veremos a quienes acaparen alimentos y medicamentos, mascarillas y desinfectantes. Incluso, los que salgan a venderlos a un precio mayor para alcanzar una pingüe ganancia. Esta es la parte fea, esa donde el sentido del interés puramente individual prima sobre lo colectivo (el escritor Diego Muñoz Valenzuela escribió acerca de la herencia de la cultura neoliberal). Pero, como dice mi amigo Alcázar, al final está primando el sentido de solidaridad y colaboración, y “hemos confirmado una idea que los psicólogos sociales han trabajado desde hace tiempo: que el interés colectivo moviliza más y mejor que el individual”. Es decir, estamos más dispuesto a cuidarnos si en ello involucramos a otros. Si, por el contrario, en nuestras decisiones sólo se compromete el interés personal, y no tomamos conciencia de los otros, se asumen más riesgos.
Es el momento de recurrir a las bibliotecas digitales abiertas, a las ofertas de algunas editoriales que quieren contribuir a que permanezcamos en las casas, y a quienes nos comparten sus lecturas.
No tenemos opción. Hoy estamos desafiados a hacer valer lo colectivo sobre lo individual. Muchos tendrán que hacer sacrificios por asegurar el bienestar de los otros. Y el más importante hoy, pareciera ser, minimizar los contactos sociales. No está fácil quedarnos en la casa, suprimir el contacto directo con nuestras relaciones más queridas y deseadas, estar dispuestos a abandonar los cines, las compras, las fiestas, los paseos al aire libre y todo aquello que gusta. Es un sacrificio, pero los hay peores. Nuestra contribución es quedarnos en casa, movernos fuera lo menos posible, evitar nuestra posibilidad de contagiar y ser contagiados. Y para afrontar esta emergencia, creo que no hay nada mejor que la infinita oferta de libros a la que podemos acceder a través de internet. Es el momento de recurrir a las bibliotecas digitales abiertas, a las ofertas de algunas editoriales que quieren contribuir a que permanezcamos en las casas, y a quienes nos comparten sus lecturas.
Y no quiero dejar de marcar una página, aunque no sé qué tan fácil sea acceder a ella. Me refiero a la novela Nuestra parte de noche (Premio Herralde de novela; Anagrama, 2019), de la escritora argentina Mariana Enríquez. Leer este megarrelato nos podría ayudar, más que a entender la noche que se nos viene, a aceptarla. La historia de Juan (el padre) y Gaspar (el hijo), prisioneros ambos de una Orden secreta que opera en las tramas del poder y constituye el lado oculto de la dominación, apela directamente al miedo que nos genera lo desconocido y lo que no podemos controlar. Además, y esto es muy interesante, el relato juega con la idea de que los poderes reales (“fácticos” le llamaríamos por estos lados) operan en las sombras y nos asaltan cuando menos lo esperamos. Como los virus, como el Covid 19. Y con ellos hay que aprender a vivir, y de ellos debemos defendernos o abuenarnos, o simplemente vivir con la seguridad de que nunca lo sabremos todo. Y como si esto fuera poco, nos hace mirar la historia del siglo XX latinoamericano con nuevos ojos, donde el poder oligárquico irrumpe como nuestra gran tragedia.
La historia de Juan (el padre) y Gaspar (el hijo), prisioneros ambos de una Orden secreta que opera en las tramas del poder y constituye el lado oculto de la dominación, apela directamente al miedo que nos genera lo desconocido y lo que no podemos controlar. Además, y esto es muy interesante, el relato juega con la idea de que los poderes reales (“fácticos” le llamaríamos por estos lados) operan en las sombras y nos asaltan cuando menos lo esperamos. Como los virus, como el Covid 19.
2 comments
No se como decirlo pero,te miro en mi mente y leo tu columna de una mirada diderente
El ser humano debe ser descubridor de superar
El encierro y de comunicarnos nuevanente
Yo leí en poco tiempo las casi 700 páginas, rara vez había encontrado un relato tan fascinante sobre el mal, no solo el mal numinoso de la Orden secreta, sino la contraparte política del mal, la de la dictadura argentina de los 80. Me parecía que era difícil escribir una novela de terror después del Mamo, del Fanta, del Troglo, del guatón aquel cuyo apellido olvidé, etc. Pero esta tremenda novelista supo hacerlo. Me parece que es una de las grandes novelas hispanoamericanas de este tiempo.