El Escritor Maldito tuvo una corta, pero prolífica carrera. No fue valorado en su momento, en donde el escándalo por su romance con su colega Paul Verlaine opacó su descomunal y abrumador talento.
Fue en el verano de 1871 que Arthur Rimbaud (1854-1891), alentado por un profesor, le envió su obra al reconocido escritor Paul Verlaine para pedirle su crítica y apoyo. El joven de 16 años dejó su pueblo (Charleville) para adentrarse en la caótica y embrujante París de la segunda mitad del siglo XIX.
Si bien era un adolescente pueblerino, con un par de maletas pobres, su estampa enfundada en un imitar la fina figura del hombre de ciudad, con una pipa y sombrero, deslumbraron a Verlaine, quien quedó embrujado con sus pálidos ojos azules lo lleva a escribir -posteriormente- que quedó “conmovido por su extrema originalidad y misticismo lírico”.
Verlaine lo recibe en su casa y analiza “El barco ebrio”, poema de Rimbaud que le abrió las puertas de la capital francesa:
Agua verde más dulce que las manzanas ácidas en la boca de un niño mi casco ha penetrado, y rodales azules de vino y vomitonas me lavó, trastocando el ancla y el timón.
Desde entonces me baño inmerso en el Poema del Mar, infusión de astros y vía lactescente, sorbiendo el cielo verde, por donde flota a veces, pecio arrobado y pálido, un muerto pensativo.
(Fragmento de “El barco ebrio”)
Si bien Rimbaud quedó embobado con el mundo, con el París postrevolucionadio (que también deslumbró a Charles Baudelaire llevándolo a combatir en la trinchera), Verlaine era incapaz de mirar más allá del joven poeta: “físicamente era alto, bien conformado, casi atlético”, confiesó su obra Los Poetas Malditos. Añadiendo, “su rostro tenía el óvalo del de un ángel desterrado, los despeinados cabellos eran de un color castaño claro y los ojos de un azul pálido inquietante”.
Fueron tres semanas las que estuvo Rimbaud en casa de Verlaine que bastaron para que la personalidad “rebelde y curiosa” del joven lo enamorara. Deja de interesarse por su esposa (Mathilde Mauté) e hijo (George) y está dispuesto a dejarlo todo por el adolescente, quien –en cambio- buscaba descubrir el mundo a través de la poesía, la experimentación con su cuerpo y el amor.
Se convierten en amantes, pasionales, que iban desde el enfrentamiento al sexo. Mathilde sospecha de la homosexualidad de su marido y cela a Rimbaud. Los enamorados dejan París y se van a Londres, a vivir en la bohemia, conociendo bibliotecas y yendo de reunión en reunión con poetas, pensadores, artistas.
Mientras Mathilde decide dejar a Verlaine, en Londres comienzan los conflictos entre los dos escritores. Los golpes, gritos y discusiones agotan a Rimbaud quien se va a Bélgica en busca de la paz.
Eso en lo personal, porque literariamente son los años en Londres los que le dan el peso a las letras de Rimbaud, quien escribe Una temporada en el Infierno, en donde le dedica a Verlaine «Hay que reinventar el amor».
“El dice: “Yo no amo a las mujeres. Hay que reinventar el amor, es cosa sabida. Ellas no pueden desear más que una posición segura. Conquistada la posición, corazón y belleza se dejan de lado: sólo queda un frío desdén, alimento del matrimonio hoy por hoy. O bien veo mujeres, con los signos de la felicidad, de las que yo hubiera podido hacer buenas camaradas, devoradas desde el principio por brutos sensibles como fogatas …”
“Yo lo escucho hacer de la infamia una gloria, de la crueldad un hechizo. “Soy de raza lejana: mis padres eran escandinavos; se perforaban las costillas, se bebían la sangre. Yo me voy a hacer cortaduras por todo el cuerpo, me voy a tatuar, quiero volverme horrible como un mongol: ya verás, aullaré por las calles. Quiero volverme loco de rabia. Jamás me muestres joyas, me arrastraría y me retorcería sobre la alfombra. Mi riqueza, y o la querría toda manchada de sangre. Jamás trabajaré …”
(Fragmento «Hay que reinventar el amor»)
Desesperado, Verlaine intenta volver con su esposa. Tras el rechazo busca nuevamente a Rimbaud, quien también se niega, pero no por ello deja de acudir al encuentro: “Rimbaud dejó la habitación al tiempo en que la depresión de Verlaine descubría el revólver que llevaba en el bolsillo. Dos disparos y Rimbaud cae. La primera bala lo hirió en la mano izquierda, la segunda no lo alcanzó”, describe Jéssica Martínez en su texto Rimbaud y Verlaine: la pasión de los relámpagos.
El arrebato pasional llevó a Verlaine a la cárcel, período prolífico en cuanto a creación. Tras dos años salió libre y nunca volvió a ver a Rimbaud.
La madre
Vitalie Cuif tuvo la eterna fama de haber sido severa y lejana a su hijo, sin embargo de la biografía La verdadera madre de Rimbaud, escrita por Francoise Lalande derrumba el negativo mito.
Es verdad que el joven dilapidó su fortuna en alcohol y viajes; que ella debió ahorrar hasta en la mantequilla que consumía; y que fue “prisionera de su moral burguesa” frente al romance de Rimbaud con Verlaine; pero “la relación de (ambos) está llena de dolor, peleas y reconciliaciones. Protagonizaron una historia de amor difícil, porque madame Rimbaud y su hijo eran muy parecidos: los dos eran inteligentes y duros», explica Lalande.
Abandonada por su marido, Vitale sacó a sus cuatro hijos adelante. Dirigiendo una granja logró salir de abismo. “La vida de las mujeres en el siglo XIX era difícil, y ser mujer en el campo lo era todavía más. A pesar de todas esas dificultades, surge un genio en la familia», afirma Lalalde
Para Vitalie, el sufrimiento de Rimbaud era un castigo a su desobediencia divina que rompía con los “esquemas tradicionales”; razón que la llevó a odiar la poesía que escribía. No obstante, demostró tener “amplitud de miras” ante la homosexualidad de su hijo.
La madre del poeta, en medio del huracán que vivían Rimbaud y Verlaine, le escribió una carta al amante de su hijo, “misiva que se contradice con su proverbial sequedad. ‘Yo también he sido desdichada. Mucho he sufrido, mucho he llorado pero he sabido que todas las aflicciones se volverían en mi provecho’(…) le confesaba a un despechado Verlaine que luego heriría de bala a su hijo Arthur.’”, comenta Lalalde.
La poesía
En 1871, Arthur Rimbaud le escribe una carta a Paul Demeny, en donde analiza el rol del poeta, quien no debe ser un artista, sino que un vidente: “y a partir de entonces pone todo el empeño en evadirse de lo real y en la penetración del universo inexplorado de las sensaciones dirá ‘el poeta se vuelve vidente por un logro inmenso y razonado desequilibrio de todos los sentidos. Todas las formas de amor, de sufrimiento, de locura; el mismo busca, agota en sí todos los venenos”.
El mundo interior de Rimbaud se presenta en su obra como un paradigma de complejidad y riqueza Por ejemplo, en Une saison en enfer, hay un uso perverso, anómalo y atípico del lenguaje. Eso quiere decir que las palabras son no un medio, sino un fin en sí mismas.
Se puede hablar de “Hipóstasis del Significante”: es decir, el lector debe ponerse al lado y del lado de las palabras y del significante. De no ser así, es imposible comprender, aceptar, los temas tabú, blasfemos y transgresores que encontramos en su poesía. “Podemos quedar hipnotizados por el significado sin percatarnos de la forma, sin darnos cuenta de que el autor está jugando a asustar al lector, sin percibir los rasgos de humor y de artificialidad y de artificiosidad del texto”, explica Ramiro Martín en Rimbaud o el arte de la paradoja. Apuntes para una lectura de Une saison en enfer.
El axioma (verdad incuestionable) de Rimbaud se puede entender como un rechazo del principio de identidad. “A lo largo de la historia de la filosofía han existido dos grandes corrientes, dos maneras de entender el pensamiento: la del saber estático fundada por Parménides sobre el principio de identidad: El ser es y el no ser no es, y la del saber dinámico —o si se quiere paradójico—, con sus orígenes en Heráclito: más allá de la aparente quietud de la realidad, todo fluye, todo es devenir, un estar constantemente siendo y no siendo”, añade Martín.
Rimbaud es en sí una paradoja, Si tomamos Una temporada en el infierno, ya desde el título hallamos una doble lectura, una provocación. El infierno es eterno, no se puede pasar una temporada.
Antaño, si mal no recuerdo, mi vida era un festín donde corrían todos los vinos, donde se abrían todos los corazones. Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié. Yo me he armado contra la justicia.
Yo me he fugado. ¡Oh brujas, oh miseria, odio, mi tesoro fue confiado a vosotros! Conseguí desvanecer en mi espíritu toda esperanza humana. Sobre toda dicha, para estrangularla, salté con el ataque sordo del animal feroz. Yo llamé a los verdugos para morir mordiendo la culata de sus fusiles. Invoqué a las plagas, para sofocarme con sangre, con arena. El infortunio fue mi dios. Yo me he tendido cuan largo era en el barro. Me he secado en la ráfaga del crimen. Y le he jugado malas pasadas a la locura.
Y la primavera me trajo la risa espantable del idiota.
(Fragmento)
En este texto trata de buscar un sentido y una explicación a la vida. “Es un estudio del alma humana, siguiendo los modelos poéticos, pero con una orientación enteramente distinta y original”, añade Martín
La honestidad y el crimen son puestos en la balanza y pesan lo mismo. Su inconformismo es sinónimo de la inadaptación y Rimbaud proclama individualismo: “Moi, je suis intact, et ca m’est égal”: Yo, estoy intacto, y no me importa dice literalmente, pero el trasfondo es -según Martín- “yo soy la Inmaculada Concepción, y eso me trae sin cuidado”.