Para frenar al fascismo. Por Patricio Escobar (Barcelona, España)

por La Nueva Mirada

Desde hace años que venimos escuchando acerca del ascenso de diferentes expresiones políticas de carácter fascista. Ello, sin embargo, no significa que sea un problema reciente. Los inicios del actual proceso cuentan ya medio siglo y se encuentran en la fundación del Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen en Francia en 1972. El pilar programático de esta organización se vinculaba a los efectos de la migración y en general a la apertura comercial del país, lo que era consistente con las preocupaciones de sus principales adherentes, la población rural del sur de Francia, afectada por la reconversión productiva del país.

Los inicios del actual proceso cuentan ya medio siglo y se encuentran en la fundación del Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen en Francia en 1972.

No obstante, cuenta con antecedentes anteriores. En rigor, las teorías sobre las desigualdades dentro de la raza blanca se difunden desde finales de la Primera Guerra Mundial y en ello tiene un papel destacado Oswald Mosley, fundador de la Unión Británica de Fascistas. Iniciada la invasión de la URSS por parte de la Alemania nazi, en 1942, el discurso fascista adquiere una impronta más europea, abandonando el argumento de la cuestión judía para explicar la problemática social que afectaba a los grupos postergados de la sociedad. Así, la noción de Euronacionalismo inaugura la etapa del neofascismo. De la lucha contra la contaminación de la raza aria por parte de los judíos, a la xenofobia respecto a la inmigración, el pilar programático de la ideología fascista de ayer y hoy ha estado puesto en el rechazo de todos aquellos distintos y no europeos.

El episodio más próximo de ascenso de estos grupos es muy reciente. El 24 de enero, en las elecciones presidenciales en Portugal, una organización de este perfil, ¡Chega! (Basta en portugués), obtuvo un 11,9% de los sufragios, superando largamente el escaso 1,2% registrado hace solo 15 meses.[1]

El episodio más próximo de ascenso de estos grupos es muy reciente. El 24 de enero, en las elecciones presidenciales en Portugal, una organización de este perfil, ¡Chega! (Basta en portugués), obtuvo un 11,9% de los sufragios, superando largamente el escaso 1,2% registrado hace solo 15 meses.[1]

El panorama actual

De este modo, Portugal, que había mantenido a raya a la ultraderecha y era la excepción en Europa, cae finalmente abriéndose a un escenario en que este sector se torna un actor relevante de la política nacional, contexto en que se puede mencionar a Alternativa para Alemania (AfD), que cuenta con el 13% de la votación; al Frente Nacional (FN) en Francia, al que adhiere un cuarto de los electores; a Vlaams Belang (BV) de Bélgica, que tiene una intención de voto del 12%; a La Liga en Italia, que disputa el control del gobierno, siendo primera fuerza individual con el 34% de los votos; al Partido para la Libertad (PVV) en Holanda, segunda fuerza con el 13%; a Ley y Justicia (PiS) en Polonia, que con el 38% es el partido en el gobierno; al Partido Liberal de Austria (FPÖ) con el 27%; al Partido del Pueblo Suizo (SVP), primera fuerza parlamentaria con el 30% de los votos; a Demócratas Suecos (SD), que cuenta con el 18% de las preferencias; al Movimiento por una Hungría Mejor (Jobbik), que con el 20% de adhesión es la tercera fuerza de la coalición de gobierno de Víctor Orban; y cerrando con España, en que VOX, con el 15% de los votos en el 2019 se convirtió en la tercera fuerza parlamentaria.

Si h­­ubiera ­­­­que hacer un ranking de impacto y eficacia del neofascismo, habría que tener un apartado especial para el fenómeno del Trumpismo en USA que, aun derrotado con casi el 47% de los votos en las últimas elecciones, logró incrementar en más de 11 millones los votos obtenidos, en un contexto inédito, y con una de las peores gestiones de la crisis de la pandemia en que ya han muerto 420 mil norteamericanos y en que el país se hunde en su crisis más severa del último siglo. A pesar de eso, 74 millones de personas se inclinaron por reelegir a Donald Trump.

Si h­­ubiera ­­­­que hacer un ranking de impacto y eficacia del neofascismo, habría que tener un apartado especial para el fenómeno del Trumpismo en USA

Ciertamente las particularidades del electorado medio norteamericano son singulares. No podemos olvidar cómo en medio de la primera campaña de Obama, algunos estudios de opinión señalaban que el 13% de los norteamericanos creía que el candidato demócrata era en realidad “el diablo”, pero, además, otro 13% no estaba muy seguro de eso[2], sin omitir que el 6% de los votantes demócratas coincidía en que se trataba del mismísimo “Anticristo”, o que un 54% pensaba que las vacunas producían autismo. No es menor que el 61% del electorado republicano creyera que Obama es musulmán, o que solo el 20% deseaba en el 2015 que las cosas siguieran como estaban, o incluso que un 4% (equivalente a más de 13 millones de personas) afirmara que Obama no es el Anticristo porque en realidad es un alienígena reptiliano.[3]

El fascismo y sus condiciones

El fascismo es un fenómeno político que surge con fuerza en los pantanos de las crisis. Cuando los sistemas políticos se muestran incapaces de procesar los conflictos de clase propios de la sociedad capitalista, emergen estas alternativas out siders. Pero ellas requieren de ciertas condiciones:

La primera de ellas es la existencia de una población victimizada. Cada proceso de cambio y reconversión productiva da lugar a segmentos objetivamente desplazados de los beneficios esperados o reales y que, incluso empeoran, en términos absolutos, sus condiciones de vida. El siglo XX fue el escenario de muchas de esas transformaciones y en distintos lugares generaron bolsones de exclusión a los cuales el sistema social no pudo dar cobijo y fueron oídos receptivos a un discurso que señalaba culpables, reales o imaginarios. Pero a ellos se suma otro segmento, que no siendo parte de esos excluidos y marginados, siente el temor de serlo. Aunque no es solo temor. Para que el miedo dé lugar a fenómenos colectivos como el fascismo, se requiere un escenario de deterioro cultural y de analfabetismo funcional severo[4], y el deterioro y obsolescencia de los sistemas educacionales en el mundo lo explica.

Para que el miedo dé lugar a fenómenos colectivos como el fascismo, se requiere un escenario de deterioro cultural y de analfabetismo funcional severo

La segunda condición es la presencia de una “vanguardia”. En diversos momentos de la historia, las crisis y las transformaciones profundas han provocado víctimas y escenarios de temor e incertidumbre que no han desembocado en procesos políticos extremos. Para ello se requiere de un actor político y una unidad de acción; una organización capaz de sobrevivir en estado de hibernación por largos periodos en las más profundas cavernas de la política y con un muy escaso sentido del ridículo. Actores marginales con una exigua, pero leal feligresía, que se mantienen repitiendo como mantra un discurso simple y que siempre gira en torno a la reivindicación de lo tradicional como defensa frente a los cambios que ven perjudiciales y en que inevitablemente tienen participación unos “otros” distintos y extranjeros. Esos otros encarnan los males y en general se les acusa de los crímenes y faltas más sensibles: son los “judíos usureros”, los “moros violadores” o los “sudacas delincuentes”.

una organización capaz de sobrevivir en estado de hibernación por largos periodos en las más profundas cavernas de la política y con un muy escaso sentido del ridículo.

La tercera condición es la presencia de un liderazgo carismático. En un escenario de población victimizada, con una organización que, por marginal que sea, logra elevar su voz frente a la opinión pública. Su discurso tiende a reivindicar “el orden” frente a un escenario que identifican como caótico y carente de valores. Por ese motivo, el liderazgo carismático es siempre de corte autoritario y la imagen de este líder a los ojos de quienes escuchan su discurso es consistente con el diagnóstico que hacen de la sociedad.[5] Satisfechas estas tres condiciones, las organizaciones de esta naturaleza se pueden transformar en vanguardia, en el sentido más práctico de la organización leninista. Lo que la diferencia de aquella que impulsa la transformación socialista es la dirección en que orientan su mirada. Mientras las vanguardias socialistas apelan al futuro para curar las penas del presente, el fascismo lo hace mirando al pasado, cuando “esto no pasaba”.

Mientras las vanguardias socialistas apelan al futuro para curar las penas del presente, el fascismo lo hace mirando al pasado, cuando “esto no pasaba”.

El fracaso de los frentes antifascistas

En distintos lugares y momentos, el sistema político ha enfrentado la emergencia de estas organizaciones y la respuesta, no por ser más recurrente, ha resultado más efectiva. Se trata de los tradicionales “frentes antifascistas”. Probablemente el fracaso más sonado de esta estrategia se dio a inicios del siglo pasado, cuando el mundo veía atónito cómo el nacionalsocialismo se consolidaba hasta alcanzar el gobierno en Alemania en 1933 o, previamente, cuando la audacia de Mussolini lo llevó a encabezar la Marcha sobre Roma en 1922. Los sucesos posteriores en Europa son conocidos y el mundo se hundió en el conflicto más cruento de la Historia. Paradojalmente, el único lugar en que un frente de esta naturaleza tuvo relativo éxito durante un periodo fue en Chile entre 1938 y 1948. Habiendo cumplido su misión, fue repudiado como pacto por las fuerzas de la derecha y supuso la ilegalización del Partido Comunista.

Paradojalmente, el único lugar en que un frente de esta naturaleza tuvo relativo éxito durante un periodo fue en Chile entre 1938 y 1948.

En este siglo, la respuesta va en la misma dirección, solo que ahora se define como “cordón sanitario”. En Europa se ha usado este concepto, que tiene su origen en los intentos de aislar el ejemplo de la naciente URSS. Se trata de generar acuerdos implícitos, para no establecer ningún tipo de pactos con partidos de corte fascista.[6] Sin embargo, y en atención a los resultados, esta estrategia ha sido claramente ineficaz.

La primera razón está en la rapidez con que el neofascismo alcanzó una masa crítica que vuelve imposible invisibilizarlo, y los medios de comunicación lo entendieron así, convirtiéndose activa o pasivamente en la caja de resonancia que nunca tuvo en el pasado. Esto alimentó su espiral ascendente y lo llevó a participar activamente de las instituciones y en algunos casos a controlarlas.

los medios de comunicación lo entendieron así, convirtiéndose activa o pasivamente en la caja de resonancia que nunca tuvo en el pasado.

Una segunda razón está en la estrategia seguida por las fuerzas conservadoras frente a la aparición de esta competencia por la derecha. Las respuestas tradicionales de ese sector se dirigían hacia la izquierda como adversario y giraban recurrentemente en torno a las políticas económicas pro mercado y la desregulación, quedando los temas sociales lejos de la primera línea, fundamentalmente porque no habían cultivado un perfil propio y más agresivo desde hace décadas. Las políticas progresistas como las leyes de divorcio, el aborto, los derechos de las minorías sexuales (matrimonio y adopción incluidas) constituyeron derrotas en el plano valórico relativamente silenciosas. Se rasgaron vestiduras frente al orden divino avasallado y varios fetos de plástico fueron sacados en procesión como denuncia, pero no mucho más.

Pero cuando ese conservadurismo fue asediado desde su flanco derecho, este quedó inerme. Después de todo, en muchos casos provenían desde sus propias filas. A diferencia del enfrentamiento contra el adversario de siempre, en este caso la derecha no tuvo un discurso afirmatorio de su ideología, su programa o sus intereses. Diagnosticó que su electorado era un terreno de disputa y su resolución estaba en profundizar el nuevo discurso dominante. Así la derecha de siempre se vistió de ultraderecha también, proceso que se afianzó a medida que el discurso neofascista se radicalizaba. En España, Santiago Abascal, de VOX, tilda al PP y a Ciudadanos de “derechita cobarde”, y estos, en vez de salir a defender sus posiciones como lo harían frente a la izquierda, parecen estar en el patio de una escuela y salen en tromba a declamar que ellos no son cobardes, deshaciéndose en acciones para evidenciarlo. El resultado final ha sido que el mercado se ha inclinado más por la mercancía original que por las imitaciones. En España VOX se ha convertido en la tercera fuerza parlamentaria, fagocitando parte del electorado del PP y de Ciudadanos.

Pero cuando ese conservadurismo fue asediado desde su flanco derecho, este quedó inerme. Después de todo, en muchos casos provenían desde sus propias filas.

Así la derecha de siempre se vistió de ultraderecha también, proceso que se afianzó a medida que el discurso neofascista se radicalizaba.

En España VOX se ha convertido en la tercera fuerza parlamentaria, fagocitando parte del electorado del PP y de Ciudadanos.

¿Qué hacer?

Arribado a este punto, resulta obligado volver sobre la estrategia para hacer frente al fascismo y en ese entendido responder por qué los frentes antifascistas no son la solución.

Lo primero es constatar que la estrategia de los frentes antifascistas o de tender cordones sanitarios se ha mostrado inútil. En algunos ayuntamientos de España, por ejemplo, VOX ha presentado propuestas desprovistas de mayor carga ideológica y muy cercanas al sentido común, que el resto de las fuerzas han tenido que apoyar para no perjudicar a la ciudadanía. Desde ese punto de vista, una vez que una fuerza alcanza un determinado tamaño, no puede ser omitida; de lo contrario, se corre el riesgo de no poder gobernar al no alcanzarse mayorías suficientes para apoyar cualquier iniciativa. La izquierda o la derecha se ven obligadas, con más o menos desagrado, a aceptar su apoyo o su abstención, con lo cual el cordón sanitario deja de existir.

La izquierda o la derecha se ven obligadas, con más o menos desagrado, a aceptar su apoyo o su abstención, con lo cual el cordón sanitario deja de existir.

Lo segundo alude a los orígenes de esta escalada del neofascismo. Distintas regiones del mundo sufrieron los efectos del llamado Consenso de Washington, que promovía la instalación de idearios neoliberales -ya probados años antes en Chile-, en el contexto de la Globalización que se inicia a principios de los años noventa. Este avasallador proceso oxigenó a un conservadurismo momificado y carente de ideas, y no fue contrastado por una izquierda derrotada por diversas vías materiales e ideológicas. El reinado neoliberal y su lenta evolución posterior fue posible porque los sistemas políticos desarrollaron lógicas centrípetas en que todos los actores disputaban el centro político, mientras que en la sociedad todos nos convertíamos en clase media.

El reinado neoliberal y su lenta evolución posterior fue posible porque los sistemas políticos desarrollaron lógicas centrípetas en que todos los actores disputaban el centro político, mientras que en la sociedad todos nos convertíamos en clase media.

Cuando el neoliberalismo nos devolvió a la ley de la selva, dejando amplios bolsones de exclusión que luego fueron caldo de cultivo para el neofascismo, no hubo un discurso claro que evidenciara esta realidad. Una izquierda agonizante no tuvo fuerza, mientras que la otra, socialdemócrata, se plegaba de manera acrítica a los nuevos tiempos y renegaba de su pasado popular. Un proceso similar, en que todos con nuestras diferencias nos plegamos contra un enemigo común, es profundamente falaz. Está en el origen del problema actual y no es la solución.

Al fascismo hay que combatirlo con ideas. En ausencia de estas, la represión en sus distintas formas solo lo victimiza.

La alternativa solo puede ser la recuperación de una propuesta de cambio auténticamente popular. Un discurso de izquierda claro y sin ambigüedades, que se dirija a los sectores excluidos. Al fascismo hay que combatirlo con ideas. En ausencia de estas, la represión en sus distintas formas solo lo victimiza.

Lo anterior no implica que no se puedan hacer pactos con otros idearios democráticos, pero ello debe ser posterior al debate ideológico. Lo contrario, siempre supone la aglomeración en el centro político, en que todo perfil propio se diluye, hasta quedar solo más de lo mismo. Eso que la sociedad ya rechazó y que condujo a una parte a prestar oídos al discurso del fascismo.

Eso que la sociedad ya rechazó y que condujo a una parte a prestar oídos al discurso del fascismo.


[1] https://www.lavanguardia.com/politica/20210123/6192117/llega-chega.html

[2] https://www.publicpolicypolling.com/news/poll-13-percent-say-obama-the-antichrist/

[3] https://www.theguardian.com/world/2013/apr/02/americans-obama-anti-christ-conspiracy-theories

[4] https://www.elmundo.es/internacional/2016/10/19/580677bf46163ff32c8b4621.html

[5] Con excepción de Marie Le Pen, del Frente Nacional en Francia, el resto de los partidos neofascistas están dirigidos por hombres de mediana edad, que políticamente provienen del conservadurismo, pero que han radicalizado sus posturas. En general, tienen un discurso y un comportamiento coherente, lo que, a vistas de sus seguidores, fortalece su carisma. Desde Abascal en España a Bolsonaro en Brasil, desde Kast en Chile a Orbán en Hungría. En todos los casos, este perfil se reproduce.

[6] https://elpais.com/internacional/2019/11/16/actualidad/1573911285_750412.html

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