Páginas marcadas. Pequeños libros, grandes historias

por La Nueva Mirada

Por Antonio Ostornol, escritor

Cada tanto, la literatura regala libros pequeños, conformados por unas pocas páginas escritas con una cierta timidez, como si no quisieran exponer todo el mundo que llevan dentro, pero que revelan historias extraordinarias, ya sea por su capacidad de conmover, o de abrirnos a universos insospechados, o simplemente por ponernos de narices, sin artilugios ni sinuosidades,  ante la más cruda e inevitable realidad. Pienso en libros como La metamorfosis de Kafka, El amante de Marguerite Duras, o El país de las últimas cosas de Paul Auster, por mencionar algunos. Y en nuestra tradición literaria, esa chilena a veces olvidada, también los hay. Podemos mencionar La amortajada de María Luisa Bombal, Lección de pintura de Adolfo Couve, o El lugar sin límites, de José Donoso, entre otros. Suelen ser una pequeña joya. Construidos con recursos mínimos pero poderosos, con capacidad de evocación poética y concentración de significados. Son pequeñas granadas que nos explotan ante los ojos y nos transportan hacia lugares nuevos.

Suelen ser una pequeña joya. Construidos con recursos mínimos pero poderosos, con capacidad de evocación poética y concentración de significados. Son pequeñas granadas que nos explotan ante los ojos y nos transportan hacia lugares nuevos.

          Rastrojeando en mis páginas marcadas, encontré una serie de libros chilenos que, en mi opinión, también pertenecen a esta categoría de pequeños grandes textos. Y revisándolos, descubrí que una lectura secuenciada –en breves o largos tiempos- podría conformar un relato mayor de cierta historia política de alguna izquierda chilena.

          La primera que quiero compartir, es una novela de los años sesenta (1964, para ser exactos, y reeditada el 2017 por LOM), escrita por el entonces periodista y joven militante comunista, José Miguel Varas, que luego llegaría a ser Premio Nacional de Literatura. Se trata de la novela Porái. Tuve la oportunidad de escribir unas líneas sobre este relato en el prólogo de su última edición. Allí señalé que en esta obra hay “un profundo respeto por la riqueza y la humanidad de los hombres y mujeres que todos los días tienen que batirse con la pobreza y la precariedad”, y que el talento de Varas nos permite ver “la belleza que se oculta en los seres condenados a la periferia y largamente invisibilizados”. En Porái se cuenta la historia de un joven pescador que hace sus primeras armas en la lucha sindical contra los grandes traficantes de la pesca.  El relato es casi ingenuo e incluso una lectura desatenta podría catalogarlo de maniqueo o simplista. Pero en Varas nada de lo sencillo es intrascendente porque, aunque a primera vista aparezca una novela casi costumbrista, el lector encuentra en ella “una mirada atípica de los personajes populares, profunda y compleja, que lo separa de la literatura más pintoresca”. Aunque parezca una novela de denuncia, no lo es. En ella “no hay tesis ni representación maniquea del mundo”, simplemente se muestra desde lo cotidiano, con sus luces y sus sombras, la vida y la lucha de los hombres a partir de los cuales se forjará el gran proyecto de la Unidad Popular y su utopía de una revolución diferente en medio de la guerra fría. En esta novela late la más profunda cultura popular comunista, posiblemente la que le ha permitido a dicho partido sobrevivir hasta nuestros días.

El relato es casi ingenuo e incluso una lectura desatenta podría catalogarlo de maniqueo o simplista. Pero en Varas nada de lo sencillo es intrascendente

          Otro libro que pertenece a esta categoría, es Carne de perra, de Fátima Sime (LOM, 2009). Esta narración debe ser, posiblemente, una de las más elocuentes y desgarradoras acerca de la tragedia de la dictadura en Chile. Sobre este tema se ha escrito mucho, es verdad, y pienso que se seguirá escribiendo todavía más, ya que es un tema no resuelto en términos de la memoria colectiva y sigue siendo un escenario de conflicto, más o menos explícito, en el debate público. Pero la historia que relata Sime se sitúa en un punto más allá de las interpretaciones histórico – políticas. En ella no hay ideologías sino, probablemente, patologías. La novela nos hace mirar en la profundidad de los sentimientos y emociones, miedos, angustias y esperanzas, de los torturadores y sus víctimas. Es una especie de radiografía del sicópata y la traidora, en una relación espuria y enferma, donde hay más víctimas que victimarios. Escrita como con un cuchillo, cada frase es una estocada, y el lector no puede quedarse al margen del horror. ¿Horror a qué? ¿A la dictadura, a la DINA y su sistema de represión, a los altos funcionarios que hacían la vista gorda o mentían sin tapujos, a los periodistas que miraban a un lado o lisa y llanamente encubrían los crímenes? ¿Horror ante la mirada censora de los compañeros o del gesto de sobrevivencia inútil? Nada de eso o todo lo anterior. En definitiva, horror a la infinita capacidad del ser humano para hacer y hacerse daño, para sobrevivir, y la, muchas veces absurda, capacidad de soñar. Sime nos ofrece una historia difícil de leer pero iluminadora de nuestras complejidades políticas e históricas. Por supuesto, si nos atrevemos a transitar su lógica.

Escrita como con un cuchillo, cada frase es una estocada, y el lector no puede quedarse al margen del horror.

          Entre las muchas y tan buenas novelas de Diamela Eltit, hay una que sin lugar a dudas incluiría en esta serie. Jamás el fuego nunca (Seix Barral, 2011) es el relato de la derrota, de la doble o triple derrota de la izquierda chilena contemporánea. Trabajando con la metáfora de la célula, Eltit nos propone una reflexión descarnada acerca de la pérdida de sentido en una política de izquierda que, primero apostará por la resistencia insurreccional y luego por el acomodo, y deberá procesar la caída de las grandes promesas de la revolución en el siglo XX. Al final, la célula -o base o núcleo, pero siempre organismo base del partido político- queda condenada a la soledad y la extinción, recluida y enferma, prisionera de sus discursos que no le importan a nadie y desconectada de una sociedad que camina en otra dirección, una que los militantes desconocen y no saben cómo interpretar. O sea, nos habla de un organismo enfermo y terminal, como si el cambio de siglo hubiese descontinuado y remitido a la obsolescencia la vieja identidad de izquierda. Una pareja encerrada en una pieza, que ha traicionado a los compañeros y se ha traicionado a sí misma, espera la muerte, como único destino posible. Esta imagen es devastadora y, si hemos tenido tradición militante, nos interpela y nos obliga a repensar cómo estamos haciendo hoy la política. ¿Será un tema de procedimientos, incentivos o adecuadas movidas comunicacionales? Aunque resulte oscura en primera instancia, si uno se adentra en la novela con libertad y deseo de exploración, podría encontrar, sino respuestas, al menos algunas preguntas relevantes.

Una pareja encerrada en una pieza, que ha traicionado a los compañeros y se ha traicionado a sí misma, espera la muerte, como único destino posible.

          Por último, quiero marcar una novela extraña. Mientras buscaba libros que hablaran de la experiencia militante y, específicamente, de la comunista, me encontré con una novela que narraba con crudeza y profundidad el difícil tránsito que vivió la militancia comunista  desde su proyecto político reformador (la Unidad Popular) al proyecto revolucionario y guerrillero que, a partir de la lucha contra la dictadura y la asunción de la lucha armada, se propone la transformación social a través de una guerra prolongada, cuyo desenlace será trágico y patético. Se trata de Krumiro, escrita por el escritor magallánico Pavel Oyarzún (LOM, 2016). Esta historia, creo, parte de una cierta anomalía: la construcción de un personaje disfuncional, movido con la misma intensidad por Thanatos y Eros. Y la política insurreccional a la cual adscribirá, desafiando la vieja tradición comunista de sus padres, se moverá fuertemente entre su pulsión por la violencia y por el sexo, dos ámbitos que se homologan en su militancia. Krumiro es el apodo del protagonista, militante ochentero de las Juventudes Comunistas, adscrito al aparato militar de las mismas. Su motivación para militar es, por una parte, tener sexo con las compañeras, deseo que no tiene límites de ningún orden y que constituye una forma de rebeldía hacia la formación puritana de sus padres comunistas; y por la otra, como respuesta a una sociedad dictatorial y asesina, su instinto es el de la muerte, en el sentido de matar o morir, como proponían los manuales del héroe guerrillero de los sesenta. Su horizonte de vida es uno sólo: ser héroe o mártir. Pero su historia terminará en lo que él considera la mayor derrota posible: que la Concertación ganara el plebiscito del 88 y que la derrota de la dictadura no se produjera en medio de un baño de sangre. Al final, la tragedia de muchos militantes.

          Son libros pequeños, es cierto, pero nos invitan a una reflexión importante, de la cual es difícil quedar al margen. O sea, son grandes libros.

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