La pandemia nos mantiene en vilo globalmente. El miedo conservador estimula a los autoritarios en el planeta. Las policías uniformadas son su baluarte. Felizmente en Chile se abrió el debate. Hay menos tabúes, el modelo ya no lo es y los ex uniformados también opinan.
Se termina el verano en el hemisferio sur y empieza la primavera en el norte mientras el coronavirus continúa esparciéndose en oleadas en los sitios más tumultuosos social y económicamente del planeta. En tanto la neutralización de la pandemia sigue dependiendo de la sana distancia con la cual abordemos nuestras actividades y de los efectos de las vacunas. Mientras tanto nuestro estado anímico salta entre vaivenes de adaptación con la pandemia. Con esa imponente limitación lo demás toma su curso, como siempre lleno de contradicciones.
Trump perdió las elecciones en EE.UU sin embargo insiste en lo contrario. Esta actitud refleja un cambio político importante en su país y es una tendencia de las derechas conservadoras globales incluidas las de nuestro continente. Sus líderes, Trump, Bolsonaro, Uribe, los seguidores de Berlusconi, los mellizos polacos, holandeses y muchos más patearon la mesa hace un buen rato. Su agresividad proviene de sentirse un poder, del cual no dudan, pero sí amenazado por nuevas empresas globales como las tecnológicas y ahora por una pandemia que inmoviliza a las empresas de servicios más tradicionales. A este retroceso real suman un debilitamiento cultural que ha menoscabado la verticalidad valórica del patriarcado, el autoritarismo de iglesias, sectas y creencias. Mientras la diversidad recorre horizontalmente todas las instituciones públicas y privadas, develando irregularidades que solo juramentos mafiosos podían mantener al margen del enjuiciamiento público.
La sensación de debilidad en un ser acostumbrado a ostentar su poder y recibir la obsecuencia o el temor de los demás genera paranoias peligrosas. Esto sumado a análisis apocalípticos, mezclados con una necesidad de autoestima dañada, los conduce a concluir que sus rivales, los distintos, los otros, son la excusa que les impide entender y adaptarse a nuevas situaciones. No logran superar sus restricciones al optar por una ideología o postura política o religiosa conservadora de cuyo derrumbe son los principales espectadores pues son sus protagonistas. Este miedo esencial se transforma y refugia en adoración; a la autoridad absoluta, al linaje, lo nacional y lo local contra lo diverso; al control contra las organizaciones críticas, a la represión y matonaje contra los que se movilizan y reclaman; sean pueblos, etnias, sectores sociales y movimientos.
Adoran la censura y les molesta la diversidad en todos los órdenes. El miedo los disciplina en torno a figuras con poder y dinero sin reflexionar si estos están genuinamente interesados en solucionar sus situaciones de debilidad y precariedad. De este miedo inculcado, aprendido y en algunos casos heredados de otros conflictos internacionales surgen todos los movimientos autoritarios actuales. Los de Chile y América del Sur, EEUU, como a nivel global, son una reacción a los cambios imparables de las nuevas formas de producir y comerciar. Lo que junto a nuevas formas de comunicarse e informarse -en pocas décadas- generó avances y también marginaciones extraordinarias. Internet revolucionó el planeta, se creó una economía global con capacidad material de cambiar, si hubiese voluntad política, el vértigo financiero que maltrata a tantos países. Actualmente, a nivel mundial, existen otros ricos y otros trabajadores que malconviven con los anteriores. Conjuntamente los éxitos financieros y tecnológicos abrieron brechas que frustran y atemorizan a millones de personas que no tienen lo nuevo y si lo tienen en forma de utensilios y aparatos no logran la prosperidad mientras se acentúa la desigualdad. Estas frustraciones salen a la calle: una a cambiar las injusticias, otras a mantenerlas
Este autoritarismo que sintetiza conservadurismo añejo e inseguridad sicológica se manifiesta descarnadamente en las policías. Estas y los organismo de inteligencia de los estados apuntan a la mantención de un orden conservador. Un orden que arrasa la dignidad y que se despreocupa de la delincuencia económica. Convirtiéndola casi en un valor liberal y derecho del sistema capitalista.
La prescindencia política policial es nula a la hora de manifestar su afición a intervenir desde su función represiva y control la vida política del país. Las operaciones comunicacionales asociadas a tareas de inteligencia policial alejan a las instituciones de su debida protección de la población ante la amenaza delictual. Es una institución autonomizada controladora y descontrolada. Seduce a los incautos y busca establecer relaciones horizontales con los poderes fácticos, descuidando progresivamente la protección de los más débiles a quien juzga por su aspecto, lugar de residencia y edad. Su personal es formateado en base a un libreto internacional en el cual ellos son el último baluarte para mantener una realidad, que contrariamente a la inmovilidad o vuelta atrás que postula el dogma conservador autoritario, necesita experimentar con cambios para adaptarse a las nuevas condiciones materiales, buscando otros acuerdos de convivencia para evitar un regreso a la barbarie de las tribus y las sectas. Los civiles que militan en movimientos políticos autoritarios o son de esa tendencia en los partidos políticos de derecha, creen que aceptar el fracaso del modelo neoconservador (neoliberal) sería su propia derrota. Solitos se amarran una piedra al cuello.
Felizmente, la movilización del 8 de Marzo, las campañas para la constituyente y de gobernadores, alcaldes y concejales, han estimulado un debate donde el neoliberalismo suma disidencias. Se agregan voces de carabineros y uniformados disconformes con la corrupción y adoctrinamiento de algunos mandos. Al fin se nos está soltando la lengua. Un debate más sincero y abierto es mejor para todos los habitantes de un país deseoso de cambiar una convivencia malsana tutelada por la represión.