A 50 años del primer shock petrolero. Por Patricio Escobar. Barcelona

por La Nueva Mirada

“¡Son los precios relativos, imbécil!”, probablemente habría espetado Bill Clinton a George Bush, si hubiera estado debatiendo sobre la inflación con él en este tiempo. Seguro que algunos habrían hecho oídos sordos y la atacarían a ojos cerrados con la tasa de interés. Sin embargo, nada evita que el primer productor de petróleo crudo y tercero de refinados esté en medio de una guerra y sus exportaciones sometidas a fuertes restricciones.

La primera crisis petrolera

Hace casi medio siglo se produjo la primera gran crisis del petróleo. Los miembros de la OPEP organizaron un embargo en contra de los países aliados de Israel en la llamada Guerra del Yom Kipur en 1973. El efecto prácticamente inmediato fue que el precio del petróleo se cuadruplicó, alcanzando los 12 dólares el barril, con un impacto devastador en Occidente. El mundo despertaba a la cruda realidad de haber sostenido la segunda revolución industrial, el modelo de producción en serie, el capitalismo keynesiano y el Estado de Bienestar en Europa, sobre el supuesto constante de un combustible inagotable y prácticamente regalado. Desde la calefacción de los hogares hasta los procesos industriales, dependían directamente de esa fuente de energía.

Los EE.UU., por su parte, con el 6% de la población mundial, consumía en aquella época un tercio de la energía de todo el mundo. La productividad del sector industrial norteamericano era cuatro veces superior a la media mundial, pero esto era a costa de consumir cinco veces más energía que esa media.[1]

Los impactos fueron inmediatos y confluyeron en un fenómeno no identificado con precisión, pero que combinaba el estancamiento recesivo con una espiral de precios. La contracción de la economía provenía directamente del aumento del costo de los factores productivos, principalmente la energía. La inflación derivaba del efecto directo del encarecimiento del precio del petróleo y sus derivados, e indirectamente, por el impacto del costo de los combustibles en otros sectores productivos.

Hasta ese momento, inflación y desempleo (resultado de la contracción de la economía), tendían a moverse en sentido inverso. A finales de la década del cincuenta del siglo pasado, el economista neozelandés William Phillips había expresado en una función matemática esa relación, en lo que se ha llamado la “curva de Phillips”. Con una pendiente negativa trataba de mostrar que, en periodos de actividad dinámica, la inflación tiende a crecer, esto porque se están usando más intensamente los factores productivos y esa mayor demanda estimula el aumento de los precios. En sentido contrario, en periodos de decaimiento de la actividad y aumento del desempleo, ello se refleja en una inflación menor. A pesar que con los años esta relación inversa ha sido cuestionada para el largo plazo generalmente, constituía una herramienta importante de política económica para alcanzar metas de inflación o desempleo, según los objetivos del gobierno. En ese entendido, el sentido común imperante no preveía que ambas variables, inflación y desempleo, pudieran moverse en el mismo sentido. El fenómeno llevó por nombre “estanflación”, producto de la fusión de dos conceptos: estancamiento e inflación.

A pesar que el concepto fue acuñado algunos años antes, hasta la crisis del petróleo no se había presentado un escenario más propicio para su utilización. Era el peor de los mundos para la gestión de la economía. Frente a una inflación en ascenso, se utilizaba la política monetaria contractiva, que encarecía el costo del dinero con tasas de interés más altas. Eso disminuía la demanda y reducía la variación de los precios. Frente a un periodo de aumento del desempleo, la política económica estimulaba la actividad, ya sea mediante una política monetaria expansiva con un dinero más barato debido a tasas de interés más bajas o directamente con una política de gasto público, siguiendo la huella keynesiana de estímulo de la demanda.

Sin embargo, en una situación de estanflación, una política contractiva para combatir la inflación, acarreaba altos costos en ocupación y empeoraba el cuadro de desempleo que se vivía. Por otra parte, una política de estímulo de la demanda para combatir el desempleo, aceleraba la espiral de precios. Ese dilema, que aparentemente era estrictamente económico, se resolvió desde una perspectiva política, a través de la lucha de clases. Las sociedades en que los trabajadores y sectores populares contaban con mayor capacidad de presión, privilegiaron avanzar en metas de actividad y ocupación, y aquellas en que los grupos con saldos no indexados a la inflación tenían más poder, sacrificaron empleo por el control de precios.

Inflación y Desempleo en algunos países

Fuente: Elaborados con datos del Banco Mundial. https://datos.bancomundial.org/indicador/FP.CPI.TOTL.ZG?locations=GB

Esto implicó el que, durante toda la década, algunos países debieron convivir con niveles de precios muy por encima de los que había antes de la crisis. En el caso de USA, se mantuvo más apegado al dilema de Phillips. Ciertamente la inflación castigó el poder adquisitivo de la clase trabajadora, pero el desempleo era claramente mucho más letal.

El giro neoliberal encabezado por Margaret Thatcher y Ronald Reagan en los años ochenta, llevó a la economía a deshacerse de la incómoda Curva de Phillips, que evidenciaba los aprietos en que quedaba la autoridad económica frente a la estanflación y privilegió salir del atolladero mediante el control de la inflación. Derrotados los trabajadores organizados por la ofensiva antisindical de Reagan[2], y los sindicatos mineros por la política de Thatcher, no había peligro de rechazo organizado a la política económica antiinflacionaria y el neoliberalismo.

Desde la década del ochenta en adelante, el mundo ya había abandonado esos modelos keynesianos a los que el desempleo les resultaba tan desagradable, dando paso a enfoques neoliberales en que la inflación era declarada el enemigo público número uno de los economistas y otra gente de bien. Quedaron herejes, por cierto, pero se cuidaron de librar una batalla ya perdida por el sentido común. El neoliberalismo se impuso como un escudo de defensa de la economía financiera y convenció a los trabajadores que lo peor que podía ocurrirles era perder poder adquisitivo. Perder todo el ingreso producto del desempleo era una realidad que convenía mantener bajo la alfombra.

Y medio siglo después…

La década del noventa estuvo caracterizada por el impulso a una política de globalización, particularmente desde USA. Sistematizada la experiencia neoliberal en el llamado “Consenso de Washington”,[3] ahora se ofrecía como un manual que debía guiar la política de todos aquellos países que no lograban dejar atrás la crisis de la deuda externa y avanzar hacia una economía liberal con Estado mínimo, de esos que no estorban demasiado la acumulación.

Fuente: Elaborado con datos de https://es.statista.com/estadisticas/635114/precio-medio-del-crudo-fijado-por-la-opep/ y https://elpais.com/economia/2020-09-15/el-petroleo-tiembla-ante-la-incertidumbre-de-la-pandemia.html

Durante los años noventa, la economía mundial creció un 49%,[4] al tiempo que la producción petrolera lo hacía en torno al 24%.[5] Innovaciones tecnológicas que incrementaron la eficiencia de los procesos productivos y los medios de transporte, permitieron ese incremento del PIB mundial, con un consumo menor de energía. Sin embargo, la década siguiente no sería tan apacible en ese mercado.

Entre el año 2000 y 2010, el PIB mundial creció un 96,6% y ello se tradujo en una fuerte presión en el mercado de los combustibles. El precio del barril de petróleo se multiplicó por 2,4, pasando de 26,6 dólares el barril a 67,4.[6] Esta escalada solo se detuvo al iniciarse la última crisis financiera, la llamada Gran Recesión. La contracción sufrida por la actividad económica en los países industrializados, derrumbó los mercados de las materias primas y el del petróleo, cuyo precio cayó desde los 110 dólares el barril en el año 2012, hasta 41 dólares en el 2016.

Pero este comportamiento del mercado no solo es producto de una contracción de la demanda mundial, motivada por la reducción de la actividad. Al mismo tiempo se producía una fuerte expansión de la oferta, resultado de innovaciones en la extracción, como es el petróleo y el gas de esquisto en USA. La producción de gas por esta vía aumentó un 48% entre los años 2017 y 2018, y la de petróleo en un 33%.[7]

Producción mundial de petróleo crudo

Fuente: Tomado de https://datos.enerdata.net/petroleo-crudo/datos-produccion-energia-mundial.html

El año 2020 rompió esta tendencia con la pandemia. El confinamiento hizo que los precios cayeran un 35% y ello condujo a la OPEP a tomar medidas drásticas de recorte de la producción en el mes de abril de ese año. En ese momento se inicia la escalada de precios del petróleo y los hechos posteriores solo han agravado la situación.

Un mercado en crisis

Es indudable que la pandemia impactó profundamente la economía mundial, pero no solo en términos de reducción de la demanda producto del confinamiento. La alteración de los flujos de suministros del comercio internacional tensó más el cuadro y cuando el mundo apretaba los dientes buscando una salida que evitara una recesión global, acompañada de inflación, comenzó a escalar la crisis de Ucrania, que ha acabado en una guerra abierta.

Resulta inevitable que la guerra de Ucrania deprima considerablemente el crecimiento mundial. Esto ha llevado a reducir la estimación de demanda de petróleo para este año, en cerca de un 2%,[8] quedando por debajo de los 100 millones de barriles diarios (mbd). La variable explicativa principal de esta situación es que el tamaño de Rusia como primer productor de crudo y tercer oferente mundial de petróleo refinado hace inevitable un nuevo shock petrolero. Según la International Energy Agency, no es posible reemplazar el aporte de Rusia a la oferta global de combustible.[9] Los únicos países que podrían contribuir parcialmente a compensar esta reducción son Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos. Sin embargo, no se aprecia una voluntad en ese sentido. A pesar de las presiones ejercidas, solo han comprometido un incremento de 400 mil barriles diarios de petróleo (kbd), lo que es poco más que simbólico.

A partir de esta constatación, se ha procedido a echar mano de las reservas estratégicas de combustible de diversos países e instituciones, para evitar la paralización de la economía. Actualmente se estima que la suma de las reservas disponibles cubre 57,2 días de demanda futura, 13,6 días menos que hace doce meses.[10]

Al día de hoy, es un hecho que fruto de las sanciones de Occidente a Rusia, los 8 mbd que exporta ese país se reduzcan a 5 mbd. Esto implica que buena parte de la capacidad de refinación de los países occidentales quedará ociosa en ausencia de materias primas.

En ese contexto, se habla de recurrir a Venezuela e Irán, en tanto son los únicos oferentes que, debido a las sanciones de USA, no están ocupando a plena capacidad sus recursos de extracción y podrían ayudar a incrementar la oferta, estabilizando el mercado mundial, aunque no en el corto plazo.[11] Sin embargo, ambos han hecho trascender que no están disponibles para ello, salvo que se levanten las restricciones y sanciones aplicadas en los últimos años, lo que resulta muy improbable.[12]

“Son los precios relativos, imbécil”

La situación descrita no tiene una solución que resulte poco lesiva para la ciudadanía del mundo. Esto, suponiendo que la guerra de Ucrania se quede solo en eso, una guerra en Ucrania. La situación y sus condicionantes nos sitúan frente a un nuevo shock petrolero, 50 años después del ocurrido el año 1973. Está claro que no aprendimos mucho en el intertanto.

En lo inmediato, vemos nuevamente una espiral de precios en las distintas economías del mundo, resultado de la variación en el precio internacional de los derivados del petróleo y en el incremento de los costos de producción de distintos otros sectores. Pero nuevamente, esto no ocurre como un fenómeno aislado. La economía del mundo vive un escenario contractivo y la política seguida por occidente no ha hecho más que agravarlo.

Parafraseando a Bill Clinton en la campaña de 1993, cuando espetó por TV a George Bush, “es la economía, imbécil”, habría que hacer una pausa y mirar con más detalle la situación inflacionaria que afecta al mundo, dado el peligro de respuesta histérica a través de la política monetaria contractiva, que caracteriza a algunos bancos centrales y que termina agravando la contracción de la actividad. Ciertamente, lo que está sobre la mesa es un cambio en los precios relativos.

Por diversas vías, el mundo respondió a los requerimientos provocados por la pandemia con una gran política de estímulos. Después de todo, como nunca el planeta se paralizó durante el Gran Confinamiento. Fuera el estímulo de la FED en EE.UU., los fondos Next Generation o los retiros de fondos de AFPs en Chile, entre otras iniciativas en ese sentido, la liquidez en distintas latitudes se incrementó significativamente. Sin embargo, la incertidumbre provocada por la crisis no transformó esa liquidez en un consumo desenfrenado y lo que aumentó fueron los saldos keynesianos de resguardo. La presión de precios comienza con la interrupción de los suministros que generan cuellos de botella y escasez en distintos puntos de las cadenas productivas, que llegan hasta hoy y que se extendieron por todo el mundo. Con bastante sensatez, el BCE y la FED mantuvieron con cautela su política expansiva, entendiendo que se trataba de fenómenos transitorios.

Sin embargo, desde el mes de noviembre del 2020, se inicia la escalada de precios del petróleo, cuando pasa de US$17 a los actuales US$140.[13] En ese contexto, con los precios de la economía mundial al alza y la amenaza de la estanflación producto de la guerra, la interrogante acerca de la respuesta adecuada es más necesaria que nunca.

En la estanflación del siglo pasado, varios países trataron el problema entendiendo que se trataba finalmente de una situación de cambio en los precios de los combustibles respecto a otros bienes y eso genera pobreza. Sin embargo, eso obliga a una reconversión. Por mucho que multiplique la tasa de interés el BCCh, no fluirá más petróleo en las estepas rusas.

Del shock petrolero de 1973, los países salieron con vehículos más económicos y con la exploración de nuevas fuentes de energía. Algunos combatieron la inflación “a la bruta” y se acompañaron de alto desempleo durante años, y otros prefirieron no cerrar los ojos frente al impacto que esto supondría. Al final, es el estado de la lucha de clases lo que guía la política económica. Es una lección que conviene no olvidar.


[1]  Blinder, A. (1981) “Economic Policy and the great stagflation” En. Academic Press. Vol 24, Nº2 Ed. Taylor & Francis Ltda. Oxfordshire, UK.

[2]  https://nuso.org/articulo/disparen-contra-los-sindicatos-la-ofensiva-conservadora-y-la-revuelta-de-wisconsin/

[3]  https://elordenmundial.com/que-fue-el-consenso-de-washington/

[4] https://datos.bancomundial.org/indicador/NY.GDP.MKTP.CD?end=2000&start=1990

[5] https://datos.enerdata.net/petroleo-crudo/datos-produccion-energia-mundial.html

[6] https://es.statista.com/estadisticas/635114/precio-medio-del-crudo-fijado-por-la-opep/

[7] https://www.bancomundial.org/es/news/press-release/2019/06/12/increased-shale-oil-production-and-political-conflict-contribute-to-increase-in-global-gas-flaring

[8] https://www.iea.org/reports/oil-market-report-march-2022?utm_source=SendGrid&utm_medium=Email&utm_campaign=IEA+newsletters

[9] Op. Cit.

[10] Op. Cit.

[11] https://www.larepublica.co/globoeconomia/industria-petrolera-de-venezuela-logra-inesperada-recuperacion-en-momento-crucial-3310303

[12] https://www.eleconomista.es/mercados-cotizaciones/noticias/11618169/02/22/Iran-tiene-el-extintor-para-apagar-el-fuego-del-petroleo-que-amenaza-con-abrasar-la-economia-mundial.html

[13]  https://datosmacro.expansion.com/materias-primas/opec

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