Por Antonio Ostornol, escritor.
Acabamos de pasar las fiestas que marcan el fin del 2019 y señalan el inicio del nuevo año. A través de las redes, en los correos electrónicos, en los abrazos con amigos y amigas, nos deseamos feliz año nuevo. En esta oportunidad, han abundado los matices: que sea mejor y que se produzcan los cambios; que sea mejor, pero que termine la violencia; que sea mejor y no se detengan las movilizaciones; que sea mejor y que haya un clima “constituyente”. En los saludos a mis amigos y amigas entrañables, les deseé que el 2020 fuera generoso en aquello que a cada cual más le importara. Y la idea está buena, porque nadie tiene derecho a imponerles deseos a los demás. Pero a la vez es compleja porque al desearles que se le cumplan los propios, podría ocurrir que estos no sean, necesariamente, los míos o incluso que estén francamente en oposición.
En mi lectura, el futuro deseado sería esa gran muñeca de madera, de colores fuertes y aire de campesina inocente
Y luego de casi tres meses de movilizaciones, tanto a nivel individual como colectivo, las diferencias se han intensificado. Ya no está tan claro si lo que esperan unos y otros es lo mismo, aunque sintamos que estamos en una misma comunidad de intereses. Ernesto Ottone en su columna del domingo pasado en La Tercera usaba una imagen que me pareció muy acertada: la muñeca rusa. En mi lectura, el futuro deseado sería esa gran muñeca de madera, de colores fuertes y aire de campesina inocente y de toda la vida que nos maravilla, pero los matices estarían escondidos en las múltiples muñecas más pequeñas que se esconden en su interior. Por ejemplo, yo estoy de acuerdo y defiendo el derecho a manifestarse. Y no lo estoy con el uso de la violencia sostenida e impositiva que hace, por ejemplo, que haya lugares públicos prácticamente secuestrados, convertidos en campos de batalla permanente. Hay otros, en cambio, que estiman que esa violencia es necesaria en momentos revolucionarios como los que se viven actualmente y no definen con claridad el límite de lo posible, que admite acciones como la funa en lugares públicos, el incendio de iglesias, la destrucción de mobiliario público y el saqueo. ¿Estarán de acuerdo también con el boicot a la PSU?
¿Estarán de acuerdo también con el boicot a la PSU?
Podría dar más ejemplos en otros sentidos. Para señalar sólo uno: estoy de acuerdo con la necesidad de mantener del orden público porque es necesario para la convivencia social, pero eso no implica bajo ninguna consideración, la violación generalizada de derechos humanos básicos por parte de agentes del estado. Entonces, hay momentos en que pareciera que la única forma de instalarse en el momento político es a través de la asunción de posiciones completamente polarizadas, como si la condición para participar fuese aceptar a rajatable y en forma absoluta lo que propone uno u otro extremo del arco político social que está en acción. Pero la realidad no sólo es de posiciones confrontadas. Creo que se puede estar a favor de las movilizaciones y en contra de la violencia; se puede estar por los cambios estructurales y por los acuerdos sociales; se puede estar por defender el orden público y condenar la violación de los derechos humanos. Y así podríamos seguir imaginando parejas de posiciones que, aparentemente serían inconciliables, y que sin embargo no tienen por qué serlo.
Creo que se puede estar a favor de las movilizaciones y en contra de la violencia; se puede estar por los cambios estructurales y por los acuerdos sociales; se puede estar por defender el orden público y condenar la violación de los derechos humanos.
Me parece que, a estas alturas del proceso iniciado en octubre, es cada vez más necesario que los principales dirigentes políticos y sociales del país comiencen a ser más claros y explícitos en sus propósitos y cómo quieren alcanzarlo. Me refiero a los movimientos sociales, los partidos de oposición y de gobierno, el propio Ejecutivo, el mundo empresarial. Cada uno de ellos debiera hablarle al país con claridad: ¿De verdad se buscan soluciones? ¿Se acepta realmente un nuevo pacto social? ¿Quieren encontrar un acuerdo más inclusivo? ¿Buscan la ruptura de las instituciones?
En este sentido, me parece que el año 2020 ofrece grandes oportunidades y, la más importante, la posibilidad real de iniciar un proceso constituyente que funde un nuevo pacto social, el que debiera contar con una masiva participación, tanto en el proceso, como en las instancias iniciales y finales que deben ser sancionadas por votación popular. La oportunidad existe, pero no está asegurada. Es extraño que se hable poco del acto más mayoritario y democrático ocurrido en estos meses (la consulta organizada por los municipios), como si la opinión de dos millones y medio de chilenos no fuera relevante, como si funar la PSU o copar la Plaza Italia fuera más importante.
la posibilidad real de iniciar un proceso constituyente que funde un nuevo pacto social, el que debiera contar con una masiva participación, tanto en el proceso, como en las instancias iniciales y finales que deben ser sancionadas por votación popular. La oportunidad existe, pero no está asegurada.
Extraño que los dirigentes nacionales tomen posiciones más categóricas sobre los temas que tenemos en la agenda y me gustaría que, más allá de los diagnósticos, haya pronunciamientos de los actores públicos acerca del futuro político práctico. ¿Cómo se harán cargo los partidos de asegurar la participación ciudadana democrática en la discusión de la nueva constitución? ¿Cuáles serán esas instancias? ¿Cómo se cuidarán de que no sean capturadas por los que gritan e insultan más? ¿Cuáles serán los medios para que esas opiniones sean efectivamente consideradas en el proceso constituyente? Y por supuesto, ya debiéramos empezar a hablar de cómo se regulará el poder y qué tipo de instituciones desarrollaremos para los años que vienen.
En lo personal, aspiro a una sociedad en que, junto a la dignidad y equidad en las relaciones entre quienes son parte de la comunidad, exista un respeto básico a la discrepancia y un aseguramiento absoluto de la posibilidad de expresar el disenso. No quiero que un cantautor honesto y valiente como Eduardo Peralta, tenga que escribir versos como los siguientes (en Facebook):
“Si le dicen amarillo
A algunos amigos, por
Criticar el vandalismo
Y el violento descontrol,
Empiezo a sentir que tengo
Amarillo el corazón,
[…]
Yo quiero un país distinto
Mas no amo la destrucción.
Si les dicen amarillos
A mis compañeros, yo
Empiezo a sentir que tengo
Amarillo el corazón! (Sic)”
Sus versos me hacen pleno sentido: soñar hoy con la posibilidad de construir un movimiento ciudadano fuerte, tolerante, tozudo, ilusionado con la construcción de una democracia amplia, equitativa y generosa, puede ser el acto más subversivo y desafiante frente a las oportunidades del 2020.