Tensiones en la DC. ¿Hacia dónde se inclina la falange?

por La Nueva Mirada

Fuad Chaín no fue el artífice de la ruptura  de la alianza entre el centro y la izquierda pero hay que admitir que ha implementado, con entusiasmo y convicción, la idea de resituar a la Democracia Cristiana como un partido de centro, alternativo a la izquierda y la derecha, que está en los genes de su creación y que tan buenos réditos le reportara para impulsar la llamada “Revolución en libertad” liderada por Eduardo Frei Montalva.

Sin embargo la derecha nunca  perdonó que luego de haber apoyado a  Eduardo Frei, como su única opción para evitar el triunfo de Salvador Allende, el ex mandatario falangista insistiera en cumplir su programa de transformaciones, que incluía la “chilenización” del cobre, una incipiente reforma agraria y la promoción popular, que lo enfrentaron con la derecha más tradicional, que lo llegó a calificar como el “Kerensky” chileno. El que había pavimentado el camino al comunismo en la Rusia soviética.

Con el triunfo de la Unidad Popular, luego que la Democracia Cristiana optara por aprobar la ratificación de su triunfo en el Congreso y suscribir un “estatuto de garantías democráticas”, el partido de la falange se definió como un partido de oposición al Presidente Allende. Una postura que fue endureciendo en la misma medida que se polarizaba el escenario político, decidiendo integrar la llamada Confederación Democrática (CODE) aliada con la derecha, desechando cualquier posibilidad de acuerdo con el gobierno de Salvador Allende (pese a los esfuerzos de mediación del Cardenal Silva Henríquez), en tanto que sus parlamentarios aportaban sus votos en el Congreso para sostener que el gobierno había sobrepasado la legalidad.

Un golpe de Estado instaló en el poder a la Junta Militar, rápidamente liderada por Augusto Pinochet, que la mayoría de la dirigencia PDC justificó inicialmente

El resto es historia conocida (al menos para las viejas generaciones). Un golpe de Estado instaló en el poder a la Junta Militar, rápidamente liderada por Augusto Pinochet, que la mayoría de la dirigencia PDC justificó inicialmente (con la resistencia de 13 histórico militantes, entre ellos, Renán Fuentealba, Bernardo Leighton, Mariano Ruiz-Esquide, Claudio Huepe, Jorge Donoso y Belisario Velasco) mientras otros afiliados y cuadros técnicos de la falange se incorporaban al nuevo régimen.

Años después, Eduardo Frei Montalva asumió un protagónico rol en la oposición a la dictadura, lo que precipitó su asesinato por agentes del régimen, mientras destacados dirigentes sociales, como  el líder sindical Manuel  Bustos y muchos otros, asumieron roles destacados en la convocatoria a protestas y movilizaciones a favor de la recuperación de la democracia, enfrentando los rigores de la represión.

También es historia conocida que aquella justificación inicial fue de corta data a la luz de los crímenes del régimen, sus señales para perpetuarse en el poder, la aplicación drástica del modelo neoliberal y la privatización de empresas del Estado. Años después, Eduardo Frei Montalva asumió un protagónico rol en la oposición a la dictadura, lo que precipitó su asesinato por agentes del régimen, mientras destacados dirigentes sociales, como  el líder sindical Manuel  Bustos y muchos otros, asumieron roles destacados en la convocatoria a protestas y movilizaciones a favor de la recuperación de la democracia, enfrentando los rigores de la represión.

La unidad entre el centro y la izquierda

El plebiscito de 1988, convocado por el régimen militar, con la pretensión de perpetuarse en el poder al menos por ocho años más, se constituyó en el punto de reencuentro entre la Democracia Cristiana y el Partido Socialista, generando una alianza que sobreviviría muchos años, integrando una de las coaliciones más estables, exitosas y duraderas de nuestra historia política.

Pero nada es eterno y la Concertación de Partidos por la Democracia, luego de vivir un largo y exitoso ciclo, empezó a agotarse. En muchos sentidos producto de sus propios éxitos, fracasos e insuficiencias, que le impidieron asimilar los veloces cambios y transformaciones que había contribuido a impulsar para plantear los nuevos desafíos de futuro. El desenlace de esta fase más reciente es conocido y pese a los esfuerzos desplegados por Michelle Bachelet en su segundo mandato, se acentuaron distancias con sectores de la DC, pese a su participación en dicha administración.

Una opción que la ex mandataria asumió sobre la base de ampliar la alianza de centro izquierda, incluyendo al Partido Comunista y elaborando un programa de gobierno que, según la Democracia Cristiana -que insistía en asumir la nueva coalición como un acuerdo político programático con fecha de término-, asumió  casi como un contrato de adhesión, sin entrar a los detalles. Lo  que, finalmente, derivó en los famosos “matices” o francas diferencias, que culminaron en desafección y ruptura de la alianza entre el centro y la izquierda.

Una opción que la ex mandataria asumió sobre la base de ampliar la alianza de centro izquierda, incluyendo al Partido Comunista y elaborando un programa de gobierno que, según la Democracia Cristiana -que insistía en asumir la nueva coalición como un acuerdo político programático con fecha de término-, asumió  casi como un contrato de adhesión, sin entrar a los detalles. Lo  que, finalmente, derivó en los famosos “matices” o francas diferencias, que culminaron en desafección y ruptura de la alianza entre el centro y la izquierda.

¿De vuelta al camino propio?

La Democracia Cristiana optó por enfrentar la última elección presidencial con una candidata propia en primera vuelta y una lista parlamentaria alternativa, con los resultados conocidos. Actualmente es un partido de oposición que marca su identidad en reiterados desencuentros con sus antiguos aliados de la izquierda, a través de una política abierta al dialogo y la búsqueda de acuerdos con el complicado gobierno, en un camino propio que, con no pocas contradicciones en su interior, apunta a reconstruir un centro alternativo.

Actualmente es un partido de oposición que marca su identidad en reiterados desencuentros con sus antiguos aliados de la izquierda, a través de una política abierta al dialogo y la búsqueda de acuerdos con el complicado gobierno, en un camino propio que, con no pocas contradicciones en su interior, apunta a reconstruir un centro alternativo.

Muy probablemente dicha política consigue un respaldo mayoritario al interior de la DC, que siente que la unidad con la izquierda, especialmente con el Partido Comunista, con el que mantiene profundas diferencias ideológicas y políticas, contribuyó a desperfilarla y fraccionarla, castigando su caudal electoral. Y que su actual política le ha permitido recuperar parte de esa identidad perdida, como supuestamente lo indicarían las encuestas.

En todo caso, resulta muy discutible que su alianza con la izquierda haya constituido “un mal negocio” para la DC, incluido el tiempo de la ex Nueva Mayoría. Esa alianza, en lo esencial, la permitió elegir a dos Presidentes de sus filas de manera consecutiva, ocupar cargos muy relevantes en los gobiernos de centro izquierda que le sucedieron y ser la primera fuerza política, parlamentaria y municipal del país, hasta la pasada elección que enfrentó en solitario.

La actual línea de conducción partidaria dista de ser consensual y compartido por el conjunto de la falange. Desde luego no por su ala más progresista, ni por toda la bancada parlamentaria (en especial la senatorial). Tampoco por algunos de sus liderazgos emblemáticos y buena parte de su base militante que durante los últimos 30 años ha trabajado codo a codo con la izquierda, enfrentando a la derecha.

La actual línea de conducción partidaria dista de ser consensual y compartido por el conjunto de la falange. Desde luego no por su ala más progresista, ni por toda la bancada parlamentaria (en especial la senatorial). Tampoco por algunos de sus liderazgos emblemáticos y buena parte de su base militante que durante los últimos 30 años ha trabajado codo a codo con la izquierda, enfrentando a la derecha.

El clima interno esta enrarecido, su unidad y fraternidad resquebrajada a partir de evidentes diferencias y una creciente incapacidad para procesarlas. Como ejemplo, el gesto del ex ministro Alejandro Foxley de reconocerle a Pinochet parte de su legado para asentar el modelo de libre mercado no tan sólo generó fuertes críticas internas sino también encono de sus antiguos aliados, que fueron las principales víctimas de la represión dictatorial. Y su actual política contribuye a dificultar futuras alianzas electorales con el resto de la oposición.

El problema es complejo para un partido que se define de oposición pero que permanentemente busca acuerdos mínimos con un gobierno con escasos márgenes de negociación, por tendencias internas obsesionadas por deshacer las reformas de la anterior administración y fuerte presión del gran empresariado que contrasta con la realidad de minoría parlamentaria de la derecha.

El problema es complejo para un partido que se define de oposición pero que permanentemente busca acuerdos mínimos con un gobierno con escasos márgenes de negociación, por tendencias internas obsesionadas por deshacer las reformas de la anterior administración y fuerte presión del gran empresariado que contrasta con la realidad de minoría parlamentaria de la derecha.

Una declaración del senador Francisco Huenchumilla explicita los fuertes reparos que se mantienen al interior de su bancada parlamentaria a la idea de la reintegración, que no tan sólo favorece a los sectores de mayores ingresos sino implica un franco retroceso a la progresividad y justicia tributaria alcanzada con la anterior reforma. La referencia al severo cuestionamiento realizado por el economista Ricardo Ffrench Davis a la iniciativa gubernamental resulta más que elocuente.

La controvertida aprobación de la idea de legislar el proyecto de reforma tributaria por parte de la DC y PRSD, pese a la suscripción de acuerdos previos al interior de la oposición, acentúa tensiones en el seno de la falange. La indeseada irrupción de Sebastián Piñera en la reunión entre autoridades de Hacienda, dirigentes y parlamentarios de la DC para suscribir un acuerdo en torno al proyecto de reforma tributaria, generó fuertes reacciones. Una declaración del senador Francisco Huenchumilla explicita los fuertes reparos que se mantienen al interior de su bancada parlamentaria a la idea de la reintegración, que no tan sólo favorece a los sectores de mayores ingresos sino implica un franco retroceso a la progresividad y justicia tributaria alcanzada con la anterior reforma. La referencia al severo cuestionamiento realizado por el economista Ricardo Ffrench Davis a la iniciativa gubernamental resulta más que elocuente.

En ese camino tan sólo puede ganar el gobierno (“cuando se gana con la derecha es la derecha la que gana” recordaba, con elocuencia, Radomiro Tomic) contribuyendo a la dispersión y división opositora.

Otro tanto puede ocurrir en materias sensibles como la reforma previsional o laboral. Sobre todo si la directiva DC persiste en su política de apertura, desechando la búsqueda de consensos en la oposición y negociando  de forma unilateral con el gobierno. En ese camino tan sólo puede ganar el gobierno (“cuando se gana con la derecha es la derecha la que gana” recordaba, con elocuencia, Radomiro Tomic) contribuyendo a la dispersión y división opositora.

Su propio espacio político es hoy disputado por diversos sectores laicos, liberales, confesionales o incluso de izquierda (como el caso de sectores del PPD que se definen de centro izquierda). No cabe duda es que es un segmento en disputa que resulta indispensable para constituir una mayoría social y política en el país.

En el contexto de una crisis generalizada en el actual espectro opositor, no son pocos los que piensan que la DC vive una crisis terminal que puede terminar en ruptura o franca irrelevancia. Su propio espacio político es hoy disputado por diversos sectores laicos, liberales, confesionales o incluso de izquierda (como el caso de sectores del PPD que se definen de centro izquierda). No cabe duda es que es un segmento en disputa que resulta indispensable para constituir una mayoría social y política en el país.

Y la Democracia Cristiana, más allá de tensiones, contradicciones y diferencias internas, puede jugar un rol relevante en aquella reconstrucción de la unidad social y política del pueblo, a la que se refería Radomiro Tomic.

 

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