Este año se anuncia una multiplicidad de eventos, algunos de ellos de carácter oficial, para conmemorar los 130 años del nacimiento de Lucila Godoy Alcayaga en Montegrande. La inmensa obra de quien fuera conocida universalmente como Gabriela Mistral no termina de difundirse y reconocerse.
Ese letargo desnuda una evidencia vergonzante –justificada por algunos en razón de su larguísima residencia fuera de Chile- que ahorra comentarios. Recibió el Premio Nobel (1945) seis años antes de que se le otorgara el Premio Nacional de Literatura (1951).
Su íntima amiga, secretaria y albacea, Doris Dana, aportó un significativo y muy ordenado poemario inédito (71 poemas) una década después del fallecimiento de Gabriela. Doris murió el año 2006 y desde entonces se han descubierto más de cuarenta mil manuscritos de la Mistral, que han permitido conocer facetas poco exploradas de sus vivencias como mujer apasionada, pero también lúdica y gozadora que nos sigue regalando su genio creativo a 62 años de su partida en 1957.
Poema de Chile, que describe un viaje desde el extremo norte hasta la Patagonia tuvo su primera versión, poco difundida, en 1967. En 2010 una nueva edición (Universidad Católica) incorporó parte de su legado inédito. Más recientemente, la indagación del profesor Diego del Pozo agregó 59 poemas al tránsito de Gabriela Mistral por nuestra larga y angosta faja de tierra.
Este año se escuchará muchas veces su nombre y en publicitados eventos se recordará a la nacida en Montegrande.
De POEMA DE CHILE
ARAUCANOS
-Ahora, Tolomí, entiende
vamos pasando, pasando
la vieja Araucanía
que ni vemos ni mentamos.
Vamos, sin saber, pasando
reino de unos olvidados,
que por mestizos banales,
como fábula olvidamos,
aunque nuestro rostro fiel
los declare como un canto.
Eso que viene y se acerca
como una palabra rápida
no es el escapar de un ciervo
que es una india azorada.
Lleva a la espalda al indito
y va que vuela. ¡Cuitada!
-¿Por qué va corriendo, di,
y escabullendo la cara?
Llámala, tráela, corre
que se parece a mi mama.
-No va a volverse, chiquito,
ya pasó como un fantasma.
Corre más, nadie la alcanza.
Va escapada de que vio
forasteros, gente blanca.
Chiquito, escucha: ellos eran
dueños de bosque y montaña
de lo que los ojos ven
y lo que el ojo no alcanza,
de hierbas, de frutos, de
aire y luces araucanas,
hasta el llegar de unos dueños
de rifles y caballadas.
-No cuentes ahora, no
grita, da un silbido, tráela.
-Ya se pierde ya, mi niño,
de Madre- Selva tragada.
A qué lloras? Ya la viste,
ya ni se le ve la espalda.
-Di cómo se llaman, dilo.
– Hasta su nombre les falta.
Los mientan araucanos
y no quieren de nosotros
vernos bulto, oírnos habla.
Ellos fueron despojados,
pero son la Vieja Patria,
el primer vagido nuestro
y nuestra primera palabra.
Son un largo coro antiguo
que no más ríe y ni canta.
Nómbrala tú, di conmigo:
brava-gente- araucana.
Sigue diciendo: cayeron.
Di más: volverán mañana,
Deja, la verás un día
devuelta y transfigurada
bajar de la tierra quechua
a la tierra araucana,
mirarse y reconocerse
y abrazarse sin palabras.
Ellas nunca se encontraron
para mirarse a la cara
y amarse y deletrear
sobre los rostros sus almas