Por fin, faltando tan solo seis meses para culminar su mandato, Sebastián Piñera cumplió su sueño de alcanzar una figuración internacional. Hizo noticia mundial. Ganó portada en los principales medios de comunicación del planeta. Y Lo hizo en compañía de grandes figuras de la política, el espectáculo, los deportes y la cultura. Todos con inversiones en paraísos fiscales, aprovechados para evadir impuestos, ocultar y lavar dineros. Es su protagonismo en el bullado caso de los pandora papers.
No parecen buenas razones, pero se dice que no importa que los medios hablen mal o bien de una persona, lo esencial es que hablen. Y vaya que lo continúan haciendo. Obviamente que ello tendrá consecuencias. Lo más probable es que la familia de Piñera nunca pueda cobrar la tercera cuota de sus acciones ante la imposibilidad de cumplir la cláusula y que el próximo gobierno decida declarar la zona como protegida. Sebastián Piñera enfrentará una acusación constitucional que podría poner fin anticipado a su mandato. La fiscalía está revisando los antecedentes del proceso anterior a la luz de nuevas revelaciones. El servicio de Impuestos Internos examina si se cumplieron las obligaciones tributarias. Y los efectos en el terreno electoral para el oficialismo pueden ser desastrosos.
El juicio político que deberá enfrentar Piñera se da a escasos de 50 días de la próxima elección presidencial y el gobierno no ha dudado en acusar a la oposición de usar el escándalo con fines políticos y electorales, sin considerar que el accionar tanto del presidente como de sus mandatarios afecta la imagen internacional del país, proyectando más que una duda acerca de la probidad y la transparencia.
El solo hecho de mantener inversiones en paraísos fiscales, en donde no desarrollan ninguna actividad y teniendo como objetivo esencial pagar menos o ningún impuesto, es cuestionable. Puede ser legal, pero no es éticamente defendible. Y no son pocos los países que cuestionan paraísos como los escogidos por la familia presidencial y sus amigos.
A lo anterior se agregan los términos y condiciones bajo las cuales sus mandatarios vendieron sus acciones en la minera Dominga, al socio y amigo del presidente, Carlos Alberto Delano, incluyendo la cláusula que condicionaba el tercer pago, pactado en islas vírgenes, a que no se declara la zona como un santuario de la naturaleza, como sostienen los expertos.
Sebastián Piñera puede alegar que el llamado pandora papers no aporta nada nuevo a lo conocido anteriormente por el país. Que hubo un proceso judicial que lo exoneró de toda culpa. Que nunca fue informado de la venta de las acciones de la minera Dominga y de la cláusula que condiciona el tercer pago en las islas vírgenes a que la zona no sea declarada santuario de la naturaleza (una decisión que depende de la autoridad). Y que hace más de doce años que se desligó de sus negocios mediante un fideicomiso ciego, que administran sus hijos. Pero, coincidamos en que es sospechosa la W…, como diría bombo Fica.
Asumamos que no es la primera vez que Piñera enfrenta conflictos de intereses. Partiendo por el Banco de Talca, el llamado caso Chispas, la venta de sus acciones en LAN Chile. Y ahora el caso Dominga. Lo sensible es que, por segunda vez, se trata del presidente de Chile. Y antes fue senador de la Republica. Sin duda es una mala combinación la condición de gran empresario y político, en donde resulta muy difícil, por no decir imposible, evitar los conflictos de intereses.
Pero se dice que la culpa no es del chancho sino de los que dan el afrecho. Y una mayoría ciudadana lo eligió y lo volvió a escoger como presidente, pensando mucho(a)s que podría hacer por el país lo que hiciera en provecho propio. Un craso error como lo ha demostrado durante sus dos mandatos, cuando su fortuna se ha incrementado considerablemente, mientras el país se empobrece. Un error que el país seguirá pagando por muchos años más.
La derecha no puede más
Quiérase o no, el oficialismo y el candidato presidencial que representa el continuismo deben asumir este bochorno, que agrava la compleja situación que hoy enfrenta Sichel, alcanzado y superado por José Antonio Kast en las encuestas. Y los márgenes de maniobra son muy reducidos. Mas allá de solicitar mayores aclaraciones sobre la situación (ya Piñera entregó las obviamente esperables), no tienen más alternativas que cerrar filas en torno al mandatario y rechazar la acusación. La caída de Piñera es el fin de Sichel.
Está sucediendo como en el popular dicho español “como si fuéramos pocos, ahora parió la abuela”. A Sebastián Sichel le llueve sobre mojado y estamos en tiempos de sequía. Ganó la primaria de su sector, con menos votos que su adversario en la izquierda, lo que ya suponía una desventaja, y todo lo demás ha venido de más a menos.
En el reciente debate presidencial no lo pasó nada de bien. Ha sufrido deserciones de algunos parlamentarios de su sector (Kast anuncia nuevas), se enredó con el cuarto retiro y su peregrina propuesta de animar el 100 % de los fondos (desestimada por el gobierno), mientras JAK “le come la color”. Y para mal de sus pecados, ahora le salpica el escándalo de los pandora papers. Así no se puede…
Los ánimos del oficialismo andan por los suelos. Viene de sufrir una verdadera debacle electoral en las pasadas elecciones municipales y de gobernadores regional, en donde perdió todas y cada una de las comunas emblemáticas y tan solo consiguió una de las 16 gobernaciones en juego, No alcanzó el ansiado tercio de miembros de la Convención Constituyente, que daba como seguro. Un independiente que viene del centro se impuso en las primarias y se desfonda al inicio de su campaña presidencial. José Antonio Kast no da ninguna garantía de ser competitivo frente al candidato de la izquierda. Tal como sostuviera un diputado de Evopoli, si Kast pasara a segunda vuelta, es como regalarle anticipadamente la elección a Boric. La Convención Constituyente, en donde la derecha es franca minoría, transita por el sendero más temido para sus aspiraciones de entrabarla. Y como cada día puede ser peor, como diría Michelle Bachelet, la derecha arriesga quedar en franca minoría en el futuro parlamento. En verdad, un negro panorama para el sector.
La disputa por el segundo lugar
Aun quedan 45 días de campaña, Nuevos debates televisivos y la franja electoral. Y, por cierto, el despliegue territorial, pudiendo inclinar el resultado de la elección. Hasta aquí, Gabriel Boric, el candidato del Frente Amplio y del PC, parece tener asegurado su paso a segunda vuelta. No ha cometido grandes errores en su campaña. Ha mantenido la moderación y el asertividad en sus intervenciones públicas. Busca identificarse con un ideario socialista y democrático, seductor para el electorado de centro izquierda. En esa línea no resulta muy claro qué puede aportarle la incorporación de Daniel Jadue a su comando de campaña.
Por ahora la disputa parece concentrarse por el segundo lugar, por el que compiten los dos candidatos de la derecha, Yasna Provoste, aspirante de la centroizquierda, y un vapuleado Marco Enríquez Ominami. Eduardo Artes no pasa de ser una candidatura testimonial.
La senadora Provoste, hasta ahora cuarta en las encuestas, a poca distancia de Sichel, apuesta a un paso a segunda ronda. Sobre todo, si algunos sectores de la derecha la asumen como una mejor alternativa para enfrentar a Boric. Una apuesta arriesgada. La candidata de la centroizquierda no puede convertirse en una opción de los sectores conservadores para impedir el triunfo de la izquierda, sin el serio riesgo de desfondarse por la izquierda, con una masiva fuga de votos de sectores progresistas, que apuestan a un cambio con su candidatura.
Yasna Provoste está desafiada a entablar una leal competencia por los cambios que Chile demanda con el candidato de la izquierda. En verdad ninguno de los dos postulantes ha entregado aún un programa suficientemente acabado. Aún los equipos técnicos de la centroizquierda trabajan por integrar las propuestas de los candidatos que participaron en la consulta. Al igual como sucede en el Frente Amplio y el PC.
Es obvio que existen coincidencias y diferencias entre las propuestas programáticas conocidas hasta ahora y es más que evidente que las distancias se proyectarán en la breve pero intensa campaña. Con todo, existe un espacio para construir consensos en torno a mínimos comunes, sobre los cuales construir un pacto por la gobernabilidad futura del país. Un tema más que sensible en el fragmentado escenario que hoy presenta la oposición, que bien puede proyectarse en un gobierno sin mayorías parlamentarias.
Dividida como está, la derecha representa una minoría significativa en el país. En el plebiscito de 1988, Augusto Pinochet alcanzó el 43 % de los votos. Ese porcentaje ha venido disminuyendo con el curso de los años, pero es necesario recordar que, por primera vez en los últimos 50 años, la derecha ganó dos elecciones presidenciales y tan solo en la actual legislatura representa una clara minoría.
Sería un grueso error asumir que la derecha está acabada. Puede sufrir una nueva debacle electoral pero aun así mantendrá un formidable poder, político y económico y mediático. Tan solo una amplia unidad social y política del progresismo puede sustentar el proceso de cambios que Chile necesita.
Son las disyuntivas esenciales en las próximas elecciones y el período posterior.