Por Antonio Ostornol, escritor.
Como a lo mejor diría la escritora chilena radicada en Buenos Aires, Cynthia Rimsky, nos hemos instalado en el mundo de los perplejos.
¿Es posible que hablemos de algo que no sea el Covid 19? Está difícil. La pandemia se nos infiltra por todas partes, tiene capturados los medios de comunicación, la política, la vida familiar, el trabajo. Todo. Como a lo mejor diría la escritora chilena radicada en Buenos Aires, Cynthia Rimsky, nos hemos instalado en el mundo de los perplejos. O sea, vivimos en la confusión, la duda, la incertidumbre, la incredulidad. Ayer leí que, según una encuesta nacional, el 69% de los chilenos no aprobaba la “nueva normalidad”. ¿Qué puede significar un dato como ese? Quizás alguien cree que, después de algún tiempo, todo sigue igual y volveremos a hacer la vida tal y como la hemos hecho hasta ahora. Algún otro pensará que se trata de una estrategia del gobierno para contener las demandas del pueblo y no volver a los tiempos de estallido social. Incluso más, otro podría imaginarse que la nueva normalidad es algo así como la estrategia para hacer más ricos a unos y más pobres a otros. O simplemente, más de alguien creerá que las autoridades son una cáfila de desalmados a los que nada les importa sino su propio pecunio.
Y dios nos libre de los que tienen todo clarito como el agua; esos son los más peligrosos. En una novela de Rimsky que mencioné hace algunas semanas al pasar (Los perplejos. Leteo, 2018), se nos cuenta una historia desconcertante y cautivadora, situada en un contrapunto
En ambas historias el eje central es comprender, intentar rescatar de los tiempos convulsos que se viven claves que permitan afirmar la condición humana.
Probablemente podríamos seguir imaginando muchas cosas, pero lo único que nos iría quedando en la retina es que este nuevo escenario de nuestras vidas nos confunde, nos mueve el piso de nuestras convicciones y creencias, nos obliga a pensar desde la perplejidad y asumirla. Y dios nos libre de los que tienen todo clarito como el agua; esos son los más peligrosos. En una novela de Rimsky que mencioné hace algunas semanas al pasar (Los perplejos. Leteo, 2018), se nos cuenta una historia desconcertante y cautivadora, situada en un contrapunto, perfectamente desarrollado entre un medioevo que se pasea desde España hacia el oriente, a donde viaja un filósofo que quiere descifrar y asegurar a su pueblo, en medio de la persecución musulmana, la comprensión del libro sagrado de los judíos; y la otra esquina del contrapunto la constituyen unos años noventa en que una escritora chilena, que se ha ganado un fondo para escribir una novela sobre un personaje que busca preservar un libro sagrado, recorre los territorios del norte de África hacia el oriente, mirando perpleja un mundo balcánico devastado por la caída del comunismo y las posteriores guerras civiles. En ambas historias el eje central es comprender, intentar rescatar de los tiempos convulsos que se viven claves que permitan afirmar la condición humana.
Para quienes ya han leído a Rimsky, podrán reconocer en sus relatos una mirada fotográfica de la realidad
La escritura de Rimsky es un ojo que no juzga y que se acepta perplejo. No cree o no aspira a la comprensión. No al menos, en los términos tradicionales.
Para quienes ya han leído a Rimsky, podrán reconocer en sus relatos una mirada fotográfica de la realidad, como si esta simplemente se impusiera en términos sensoriales, sin las entretelas ideológicas o religiosas que la tamizan y con toda la fuerza de su existencia. La escritura de Rimsky es un ojo que no juzga y que se acepta perplejo. No cree o no aspira a la comprensión. No al menos, en los términos tradicionales. En la novela, la escritora termina recorriendo los pueblos y ciudades de la ex Yugoslavia (Serbia, Montenegro, Bosnia, Croacia), sin idioma posible porque los lugareños no hablan ni español ni inglés (será su propia lengua y, quizás, ruso). Sólo los observa y retrata sus mundos. En rigor, las ruinas de su mundo. Son seres perdidos, desquiciados, indolentes. Ya lo han visto todo, lo han deseado todo y todo lo han perdido. Notable imagen de un mundo transformado en desecho de sus propias utopías. Así como en la novela Ramal, Rimsky se adentra, también con una mirada perpleja, en el mundo agrario y campesino que estaba quedando varado al costado del ramal de trenes Talca – Constitución, mientras el Chile democrático avanzaba hacia la posmodernidad sin darse cuenta que en esos territorios no siquiera se había pasado por la modernidad, así la narradora de esta novela (autoficcionada, por cierto) transita por una Euroasia donde se concentran las grandes riquezas y desarrollos contemporáneos, registrando seres que parecen haber quedado detenidos en sus propias tragedias (primero la del comunismo, luego las de las guerras nacionalistas y neo fascistas), observando confundidos, inciertos, incrédulos lo que les había sucedido o les sucedía aún. Personajes notables (príncipes inventados, borrachos, traidores a la patria, drogadictas, etc.) como de una comedia del arte triste, solitarios y abandonados en pueblos imposibles, que se preguntan día a día por qué pasa así la vida.
Son seres perdidos, desquiciados, indolentes. Ya lo han visto todo, lo han deseado todo y todo lo han perdido.
Personajes notables (príncipes inventados, borrachos, traidores a la patria, drogadictas, etc.) como de una comedia del arte triste, solitarios y abandonados en pueblos imposibles, que se preguntan día a día por qué pasa así la vida.
Pregunta equivalente a la que se hacían en la edad media los fieles judíos que intentaban comprender por qué las desgracias se les habían venido encima y andaban errantes por pueblos extranjeros, expatriados de todas partes, perseguidos y reprimidos, condenados tal vez a uno de los peores castigos imaginables, como es tener que renegar de sus propias creencias. Estos exiliados de todas partes no entienden. Están perplejos, confundidos, incrédulos. Son buenos fieles, se ciñen a la Ley sagrada, rinden los honores que corresponden a Dios. Y sin embargo sufren. “Por qué Dios, que es el bien, podría causar el mal”, se pregunta el filósofo medieval. Sin duda, es paradójico. Cuando le toca enfrentar una “columna de perplejos”, se topa con “alumnos aventajados en ciencias, filosofía y religión que se sienten paralizados por las contradicciones que creen ver entre la palabra nacida de la razón y la palabra divina”, algo muy similar, por cierto, a los que nos ocurre hoy en forma dramática. ¿Acaso Cynthia Rimsky pensaba hace algunos años atrás en Trump o Bolsonaro? ¿O simplemente la historia continúa? Los incrédulos de hoy creen conocer el sentido de la “palabra”. Para Trump serán los chinos, venezolanos, cubanos, ¿quién sabe? Cualquiera que nos sean los grandes dueños de la economía. Para los otros, en la barriada contraria, que hoy no creen en nada ni en nadie, estarán seguros de que todo es culpa del neoliberalismo y su lógica depredadora. Sus certezas no son sino mascaradas de una perplejidad no asumida.
¿Acaso Cynthia Rimsky pensaba hace algunos años atrás en Trump o Bolsonaro? ¿O simplemente la historia continúa? Los incrédulos de hoy creen conocer el sentido de la “palabra”.
Leer la novela Los perplejos, creo, nos ayuda a abrir un espacio para mirar con mayor modestia y apertura lo que estamos viviendo. Cuando el mundo podía conceptualizarse fácilmente desde las ideologías, las cosas parecían nítidas y accesibles. Hoy el desafío es más profundo y vale la pena tomárselo en serio.